domingo, 13 de junio de 2021

EVANGELIO - 14 de Junio - San Mateo 5,38-42.


        Carta II de San Pablo a los Corintios 6,1-10.

    Y porque somos sus colaboradores, los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios.
    Porque él nos dice en la Escritura: En el momento favorable te escuché, y en el día de la salvación te socorrí. Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación.
    En cuanto a nosotros, no damos a nadie ninguna ocasión de escándalo, para que no se desprestigie nuestro ministerio.
    Al contrario, siempre nos comportamos como corresponde a ministros de Dios, con una gran constancia: en las tribulaciones, en las adversidades, en las angustias, al soportar los golpes, en la cárcel, en las revueltas, en las fatigas, en la falta de sueño, en el hambre.
    Nosotros obramos con integridad, con inteligencia, con paciencia, con benignidad, con docilidad al Espíritu Santo, con un amor sincero, con la palabra de verdad, con el poder de Dios; usando las armas ofensivas y defensivas de la justicia; sea que nos encontremos en la gloria, o que estemos humillados; que gocemos de buena o de mala fama; que seamos considerados como impostores, cuando en realidad somos sinceros; como desconocidos, cuando nos conocen muy bien; como moribundos, cuando estamos llenos de vida; como castigados, aunque estamos ilesos; como tristes, aunque estamos siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como gente que no tiene nada, aunque lo poseemos todo.


Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4.

Canten al Señor un canto nuevo,
porque él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria.

El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos.


    Evangelio según San Mateo 5,38-42.


    Jesús, dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.
    Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra.
    Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él.
    Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 14 de Junio - «Yo os digo, no respondáis al malvado»


      Concilio Vaticano II Mensaje a los jóvenes el 7/12/ 1965 (© Copyright 1980 - Libreria Editrice Vaticana)

«Yo os digo, no respondáis al malvado»

    En el nombre de este Dios y de su hijo, Jesús, os exhortamos a ensanchar vuestros corazones a las dimensiones del mundo, a escuchar la llamada de vuestros hermanos y a poner ardorosamente a su servicio vuestras energías. Luchad contra todo egoísmo. Negaos a dar libre curso a los instintos de violencia y de odio, que engendran las guerras y su cortejo de males. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros. Y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores. La Iglesia os mira con confianza y amor. Rica en un largo pasado, siempre vivo en ella, y marchando hacia la perfección humana en el tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida, es la verdadera juventud del mundo. Posee lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas. Miradla y veréis en ella el rostro de Cristo, el héroe verdadero, humilde y sabio, el Profeta de la verdad y del amor, el compañero y amigo de los jóvenes. Precisamente en nombre de Cristo os saludamos, os exhortamos y os bendecimos.

SANTORAL - SAN ELISEO PROFETA

 14 de Junio


    Eliseo ("Dios es mi salvación") es una figura dominante del siglo IX antes de Cristo. Conocemos el nombre de su padre, Safat, originario de Abel Meholah, al sur de Bewt-Shan, y sabemos que su familia era acomodada (1 Re 19, 16-19). El Carmelo desde siempre consideró a este discípulo de San Elías, de quien heredó su doble espíritu, como su segundo padre espiritual.


    Dios le elige directa y especialmente (1 Re 19,16) para que vaya en seguimiento de Elías (1 Re 19,l9ss), al cual sucederá después de la misteriosa desaparición de éste, heredando su espíritu en la medida establecida por la Ley para los primogénitos: el doble que los otros herederos [2 Re 2,1-15]. Su condición de "hombre de Dios" se revela principalmente en los prodigios de todo género con que está entretejida su vida. Los obra por si mismo, para personas particulares y para comunidades enteras.

    Vivió hacia 850-800, sucesor de san Elías, al que supera ciertamente por el número y lo llamativo de sus milagros, pero no por su personalidad y su influencia religiosa. Así, Elías es mencionado en el Nuevo Testamento, significativamente, 30 veces; Eliseo sólo una vez (Lc 4,27).

    Su historia, casi legendaria y a veces plagiada de la de Elías, fue recogida en 1 y 2 Re (1 Re 19, 19-21,2 Re, 13-8, 15,9,1-15,13, 14,-21). Con la unción de Yehú provocó la caída de la dinastía de Ajab. Gozaba de gran estimación entre los reyes Yosafat (2 Re 3,12) y Yoás (2 Re 13,14-19). Parece que incluso sus propios huesos obraban milagros (2 Re 13,20s).

    Eliseo aparece en la Biblia cuando Elías es arrebatado y su carisma pasa a Eliseo (2 Re 1), y concluye con el milagro que tuvo lugar con el cadáver del profeta ya enterrado (2Re 13,21). La mayoría de las narraciones, que semejan hermosas "florecillas", muestran a Eliseo rodeado de unos grupos que reciben el nombre de "discípulos (o hijos) de los profetas".

¿Los carmelitas sucesores de "los hijos de los Profetas"?

    Esta es una cuestión ya superada, pero quizá sea bueno recordar aquí quiénes eran estos "hijos de los Profetas" a los que muchos autores de dentro y fuera de la Orden señalaron durante siglos como predecesores de los actuales carmelitas, que tienen su verdadero origen a finales del siglo XII. San Eliseo era el Maestro y Padre de todos estos grupos, a quien acudían y obedecían: 2 Re 4,38;6, 1-2,12-21...

    Quizá no nos equivoquemos si consideráramos a esas confraternidades de profetas como los últimos portadores de una fe en Yahvé, pura y sin mezcla; ni tampoco nos equivoquemos, si estimamos en alto grado su importancia en orden a la pervivencia de la fe en Yahvé, y en especial para el sello característico que tendrá en adelante. En último término, éste es el punto del que partió aquella inaudita radicación de la fe yahvista y del derecho divino que nos encontramos en los profetas más tardíos.

