lunes, 23 de octubre de 2023
EVANGELIO DEL DÍA - 24 DE OCTUBRE - San Lucas 12,35-38.
Hermanos: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.
Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos.
En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia.
Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida.
Y de la misma manera que por la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos.
Es verdad que la Ley entró para que se multiplicaran las transgresiones, pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.
Porque así como el pecado reinó produciendo la muerte, también la gracia reinará por medio de la justicia para la Vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor.
Salmo 40(39),7-8a.8b-9.10.17.
Tú no quisiste víctima ni oblación;
pero me diste un oído atento;
no pediste holocaustos ni sacrificios,
entonces dije: "Aquí estoy.
En el libro de la Ley está escrito
lo que tengo que hacer:
yo amo, Dios mío, tu voluntad,
y tu ley está en mi corazón".
Proclamé gozosamente tu justicia
en la gran asamblea;
no, no mantuve cerrados mis labios,
Tú lo sabes, Señor.
Que se alegren y se regocijen en ti
todos los que te buscan,
y digan siempre los que desean tu victoria:
“¡Qué grande es el Señor!”.
Evangelio según San Lucas 12,35-38.
Jesús dijo a sus discípulos: "Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas.
Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo.
¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!"
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 24 de Octubre - «Mantened encendidas vuestras lámparas»

¿Qué hay que hacer para vencer la debilidad del alma? Hay dos medios para conseguirlo: La oración y el menosprecio de sí mismo. El Señor Jesús nos recomienda estar en vela. Es necesario vigilar si queremos mantener puro nuestro corazón, pero es necesario mantener la paz a fin de que nuestro corazón quede afectado. Porque puede estar afectado por cosas buenas o por cosas malas, ya sea desde el interior o desde el exterior. Es necesario, pues, estar alerta.
Ordinariamente la inspiración de Dios es una gracia discreta: no hay que rechazarla…; si nuestro corazón no está atento, la gracia se retira. La inspiración divina es muy precisa; de la misma manera que el escritor dirige su pluma, así la gracia de Dios dirige al alma. Procuremos pues, llegar a un mayor recogimiento interior.
El Señor quiere que tengamos el deseo de amarle. El alma que permanece vigilante se da cuenta cuando cae y que, por ella misma, no puede llegar a vencerse; por eso siente necesidad de la oración. La súplica está fundada en que, por nosotros mismos, no podemos nada, pero Dios lo puede todo. La oración es necesaria para obtener la luz y la fuerza.
SANTORAL - SAN ANTONIO MARÍA CLARET
Antonio nació en Sallent, un pequeño pueblo cerca de Barcelona, en 1807, en el seno de una numerosa familia. Fue educado de manera profundamente cristiana y se distinguió inmediatamente por su devoción a la Virgen y a la Eucaristía y, como sucede a menudo en las las familias numerosas, tuvo que ayudar a su sostenimiento: así que se dedicó a la actividad de tejedor junto con su padre. Sin embargo, Antonio ya sabía que su lugar estaba en otra parte.
En 1829 finalmente logró entrar en el seminario de Vich. Ordenado sacerdote en 1835, se fue a Roma: su ideal era partir para la misión. Al principio se dirigió a las oficinas de Propaganda Fide, el Departamento o Sección del Vaticano que se encargaba de las misiones, pero allí sólo consiguió hacer un curso de ejercicios espirituales con un jesuita que lo orientó hacia la Compañía de Jesús. Entró al noviciado jesuita, pero debido a una enfermedad, tuvo que volver a España, donde pasó siete años perfeccionandose en la predicación en toda Cataluña y las Islas Canarias, ganándose también una grande reputación de taumaturgo. Antonio tenía también un talento excepcional para el arte de la oratoria y era muy convincente por su testimonio coherente y por su límpida vida ascética: siempre caminaba a pie, como un peregrino, con una Biblia y un breviario en mano. En 1849 decidió fundar una nueva Congregación de misioneros, los Hijos del Inmaculado Corazón de María que consagró a la Virgen. Congregación muy perseguida durante la Guerra Civil Española, ya que de hecho, 271 de ellos murieron como mártires de la fe.
