A la Baronesa de Chantal
Querida hija: Poseo vuestra carta del 6 de junio, y dentro de breves momentos montaré a caballo para la visita que durará unos cinco meses. Pensad si estaré dispuesto a ir a Borgoña, pues, querida hija, esta acción de la visita me es necesaria y es de las principales de mi cargo. La emprendo con gran ánimo, y desde esta mañana experimento un consuelo especial en emprenderla, aunque antes, durante varios días, haya tenido por ello mil vanas aprensiones y tristezas, las cuales, sin embargo, no llegaban más que a la epidermis de mi corazón y no al interior: eran como esos estremecimientos que acompañan a la primera impresión de algo frío. Pero, como os he dicho muchas veces, nuestro amoroso Dios me trata como a un tierno niño, pues no me expone a rudas sacudidas; conoce mi enfermedad y sabe que no estoy para soportar grandes agitaciones. Os cuento aquí mis pequeñas cuitas porque ello me hace mucho bien.
Me complace el que soportéis con resignación las fiebres tercianas. Tengo para mí que si tuviéramos el olfato un poco afinado, percibiríamos las aflicciones como perfumadas de mil buenos olores; pues aunque de sí mismas sean de olor desagradable, no obstante, por salir de la mano, o más bien, del seno y del corazón del Esposo, que en sí mismo es todo bálsamo y perfume, nos llegan de igual modo llenas de toda suavidad.
Mostrad, hija mía, mostrad vuestro corazón alegre ante Dios; vayamos siempre con júbilo ante su presencia; El nos ama, nos quiere; este dulce Jesús es todo nuestro; seamos del todo suyos solamente, amémosle, querámosle, y que las tinieblas, que las tempestades nos rodeen, que nos lleguen al cuello las aguas de la amargura, mientras El nos tenga de su mano, nada hay que temer.
Os escribiré a menudo, querida hija mía, y mil veces os bendeciré con las bendiciones que me ha confiado Dios. Vivid alegre, ya sana o ya enferma, y apretad bien firme a vuestro Esposo contra vuestro corazón, querida hija, mi muy querida hija, de quien soy lo que su divina Majestad quiere que sea y que no puede explicarse con palabras. ¡Viva para siempre Jesús! Amén.
«Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría»
Me complace el que soportéis con resignación las fiebres tercianas. Tengo para mí que si tuviéramos el olfato un poco afinado, percibiríamos las aflicciones como perfumadas de mil buenos olores; pues aunque de sí mismas sean de olor desagradable, no obstante, por salir de la mano, o más bien, del seno y del corazón del Esposo, que en sí mismo es todo bálsamo y perfume, nos llegan de igual modo llenas de toda suavidad.
Mostrad, hija mía, mostrad vuestro corazón alegre ante Dios; vayamos siempre con júbilo ante su presencia; El nos ama, nos quiere; este dulce Jesús es todo nuestro; seamos del todo suyos solamente, amémosle, querámosle, y que las tinieblas, que las tempestades nos rodeen, que nos lleguen al cuello las aguas de la amargura, mientras El nos tenga de su mano, nada hay que temer.
Os escribiré a menudo, querida hija mía, y mil veces os bendeciré con las bendiciones que me ha confiado Dios. Vivid alegre, ya sana o ya enferma, y apretad bien firme a vuestro Esposo contra vuestro corazón, querida hija, mi muy querida hija, de quien soy lo que su divina Majestad quiere que sea y que no puede explicarse con palabras. ¡Viva para siempre Jesús! Amén.
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