¡Hablen a Dios como a un amigo!
Tomen la costumbre de conversar a solas con Dios, con familiaridad, confianza y amor, como con el amigo más querido y afectuoso. (…) No se les pide una permanente aplicación del espíritu que les haga olvidar sus obligaciones o descansos. Sólo se les pide que sin descuidar sus ocupaciones, se comporten con Dios como lo hacen en diversas circunstancias con personas que los aman y que aman. Su Dios está siempre junto a ustedes, dentro de ustedes: “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28). El que desea hablarle no tiene que esperar, al contrario: Dios desea tratarlo sin ceremonias. Conversen con él sobre sus ocupaciones, proyectos, problemas, temores, intereses. Repito que lo esencial es que le hablen sin obstáculos, libremente. Dios habla poco al alma que no le habla, ya que sólo escucharía con dificultad su voz, al no tener la costumbre de conversar con él (…). Es cierto que debemos siempre a Dios un soberano respeto. Pero cuando los favorece con el sentimiento de su presencia y les solicita hablarle como al mejor de sus amigos, dejen ir su corazón libremente y con total confianza.
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