Su sueño de ir en misión finalmente pudo hacerse realidad: nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba - ciudad de la Nueva España que todavía estaba bajo la debilitada corona española - llegó allí en 1851, encontrando una diócesis muy desorganizada por la prolongada ausencia de un pastor: clero pobre y poco preparado, un seminario arruinado, iglesias descuidadas. Inmediatamente se puso manos a la obra: celebró un sínodo diocesano, estableció la obligación de los ejercicios espirituales para los sacerdotes, hizo retornar a los religiosos expulsados del país y, sobre todo, viajó por todo su territorio, visitando incluso los rincones más escondidos. También combatió la injusticia y la pobreza difusas, pero su caridad pastoral que ponía en evidencia los atropellos de los corruptos le atrajo no pocos enemigos: en Holguín fue herido en un atentado a su vida. Con la ayuda de la Venerable María Antonia Paris, en 1855, fundó en Cuba la rama femenina de la Congregación: las Religiosas de María Inmaculada, las Misioneras Claretianas.
En 1857 la Reina de España llamó Antonio para que regresase a Madrid pues lo quería como su confesor. En aquel entonces, se respiraba ya el clima del declino español, pues sus colonias se estaban independizando y el Segundo Imperio Francés estaba extendiendo su influencia en Africa y Europa. Como los obispos de las colonias todavía seguían dependiendo de la monarquía española, Antonio no pudo hacer otra cosa que obedecer a la Reina. Ligado fuertemente a la corona española, en 1868 Antonio tuvo que acompañar también luego a la Reina en su exilio a París, donde continuó su predicación. En Roma participó luego en el Concilio Vaticano I, y allí defendió la infalibilidad del Papa en materia de fe y costumbres. Finalmente también fue perseguido pero se refugió en el monasterio de Fontfroide, cerca de Narbona, donde murió en 1870. En el rito de la canonización celebrado por Pío XII el 8 de mayo de 1950, el Papa lo recordaba así: "Modesto en apariencia, pero capaz de imponer respeto a los grandes de la tierra; fuerte en carácter, sin embargo, dotado de la suave dulzura de quien ha probado la austeridad y la penitencia; siempre en la presencia de Dios, incluso en medio de una prodigiosa actividad exterior; calumniado y admirado, celebrado y perseguido. Y por encima de tantas maravillas, resalta como luz suave que todo ilumina, su grande devoción a la Madre de Dios".
SANTORAL - SAN LUIS GUANELLA
En la ciudad de Como, en Italia, san Luis Guanella, presbítero, que fundó la Congregación de los Siervos de la Caridad y también la de las Hijas de Santa María de la Providencia, para atender a las necesidades de los desamparados y afligidos, y procurarles la salvación eterna. Luis Guanella nació en Fraciscio, Sondrio, el 19 de diciembre de 1842, el noveno de trece hijos. Desde niño aprendió una fe viva y operante, un constante amor al trabajo y una gran caridad para con los pobres.
Pasada su niñez entre sus montes siempre nostálgicamente amados, fue alumno del Colegio Gallio de Como, frecuentó después, para los estudios eclesiásticos, los seminarios diocesanos, distinguiéndose por la angélica piedad, amabilidad de carácter y aprovechamiento en las disciplinas escolares. Ordenado sacerdote el 26 de mayo de 1868, estuvo encargado de cura de almas en Prosto y en Savogno, en Val Chiavena, donde construyó una escuela elemental, y enseñó en las escuelas, por cuanto tenía un diploma de maestro. Multiplicó las iniciativas benéficas a favor de los pobres y con entusiasmo organizó la acción Católica juvenil, fundada en 1867 por Juan Acquaderni y Mario Fani. En 1875 fue a Turín, a donde Juan Bosco, de quien aprendió el camino de la santidad y el método pedagógico. Se vinculó con los votos religiosos a la sociedad salesiana. Pero en 1878 fue llamado por su obispo a la diócesis, fue nuevamente párroco en Traona, Olmo y Pianello Lario, donde en 1885 sonó la hora de la misericordia con la primera fundación de las obras soñadas de tiempo atrás a favor de los pobres abandonados.
