miércoles, 9 de marzo de 2016

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO

TIEMPO DE CUARESMA
MIÉRCOLES DE LA SEMANA IV
9 de marzo






San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Tratado sobre el evangelio de san Juan, 49, 1-3 ; CCL 36, 419-421




«Jesús gritó con voz fuerte: 
¡Lázaro, ven afuera!»

    Entre todos los milagros que hizo nuestro Señor Jesucristo, se predica principalmente la resurrección de Lázaro. Pero, si observamos quién lo realizó, debemos deleitarnos más que asombrarnos. Resucitó a un hombre el que hizo al hombre, pues ese mismo es el Único del Padre, mediante el cual, como sabéis, se hizo todo (Cfr Jn 1,3). Si, pues, mediante él se hizo todo, ¿qué tiene de particular si mediante él ha resucitado uno solo, cuando tantos nacen mediante él cotidianamente? (…)

    Has oído, en efecto, que el Señor Jesús resucitó a un muerto; te basta para saber que, si quisiera, resucitaría a todos los muertos, mas se reservó ciertamente esto para el final del mundo porque, como asevera ese mismo acerca del que habéis oído que con un gran milagro resucitó del sepulcro al muerto cuatriduano, “vendrá una hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán”. Resucitó a un hediondo, pero en todo caso estaba aún en el cadáver hediondo la forma de los miembros; aquél, a una única voz, en el último día va a restituir las cenizas a su primitivo estado de carne. Pero era preciso que de momento hiciera algunas cosas para que, dados cual indicios de su energía, creamos en él y nos preparemos a la resurrección que acontecerá para vida, no para castigo, puesto que asevera así: “Vendrá una hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz y quienes obraron bien saldrán para resurrección de vida; quienes obraron mal, para resurrección de juicio”. (…)

    Si observamos obras de Cristo más asombrosas, resucita todo el que cree; si observamos todas las clases de muertes y entendemos las más detestables, muere todo el que peca. Pero todo hombre teme la muerte de la carne; la muerte del alma, pocos. ¡Oh, si pudiéramos estimular a los hombres y con ellos estimularnos en idéntico grado a ser tan amadores de la vida permanente, como los hombres son amadores de la vida huidiza!




    "He aquí, pues, cuáles son los ejercicios y las actividades que deben servir como medios para curar nuestras potencias y devolverles su pureza perdida y su primitiva integridad: son los ayunos, los trabajos, las vigilias, la soledad, la huida del mundo, el dominio de los sentidos, la lectura de las Escrituras y de los Santos Padres, la participación en los servicios de la Iglesia, la confesión y la comunión frecuentes"        Teófano El Recluso sobre la práctica de la oración

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