TIEMPO DE CUARESMA
JUEVES DE LA SEMANA IV
Propio del Tiempo. Salterio IV
4 de abril
OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Himno: SI ME DESECHAS TÚ, PADRE AMOROSO
Si me desechas tú, Padre amoroso,
¿a quién acudiré que me reciba?
Tú al pecador dijiste generoso
que no quieres su muerte, ¡oh Dios piadoso!,
sino que llore y se convierta y viva.
Cumple en mí la palabra que me has dado
y escucha el ansia de mi afán profundo,
no te acuerdes, Señor, de mi pecado;
piensa tan sólo que en la cruz clavado
eres, Dios mío, el Redentor del mundo. Amén.
SALMODIA
Ant 1. No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro.
Salmo 43 I ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS QUE SUFRE ENTREGADO A SUS ENEMIGOS
¡Oh Dios!, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.
Tú mismo, con tu mano, desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.
Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.
Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.
Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.
Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro.
Ant 2. No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él.
Salmo 43 II
Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.
Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.
Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.
Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él.
Ant 3. Levántate, Señor, no nos rechaces más.
Salmo 43 III
Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.
Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.
Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?
Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Levántate, Señor, no nos rechaces más.
V. El que medita la ley del Señor.
R. Da fruto a su tiempo.
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 9, 11-28
CRISTO, SUMO SACERDOTE, ENTRÓ DE UNA VEZ PARA SIEMPRE EN EL SANTUARIO CON SU PROPIA SANGRE
Hermanos: Cristo se presentó como sumo sacerdote de los bienes futuros y entró de una vez para siempre en el santuario. Entró a través de una Tienda de Reunión más sublime y perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no perteneciente a este mundo. Y entró no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, obteniendo para nosotros una redención eterna.
Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros y la ceniza de la ternera esparcida sobre los que se han contaminado los santifica en orden a la pureza legal externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por medio del Espíritu eterno se ofreció inmaculado a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras muertas, para dar culto al Dios vivo!
Para eso precisamente es el mediador de una nueva alianza, para que mediante su muerte, ofrecida para redimir las transgresiones cometidas bajo la primera alianza, reciban los que han sido convocados la herencia eterna prometida. Pues, cuando se trata de un testamento, es preciso hacer constar la muerte del testador, ya que la disposición testamentaria sólo adquiere valor en caso de muerte del testador y nunca es eficaz mientras vive. Por eso ni la primera alianza fue inaugurada sin sangre.
En efecto, Moisés, después de haber leído a todo el pueblo todos los preceptos según estaban en la ley, tomó la sangre de los novillos y machos cabríos, agua, lana escarlata e hisopo, y roció el libro mismo y a todo el pueblo, diciendo: «Ésta es la sangre de la alianza que Dios ha establecido para vosotros.» Y, de la misma manera, roció con sangre la Tienda y todos los utensilios del culto, pues, según la ley, casi todos los objetos han de ser purificados con sangre, y sin efusión de sangre no hay remisión.
Era pues necesario, por una parte, que las figuras y sombras de las realidades celestiales fuesen consagradas de este modo; y, por otra parte, que el santuario mismo del cielo lo fuese también, pero con sacrificios más excelentes que aquéllos. Pues no entró Cristo en un santuario levantado por mano de hombre, figura del verdadero santuario, sino en el mismo cielo, para comparecer ahora ante la faz de Dios en favor nuestro. Y no necesita ofrecerse muchas veces, como hace el sumo sacerdote, que cada año entra en el santuario con sangre que no es suya (pues en tal caso debería haber padecido muchas veces desde el principio del mundo), sino que ahora, en la plenitud de los tiempos, se ha manifestado de una vez para siempre, para destruir el pecado mediante su propio sacrificio. Y así como Dios ha establecido que los hombres mueran una sola vez y que después de esto venga el juicio, así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de las multitudes, aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, para dar la salvación a los que lo esperan.
