«Convertíos»
[…] Dios busca con particular insistencia y amor al hijo rebelde que huye lejos de su mirada. Se ha introducido en las sendas tortuosas de los pecadores a través de su Hijo, Jesucristo, que precisamente al irrumpir en el escenario de la historia se presentó como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Las primeras palabras que pronuncia en público son estas: «Convertíos, porque el reino de los cielos está cerca» (Mt 4,17). En ese texto aparece un término importante que Jesús ilustrará repetidamente con palabras y obras: «Convertíos», en griego metanoete, es decir, llevad a cabo una metanoia, un cambio radical de la mente y del corazón. Es preciso cortar con el mal y entrar en el reino de justicia, amor y verdad, que se está inaugurando.
[…] Así pues, todos los pecadores tienen siempre abierta una puerta de esperanza. «El hombre no se queda solo para intentar, de mil modos a menudo frustrados, una imposible ascensión al cielo: hay un tabernáculo de gloria, que es la persona santísima de Jesús el Señor, donde lo humano y lo divino se encuentran en un abrazo que nunca podrá deshacerse: el Verbo se hizo carne, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Él derrama la divinidad en el corazón enfermo de la humanidad e, infundiéndole el Espíritu del Padre, la hace capaz de llegar a ser Dios por la gracia» (Orientale lumen, 15).
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