    Los sorprendentes descubrimientos en las grutas situadas al noroeste del mar Muerto, no solamente nos proporcionan noticia de un establecimiento de esenios de estricta observancia, un siglo antes y un siglo después del nacimiento de Cristo, sino que nos proporcionan también una visión exacta de las ordenanzas rigurosas de su vida comunitaria dirigida autoritativamente (todo ello gracias al documento llamado "Reglas de la secta"), muestran bajo nueva luz los relatos referentes a las fraternidades de profetas de la época de Eliseo. Hasta la última reforma litúrgica, obra del Vaticano II, celebrábamos su fiesta el 14 de junio. Ahora la celebramos, juntamente con la de N.P.S. Elías, el 20 de julio.

Mensaje de San Eliseo a los católicos

  • Que estemos dispuestos a dejarlo todo por seguir la llamada.
  • Que procuremos encarnar el doble espíritu: oración y apostolado.
  • Que seamos fieles a nuestro Maestro.
  • Que procuremos el bien de todos nuestros hermanos.

Oremos 

    Omnipotente y sempiterno Dios, que te manifiestas admirablemente en la elección de los profetas; concédenos, te suplicamos, que, como el espíritu de Elías lo duplicaste en Eliseo, de esta manera asimismo te dignes duplicar en nosotros la gracia del Espíritu Santo, a fin de que podamos efectuar obras virtuosas. Amén.

sábado, 12 de junio de 2021

EVANGELIO - 13 de Junio - San Marcos 4,26-34.


        Libro de Ezequiel 17,22-24.

    Así habla el Señor: Yo también tomaré la copa de un gran cedro, cortaré un brote de la más alta de sus ramas, y lo plantaré en una montaña muy elevada: lo plantaré en la montaña más alta de Israel. El echará ramas y producirá frutos, y se convertirá en un magnífico cedro. Pájaros de todas clases anidarán en él, habitarán a la sombra de sus ramas.
    Y todos los árboles del campo sabrán que yo, el Señor, humillo al árbol elevado y exalto al árbol humillado, hago secar al árbol verde y reverdecer al árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.


Salmo 92(91),2-3.13-14.15-16.

Es bueno dar gracias al Señor,
y cantar, Dios Altísimo, a tu Nombre;
proclamar tu amor de madrugada,
y tu fidelidad en las vigilias de la noche,

El justo florecerá como la palmera,
crecerá como los cedros del Líbano:
trasplantado en la Casa del Señor,
florecerá en los atrios de nuestro Dios.

En la vejez seguirá dando frutos,
se mantendrá fresco y frondoso,
para proclamar qué justo es el Señor,
mi Roca, en quien no existe la maldad.


    Carta II de San Pablo a los Corintios 5,6-10.

    Por eso, nos sentimos plenamente seguros, sabiendo que habitar en este cuerpo es vivir en el exilio, lejos del Señor; porque nosotros caminamos en la fe y todavía no vemos claramente.
    Sí, nos sentimos plenamente seguros, y por eso, preferimos dejar este cuerpo para estar junto al Señor; en definitiva, sea que vivamos en este cuerpo o fuera de él, nuestro único deseo es agradarlo.
    Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba, de acuerdo con sus obras buenas o malas, lo que mereció durante su vida mortal.


    Evangelio según San Marcos 4,26-34.

    Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
    La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga.
    Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha".
    También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?
    Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra".
    Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender.
    No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 13 de Junio - "Dios vela sobre los que esperan"



San Claudio de la Colombière (1641-1682) jesuita Acto de confianza en Dios (Écrits spirituels, Christus n° 9, DDB, 1982), trad. sc©evangelizo.org


Dios vela sobre los que esperan

    Mi Dios, estoy tan persuadido que velas sobre los que en tí esperan, que nada nos puede faltar cuando esperamos todo de tí. Por eso he resuelto vivir en el futuro sin ninguna preocupación y descargar sobre tí todas mis inquietudes: "Me acuesto en paz y en seguida me duermo, porque sólo tú, Señor, aseguras mi descanso" (Sal 4,9). Los hombres pueden ser despojados de bienes y del honor, las enfermedades pueden sacarme las fuerzas y los medios para servirte, hasta puedo perder la gracia por el pecado. Pero jamás perderé mi esperanza. La conservaré hasta el último instante de mi vida. Todos los demonios harán en ese momento vanos esfuerzos para arrancármela, pero yo "me acuesto en paz y en seguida me duermo". Otros pueden esperar la felicidad de sus riquezas o de sus talentos. O se apoyan sobre la inocencia de sus vidas, el rigor de sus penitencias, la magnitud de su limosna o el fervor de sus oraciones. Pero "sólo tú, Señor, aseguras mi descanso". Señor, mi total Confianza, eres mi misma confianza. Esta confianza no engaña jamás. "¿Quién confió en el Señor y quedó confundido?" (Eclesiástico 2,11 Vg.)

SANTORAL - SAN ANTONIO DE PADUA

13 de Junio


    Memoria de San Antonio, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Portugal, primero fue canónigo regular y después entró en la Orden recién fundada de los Hermanos Menores, para propagar la fe entre los pueblos de África, pero se dedicó a predicar por Italia y Francia, donde atrajo a muchos a la verdadera fe. Escribió sermones notables por su doctrina y estilo, y por mandato de san Francisco enseñó teología a los hermanos, hasta que en Padua descansó en el Señor.

    A pesar de que Antonio era de nacionalidad portuguesa y había nacido en Lisboa, adquirió el apellido por el que lo conoce el mundo, de la ciudad italiana de Padua, donde vivió hasta su muerte y donde todavía se veneran sus reliquias.

