domingo, 1 de marzo de 2020

LITURGIA DE LAS HORAS - CATEQUESIS PARTE IV



Quien comienza a rezar las Horas...

    Lo primero que debe tener presente el que quiere introducirse en el rezo de las Horas, es que no hará una oración surgida de su propio corazón sino del corazón de toda la Iglesia, menos en sintonía con nuestros sentimientos pasajeros, pero un corazón más sutil y sabio que el nuestro personal, aquilatado y amasado en el lenguaje del propio Dios: la Biblia.

    Las Horas son oración bíblica por excelencia, en ella todos los textos son o directamente bíblicos o inspirados en textos bíblicos, por lo que a la vez son una escuela de Biblia para quien se deja guiar por sus resonancias y sus ritmos.

    Las Horas son también oración muy estructurada, y en donde cada parte está puesta en fuerte relación con los demás textos. Es una experiencia muy bella ir percibiendo esas relaciones y ritmos, cómo va resonando una acción de gracias junto a un pedido de perdón, cómo se superpone al ruego personal el recuerdo de la Jerusalén que nos espera, etc...

    El peligro de esa estructuración, y quien acometa el rezo de las Horas debe evitarlo, es convertirla en una estructura externa, y farisea en definitiva. Por el contrario: el ritmo de las Horas debe impregnar nuestro corazón, pero que sea verdaderamnte el ritmo de las horas el que lo impregne, y no las rúbricas y pequeños "preceptos" de cómo celebrarlas.

    Por eso es preferible a quien comienza, ajustarse al ciclo de cuatro semanas hasta haberse empapado de su sentido. Durante un primer tiempo es mejor obviar las memorias, así sean obligatorias, para que lleguemos a sintonizar con la progresión de salmos y otros textos.

    Lo mismo, no conviene proponerse en principio más que el rezo de una de las Horas Mayores, y seguir esa Hora hasta que hayamos incorporado su movimiento a nuestra vida cotidiana.

    A lo sumo complementar con alguna hora menor si se desea, pero tratando de que el peso de la liturgia lo lleve la Hora Mayor, a la que es bueno dedicarle un tiempo y un espacio propios en nuestro día.

    Sólo de a poco ir comenzando a atender al calendario santoral, pero tampoco a todas sus variantes, sino que, cuando toque, rescatar de la memoria de los santos lo esencial: la oración final de las horas.

    Sólo cuando ya se maneja bien el rezo de la Liturgia, correspondería ir incorporando las variantes de oración que los diversos calendarios superpuestos aportan.

Quienes tienen la edición manual, verán que a cada santo corresponde un "común" (de la Virgen, de un mártir, de varios mártires, de pastores, de doctores, etc): esos textos complementan los textos propios del santo, y pueden en principio obviarse.

    Si queremos rezar las Horas con provecho espiritual, deberíamos comenzar recordando que nuestro Señor dice: "detesto falsedad y solemnidad". Que las Horas no sean nunca una ocasión de sobreponer nuestra palabra a la de Dios, sino, por el contrario, de dirigirnos a él con sus propias palabras.

    Todo requiere tiempo, también el comenzar a hacer nuestro un lenguaje que está ajeno a las tensiones y apuros de la vida cotidiana.



1 A lo largo de este texto utilizaré repetidamente esta contraposición de "fuerte" y "débil"; cabe aclarar que, si bien es habitual llamar a la Cuaresma o al Tiempo Pascual "tiempos fuertes", no lo es el llamar a los otros "débiles" o "semifuertes". Utilizo esos nombres por analogía con la música, para que se perciba el "ritmo" interno del año litúrgico, y no como desvalorización del significado de las celebraciones litúrgicas.

2 En realidad, el Adviento tiene una doble significación: hasta el 16 de diciembre sus textos hablan de la Segunda Venida del Señor (y en este sentido engarzan con el año litúrgico anterior), pero ya cercano a esa fecha, y decididamente a partir del 17 de diciembre, los textos hablarán de la venida histórica del Señor (la Navidad). La Navidad resulta así no una mera conmemoración de un hecho histórico, sino un punto de la historia que será modelo y anticipo del Advenimiento definitivo de Jesús.

3 La Epifanía es la manifestación de la gloria del Señor, simbolizada bíblicamente en los reyes de la tierra que vienen a adorarlo. Lamentablemente, la devoción popular ha terminado separando la venida de los Reyes de su sentido bíblico, guardando quizás más el aspecto de "magia" en detrimento de su significación más profunda.


     Fuente: eltestigofiel.org

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