Este sacerdote valteliense, en la escuela de los santos de su tiempo: Juan Bosco, José Cafasso, José Benito Cottolengo, Leonardo Murialdo, Luis Orione, Madre Francisca Javier Cabrini, también él fue iniciador de numerosas obras de beneficencia, que florecerían rápidamente gracias a su espíritu de dedicación, y a su capacidad de comunicar entusiasmo y valor a sus colaboradores.
Devoto y admirador de San Francisco de Asís, ingresó en su Tercera Orden. De la vida del Pobrecillo asumió el espíritu de pobreza y de perfecta alegría, de gran confianza en Dios y de amor por los hermanos más pobres: los huérfanos, los deficientes, los ancianos y los enfermos. Para continuar la institución fundó dos congregaciones religiosas: los siervos de la Caridad (Guanelianos) y las Hijas de Santa María de la Providencia (Guanellianas). La obra se desarrolló admirablemente en Italia y en el exterior. La pía unión del tránsito de San José, iniciada por él en Roma, cuenta hoy con más de diez millones de miembros. En años de encendido anticlericalismo, fue mirado con sospecha por las autoridades laicas y fue blanco de injusticias y persecuciones, pero las superó con la fuerza de su fe y el fuego de la caridad. Fue a América siguiendo a los emigrantes, trabajó mucho por la asistencia religiosa a los mismos. Para instruir a la juventud abrió escuelas de iniciación, y oratorios. Para asistir a las víctimas del terremoto de Calabria, en Marsica y en Mesina, no economizó energías ni medios.
En Como el 24 de octubre de 1915, a los 73 años concluyó su activa jornada este héroe de la caridad. Su cuerpo se venera en el Santuario del Sagrado Corazón en Como. Fue beatificado por Pablo VI el 25 de octubre de 1964 y canonizado por Benedicto XVI el 23 de octubre de 2011.
Señor Jesús, Tú viniste a la Tierra para ofrecer a todos el amor del Padre, y ser apoyo y consuelo de los pequeños y de los que sufren. Te damos gracias por habernos dado a tu siervo fiel, don Luis Guanella, como signo maravilloso del amor de Dios. Haz que el ejemplo de su vida pueda resplandecer en todo el mundo, para gloria de Dios Padre y para beneficio del pueblo cristiano. Concédenos, por su intercesión, la grecia que ahora te pedimos y haz que podemos imitar sus virtudes: el ardiente amor hacia la Eucaristía,, la confianza serena en la Providencia, la tierna caridad para con los más pobres, la pasión pastoral por tu pueblo, para que -junto con él- podemos recibir el premio de gloria que nos preparaste en la casa del Padre. Amén.
domingo, 22 de octubre de 2023
EVANGELIO - 23 de Octubre - San Lucas 12,13-21
El no dudó de la promesa de Dios, por falta de fe, sino al contrario, fortalecido por esa fe, glorificó a Dios, plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete.
Por eso, la fe le fue tenida en cuenta para su justificación.
Pero cuando dice la Escritura: Dios tuvo en cuenta su fe, no se refiere únicamente a Abraham, sino también a nosotros, que tenemos fe en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesús, el cual fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.
Evangelio según San Lucas 1,69-70.71-72.73-75.
Nos ha dado un poderoso Salvador
en la casa de David, su servidor,
como lo había anunciado mucho tiempo antes
por boca de sus santos profetas.
Para salvarnos de nuestros enemigos
y de las manos de todos los que nos odian.
Así tuvo misericordia de nuestros padres
y se acordó de su santa Alianza,
Se acordó del juramento que hizo a nuestro padre Abraham
de concedernos que, libres de temor,
arrancados de las manos de nuestros enemigos,
lo sirvamos en santidad y justicia
bajo su mirada, durante toda nuestra vida.
Evangelio según San Lucas 12,13-21.
En aquel tiempo: Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".
Jesús le respondió: "Amigo, ¿Quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?".
Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".
Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'.
Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'.
Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'.
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".
Palabra del Señor
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 23 de Octubre - «Y diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes almacenados; descansa...»
¿Por qué hay tanta gente en el mundo que no piensa, ni parece tener que hacer otra cosa, aquí abajo, que amasar riquezas, adquirir casa tras casa, prado tras prado, viña tras viña, tesoro tras tesoro?
