“Desde el seno materno el Señor me llamó.”
El nacimiento de Juan Bautista está rodeado de prodigios. Un arcángel ha anunciado el advenimiento de Nuestro Señor y Salvador Jesús; del mismo modo, un arcángel anuncia el nacimiento de Juan (Lc 1,13) y dice: “Quedará lleno de Espíritu Santo desde el seno de su madre.” El pueblo judío no vio que el Señor obraba “signos y prodigios” y curaba sus enfermedades, pero Juan exulta de gozo en el seno materno. No se le puede retener, y al llegar la madre de Jesús, el niño salta y quiere salir ya del seno de Isabel. “...en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.” (Lc 1,44) Todavía en el seno materno, Juan recibe el Espíritu Santo. Luego dice la Escritura “convertirá a muchos hijos de Israel al Señor, su Dios.” (Lc 1,16) Juan convirtió “muchos”; el Señor no sólo “muchos” sino a todos. Ésta es su obra: conducir a todos los hombres a Dios. Por mi parte, pienso que el misterio de Juan se está cumpliendo en el mundo hasta el día de hoy. Todo el que esté destinado a creer en Cristo Jesús, tiene que recibir antes el espíritu y el poder de Juan para “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17) y, en las asperezas del corazón, “allanar los caminos y rebajar toda montaña o colina” (cf Lc 3,5) No fue sólo en aquellos tiempos en que “los senderos eran allanados ni rebajados las montañas”, sino también hoy el espíritu y el poder de Juan preceden el advenimiento del Señor y Salvador. ¡Oh grandeza del misterio del Señor y sus designios sobre el mundo!
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