TIEMPO ORDINARIO
DOMINGO DE LA SEMANA XXII
De la Feria. Salterio II
1 de septiembre
OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Pueblo del Señor, rebaño que él guía, bendice a tu Dios. Aleluya.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: QUE DOBLEN LAS CAMPANAS JUBILOSAS
Que doblen las campanas jubilosas,
y proclamen el triunfo del amor,
y llenen nuestras almas de aleluyas,
de gozo y esperanza en el Señor.
Los sellos de la muerte han sido rotos,
la vida para siempre es libertad,
ni la muerte ni el mal son para el hombre
su destino, su última verdad.
Derrotados la muerte y el pecado,
es de Dios toda historia y su final;
esperad con confianza su venida:
no temáis, con vosotros él está.
Volverán encrespadas tempestades
para hundir vuestra fe y vuestra verdad,
es más fuerte que el mal y que su embate
el poder del Señor, que os salvará.
Aleluyas cantemos a Dios Padre,
aleluyas al Hijo salvador,
su Espíritu corone la alegría
que su amor derramó en el corazón. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.
Salmo 103 I - HIMNO AL DIOS CREADOR
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.
Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;
pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste una frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.
De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.
Ant 2. El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.
Salmo 103 II
Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.
Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.
Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.
Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.
Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.
Ant 3. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.
Salmo 103 III
¡Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría!;
la tierra está llena de tus creaturas.
Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.
Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;
escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.
Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.
Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.
V. Dichosos vuestros ojos porque ven.
R. Y vuestros oídos porque oyen.
PRIMERA LECTURA
Del segundo libro de los Reyes 14, 1-27
REINADO DE AMASÍAS EN JUDÁ Y DE JEROBOAM II EN ISRAEL
Amasías, hijo de Joás, subió al trono de Judá el año segundo del reinado de Joás de Israel, hijo de Joacaz. Cuando subió al trono, tenía veinticinco años, y reinó en Jerusalén veintinueve años. Su madre se llamaba Yehoadayán, natural de Jerusalén. Hizo lo que el Señor aprueba, aunque no como su antepasado David; se portó como su padre, Joás, pero no desaparecieron las ermitas de los altozanos: allí seguía la gente sacrificando y quemando incienso. Cuando se afianzó en el poder, mató a los ministros que habían asesinado a su padre. Pero, siguiendo lo que dice el libro de la ley de Moisés, promulgada por el Señor: «No serán ejecutados los padres por las culpas de los hijos ni los hijos por las culpas de los padres; cada uno morirá por su propio pecado», no mató a los hijos de los asesinos.
Amasías derrotó en Vallelasal a los idumeos, en número de diez mil, y tomó al asalto la ciudad de Petra, llamándola Yoctael, nombre que conserva hasta hoy. Entonces, mandó una embajada a Joás, hijo de Joacaz, hijo de Jehú, rey de Israel, con este mensaje:
«¡Sal, que nos veamos las caras!»
Pero Joás de Israel le envió esta respuesta:
«El cardo del Líbano mandó a decir al cedro del Líbano: "Dame a tu hija por esposa de mi hijo". Pero pasaron las fieras del Líbano y pisotearon el cardo. Tú has derrotado a Edom y te has engreído. ¡Disfruta de tu gloria quedándote en tu casa! ¿Por qué quieres meterte en una guerra catastrófica, provocando tu caída y la de Judá?»
Pero Amasías no hizo caso. Entonces, Joás de Israel subió a vérselas con Amasías de Judá en Casalsol de Judá. Israel derrotó a los judíos, que huyeron a la desbandada. En Casalsol, apresó Joás de Israel a Amasías de Judá, hijo de Joacaz, hijo de Ocozías, y se lo llevó a Jerusalén. En la muralla de Jerusalén abrió una brecha de doscientos metros, desde la puerta de Efraím hasta la puerta del Ángulo; se apoderó del oro, la plata, los utensilios que había en el templo y en el tesoro de palacio, tomó rehenes y se volvió a Samaría.
Para más datos sobre Joás y sus hazañas militares en la guerra contra Amasías de Judá, véanse los Anales del reino de Israel. Joás murió, y lo enterraron en Samaria, con los reyes de Israel. Su hijo Jeroboam le sucedió en el trono.
Amasías de Judá, hijo de Joás, sobrevivió quince años a Joás de Israel, hijo de Joacaz. Para más datos sobre Amasías, véanse los Anales del reino de Judá.
En Jerusalén, le tramaron una conspiración; huyó a Laquis, pero lo persiguieron hasta Laquis y allí lo mataron. Lo cargaron sobre unos caballos y lo enterraron en Jerusalén, con sus antepasados, en la Ciudad de David. Entonces, Judá en pleno tomó a Azarías, de dieciséis años, y lo nombraron rey, sucesor de su padre, Amasías. Después que murió el rey, reconstruyó Eilat, devolviéndola a Judá.
