«El más pequeño de vosotros es el más importante»
Este es el legado que el Señor hizo a sus discípulos poco antes de volver a su Padre: «Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros; como yo os he amado amaos unos a otros»; e inmediatamente añade: «En esto conocerán que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros» (Jn 13,34-35). Y es cierto que el que no es manso y humilde no podrá amar así.
Los grandes en la fe de ninguna manera se vanagloriaban del poder que tenían de obrar maravillas. Confesaban que no eran sus propios méritos los que actuaban sino que era la misericordia del Señor la que lo había hecho todo. Si alguien se admiraba de sus milagros, rechazaban la gloria humana con estas palabras tomadas de los apóstoles: «Hermanos, ¿por qué os admiráis de esto, o por qué nos miráis fijamente, como si por nuestro poder o piedad hubiéramos hecho caminar a éste?» (Hch 3,12). Nadie, a su juicio, debía se alabado por los dones y maravillas que sólo son propias de Dios…
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