    Vino al mundo en 1195 y en la pila bautismal se le llamó Fernando, nombre éste que cambió por el de Antonio al ingresar en la Orden de Frailes Menores, por devoción al gran patriarca de los monjes y patrono titular de la capilla en que recibió el hábito franciscano. Sus padres, jóvenes miembros de la nobleza de Portugal, dejaron que los clérigos de la Catedral de Lisboa se encargaran de impartir los primeros conocimientos al niño, pero cuando éste llegó a la edad de quince años, fue puesto al cuidado de los canónigos regulares de San Agustín, que tenían su casa cerca de la ciudad. Dos años después, obtuvo permiso para ser trasladado al priorato de Coimbra, por entonces capital de Portugal, a fin de evitar las distracciones que le causaban las constantes visitas de sus amistades. Una vez en Coimbra, se dedicó por entero a la plegaria y el estudio; gracias a su extraordinaria memoria retentiva, llegó a adquirir, en poco tiempo, los más amplios conocimientos sobre la Biblia. En el año de 1220, el rey Don Pedro de Portugal regresó de una expedición a Marruecos y trajo consigo las reliquias de los santos frailes franciscanos que, poco tiempo antes, habían obtenido allá un glorioso martirio. Fernando, que por entonces había pasado ocho años en Coimbra, se sintió profundamente conmovido a la vista de aquellos despojos y, al mismo tiempo, nació en lo íntimo de su corazón el anhelo de dar la vida por Cristo. Comprendió al punto que, como canónigo regular, nunca llegaría a realizar su aspiración y, desde aquel momento, buscó ansiosamente una oportunidad de poner en práctica sus deseos. La ocasión se presentó poco después, cuando algunos frailes franciscanos llegaron a hospedarse en el convento de la Santa Cruz, donde estaba Fernando; éste les abrió su corazón y fue tan empeñosa su insistencia, que a principios de 1221, se le admitió en la orden.

    Casi inmediatamente después, se le autorizó para embarcar hacia Marruecos a fin de predicar el Evangelio a los moros. Pero no bien llegó a aquellas tierras donde pensaba conquistar la gloria, cuando fue atacado por una grave enfermedad que le dejó postrado e incapacitado durante varios meses y, a fin de cuentas, fue necesario devolverlo a Europa. La nave en que se embarcó, empujada por vientos contrarios, se desvió de la ruta y Fray Antonio se encontró en Messina, la capital de Sicilia. Con grandes penalidades, viajó desde la isla a la ciudad de Asís donde, según le habían informado sus hermanos en Sicilia, iba a llevarse a cabo un capítulo general. Aquella fue la gran asamblea de 1221, el último de los capítulos que admitió la participación de todos los miembros de la orden; estuvo presidido por el hermano Elías como vicario general y san Francisco, sentado a sus pies, estaba presente. Indudablemente que aquella reunión impresionó hondamente al joven fraile portugués.

    Tras la clausura, los hermanos regresaron a los puestos que se les habían señalado, y Antonio fue a hacerse cargo de la solitaria ermita de San Paolo, cerca de Forli. Hasta ahora se discute el punto de si, por aquel entonces, Antonio era o no era sacerdote; pero lo positivo es que nadie ha puesto en tela de juicio los extraordinarios dones intelectuales y espirituales del joven y enfermizo fraile que nunca hablaba de sí mismo. Cuando no se le veía entregado a la oración en la capilla o en la cueva donde vivía, estaba al servicio de los otros frailes, ocupado sobre todo en la limpieza de los platos y cacharros, después del almuerzo comunal.

    Mas no estaban destinadas a permanecer ocultas las claras luces de su intelecto. Sucedió que al celebrarse una ordenación en Forli, los candidatos franciscanos y dominicos se reunieron en el convento de los Frailes Menores de aquella ciudad. Seguramente a causa de algún malentendido, ninguno de los dominicos había acudido ya preparado a pronunciar la acostumbrada locución durante la ceremonia y, como ninguno de los franciscanos se sentía capaz de llenar la brecha, se ordenó a san Antonio, ahí presente, que fuese a hablar y que dijese lo que el Espíritu Santo le inspirara. El joven obedeció sin chistar y, desde que abrió la boca hasta que terminó su improvisado discurso, todos los presentes le escucharon como arrobados, embargados por la emoción y por el asombro, a causa de la elocuencia, el fervor y la sabiduría de que hizo gala el orador. En cuanto el ministro provincial tuvo noticias sobre los talentos desplegados por el joven fraile portugués, lo mandó llamar a su solitaria ermita y lo envió a predicar en varias partes de la Romagna, una región que, por entonces, abarcaba toda la Lombardía.

    En un momento, Antonio pasó de la oscuridad a la luz de la fama y obtuvo, sobre todo, resonantes éxitos en la conversión de los herejes, que abundaban en el norte de Italia, y que, en muchos casos, eran hombres de cierta posición y educación, a los que se podía llegar con argumentos razonables y ejemplos tomados de las Sagradas Escrituras. Además de la misión de predicador, se le dio el cargo de lector en teología entre sus hermanos. Aquella fue la primera vez que un miembro de la Orden Franciscana cumplía con aquella función. En una carta que, por lo general, se considera como perteneciente a san Francisco, se confirma este nombramiento con las siguientes palabras: «Al muy amado hermano Antonio, el hermano Francisco le saluda en Jesucristo. Me complace en extremo que seas tú el que lea la sagrada teología a los frailes, siempre que esos estudios no afecten al santo espíritu de plegaria y devoción que está de acuerdo con nuestra regla». Sin embargo, se advirtió cada vez con mayor claridad que, la verdadera misión del hermano Antonio estaba en el púlpito. Por cierto que poseía todas las cualidades del predicador: ciencia, elocuencia, un gran poder de persuasión, un ardiente celo por el bien de las almas y una voz sonora y bien timbrada que llegaba muy lejos. Por otra parte, se afirmaba que estaba dotado con el poder de obrar milagros y, a pesar de que era de corta estatura y con cierta inclinación a la corpulencia, poseía una personalidad extraordinariamente atractiva, casi magnética. A veces, bastaba su presencia para que los pecadores cayesen de rodillas a sus pies; parecía que de su persona irradiaba la santidad. A donde quiera que iba, las gentes le seguían en tropel para escucharle, y con eso había para que los criminales empedernidos, los indiferentes y los herejes, pidiesen confesión. Las gentes cerraban sus tiendas, oficinas y talleres para asistir a sus sermones; muchas veces sucedió que algunas mujeres salieron antes del alba o permanecieron toda la noche en la iglesia, para conseguir un lugar cerca del púlpito. Con frecuencia, las iglesias eran insuficientes para contener a los enormes auditorios y, para que nadie dejara de oírle, a menudo predicaba en las plazas públicas y en los mercados.