A esa clase de gente es a la que le dice el profeta al oído: «Oh loco, ¿crees que el mundo ha sido hecho sólo para ti?.» Como diciendo ¿Piensas quedarte para siempre en este mundo y no estar en él sino para amasar bienes temporales? Ciertamente que no has sido creado para eso.
Bueno, dice la prudencia humana, ¿es que el cielo, la tierra y, consecuentemente, todo lo que hay en ella, no se han hecho para el hombre? Y ¿no quiso Dios que nos sirviéramos de ellos? Es cierto que Dios ha creado el mundo para el hombre, con la intención de que use todos los bienes terrenos, pero no que los disfrute como si fueran su último fin.
Creó el mundo antes de crear al hombre; pues quiso prepararle un palacio, una morada para habitar, después le declaró dueño de todo lo que hay aquí abajo, permitiéndole servirse de ello, pero no de tal forma que no tuviera ya otro objetivo, pues le había creado para un fin mucho más alto que el hombre mismo.
Hay mucha diferencia entre usar las riquezas y apegarse a ellas: usar de ellas, según su estado y condición, es una cosa permitida cuando se hace como se debe; pero convertirlas en ídolos es condenación.
Hay personas espirituales que tienen un apego tan grande a lo que poseen y que gozan tanto en contemplar lo que tienen, que es casi una especie de idolatría.
Las hay que se aferran a lo que es suyo y por nada del mundo quisieran soltarlo. Y hay algunos pocos que dejan enteramente lo que poseen.
Por eso, tener y guardar dentro de la vida religiosa es la tara más grande que podemos encontrar. ¿Por qué? Porque la avaricia es precisamente todo lo contrario a la profesión religiosa.
SANTORAL - SAN JUAN DE CAPISTRANO
San Juan de Capistrano, presbítero de la Orden de Hermanos Menores, que luchó en favor de la disciplina regular, estuvo al servicio de la fe y costumbres católicas en casi toda Europa, y con sus exhortaciones y plegarias mantuvo el fervor del pueblo fiel, defendiendo también la libertad de los cristianos. En la localidad de Ujlak, junto al Danubio, en el reino de Hungría, descansó en el Señor. Capistrano es un pueblecito en los Abruzos, que, en otro tiempo, formó parte del reino de Nápoles. Allí, en el siglo XIV, cierto soldado -se discute si de origen francés o alemán-, se había establecido, después de cumplir con su servicio militar a las órdenes de Luis I. Se casó con una mujer italiana y de esta unión nació, en 1386, un hijo, llamado Juan, que estaba destinado a adquirir fama como una de las grandes luminarias de la orden franciscana. Desde su infancia, el niño fue notable por su adelanto. Estudió leyes en Perugia con tal éxito, que en 1412, con 26 años, fue nombrado gobernador de la ciudad y contrajo matrimonio con la hija de uno de los principales ciudadanos. Durante las hostilidades entre Perugia y los Malatesta, fue hecho prisionero y en esta ocasión tomó la decisión de cambiar su manera de vivir y hacerse religioso. Cómo consiguió solucionar el problema de su matrimonio, no está del todo claro. Pero se dice que atravesó Perugia montado al revés en un asno y con un enorme sombrero de papel, en el que estaban escritos claramente sus peores pecados. Fue apedreado por los muchachos y cubierto de inmundicias y en estas condiciones, se presentó al noviciado de los frailes menores, pidiendo su admisión. En aquella época (1416), tenía treinta años y parece que su maestro de novicios pensó que para un hombre de tal fuerza de voluntad, que había estado acostumbrado a hacer todo a su manera, era necesario una dura disciplina para probar la sinceridad de su vocación (Juan no había hecho aún la primera comunión). Las pruebas a las que se le sometió fueron de lo más humillantes y, en algunas ocasiones, fueron seguidas de manifestaciones sobrenaturales. Pero el hermano Juan perseveró y, años más tarde, a menudo expresaba su gratitud al implacable instructor que le hizo comprender que el vencimiento propio era el único camino seguro hacia la perfección.
