San Francisco de Sales
Introducción a la Vida Devota. 1a parte, Cáp.. 9 y ss. III, 34.
«En el camino, los diez leprosos, quedaron limpios y sólo uno de ellos, viéndose curado, volvió glorificando a Dios» (Lc 17, 14-15).
Filotea, sea cual sea tu edad, no hace mucho que estás en el mundo. Dios te ha sacado de la nada, te ha hecho nacer y eres lo que eres por pura bondad suya. Te ha hecho el ser más principal del mundo visible, llamado a compartir su eternidad y capaz de unirse a Él.
No te ha traído al mundo porque tuviese necesidad de ti, sino únicamente para manifestar su bondad. Nos ha dado inteligencia para que podamos conocerle, memoria para que nos acordemos de Él, y voluntad para amarle. La imaginación para que nos representemos sus beneficios, los ojos para admirar las maravillas de la creación, la lengua para alabarle…Te ha hecho a imagen suya.
¿No es una desgracia para el mundo el vivir en la ignorancia de todas esas bondades, pensando solamente en amontonar riquezas perecederas?
Piensa en todo lo que Dios te ha dado en el ámbito del espíritu, del cuerpo, del alma: te ha dado la salud, el bienestar, los buenos amigos… Te alimenta con sus Sacramentos, te ilumina con sus luces, te ha perdonado tantas veces…
Otros que quizá lo merecieran más, no han recibido todos esos dones. Y piensa lo mal que has respondido a esas bondades: tu ingratitud, las inspiraciones despreciadas, los sacramentos recibidos sin preparación, sin fervor, sin fruto…
Pide perdón y, como el hijo pródigo, échate en brazos de Dios y toma la resolución de arrancar completamente de tu corazón las plantas de los malos deseos, en especial los que más te perjudican.
Hay que ser valerosa y paciente en esta empresa. ¡Ay! ¡qué pena da ver esas almas que tomaron el buen camino y se dejaron ir ante la persistencia de sus imperfecciones, cayendo en turbación y desánimo y llegando casi a sucumbir a la tentación de abandonar todo y dar marcha atrás!
El trabajo de la purificación de nuestra alma no puede concluir sino con vuestra vida.
«En el camino, los diez leprosos, quedaron limpios y sólo uno de ellos, viéndose curado, volvió glorificando a Dios» (Lc 17, 14-15).
Filotea, sea cual sea tu edad, no hace mucho que estás en el mundo. Dios te ha sacado de la nada, te ha hecho nacer y eres lo que eres por pura bondad suya. Te ha hecho el ser más principal del mundo visible, llamado a compartir su eternidad y capaz de unirse a Él.
No te ha traído al mundo porque tuviese necesidad de ti, sino únicamente para manifestar su bondad. Nos ha dado inteligencia para que podamos conocerle, memoria para que nos acordemos de Él, y voluntad para amarle. La imaginación para que nos representemos sus beneficios, los ojos para admirar las maravillas de la creación, la lengua para alabarle…Te ha hecho a imagen suya.
¿No es una desgracia para el mundo el vivir en la ignorancia de todas esas bondades, pensando solamente en amontonar riquezas perecederas?
Piensa en todo lo que Dios te ha dado en el ámbito del espíritu, del cuerpo, del alma: te ha dado la salud, el bienestar, los buenos amigos… Te alimenta con sus Sacramentos, te ilumina con sus luces, te ha perdonado tantas veces…
Otros que quizá lo merecieran más, no han recibido todos esos dones. Y piensa lo mal que has respondido a esas bondades: tu ingratitud, las inspiraciones despreciadas, los sacramentos recibidos sin preparación, sin fervor, sin fruto…
Pide perdón y, como el hijo pródigo, échate en brazos de Dios y toma la resolución de arrancar completamente de tu corazón las plantas de los malos deseos, en especial los que más te perjudican.
Hay que ser valerosa y paciente en esta empresa. ¡Ay! ¡qué pena da ver esas almas que tomaron el buen camino y se dejaron ir ante la persistencia de sus imperfecciones, cayendo en turbación y desánimo y llegando casi a sucumbir a la tentación de abandonar todo y dar marcha atrás!
El trabajo de la purificación de nuestra alma no puede concluir sino con vuestra vida.
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