    Poco después de la muerte de san Francisco, el hermano Antonio fue llamado, probablemente con la intención de nombrarle ministro provincial de la Emilia o la Romagna. En relación con la actitud que asumió el santo en las disensiones que surgieron en el seno de la orden, los modernos historiadores no dan crédito a la leyenda de que fue Antonio quien encabezó el movimiento de oposición al hermano Elías y a cualquier desviación de la regla original; esos historiadores señalan que el propio puesto de lector en teología, creado para él, era ya una innovación. Más bien parece que, en aquella ocasión, el santo actuó como un enviado del capítulo general del 1226 ante el Papa, Gregorio IX, para exponerle las cuestiones que hubiesen surgido, a fin de que el Pontífice manifestara su decisión. En aquella oportunidad, Antonio obtuvo del Papa la autorización para dejar su puesto de lector y dedicarse exclusivamente a la predicación. El Pontífice tenía una elevada opinión sobre el hermano Antonio, a quien cierta vez llamó «el Arca de los Testamentos», por los extraordinarios conocimientos que tenía de las Sagradas Escrituras.

    Desde aquel momento, el lugar de residencia de San Antonio fue Padua, una ciudad donde anteriormente había trabajado, donde todos le amaban y veneraban y donde, en mayor grado que en cualquier otra parte, tuvo el privilegio de ver los abundantísimos frutos de su ministerio. Porque no solamente escuchaban sus sermones multitudes enormes, sino que éstos obtuvieron una muy amplia y general reforma de conducta. Las ancestrales disputas familiares se arreglaron definitivamente, los prisioneros quedaron en libertad y muchos de los que habían obtenido ganancias ilícitas las restituyeron, a veces en público, dejando títulos y dineros a los pies de san Antonio, para que éste los devolviera a sus legítimos dueños. Para beneficio de los pobres, denunció y combatió el muy ampliamente practicado vicio de la usura y luchó para que las autoridades aprobasen la ley que eximía de la pena de prisión a los deudores que se manifestasen dispuestos a desprenderse de sus posesiones para pagar a sus acreedores. Se dice que también se enfrentó abiertamente con el violento duque Eccelino para exigirle que dejase en libertad a ciertos ciudadanos de Verona que el duque había encarcelado. A pesar de que no consiguió realizar sus propósitos en favor de los presos, su actitud nos demuestra el respeto y la veneración de que gozaba, ya que se afirma que el duque le escuchó con paciencia y se le permitió partir, sin que nadie le molestara.

    Después de predicar una serie de sermones durante la primavera de 1231, la salud de san Antonio comenzó a resentirse y se retiró a descansar, con otros dos frailes, a los bosques de Camposampiero. Bien pronto se dio cuenta de que sus días estaban contados y entonces pidió que le llevasen a Padua. No llegó vivo más que a los aledaños de la ciudad. El 13 de junio de 1231, en la habitación particular del capellán de las Clarisas Pobres de Arcella recibió los últimos sacramentos y pasó a recibir su recompensa en la vida eterna. Al morir tenía tan sólo treinta y cinco años de edad. Durante sus funerales se produjeron extraordinarias demostraciones de la honda veneración que se le tenía. Los paduanos han considerado siempre sus reliquias como el tesoro más preciado. San Antonio fue canonizado antes de que hubiese transcurrido un año desde su muerte; en esa ocasión, el Papa Gregorio IX pronunció la antífona «O doctor optime» en su honor y, de esta manera, se anticipó en siete siglos a la fecha del año 1946, cuando el Papa Pío XII declaró a san Antonio «Doctor de la Iglesia».

    En este relato tan suscinto ha sido imposible describir o discutir algunos de los muchos milagros atribuidos al santo; pero ya sea que los hiciera o no, durante su vida en este mundo, lo que verdaderamente le ha otorgado el título de "milagroso san Antonio" es la interminable lista de favores y beneficios que ha obtenido del cielo para sus devotos, desde el momento de su muerte. Por regla general, a partir del siglo XVII, se ha representado a san Antonio con el Niño Jesús en los brazos; ello se debe a un suceso que tuvo mucha difusión y que ocurrió cuando san Antonio estaba de visita en la casa de un amigo. En un momento dado, éste se asomó por la ventana y vio al santo que contemplaba, arrobado, a un niño hermosísimo y resplandeciente que sostenía en sus brazos. En las representaciones anteriores al siglo XVII aparece san Antonio sin otro distintivo que un libro, símbolo de su sabiduría respecto a las Sagradas Escrituras. En ocasiones se le representó con un lirio en las manos y también junto a una mula que, según la leyenda, se arrodilló ante el Santísimo Sacramento que mostraba el santo; la actitud de la mula fue el motivo para que su dueño, un campesino escéptico, creyese en la presencia real. San Antonio es el patrón de los pobres y, ciertas limosnas especiales que se dan para obtener su intercesión se llaman «pan de san Antonio»; esta tradición comenzó a practicarse en 1890. No hay ninguna explicación satisfactoria sobre el motivo por el que se le invoca para encontrar los objetos perdidos, pero es muy posible que esa devoción esté relacionada con un suceso que se relata entre los milagros, en la "Chronica XXIV Generalium" (No. 21): un novicio huyó del convento y se llevó un valioso salterio que utilizaba san Antonio; el santo oró para que fuese recuperado su libro y, al instante, el novicio fugitivo se vio ante una aparición terrible y amenazante que le obligó a regresar al convento y devolver el libro.

Oremos

    Acordaos ¡oh, glorioso San Antonio! amigo del Niño Jesús e hijo querido de María Inmaculada, que jamás se oyó decir que alguno de cuantos han recurrido a vos, implorando vuestra protección, haya sido abandonado. Animado de igual confianza, vengo a vos, ¡oh fiel consolador de los afligidos! y gimiendo bajo el peso de mis pecados me postro a vuestros pies y pecador como soy me atrevo a comparecer delante de vos. No desechéis, pues, mis súplicas, vos que sois tan poderosos cerca del Corazón de Jesús, antes bien, escuchadla favorablemente y dignaos acceder a ella. Amén.

viernes, 11 de junio de 2021

EVANGELIO - 12 de Junio - San Lucas 2,41-51

 

     Libro de Isaías 61,9-11.

