“El os bautizará con Espíritu Santo.”
Hoy, el Señor Jesús se ha acercado para ser bautizado. Quiso lavar su cuerpo en el agua del Jordán. Tal vez, alguien dirá: “Él era el Santo ¿por qué quiso ser bautizado? ¡Escucha, pues! Cristo fue bautizado no para ser consagrado por el agua, sino para consagrar él mismo las aguas y purificar las corrientes que tocaba. Se trata, entonces, de la santificación del agua que no de Cristo. Ya que, desde el momento en que el Salvador es lavado, todas las aguas se convierten en aguas puras en vista de su bautismo. La fuente queda purificada porque la gracia se derrame sobre los pueblos que nacerán después. Cristo se encamino, el primero, hacia el bautismo para que los pueblos cristianos le sigan sin tardar. Aquí descubro yo un misterio. ¿No fue la columna de fuego que precedía la travesía del Mar Rojo para animar a los hijos de Israel a seguir la marcha? La columna de fuego atravesó las aguas la primera para abrir camino a los que la siguieron. Este acontecimiento fue, según el testimonio de Pablo, un símbolo del bautismo. (cf 1Cor 10,1ss) Sin duda alguna era una especie de bautismo en donde los hombres quedaban cubiertos por la nube y conducidos a través de las aguas. Todo esto fue realizado por el mismo Señor Jesucristo que ahora precede en el bautismo a los pueblos cristianos en la columna de su cuerpo, como precedió a los hijos de Israel a atravesar el mar en la columna de fuego. Esta misma columna, antiguamente, iluminaba los ojos de los caminantes y ahora asegura nuestros pasos en la fe, gracias al bautismo.
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