martes, 22 de octubre de 2019

SANTO ROSARIO

MISTERIOS LUMINOSOS
(Jueves)

Los Misterios Luminosos, introducidos en el Rosario por el Papa Juan Pablo II, nos invitan a contemplar cinco momentos de la vida pública de Jesús, de especial significación tanto para él como para nosotros.


CUARTO MISTERIO LUMINOSO

JESÚS SE TRANSFIGURA EN EL MONTE TABOR

Del Evangelio según san Mateo (17,19)

    Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago, y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte alto. A la vista de ellos, su aspecto cambió completamente: su cara brillaba como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. En seguida vieron a Moisés y Elías hablando con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo: "Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres levantaré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Estaba Pedro todavía hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz que salía de la nube, dijo: "¡Este es mi Hijo, el Amado; éste es mi Elegido, escúchenlo!".


Reflexión 

    Este episodio de la vida de Jesús tuvo lugar, según lo señalan los evangelios, unos días antes de su juicio y condena en la ciudad santa de Jerusalén, y fue para los tres discípulos que estaban con él, una verdadera visión de su gloria, destinada a darles paz en los momentos de dolor que estaban próximos a ocurrir.

    De manera semejante a lo que sucedió cuando fue bautizado por Juan en el río Jordán, Dios Padre se hizo presente y dejó escuchar su voz reconociendo a Jesús como su Hijo muy querido, pero esta vez señaló además a quienes estaban presentes, la necesidad de que escucharan su voz y su mensaje.

    Escuchar a Jesús es, sin duda, escuchar a Dios; oír su Palabra de verdad y de vida; permitir que su amor nos transforme, nos transfigure, haga de cada uno de nosotros un verdadero hijo o hija de Dios.

Intención

    Mientras rezamos las diez Avemarías de este Misterio del Rosario, pidamos a Jesús, por intercesión de María, que la Iglesia, a la que pertenecemos por nuestro Bautismo, sea en el mundo, signo claro de su presencia, y que cada uno de los cristianos católicos, sepamos dar testimonio de su bondad y de su amor, en el lugar en el que nos ha tocado vivir, con nuestras acciones y palabras.

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