    La descendencia de mi pueblo será conocida entre las naciones, y sus vástagos, en medio de los pueblos: todos los que los vean, reconocerán que son la estirpe bendecida por el Señor.
    Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas.
    Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.


Primer Libro de Samuel 2,1.4-5.6-7.8abcd.

Mi corazón se regocija en el Señor,
tengo la frente erguida gracias a mi Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque tu salvación me ha llenado de alegría.

El arco de los valientes se ha quebrado,
y los vacilantes se ciñen de vigor;
los satisfechos se contratan por un pedazo de pan,
y los hambrientos dejan de fatigarse;
la mujer estéril da a luz siete veces,
y la madre de muchos hijos se marchita.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el Abismo y levanta de él.
El Señor da la pobreza y la riqueza,
humilla y también enaltece.

El levanta del polvo al desvalido
y alza al pobre de la miseria,
para hacerlos sentar con los príncipes
y darles en herencia un trono de gloria.


    Evangelio según San Lucas 2,41-51.

    Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
    Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
    Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.
    Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
    Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
    Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
    Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados".
    Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?".
    Ellos no entendieron lo que les decía.
    El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 12 de Junio - “Su madre conservaba estas cosas en su corazón”


San Amadeo de Lausanne (1108-1159) monje cisterciense, obispo Homilía mariana 4, (Mariale III, coll. Pain de Cîteaux 7, Abbaye de Chambarand, 1960), trad. sc©evangelizo.org

“Su madre conservaba estas cosas en su corazón” 

    Frecuentemente, olvidando comer y beber, María velaba para pensar en Cristo, para ver a Cristo en su propia carne. Ardía de amor por él, amaba apasionadamente servirlo. Frecuentemente hacía lo que canta el Cantar de los Cantares: “Duermo pero mi corazón vela” (Ct 5,2). Durante su reposo, seguía soñando con el que había llenado sus pensamientos durante todo el día. Ya sea que velara o reposara en la paz, vivía siempre en él, ocupándose de él. Dónde estaba su tesoro, ahí también estaba su corazón. Dónde estaba su gloria, también estaba su espíritu. Con todo su corazón, todo su espíritu, todas sus fuerzas, amaba a su Señor y su Hijo (Mt 22,37). Veía con sus ojos y tocaba con sus manos al Verbo de Vida (1Jn 1,1). ¡Feliz, María, a la que fue dado de abrazar al que abraza y alimenta todo!¡Feliz la que ha llevado al que lleva al universo (Hb 1,3), que ha amamantado un Hijo que la hace vivir, un Hijo que la alimenta a ella y a todos los seres del mundo (Sal 144,15)! Se suspendió de su cuello el que es la Sabiduría del Padre, estuvo en sus brazos el que es la Fuerza que pone todo en movimiento. Reposó en su seno materno el que es el reposo de las almas (Mt 11,29). ¡Con que ternura la tomaba de la mano, la miraba calmamente, el que los ángeles desean contemplar (1 Pe 1,12)! El que cada ser invoca en toda carencia, la llamaba tiernamente. Llena del Espíritu Santo, ella lo apretaba contra su corazón (…) y no se cansaba de ver y escuchar al que “muchos profetas y reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron” (cf. Lc 10,24). María crecía cada vez más en el amor y su espíritu se centraba sin cesar en la contemplación divina (Lc 2,41-51).

MEMORIA DEL INMACULADO CORAZÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

12 de Junio


    María, Madre de Jesús y nuestra, nos señala hoy su Inmaculado Corazón. Un corazón que arde de amor divino, que rodeado de rosas blancas nos muestra su pureza total y que atravesado por una espada nos invita a vivir el sendero del dolor-alegría. La Fiesta de su Inmaculado Corazón nos remite de manera directa y misteriosa al Sagrado Corazón de Jesús. Y es que en María todo nos dirige a su Hijo. Los Corazones de Jesús y María están maravillosamente unidos en el tiempo y la eternidad...

    La Iglesia nos enseña que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de su Madre. Por ello, nos consagramos al Corazón de Jesús por medio del Corazón de María. Esto se hace evidente en la liturgia, al celebrar ambas fiestas de manera consecutiva, viernes y sábado respectivamente, en la semana siguiente al domingo del Corpus Christi.

    Santa María, Mediadora de todas las gracias, nos invita a confiar en su amor maternal, a dirigir nuestras plegarias pidiéndole a su Inmaculado Corazón que nos ayude a conformarnos con su Hijo Jesús.

    Venerar su Inmaculado Corazón significa, pues, no sólo reverenciar el corazón físico sino también su persona como fuente y fundamento de todas sus virtudes. Veneramos expresamente su Corazón como símbolo de su amor a Dios y a los demás.

    El Corazón de Nuestra Madre nos muestra claramente la respuesta a los impulsos de sus dinamismos fundamentales, percibidos, por su profunda pureza, en el auténtico sentido. Al escoger los caminos concretos entre la variedad de las posibilidades, que como a toda persona se le ofrece, María, preservada de toda mancha por la gracia, responde ejemplar y rectamente a la dirección de tales dinamismos, precisamente según la orientación en ellos impresa por el Plan de Dios.

    Ella, quien atesoraba y meditaba todos los signos de Dios en su Corazón, nos llama a esforzarnos por conocer nuestro propio corazón, es decir la realidad profunda de nuestro ser, aquel misterioso núcleo donde encontramos la huella divina que exige el encuentro pleno con Dios Amor.

Oremos

    ¡Oh Corazón de María!, el más amable y compasivo de los corazones después del de Jesús, Trono de las misericordias divinas en favor de los miserables pecadores; yo, reconociéndome sumamente necesitado, acudo a Vos a quien el Señor ha puesto todo el tesoro de sus bondades con plenísima seguridad de ser por Vos socorrido. Vos sois mi refugio. mi amparo, mi esperanza; por esto os digo y os diré en todos mis apuros y peligros: ¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

    Cuando la enfermedad me aflija, o me oprima la tristeza, o la espina de la tribulación llegue a mi alma, ¡Oh Corazón de María, sed la salvación mía!