Jeroboam, hijo de Joás, subió al trono en Samaria el año quince del reinado de Amasías de Judá, hijo de Joás. Reinó cuarenta y un años. Hizo lo que el Señor reprueba, repitiendo los pecados que Jeroboam, hijo de Nabat, hizo cometer a Israel. Restableció la frontera de Israel desde el Paso de Jamat hasta el Mar Muerto, como el Señor, Dios de Israel, había dicho por su siervo el profeta Jonás, hijo de Amitay, natural de Gatjéfer; porque el Señor se fijó en la terrible desgracia de Israel: no había esclavo, ni libre, ni quien ayudase a Israel. El Señor no había decidido borrar el nombre de Israel bajo el cielo, y lo salvó por medio de Jeroboam, hijo de Joás.
RESPONSORIO 2Cro 25, 8; Sal 59, 14
R. Si te apoyas en los efraimitas, Dios te derrotará frente a tus enemigos. * Porque Dios puede dar la victoria y la derrota.
V. Con Dios haremos proezas, él pisoteará a nuestros enemigos.
R. Porque Dios puede dar la victoria y la derrota.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 23 A, 1-4: CCL 41, 321-323)
EL SEÑOR SE HA COMPADECIDO DE NOSOTROS
Dichosos nosotros si llevamos a la práctica lo que escuchamos y cantamos. Porque cuando escuchamos es como si sembráramos una semilla, y cuando ponemos en práctica lo que hemos oído es como si esta semilla fructificara. Empiezo diciendo esto porque quisiera exhortaros a que no vengáis nunca a la iglesia de manera infructuosa, limitándoos sólo a escuchar lo que allí se dice, pero sin llevarlo a la práctica. Porque, como dice el Apóstol, estáis salvados por su gracia, pues no se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. No ha precedido, en efecto, de parte nuestra una vida santa, cuyas acciones Dios haya podido admirar, diciendo por ello: «Vayamos al encuentro y premiemos a estos hombres, porque la santidad de su vida lo merece.» A Dios le desagradaba nuestra vida, le desagradaban nuestras obras; le agradaba, en cambio, lo que él había realizado en nosotros. Por ello, en nosotros, condenó lo que nosotros habíamos realizado y salvó lo que él había obrado.
Nosotros, por tanto, no éramos buenos. Y, con todo, él se compadeció de nosotros y nos envió a su Hijo a fin de que muriera, no por los buenos, sino por los malos; no por los justos, sino por los impíos. Dice, en efecto, la Escritura: Cristo murió por los pecadores. Y ¿qué se dice a continuación? Apenas habrá quien dé su vida por un justo; quizás por un bienhechor se exponga alguno a perder la vida. Es posible, en efecto, encontrar quizás alguno que se atreva a morir por un bienhechor; pero por un inicuo, por un malhechor, por un pecador, ¿quién querrá entregar su vida, a no ser Cristo, que fue justo hasta tal punto que justificó incluso a los que eran injustos?
Ninguna obra buena habíamos realizado, hermanos míos; todas nuestras acciones eran malas. Pero, a pesar de ser malas las obras de los hombres, la misericordia de Dios no abandonó a los humanos. Y Dios envió a su Hijo para que nos rescatara, no con oro o plata, sino a precio de su sangre, la sangre de aquel Cordero sin mancha, llevado al matadero por el bien de los corderos manchados, si es que debe decirse simplemente manchados y no totalmente corrompidos. Tal ha sido, pues, la gracia que hemos recibido. Vivamos, por tanto, dignamente, ayudados por la gracia que hemos recibido y no hagamos injuria a la grandeza del don que nos ha sido dado. Un médico extraordinario ha venido hasta nosotros y todos nuestros pecados han sido perdonados. Si volvemos a enfermar no sólo nos dañaremos a nosotros mismos, sino que seremos además ingratos para con nuestro médico.
Sigamos, pues, las sendas que él nos indica e imitemos, en particular, su humildad, aquella humildad por la que él se rebajó a sí mismo en provecho nuestro. Esta senda de humildad nos la ha enseñado él con sus palabras y, para darnos ejemplo, él mismo anduvo por ella, muriendo por nosotros. Para poder morir por nosotros, siendo como era inmortal, la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros. Así el que era inmortal se revistió de mortalidad para poder morir por nosotros y destruir nuestra muerte con su muerte.
Esto fue lo que hizo el Señor, éste el don que nos otorgó. Siendo grande, se humilló; humillado, quiso morir; habiendo muerto, resucitó y fue exaltado para que nosotros no quedáramos abandonados en el abismo, sino que fuéramos exaltados con él en la resurrección de los muertos los que ya desde ahora hemos resucitado por la fe y por la confesión de su nombre. Nos dio y nos indicó, pues, la senda de la humildad. Si la seguimos confesaremos al Señor y con toda razón le daremos gracias, diciendo: Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, invocando tu nombre.
RESPONSORIO Sal 85, 12-13; 117, 28
R. Te alabaré de todo corazón, Dios mío, daré gloria a tu nombre por siempre; * por tu grande piedad para conmigo.
V. Tú eres mi Dios, yo te doy gracias; Dios mío, a ti dirijo mi alabanza.
R. Por tu grande piedad para conmigo.
Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.
La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
OREMOS,
Oh Dios todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, aumentes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.