sábado, 10 de octubre de 2020

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 11 de Octubre - «Dichosos los invitados a las bodas del Cordero»

 


        San Gregorio Magno (c. 540-604) papa y doctor de la Iglesia Homilías sobre el Evangelio, nº 38

«Dichosos los invitados a las bodas del Cordero»

    ¿Habéis comprendido quién es ese rey, padre de un hijo que es también rey? Es aquel de quien dice el salmista: «Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes» (71,1)... «Celebraba la boda de su hijo». El Padre celebra, pues la boda del rey, su Hijo cuando le ha unido a la Iglesia en el misterio de la Encarnación. Y el seno de la virgen María ha sido la cámara nupcial de este Esposo. Por eso dice también un salmo: «Allí le ha puesto su tienda al sol, él sale como el esposo de su alcoba» (Sl 18, 5-6). Envió a sus siervos para invitar a sus amigos a estas bodas. Les envió una primera y una segunda vez, es decir, primero mandando a los profetas, después a los apóstoles para que anunciaran la encarnación del Señor... A través de los profetas anunció como futura la encarnación de su hijo único, y a través de los apóstoles la predico como ya cumplida... «Pero los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios». Ir a sus tierras significa entregarse sin medida a las tareas de aquí abajo. Ir a sus negocios es buscar ávidamente un provecho personal en los negocios de este mundo. Uno y otro son negligentes a la hora de pensar en el misterio de la encarnación del Verbo y vivir conforme a él... Todavía es más grave es lo que hacen algunos que, no contentos con menospreciar el favor del que los llama, le persiguen... De todas maneras el Señor no dejará lugares vacíos en el banquete de bodas de su Hijo. Manda ir a buscar a otros convidados, porque la palabra de Dios, aunque todavía es desconocida por muchos, un día encontrará quién donde descansar... Pero vosotros, hermanos, que por la gracia de Dios habéis entrado ya en la sala del banquete, es decir, en la santa Iglesia, examinaos atentamente por miedo a que, cuando el rey entre, no encuentre ninguna cosa reprensible en la vestidura de vuestra alma.

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