sábado, 24 de agosto de 2019

SANTORAL - SAN LUIS IX DE FRANCIA REY

25 de Agosto


    San Luis IX, rey de Francia, que, tanto en tiempo de paz como durante las guerras interpuestas en defensa del cristianismo, se distinguió excepcionalmente por su activa fe y por la justicia en el gobierno, el amor a los pobres y la constancia en las adversidades. Tuvo once hijos en su matrimonio, a los que educó de una manera inmejorable y piadosa, y gastó sus bienes y fuerzas, y su vida misma, en la adoración de la cruz, la corona de espinas y el sepulcro del Señor, hasta que, mientras estaba acampado cerca de Túnez, en la costa de África del Norte, murió contagiado de peste.

    Era hijo de Luis VIII de Francia. Cuando tenía ocho años, murió su abuelo Felipe Augusto y su padre ascendió al trono. Luis IX nació en Poissy, el 25 de abril de 1214. Blanca, su madre, era hija de Alfonso de Castilla y de Eleonor de Inglaterra. Al ejemplo de las virtudes de su santa madre debió Luis su magnífica educación. Blanca solía repetirle con frecuencia cuando era niño: «Te quiero como la madre más amante puede querer a su hijo; pero preferiría verte caer muerto a mis pies antes que saber que has cometido un solo pecado mortal». Luis no olvidó nunca esa lección. Su biógrafo y amigo, el señor de Joinville, cronista de las cruzadas, refiere que el rey le preguntó una vez: «¿Qué cosa es Dios?» Joinville replicó: «Una cosa tan buena que nada puede ser mejor que Él». «Bien dicho -respondió Luis-, pero decidme: ¿Preferiríais contraer la lepra antes que cometer un pecado mortal?» «Y yo, que nunca he dicho una mentira -prosigue Joinville- repliqué: 'Preferiría cometer treinta pecados mortales antes que contraer la lepra'». Más tarde, San Luis le llamó aparte y le explicó que su respuesta había sido honrada, pero equivocada.

    Pocos hombres han amado a la Iglesia tanto como san Luis y han mostrado tanta reverencia por sus ministros; pero eso no cegaba al joven rey, quien se oponía a las injusticias de los obispos y nunca escuchaba sus quejas antes de haber oído a la parte contraria. Luis gustaba de conversar con los sacerdotes y los religiosos y con frecuencia los invitaba a palacio (como por ejemplo, a santo Tomás de Aquino) . Pero sabía también mostrarse alegre a su tiempo: cierta vez en que un fraile empezó a tratar en la mesa un tema demasiado serio, el rey desvió la conversación y advirtió: «Todas las cosas tienen su tiempo». Cuando creaba nuevos caballeros, celebraba fiestas magníficas; pero logró extirpar de la corte todas las diversiones inmorales. No toleraba ni la obscenidad, ni la mundanidad exagerada. Joinville dice: «Yo viví más de veintidós años en compañía del rey y jamás le oí jurar por Dios, por la Virgen o por los santos. Ni siquiera le oí jamás pronunciar el nombre del diablo, excepto cuando leía en voz alta o cuando discutía lo que acababa de leer sobre él». Un fraile de Santo Domingo afirmó también que nunca le había oído hablar mal de nadie. Luis se negó a condenar a muerte al hijo de Hugo de la Marche, que se había levantado en armas junto con su padre, diciendo: «Un hijo no puede dejar de obedecer a su padre».

    A los diecinueve años, san Luis contrajo matrimonio con Margarita, la hija mayor de Raimundo Berenger, conde de Provenza. La segunda hija del conde se casó con Enrique III de Inglaterra; la tercera, Sancha, con Ricardo de Cornwall, y la más joven, Beatriz, con Carlos, el hermano de san Luis. Dios bendijo el matrimonio del rey, que fue muy feliz, con cinco hijos y seis hijas. Sus descendientes ocuparon el trono de Francia hasta el 21 de enero de 1793, día en que el P. Edgeworth dijo a Luis XVI, unos momentos antes de que la guillotina le decapitase: «Hijo de san Luis, vuela al cielo» (aunque la frase es tradicional, se dice que el P. Edgeworth manifestó a Lord Holland que no había pronunciado esas palabras). En 1235, Luis IX tomó el gobierno de su reino, pero no perdió el gran respeto que tenía a su madre y se aconsejaba siempre con ella, a pesar de que Blanca estaba un tanto celosa de su nuera. La primera de las numerosas abadías que fundó san Luis, fue la de Royaumont. En 1239, Balduino II, el emperador latino de Constantinopla, regaló a san Luis la «Corona de Espinas» para agradecerle la generosidad con que había ayudado a los cristianos de Palestina y de otros países de Oriente. La corona se hallaba entonces en manos de los venecianos, como depósito por una suma que éstos habían prestado a Balduino, de suerte que san Luis tuvo que pagar la deuda. El rey envió a dos frailes de Santo Domingo a traer la reliquia y salió con toda su corte a recibirla, más allá de Sens. Para depositar la corona, mandó derribar su capilla de San Nicolás y construyó la «Sainte Chapelle». El santo llevó a París a los cartujos y les regaló el palacio de Vauvert. También ayudó a su madre a fundar el convento de Maubuisson.

    San Luis se embarcó con su ejército en Aigues-Mortes, el l de julio de 1270. La armada se dirigió a Cagliari, en la Cerdeña, y ahí se resolvió proseguir rumbo a Túnez. El rey y su hijo mayor enfermaron de tifus al llegar a este puerto. Al sentir que se acercaba su fin, el santo monarca dio sus últimas instrucciones a sus hijos y a su hija, la reina de Navarra, y se preparó para la muerte. El domingo 24 de agosto, recibió los últimos sacramentos. En seguida mandó llamar a los embajadores griegos y los exhortó ardientemente a la unión con la Iglesia romana. Al día siguiente, perdió el habla durante tres horas y, al recuperarla, levantó los ojos al cielo y dijo en voz alta las palabras del salmista: «Señor, iré a tu casa a adorarte en tu templo santo y a glorificar tu nombre». A las tres de la tarde, exclamó: «En tus manos encomiendo mi espíritu» y murió. Sus huesos y su corazón fueron trasladados a Francia y depositados en la iglesia abacial de Saint-Denis, donde estuvieron hasta que fueron profanados durante la Revolución Francesa. San Luis fue canonizado por el papa Bonifacio VIII en 1297.

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