Parábola del sembrador
“Salió un sembrador a sembrar…” No salió, pues, de un lugar el que está presente en todos y todos los llena; pero se dice salió, porque asumiendo nuestra carne mortal se acercó más a nosotros. Y como nuestros pecados nos impiden que vayamos a El, viene El a nosotros: viene a sembrar su palabra pía, y lo hace copiosamente. Pero no es lo mismo decir sale el que siembra, que decir para sembrar, porque el que siembra sale algunas veces para preparar la tierra, o para arrancar la mala hierba o cosa semejante, y otras veces sale para sembrar.
Como el que siembra no hace distinción entre las diferentes partes del campo, sino que arroja indistintamente la semilla por doquier, así el Señor habla a todos, y para expresarlo así, añade: “Y al esparcir el grano, parte cayó junto al camino”, etc.
Pero no se pierde la mayor parte de la semilla por causa del que siembra, sino de la tierra que la recibe, esto es, del hombre que la oye. Ciertamente que sería culpable el labrador que procediera así, no ignorando lo que es piedra, camino, espinas y tierra fértil; pero no es lo mismo en lo tocante al espíritu, porque de la piedra puede hacerse tierra fértil, y puede conservarse el camino y destruirse las espinas. Si así no fuera, no hubiera sembrado allí, y haciéndolo nos da la esperanza de la penitencia.
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