    Cuando el mundo, el demonio y mis propias pasiones coaligadas para mi eterna perdición me persigan con sus tentaciones y quieran hacerme perder el tesoro de la divina gracia, ¡Oh Corazón de María, sed la salvación mía!

    En la hora de mi muerte, en aquel momento espantoso de qué depende mi eternidad, cuando se aumenten las angustias de mi alma y los ataques de mis enemigos, ¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía.

    Y cuando mi alma pecadora se presente ante el tribunal de Jesucristo para rendirle cuenta de toda su vida, venid Vos a defenderla y a ampararla. y entonces; ahora y siempre, ¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

    Estas gracias espero alcanzar de Vos, Oh Corazón amantísimo de mi Madre a fin de que pueda veros y gozar de Dios en Vuestra compañía por toda la eternidad en el cielo. Amén.

jueves, 10 de junio de 2021

EVANGELIO - 11 de Junio - San Juan 19,31-37.


        Libro de Oseas 11,1.3-4.8c-9.

    Así habla el Señor: Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo.
    ¡Y yo había enseñado a caminar a Efraím, lo tomaba por los brazos! Pero ellos no reconocieron que yo los cuidaba.
    Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer.
    Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura: no daré libre curso al ardor de mi ira, no destruiré otra vez a Efraím. Porque yo soy Dios, no un hombre: soy el Santo en medio de ti, y no vendré con furor.


Libro de Isaías 12,2-3.4bcd.5-6.

Este es el Dios de mi salvación:
yo tengo confianza y no temo,
porque el Señor es mi fuerza y mi protección;
él fue mi salvación.
Ustedes sacarán agua con alegría
de las fuentes de la salvación.

Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
anuncien entre los pueblos sus proezas,
proclamen qué sublime es su Nombre.

Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso:
¡que sea conocido en toda la tierra!
¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión,
porque es grande en medio de ti
el Santo de Israel!


    Carta de San Pablo a los Efesios 3,8-12.14-19.


    Yo, el menor de todos los santos, he recibido la gracia de anunciar a los paganos la insondable riqueza de Cristo, y poner de manifiesto la dispensación del misterio que estaba oculto desde siempre en Dios, el creador de todas las cosas, para que los Principados y las Potestades celestiales conozcan la infinita variedad de la sabiduría de Dios por medio de la Iglesia.
    Este es el designio que Dios concibió desde toda la eternidad en Cristo Jesús, nuestro Señor, por quien nos atrevemos a acercarnos a Dios con toda confianza, mediante la fe en él.
    Por eso doblo mis rodillas delante del Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra.
    Que él se digne fortificarlos por medio de su Espíritu, conforme a la riqueza de su gloria, para que crezca en ustedes el hombre interior.
    Que Cristo habite en sus corazones por la fe, y sean arraigados y edificados en el amor.
    Así podrán comprender, con todos los santos, cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, en una palabra, ustedes podrán conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para ser colmados por la plenitud de Dios.


    Evangelio según San Juan 19,31-37.

    Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
    Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
    Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
    El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
    Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos.
    Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 11 de Junio - «Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador»

 

San Bernardo (1091-1153) monje cisterciense y doctor de la Iglesia Homilías sobre el Cántico de los cánticos, nº 61, 3-5

«Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador»

    Nuestra fragilidad ¿dónde puede encontrar reposo y seguridad, sino en las llagas del Salvador?... Han perforado sus manos, sus pies, y su costado de una lanzada. Por esos agujeros muy abiertos, puedo gustar la miel de esta roca (sl 80,17) y el aceite que fluye de la durísima piedra, es decir «gustad y ved cuán suave es el Señor» (sl 33,9). Tenía pensamientos de paz (Jr 29,11) y yo no lo sabía. «¿Quién ha conocido el pensamiento del Señor?¿Con quién se ha aconsejado jamás?» (Rm 11,34) Pero el clavo que le penetra ha llegado a ser para mí una llave que me abre el misterio de sus designios. ¿Cómo no ver bien a través de estos orificios? Los clavos y las llagas gritan que, en verdad, en la persona de Cristo, Dios se ha reconciliado con el mundo. El hierro ha atravesado su ser y penetrado su corazón para que no ignore nunca más cómo él ha compadecido mis debilidades. El secreto de su corazón se presenta al desnudo en las llagas de su cuerpo; se ve al descubierto el gran misterio de su bondad, esta misericordiosa ternura de nuestro Dios, «el sol que nace de lo alto y nos ha visitado» (Lc 1,78). ¿Cómo no se manifestaría esta ternura en sus llagas? ¿Cómo manifestar con más claridad que, por tus llagas, tú Señor, eres dulce y compasivo y misericordioso, puesto que no hay amor más grande que dar la vida (Jn 15,13) por los condenados a muerte? Todo mi mérito es, pues, la piedad del Señor, y a mí no me faltaran los méritos mientras a él no le falte la piedad. Si se multiplican las misericordias de Dios, serán numerosos mis méritos. Pero ¿qué pasará si yo me reprocho cantidad de faltas? «Allí donde se ha multiplicado el pecado, más desbordante ha sido la gracia» (Rm 5,20). Y si «la bondad del Señor es de siempre y para siempre», por mi parte «cantaré eternamente las misericordias del Señor» (sl 102,17; 88,2). ¿Es esta mi justicia? Señor, me acordaré sólo de tu justicia, porque ella es mi justicia ya que para mí tú eres la justicia salvadora de Dios (Rm 1,17).

