miércoles, 17 de julio de 2019

EL CANON DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

NUEVO TESTAMENTO


Contexto histórico 

    La obra de Marcos nos sitúa en la segunda generación cristiana. El Evangelio ya ha traspasado las fronteras religiosas del mundo judío y se ha abierto también a los paganos, llegando incluso a la misma ciudad de Roma, centro geográfico económico y político del poder imperial romano. Allí el cristianismo muy pronto es catalogado como movimiento sospechoso y es duramente perseguido y castigado. Es en este contexto en el que probablemente Marcos escribe su evangelio: «la Buena Noticia de Jesucristo. Hijo de Dios» (1,1).

Destinatarios 

    Una tradición muy antigua los identifica con la comunidad perseguida de Roma en tiempos de Nerón (año 64). Se trataría de una comunidad mayoritariamente de origen pagano, pobre y en crisis, que estaría llamada a dar razón de su fe e identidad tal como la dio su Maestro y Señor en la cruz.

Autor, fecha y lugar de composición 

    Desde siempre se le ha llamado «según san Marcos», atribuyendo la autoría a un discípulo de Pedro: el mismo Juan Marcos que se nombra en el libro de los Hechos (Hch 12,12.25; 13,13; 15,37.39) y que envía saludos en Col 4,10; Flm 24 y 1 Pe 5,13. Aunque tal atribución no es absolutamente cierta, tampoco hay razones suficientes ni convincentes para negarla. 
    En cuanto a la fecha de su composición, según la tradición, Marcos escribió su evangelio después de la muerte de Pedro (año 64); y según las pistas que nos ofrece su evangelio, antes de la destrucción de Jerusalén en la rebelión de los judíos contra Roma (año 70); por eso, muchos biblistas sugieren como fechas probables los años entre el 65 y 70. 
    En cuanto al lugar de composición, Roma es la hipótesis más aceptada, no sólo porque así lo avala la tradición, sino también por ciertas referencias que el mismo evangelio presenta, como la explicación de palabras arameas, las alusiones al sufrimiento y a la persecución, y la relativa frecuencia de palabras y locuciones latinizadas.
    

Un evangelio por mucho tiempo desconocido… y hoy de sorprendente actualidad 

    Hasta finales del s. XIX apenas se prestó atención al evangelio de Marcos. La tradición de la Iglesia lo había relegado a un segundo plano en comparación con los demás sinópticos, ya sea por su estilo parco: pobre de vocabulario, monótono y repetitivo; o porque apenas ofrecía nada nuevo que no se encontrase mejor elaborado en Mateo o Lucas. O quizás, porque la misma Iglesia aún no estaba preparada para captar en toda su grandeza descarnada su mensaje inconformista. 
    Todo comenzó a cambiar cuando a finales del s. XIX, y sobre todo durante el s. XX, la crítica histórica lo descubrió como el primer evangelio escrito del Nuevo Testamento y que sirvió incluso de inspiración para la redacción de los evangelios de Mateo y de Lucas. El interés ha ido en aumento hasta nuestros días, al irse desvelando poco a poco lo que pretendía: confrontar a sus oyentes y lectores con el sorprendente misterio de la identidad de Jesús de Nazaret, misterio que sigue fascinando al hombre y a la mujer de hoy, tanto como hace 2.000 años.
    

¿Quién es Jesús de Nazaret para Marcos? 

