«¿No debías tú también tener compasión de tu compañero,
como yo tuve compasión de ti?»
Sabéis lo que vamos a decir a Dios en la oración antes de acercarnos a comulgar: «Perdona nuestra ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.» Preparaos interiormente a perdonar, porque estas palabras las volveréis a encontrar en la oración. ¿Cómo las vais a decir? ¿No las vais a pronunciar? Por que al fin y al cabo, ésta es la cuestión: ¿diréis estas palabras o no las diréis? Detestas a tu hermano y pronuncias las palabra «perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que no ofenden»? -«Evito estas palabras», me dirás. Pero entonces, ¿estás realmente orando? Poned atención, hermanos míos. En un instante pronunciaréis la oración. ¡Perdonaos de todo corazón!
Mira a Cristo colgado en la cruz, escucha su oración: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.» (Lc 23,34) Dirás, sin duda: él lo podía decir, yo no. Yo soy un hombre, y él es Dios. ¿No puedes imitar a Cristo? Entonces ¿porque el apóstol Pedro escribió: «Cristo sufrió por vosotros, y os ha dejado un ejemplo para que sigáis sus huellas.»? (1Pe 2,21) ¿Por qué el apóstol Pablo nos dice: «Sed, pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos.» (Ef 5,1) ¿Por qué el mismo Señor dijo: «Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón.» (Mt 11,29)? Andamos con rodeos, buscamos excusas cuando nos parece imposible aquello que no queremos hacer... Hermanos míos, ¡no acusemos a Cristo de habernos dado unos preceptos demasiado difíciles, imposibles de realizar! Con toda humildad digamos más bien con el salmista: «Qué justo eres, Señor, qué rectas tus decisiones!» (Sal 118,137)
No hay comentarios:
Publicar un comentario