En 1420, Juan fue elevado a la dignidad sacerdotal. Mientras tanto, hizo extraordinarios progresos en los estudios, llevando al mismo tiempo una vida de extrema austeridad; recorrió los caminos descalzo; dedicaba solamente tres o cuatro horas al sueño y llevaba puesta continuamente una áspera camisa de cerdas. En sus estudios tuvo por compañero a san Jacobo de la Marca y por maestro a san Bernardino de Siena, a quien le tomó el más profundo afecto y veneración. Pronto, las excepcionales dotes oratorias de Juan se dieron a conocer. Toda la Italia de aquella época atravesaba una terrible crisis de inquietud política y relajación de costumbres. Estas dificultades eran causadas o, por lo menos acentuadas, por el hecho de que existían tres rivales que reclamaban el Papado y por el acerbo antagonismo entre güelfos y gibelinos, que aún persistía. A pesar de todo esto, en sus predicaciones en toda la extensión de la península, Juan encontró maravillosas respuestas. Hay, sin lugar a duda, una nota de exageración en los términos en que los padres Cristóbal de Varese y Nicolás de Fara describen el efecto producido por sus discursos. Hablan de 100.000 y hasta de 150.000 oyentes que escuchaban cada sermón. Eso ciertamente no era posible en un país diezmado por guerras, hambre y pestes, y con los escasos medios de comunicación de aquel entonces. Pero había bastante razón para justificar el entusiasmo de los citados escritores, cuando nos dicen: «No había nadie tan ansioso como Juan Capistrano por la conversión de los herejes, cismáticos y judíos. Nadie que anhelara tanto que su religión floreciera, o que tuviera mayor poder para obrar maravillas. No había nadie que deseara tan ardientemente el martirio, ni tan famoso por su santidad. Y así, era recibido con honor en todas las provincias de Italia. La afluencia de gente a sus sermones era tan grande, que hacía pensar que los tiempos apostólicos habían vuelto. Al llegar a la provincia, los pueblos y aldeas se conmovían y grandes multitudes acudían a oírlo. Los pueblos lo invitaban a visitarlos, ya por medio de cartas apremiantes, o por medio de mensajeros, o apelando al Soberano Pontífice mediante personas influyentes». Pero lo que principalmente absorbía toda la atención del santo era el trabajo de la predicación y la conversión de las almas.
No hay ocasión para referir aquí al detalle las dificultades domésticas que agobiaron a la Orden de San Francisco, a partir de la muerte de su seráfico fundador. Baste decir que el grupo conocido como «los Espirituales» no tenía, de ninguna manera, los mismos puntos de vista respecto de la observancia religiosa que los que fueron llamados «relajados». La reforma de los observantes, que había sido iniciada en la mitad del siglo XIV, se encontraba todavía obstruida en muchas formas por la administración de superiores generales que sostenían un diferente tipo de perfección y, por otro lado, hubo también exageraciones en la dirección de una austeridad más severa, que culminó eventualmente con las enseñanzas heréticas de los «Fraticelli». Todas estas dificultades requerían un arreglo y Capistrano, trabajando en armonía con san Bernardino de Siena, fue llamado a soportar gran parte de esta pesada carga. Después del capítulo general, celebrado en Asís en 1430, se nombró a san Juan para que sacara las conclusiones a que había llegado la asamblea y, estos «Estatutos Martinianos», como fueron llamados (en virtud de su confirmación por el papa Martín VI), se cuentan entre los más importantes en la historia de la Orden. De nuevo, en otras varias ocasiones, le confió la Santa Sede a Juan poderes inquisitoriales, como por ejemplo, para proceder en contra de los «Fraticelli» y para investigar la grave acusación que se hizo contra la Orden de los Jesuitas, fundada por el beato Juan Colombini. Más tarde, estuvo profundamente interesado en la reforma de las monjas franciscanas, que debían su principal inspiración a santa Coleta, así como a los terciarios de la orden. En el Concilio de Ferrara, trasladado después a Florencia, se le escuchó con atención, pero entre las primeras y las últimas sesiones, se vio obligado a visitar Jerusalén como comisario apostólico. Incidentalmente, había contribuido mucho a la inclusión de los armenios en el arreglo con los griegos, por desgracia de corta duración, que iba a tener efecto en Florencia.