    El tema de su evangelio es la persona de Jesús y la reacción de la gente a su paso. Marcos escribe su evangelio a la luz de la resurrección, pero no abusa de ella; al contrario, se empeña en presentar a Jesús crucificado más que resucitado, y a la gente (discípulos incluidos) cegada y deslumbrada más que iluminada. 
    Ya al principio de su obra, a modo de introducción, declara que Jesús es ante todo «Hijo de Dios» y que el relato de su vida es una «Buena Noticia» (1,1). Complementa esto con: la declaración solemne que hace el Padre sobre su identidad (1,11) y la presencia del Espíritu que le empuja al desierto para luchar con Satanás (1,12), y cuya victoria se manifiesta en la convivencia con las fieras y en el servicio de los ángeles (1,13). 
    Es entonces cuando presenta a Jesús anunciando la inminente llegada del reino de Dios (1,15). Pero este anuncio provoca una confrontación dramática. A Jesús no lo comprende su familia (3,21) ni sus paisanos (6,16), tampoco sus discípulos (4,41; 6,51s). Los fariseos (poder religioso) y los partidarios de Herodes (poder político) deciden eliminarlo (3,6). Con todo, algunos paganos reconocen su poder (5,18-20; 7,24-30). Los discípulos están ciegos, no comprenden el anuncio de su pasión; pero Jesús,
que puede sanar a los ciegos (8,22-26), también puede sanar a sus discípulos. No sería una aberración decir que en este evangelio Jesús no facilita la comprensión de su persona. Manifiesta su poder milagroso, pero a la vez impone silencio; se aleja de los suyos, pero siempre está pendiente de ellos; revela su gloria en la transfiguración, pero impone reserva hasta su resurrección. Marcos evoca una figura desconcertante ante un auditorio desconcertado.

¿Quién es el seguidor de Jesús para Marcos? 

    Paralelamente al desconcertante misterio de la identidad de Jesús, Marcos desarrolla en su evangelio la no menos desconcertante condición del discípulo; parece como si el primer plano de su narración lo ocupara dicha relación, que se desarrolla como una catequesis progresiva. Siempre están juntos, pues para eso los eligió: «para que convivieran con él» (3,14). Todo lo hace en presencia de ellos. Estos discípulos, desde la perspectiva del evangelista, simbolizan a los destinatarios, de aquel entonces y de ahora, a quienes dirige su evangelio. Es esta relación la que estructura el plan de su obra. 
    En la primera parte (1,1–8,30), Jesús va implacablemente desmantelando todas las ideas preconcebidas que tenían de Dios y del Mesías prometido. El trabajo es arduo. No entienden sus parábolas (4,13); tienen miedo ante su poder (4,41); tampoco entienden sus milagros (6,52; 7,37). Parece como si todas sus instrucciones cayeran en saco roto (8,17-21). 
    La sanación del ciego de Betsaida (8,22-26) da comienzo a la sanación de la ceguera de sus propios discípulos, dramatizada en la confesión de Pedro (8,27-30). Ambas escenas ocupan el quicio del evangelio. A partir de entonces, la catequesis de Jesús se centra en la condición sufriente del Mesías, una cruz que debe cargar el discípulo que quiera seguirle (8,34). Les anuncia tres veces su próxima pasión, muerte y resurrección. Ellos siguen sin comprender, pero el camino está ya despejado para que sea su misma muerte silenciosa en la cruz la que desvele definitivamente el misterio de su identidad. 
    Así llega Marcos al punto culminante de su relato, en la confesión de un centurión: «realmente este hombre era hijo de Dios» (15,39). Esta confesión es como la respuesta a la voz del Padre al principio de su evangelio: «Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» (1,11). El centurión representa a Roma, el poder pagano de aquel entonces, que por la cruz llegará a la fe. Pero también representa a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos a quienes el Mesías, Jesucristo, sale a su encuentro y les invita a descubrirlo y a reconocerlo como Hijo de Dios y Salvador del mundo en situaciones de cruz, de muerte y de desesperanza. Para ellos y ellas escribió Marcos su evangelio.

Sinopsis 

    Inicia el evangelio con una pequeña introducción que prepara a Jesús para su ministerio (1,1-13). Sigue a esta introducción la actividad que realiza en Galilea (1,14–7,23). Tras un intermedio en Fenicia y Cesarea (7,24–8,26), sucede el cambio decisivo, con la confesión de Pedro, la transfiguración, el anuncio de la pasión, y el camino hacia Jerusalén (8,27–10,52). En Jerusalén, Jesús es presentado como profeta y Mesías (11–13), cuyos contenidos y características se desarrollan en el relato de la pasión y resurrección (14,1–16,8). Hasta aquí la obra de Marcos. Posteriormente, alguien le añadió un apéndice (16,9-20) para paliar un poco su final desconcertante.

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