«Jesús dijo a Simón: no temas, en adelante vas a ser pescador de hombres.
Y atracando en tierra las barcas, lo dejaron todo y le siguieron»
Me preguntará alguno que por qué hay que renunciar a todo. Que los que nada tienen, o muy poco, a qué pueden renunciar. Yo les diré que está claro que el que tiene poco, deja poco y el que tiene mucho deja mucho. San Pedro, que era un simple pescador, abandonó sus redes, poca cosa; San Mateo, que era un rico banquero, dejó su gran fortuna; pero los dos obedecieron igualmente a la orden, eran iguales en la voluntad.
Y lo que es más: ambos eran igualmente ricos, ya que hablando con propiedad, nosotros no poseemos los bienes del mundo, eso es cosa clara… Realmente no poseemos sino una partecita de nosotros mismos; no somos dueños de nuestra fantasía pues no podemos defendernos de un número casi infinito de ilusiones e imaginaciones que nos asaltan; lo mismo se puede decir de la memoria; ¿cuántas veces quisiéramos acordarnos de cosas y no podemos, o al contrario, no recordar otras que no logramos olvidar?
En fin, recorred cuanto queráis todo lo que hay en nosotros; no encontraréis ni una partecita de la que seamos dueños: la voluntad sí, la voluntad la poseemos de tal manera que ni el mismo Dios se ha reservado la parte superior de ella y ha dado al hombre el derecho, o de abrazar el mal o de seguir el bien; como mejor le plazca.
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