Cuando el emperador Federico III, encontrando que la fe religiosa de los países bajo su soberanía sufría penosamente por las actividades de los husitas y otros sectarios heréticos, pidió ayuda al papa Nicolás V, y san Juan Capistrano fue enviado como comisario e inquisidor general, y partió para Viena en 1451, con doce de sus hermanos franciscanos para que le ayudaran. Está fuera de duda que su arribo produjo gran sensación. Silvio Eneas, el futuro Papa Pío II, nos relata cómo, al entrar al territorio austríaco, «los sacerdotes y el pueblo salieron a recibirlo, llevando las sagradas reliquias. Lo saludaron como legado de la Sede Apostólica, como predicador de la verdad y como a un gran profeta enviado por Dios. Bajaban de las montañas para saludar a Juan, como si Pedro o Pablo o alguno de los otros apóstoles fuera el que llegara. Gustosamente besaban la orla de su vestidura, le presentaban sus enfermos y afligidos y se dice que muchos fueron curados. La gente importante de la ciudad salió a recibirlo y lo condujo a Viena. No había plaza que pudiera contener a las multitudes. Todos lo miraban como a un ángel de Dios». El trabajo de Juan como inquisidor y sus tratos con los husitas y otros herejes bohemios ha sido severamente criticado, pero éste no es el lugar para intentar ninguna justificación. Su celo era cauterizante y consumidor, aunque era misericordioso con los humildes y los arrepentidos. Se adelantaba a su tiempo en su actitud con respecto a la brujería y al uso de la tortura. Los milagros que lo acompañaban dondequiera que iba y que él atribuía a las reliquias de san Bernardino de Siena, fueron asiduamente observados por sus compañeros. Más tarde, se levantó un prejuicio en contra del santo, a causa de los relatos que fueron publicados sobre estas maravillas. Viajó de un lugar a otro, predicando en Baviera, Sajonia y Polonia, y sus esfuerzos eran, en todas partes, acompañados por un gran renacimiento de la fe y la devoción. Cocleo de Nüremberg nos relata que «los que lo vieron allí lo describen como un hombre pequeño de cuerpo, enjuto, extenuado y con la piel pegada al hueso, pero entusiasta, fuerte y asiduo en el trabajo. Dormía con su hábito y se levantaba antes de la aurora, recitaba su oficio y celebraba luego la misa. Después de eso, predicaba en latín, que en seguida era traducido al pueblo por un intérprete». También visitaba a los enfermos que esperaban su llegada, poniéndoles las manos sobre la cabeza, rezando y tocándolos con una de las reliquias de san Bernardino.
La caída de Constantinopla a manos de los turcos, puso fin a esta campaña espiritual. Capistrano fue llamado para alentar a los defensores de Occidente y para predicar una cruzada contra los infieles. Sus primeros esfuerzos en Baviera y aún en Austria encontraron poca respuesta y, a principios de 1456, la situación se hizo desesperada. Los turcos avanzaban para sitiar Belgrado y el santo, que por este tiempo había viajado a Hungría, reunido en consejo con el gran general Huniyades, vio con claridad que tendrían que depender principalmente del esfuerzo local. San Juan, personalmente, se extenuó predicando y exhortando al pueblo húngaro para levantar un ejército que pudiera enfrentarse al peligro amenazante y él mismo condujo a Belgrado más tropas que había podido reclutar. Muy pronto, los turcos estuvieron parapetados y el sitio empezó. Animados por las oraciones de Capistrano y su heroico ejemplo en el campo de batalla, y adecuadamente guiados por la experiencia militar de Huniyades, los soldados de la guarnición consiguieron al fin una abrumadora victoria. El sitio fue abandonado y la Europa occidental quedó a salvo, temporalmente, pero la putrefacción de miles de cadáveres que quedaron insepultos alrededor de la ciudad, provocó una epidemia que costó la vida, primero que a nadie, a Huniyades y después, un mes o dos más tarde, al mismo Capistrano, agotado por años de trabajo y austeridades y por las penalidades del sitio. Murió pacíficamente en Villach, el 23 de octubre de 1456 y fue canonizado en 1724. Su fiesta fue general en 1890 para toda la Iglesia occidental.