«Vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos»
Mi querido Redentor, he aquí mi corazón, te lo doy entero; ya no me pertenece más, es tuyo. Entrando en el mundo, te ofreciste al Padre eterno, ofrecido y dado toda tu voluntad, como nos lo dices por boca de David: «Está escrito de mí, en el libro de la Ley, para hacer tu voluntad. Es lo que siempre quise, Oh Dios mío» (Sal 39, 8-9). De la misma manera, mi querido Salvador, te ofrezco hoy toda mi voluntad. En otro tiempo te fue rebelde, por ella que te ofendía. Ahora siento de todo corazón, el uso que hice de ella, todas las faltas que miserablemente me privaron de tu amistad. Me arrepiento profundamente, y esta voluntad te la consagro sin reserva.
«¿Señor, qué quieres que haga?» (Hch 22,10). Señor, dime qué me pides: estoy dispuesto a hacer todo lo que deseas. Dispón de mí y de lo que me pertenece como gustes: lo acepto todo, consiento en todo. Sé que buscas mi mayor bien: «Pongo pues, totalmente mi alma en tus manos» (Sal 30,6). Por tu misericordia, ayúdala, consérvala, haz que te pertenezca siempre, y sea toda tuya, ya que «la rescataste, Señor, Dios de la verdad, al precio de tu sangre» (Sal 30,6).
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