¡Pongan en Dios su alegría!
Ciertas almas recurren a Dios en la aflicción. Pero en la prosperidad, lo olvidan y abandonan. Es demasiada infidelidad e ingratitud. No actúen así. Cuando reciben una noticia agradable, utilícenla con Dios como con un amigo fiel que se interesa en su felicidad. Rápido, háganlo parte de su alegría, reconozcan que es un don de su mano, alábenlo, agradézcanle. Que lo mejor para ustedes en esta alegría sea encontrar el agrado de Dios. Es así que encontrarán en Dios toda su alegría, todo su consuelo: “Cantaré al Señor porque me ha favorecido” (Sal 13 (12),6). Hablen así a Jesús: “Lo bendigo, siempre lo bendeciré. ¡Me otorga tantas gracias! No son gracias que merezco, yo, que tanto lo ofendí”. Con la Esposa santa díganle: “Los frutos nuevos y los añejos, Amado mío, los he guardado para ti” (Cant 7,14). Esos frutos son sus favores, que le agradezco. Guardo el recuerdo de frutos añejos y nuevos, para darle gloria eternamente”.
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