«Te seguiré, pero...»
«Mientras iban de camino, le dijo uno: Te seguiré a donde vayas.... A otro le dijo: Sígueme. El respondió: Déjame primero ir a enterrar a mi padre.» (Lc 9, 51-62).
San Pablo nos exhorta a no recibir la gracia de Dios en vano; y la recibimos en vano cuando la recibimos a la puerta del corazón; pero sin el consentimiento del corazón, porque así la recibimos sin recibirla, es decir, sin fruto; ya que no basta sentir la inspiración, hay que consentir en ella...
A veces, la inspiración nos pide hacer mucho y no consentimos en toda esa inspiración, sino sólo en una parte de ella, como hicieron esos personajes del evangelio que, bajo la inspiración del Señor, le siguieron, pero con reservas; el uno por ir a enterrar a su padre, el otro por ir a despedirse de los suyos.
¿Cuál es la razón de que no estemos más avanzados en el amor de Dios? ¿Es que Dios no nos ha dado su gracia? Es que no hemos correspondido como debíamos a sus inspiraciones. Y ¿esto, por qué? Porque, al ser libres, hemos abusado de nuestra libertad.
Es algo admirable y muy verdadero: cuando nuestra voluntad sigue el atractivo y consiente al movimiento divino, lo sigue tan libremente como libremente resiste también, cuando resiste.
El consentimiento a la gracia depende mucho más de la gracia que de nuestra propia voluntad solamente; pero la resistencia a la gracia depende únicamente de la sola voluntad.
Así de amorosa es la mano de Dios al manejar nuestro corazón; y así de diestra para comunicarnos su fuerza sin quitarnos nuestra libertad.
Y para darnos el movimiento de su poder sin impedir el de nuestro querer, ajusta su poder a su suavidad de tal modo que, respecto al bien, su potencia nos da suavemente el poder y su suavidad mantiene poderosamente la libertad de nuestro querer.
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