Santa Catalina de Siena
Carta 85 a Nicolás d’Osimo
«Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas» (Lc 12, 35-38)
Sucede frecuentemente que el hombre trabaja en algo y no logra el éxito deseado. La tristeza y el tedio toman entonces su espíritu y se dice: “Sería mejor renunciar a esta tarea que me ha tomado tanto tiempo, sin resultados, y buscar la paz y descanso de mi alma”.
El alma debe entonces resistir, ya que desea el honor de Dios y la salvación de las almas. Debe rechazar los propósitos del amor propio diciendo: “No quiero evitar ni huir el trabajo, porque no soy digno de la paz y el reposo. Quiero permanecer en el puesto que me fue confiado y dar valientemente honor a Dios, trabajando por él y el prójimo”. A veces el demonio, para desanimarnos de nuestras tareas, viendo la turbación en nuestra alma, nos hace decir: “Ofendo más a Dios que lo que lo sirvo, es mejor que abandone esta tarea, no por desagrado sino para no seguir cometiendo faltas”. Padre muy querido, no se escuche, no escuche el demonio cuando pone esos pensamientos en su espíritu y su corazón. Tome las fatigas con alegría, con un santo y ardiente deseo y sin temor servil.
No tema ofender a Dios, porque la ofensa surge de una voluntad perversa y culpable. Cuando la voluntad no es según Dios, hay pecado. Pero cuando el alma está privada de la consolación que ella tenía recitando el oficio y los salmos, cuando no puede rezar en el tiempo, lugar y paz que ella quisiera, no pierde sin embargo su labor, porque ella trabaja para Dios. Esto no la debe afectar, ya que se fatiga por el servicio de la Esposa de Cristo. Nuestra inteligencia es incapaz de comprender e imaginar, cuan meritorio y agradable es a Dios lo que hacemos por la Esposa.
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