RESPONSORIO Hb 9, 28; Is 53, 11
R. Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados, * aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, para dar la salvación a los que lo esperan.
V. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó sobre sí los crímenes de ellos.
R. Aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, para dar la salvación a los que lo esperan.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san León Magno, papa
(Sermón 15 Sobre la pasión del Señor, 3-4: PL 54, 366-367)
MEDITACIÓN SOBRE LA PASIÓN DEL SEÑOR
El que quiera venerar de verdad la pasión del Señor debe contemplar de tal manera, con los ojos de su corazón, a Jesús crucificado, que reconozca su propia carne en la carne de Jesús.
Que tiemble la tierra por el suplicio de su Redentor, que se hiendan las rocas que son los corazones de los infieles y que salgan fuera, venciendo la mole que los abruma, los que se hallaban bajo el peso mortal del sepulcro. Que se aparezcan ahora también en la ciudad santa, es decir, en la Iglesia de Dios, como anuncio de la resurrección futura, y que lo que ha de tener lugar en los cuerpos se realice ya en los corazones.
No hay enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no ayude la oración de Cristo. Pues si ésta fue de provecho para los que tanto se ensañaban con él, ¿cuánto más no lo será para los que se convierten a él?
La ignorancia ha sido eliminada, la dificultad atemperada, y la sangre sagrada de Cristo ha apagado aquella espada de fuego que guardaba las fronteras de la vida. La oscuridad de la antigua noche ha cedido el lugar a la luz verdadera.
El pueblo cristiano es invitado a gozar de las riquezas del paraíso, y a todos los regenerados les ha quedado abierto el regreso a la patria perdida, a no ser que ellos mismos se cierren aquel camino que pudo ser abierto por la fe de un ladrón.
Procuremos ahora que la ansiedad y la soberbia de las cosas de esta vida presente no nos sean obstáculo para conformarnos de todo corazón a nuestro Redentor, siguiendo sus ejemplos. Nada hizo él ni padeció que no fuera por nuestra salvación, para que todo lo que de bueno hay en la cabeza lo posea también el cuerpo.
En primer lugar, aquella asunción de nuestra substancia en la Divinidad, por la cual la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros, ¿a quién dejó excluido de su misericordia sino al que se resista a creer? ¿Y quién hay que no tenga una naturaleza común con la de Cristo, con tal de que reciba al que asumió la suya? ¿Y quién hay que no sea regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue engendrado? Finalmente, ¿quién no reconoce en él su propia debilidad? ¿Quién no se da cuenta de que el hecho de tomar alimento, de entregarse al descanso del sueño, de haber experimentado la angustia y la tristeza, de haber derramado lágrimas de piedad es todo ello consecuencia de haber tomado la condición de siervo?
Es que esta condición tenía que ser curada de sus antiguas heridas, purificada de la inmundicia del pecado; por eso el Hijo único de Dios se hizo también hijo del hombre, de modo que poseyó la condición humana en toda su realidad y la condición divina en toda su plenitud.
Es, por tanto, algo nuestro aquel que yació exánime en el sepulcro, que resucitó al tercer día y que subió a la derecha del Padre en lo más alto de los cielos; de manera que, si avanzamos por el camino de sus mandamientos, si no nos avergonzamos de confesar todo lo que hizo por nuestra salvación en la humildad de su cuerpo, también nosotros tendremos parte en su gloria, ya que no puede dejar de cumplirse lo que prometió: A todo aquel que me reconozca ante los hombres lo reconoceré yo también ante mi Padre que está en los cielos.
RESPONSORIO 1Co 1, 18. 23
R. El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición; * pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios.
V. Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles.
R. Pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios.
ORACIÓN.
OREMOS,
Padre lleno de amor, concédenos que, purificados por la penitencia y santificados por la práctica de buenas obras, sepamos mantenernos siempre fieles a tus mandamientos y lleguemos libres de culpa a las fiestas de la Pascua. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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