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 11 de Junio

Una devoción permanente y actual 

    La Iglesia celebra la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús el viernes posterior al II domingo de pentecostés. Todo el mes de junio está, de algún modo, dedicado por la piedad cristiana al Corazón de Cristo. Hay quien podría pensar que la devoción al Sagrado Corazón es algo trasnochado, propio de otras épocas, pero ya superado en el momento actual. Sin embargo, el Papa Juan Pablo II, en la carta entregada al Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Kolvenbach, en la Capilla de San Claudio de la Colombière, el 5 de octubre de 1986, en Paray-le-Monial, animaba a los Jesuitas a impulsar esta devoción: "Sé con cuánta generosidad la Compañía de Jesús ha acogido esta admirable misión y con cuánto ardor ha buscado cumplirla lo mejor posible en el curso de estos tres últimos siglos: ahora bien, yo deseo, en esta ocasión solemne, exhortar a todos los miembros de la Compañía a que promuevan con mayor celo aún esta devoción que corresponde más que nunca a las esperanzas de nuestro tiempo".

    Esta exhortación a promover con mayor celo aún esta devoción que corresponde más que nunca a las esperanzas de nuestro tiempo, se fundamenta, según el pensamiento del Papa, en dos motivos, principalmente:

1) Los elementos esenciales de esta devoción "pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia", pues, desde siempre, la Iglesia ha visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto en el Corazón del Verbo encarnado "el comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es un símbolo particularmente expresivo".

2) Tal como afirma el Vaticano II, el mensaje de Cristo, el Verbo encarnado, que nos amó "con corazón de hombre", lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano y, fuera de Él, nada puede llenar el corazón del hombre (cf Gaudium et spes, 21). Es decir, junto al Corazón de Cristo, "el corazón del hombre aprende a conocer el sentido de su vida y de su destino".

    Se trata, por consiguiente, de una devoción a la vez permanente y actual. Esta exhortación de Juan Pablo II enlaza con la enseñanza de sus predecesores. En ella animaba a:"actuar de forma que el culto al Sagrado Corazón, que - lo decimos con dolor - se ha debilitado en algunos, florezca cada día más y sea considerado y reconocido por todos como una forma noble y digna de esa verdadera piedad hacia Cristo, que en nuestro tiempo, por obra del Concilio Vaticano II especialmente, se viene insistentemente pidiendo..."

    Al honrar el corazón de Jesús, la Iglesia venera y adora, en palabras de Pío XII, "el símbolo y casi la expresión de la caridad divina" . Poco después del Gran Jubileo de los 2000 años del nacimiento de Jesucristo, meditar sobre la devoción al Corazón de Jesús es un medio propicio para secundar la iniciativa del Papa que nos invitaba a contemplar el acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios, misterio de salvación para todo el género humano.

El fundamento del culto al Corazón de Jesús: La Encarnación

  El fundamento del culto al Corazón de Jesús lo encontramos precisamente en el misterio de la Encarnación del Verbo, quien, siendo "consustancial al Padre", "por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre".

    Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho hombre, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que, sin dejar de ser Dios, asumió una naturaleza humana para realizar nuestra salvación. El Corazón de Jesús es un corazón humano que simboliza el amor divino. La humanidad santísima de Nuestro Redentor, unida hipostáticamente a la Persona del Verbo, se convierte así para nosotros en manifestación del amor de Dios. Sólo el amor inefable de Dios explica la locura divina de la Encarnación: "tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que el que crea en él no muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16). Es el misterio de la condescendencia divina, del anonadamiento de Aquel que "a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2, 6 ss).

El Corazón de Cristo transparenta el amor del Padre

    En la vida de Jesucristo se transparenta el amor del Padre: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14, 9): "Él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino..." (“Dei Verbum”, 4).

    Toda su existencia terrena remite al misterio de un Dios que es Amor, comunión de Amor, Trinidad de Personas unidas por el recíproco amor, que nos invita a entrar en la intimidad de su vida.

La ternura de Jesús

    El Evangelio deja constancia de la ternura de Jesús. Él es "manso y humilde de corazón". Es compasivo con las necesidades de los hombres, sensible a sus sufrimientos. Su amor privilegia a los enfermos, a los pobres, a los que padecen necesidad, pues "no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos".

    La parábola del hijo pródigo resume muy bien su enseñanza acerca de la misericordia de Dios. El Señor, con su actitud de acogida con respecto a los pecadores, da testimonio del Padre, que es "rico en misericordia" y está dispuesto a perdonar siempre al hijo que sabe reconocerse culpable. "Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, ha podido revelarnos el abismo de su misericordia de una manera a la vez tan sencilla y tan bella" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1439).

    La parábola del hijo pródigo es, a la vez, una profunda enseñanza acerca de la condición humana. El hombre corre el riesgo de olvidarse del amor de Dios y de optar por una libertad ilusoria. Por el pecado se aleja de la casa del Padre, donde era querido y apreciado, para ir a vivir entre extraños. El mal seduce prometiendo una felicidad a corto plazo. El hombre sigue así un camino que lleva a la esclavitud y a la humillación.

    Nuestra época constituye un testimonio claro de este engaño. Vivimos en una cultura que margina positivamente lo religioso, que, dejando a Dios de lado, prefiere rendir culto a los ídolos falsos del poder, del placer egoísta, del dinero fácil.

    Es importante - lo recordaba el Papa - ayudar a descubrir en la propia alma la "nostalgia de Dios". En el fondo de todo hombre resuena una llamada del Amor; una llamada que no debe ser desoída. Quizá el ruido externo no permite captarla y por eso es urgente crear espacios que no ahoguen la dimensión espiritual que todo ser humano posee en tanto que creado por Dios y llamado a la comunión de vida con Él.

    Nuestras iglesias, nuestras comunidades, pueden ser uno de estos espacios propicios para escuchar la brisa en la que Dios se manifiesta. Al entrar en una iglesia, el hombre de nuestro tiempo debe tener aún la posibilidad de preguntarse sobre el motivo que anima a quienes la frecuentan. La vida de los cristianos debe ser para todos un indicador que apunta hacia Dios, una señal de que por encima de todo está Él.


El misterio de la Cruz

    "Con amor eterno nos ha amado Dios; por eso, al ser elevado sobre la tierra, nos ha atraído hacia su corazón, compadeciéndose de nosotros" (Antífona 1 de las I Vísperas del Sagrado Corazón).

    La Cruz del Señor es el momento supremo de la manifestación de su inmenso amor al Padre en favor nuestro. El Señor nos "amó hasta el extremo"(Jn 13,1), ya que "nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).

