«Un paralítico fue traído por cuatro hombres»
Invoquemos a Cristo en todo momento como principio de nuestros pensamientos. Para invocarlo no hace falta una preparación como para la oración, ni un lugar especial, ni un grito. En efecto, él no está ausente de ninguna parte. Es imposible que no esté dentro de nosotros porque está más cerca de nosotros que nosotros mismos. En consecuencia, debemos creer que nos escucha más allá de nuestras oraciones, a pesar de nuestros defectos.
Tengamos confianza porque él es bueno con los ingratos y los pecadores que lo invocan. Lejos de despreciar los ruegos de sus siervos rebeldes, él mismo vino a la tierra, el primero para llamar a los que no le habían invocado todavía y que nunca habían pensado en él: «He venido a llamar a los pecadores.» (cf Mt 9,13) Si él buscó a los que no le buscaban ¿qué no hará para los que le invocan? Si ha amado a los que lo odiaban ¿cómo rechazará a los que le aman? «Siendo aún enemigos del Señor, hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, con mayor razón todavía, seremos salvos por su vida» (cf. Rm 5,10).
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