San Francisco de Sales, obispo
Meditación sobre el nacimiento de Jesús. Opúsculos, p. 372.
“Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador” (Lc 2,1-14).
Imaginaros a San José con la Santísima Virgen cuando llegó la hora del parto, ya en Belén y buscando, por todas partes, sin encontrar un lugar ni persona que les quisiera recibir. ¡Dios mío, qué desprecio, qué rechazo el del mundo para con los seres celestiales y los santos! Y ¡de qué forma abrazaron esta abyección esas dos almas santas!
No se ensalzaron, no demostraron quiénes eran ni la categoría que tenían, sino que recibieron ese rechazo, esa dureza, con una dulzura sin igual. ¡Y yo!, el menor olvido que se haga a este honor puntilloso que me es debido, o que yo me imagino que me es debido, me turba, me inquieta, excita mi arrogancia y mi orgullo; siempre y en todas partes me abro camino a viva fuerza para estar en primera fila. ¡Ay de mí! ¿Cuándo tendré esa virtud, ese desprecio de mí mismo y de las vanidades?
Considerad cómo San José y nuestra Señora entran en el establo donde va a tener lugar el glorioso nacimiento del Salvador. ¿Dónde quedaron los edificios suntuosos que la ambición del mundo construye para que en ellos habiten los pecadores?
¡Qué desprecio de las grandezas del mundo nos ha enseñado el divino Salvador! Bienaventurados los que saben amar la santa sencillez y moderación.
¡Miserable de mí! Necesito un palacio, mientras mi Salvador está bajo un techo lleno de agujeros y acostado sobre el heno; pobre y lastimosamente alojado.
Considerad al divino Infantito, desnudo y tiritando en un pesebre. Allí todo es pobre, todo es vil y abyecto en su nacimiento. Y nosotros… ¡tan delicados y deseando comodidades! ¡Buscando el bienestar!
Tenemos que estimular nuestro amor al Salvador y el deseo de sufrir por Él molestias, pobreza y carencias.
¡Miserable de mí! Necesito un palacio, mientras mi Salvador está bajo un techo lleno de agujeros y acostado sobre el heno; pobre y lastimosamente alojado.
Considerad al divino Infantito, desnudo y tiritando en un pesebre. Allí todo es pobre, todo es vil y abyecto en su nacimiento. Y nosotros… ¡tan delicados y deseando comodidades! ¡Buscando el bienestar!
Tenemos que estimular nuestro amor al Salvador y el deseo de sufrir por Él molestias, pobreza y carencias.
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