La gracia que Dios nos ha dado
Cada uno de nosotros posee la energía manifiesta del Espíritu en proporción a la fe que está en él (cf. Rom 12,6). De este modo, cada uno es el intendente de su propia gracia. Nunca quien esté bien dispuesto podrá desear algo de quien es honorado por la gracia, en cuanto que sobre él mismo reposa la disposición para recibir los bienes de Dios. Lo que hace que los bienes de Dios permanezcan en nosotros, es la medida de la fe de cada uno. Ya que es en la medida que creemos que nos es dado el fervor en la acción. El que actúa, revela la medida de su fe en proporción a la acción: recibe la medida de la gracia según cuanto ha creído. (…) Por las elevaciones parciales de las virtudes, con la ayuda de Dios, hagamos converger hacia su finalidad los carismas que nos fueron compartidos,. Para que no dejemos ciega y como sin ver nuestra fe, privada de las luces que dan las obras del Espíritu. En la medida que esté en nuestra posibilidad, no enceguezcamos en nosotros mismos los ojos divinos de la fe. (…) Quien no cumple las órdenes divinas de la fe, posee una fe ciega. Porque ya que las órdenes de Dios son luz (cf. Is 26,9 en la Biblia LXX), quien no cumple las órdenes de Dios está sin luz divina. Deja sin respuesta el llamado divino, no responde verdaderamente.
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