    Su Corazón es un corazón traspasado a causa de nuestros pecados y por nuestra salvación. Un corazón que nos ama personalmente a cada uno. Toda la humanidad está incluida en ese corazón infinitamente dilatado. Ya nadie puede sentirse solo o desamparado, pues al ser amado por Cristo es amado por Dios.

    No hay fronteras ni límites que contengan el alcance de la redención: Él se ha puesto en nuestro lugar, ha cargado con todo el pecado y la culpa de la humanidad, para expiar con su muerte nuestro alejamiento de Dios. Él es el Cordero Inmaculado que con su entrega obediente repara nuestra desobediencia.

    En el sufrimiento y en la muerte, "su humanidad se convierte en el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres. De hecho, Él ha aceptado libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: `Nadie me quita la vida, sino que yo la doy voluntariamente´ (Jn 10, 18)" (Catecismo de la Iglesia Católica, 609) .
    En la Cruz se expresa la "riqueza insondable que es Cristo". En la Cruz se comprende "lo que trasciende toda filosofía": el amor cristiano, un amor que, muriendo, da la vida.



Una inagotable abundancia de gracia

    En la oración colecta de la Misa del Corazón de Jesús se pide a Dios todopoderoso que, al recordar los beneficios de su amor para con nosotros, nos conceda recibir de la fuente divina del Corazón de su Unigénito "una inagotable abundancia de gracia". Del Corazón traspasado de Cristo muerto en la Cruz brotan el agua y la sangre, dando nacimiento a la Iglesia y a los sacramentos de la Iglesia.

    La Iglesia, Esposa de Cristo, es hoy presencia viva en el mundo del amor compasivo de Dios. A imagen de su Señor, la Iglesia debe hacerse obediente hasta la muerte, sirviendo a los hombres para que puedan "acercarse al corazón abierto del Salvador" y "beber con gozo de la fuente de la salvación".

    El motor que mueve a la Iglesia no es otro que el amor. Lo expresó bellamente Teresa de Lisieux en sus “Manuscritos autobiográficos”:

    "Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, un corazón ardiente de Amor. Comprendí que sólo el Amor impulsa a la acción a los miembros de la Iglesia y que, apagado este Amor, los Apóstoles ya no habrían anunciado el Evangelio, los Mártires ya no habrían vertido su sangre... Comprendí que el Amor abrazaba en sí todas las vocaciones, que el Amor era todo, que se extendía a todos los tiempos y a todos los lugares... en una palabra, que el Amor es eterno" (“Manuscritos autobiográficos”, B 3v).


Los Sacramentos

    Los sacramentos que edifican la Iglesia son los cauces de gracia a través de los cuales nos llega la vida nueva de la redención.

    El agua del bautismo nos purifica y nos hace miembros del Cuerpo de Cristo. Dios infunde en nuestra alma las virtudes teologales para que podamos conocerle por la fe, amarle por la caridad, tender hacia Él como meta de nuestra existencia por la esperanza.

    Dios es el que nos otorga, por pura gracia, la posibilidad de amarle sobre todas las cosas y de amar a los hermanos por amor a Él. Si somos dóciles y no obstaculizamos la acción del Espíritu Santo, la caridad irá poco a poco informando nuestra vida, animándola con un principio nuevo que unificará nuestra acción, a fin de que nuestro corazón se vaya asimilando progresivamente al de Cristo.

    De este modo será un corazón engrandecido en el que todos tendrán cabida, pues nos dolerán las almas y desearemos ardientemente que todos conozcan el amor de Dios.

    La Eucaristía nos alimenta con el pan de la inmortalidad. Dentro de poco celebraremos la Solemnidad del Corpus Christi. En este "sacramento admirable" el Señor quiso dejarnos el "memorial de su Pasión". La Eucaristía es una muestra excelsa de los "beneficios del amor de Dios para con nosotros". El Señor quiso dejarnos esta prueba de su amor, quiso quedarse con nosotros, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, para hacernos partícipes de su Pascua.

    La Penitencia renueva nuestra alma para que podamos presentarnos ante Dios, cuando Él nos llame, limpios de nuestros pecados. Igualmente, el sacerdocio es un don del Corazón de Jesús.


El envío del Espíritu Santo

    Acerquémonos al Corazón de Cristo. Respondamos con amor al Amor. Que nuestra vida sea un homenaje - callado y humilde - de amor y de cumplida reparación. "Quiero gastarme sólo por tu Amor", escribía Santa Teresita del Niño Jesús.

    También nosotros le pedimos al Señor la gracia de corresponder - en la medida de nuestras pobres fuerzas - a su infinita compasión para con el mundo. Señor, ¡qué nos gastemos sólo por tu Amor". Qué prendamos en las almas el fuego de tu Amor.

    La primera señal del amor del Salvador es la misión del Espíritu Santo a los discípulos, después de la Ascensión del Señor al cielo, recuerda Pío XII (“Haurietis aquas”, 23). El Espíritu Santo es el Amor mutuo personal por el que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre, y es enviado por ambos para infundir en el alma de los discípulos la abundancia de la caridad divina. Esta infusión de la caridad divina brota también del Corazón del Salvador, en el cual "están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2, 3).

    Al Espíritu Santo se debe el nacimiento de la Iglesia y su admirable propagación. Este amor divino, don del Corazón de Cristo y de su Espíritu, es el que dio a los apóstoles y a los mártires la fortaleza para predicar la verdad y testimoniarla con su sangre.

    A este amor divino, que redunda del Corazón del Verbo encarnado y se difunde por obra del Espíritu Santo en las almas de los creyentes, San Pablo entonó aquel himno que ensalza el triunfo de Cristo y el de los miembros de su Cuerpo: "¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el riesgo?, ¿la persecución?, ¿la espada?... Más en todas estas cosas triunfamos soberanamente por obra de Aquel que nos amó. Porque estoy seguro de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, ni lo presente ni lo futuro, ni poderíos, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna será capaz de apartarnos del amor de Dios manifestado en Jesucristo nuestro Señor" (Rm 8, 35.37-39).

    El Espíritu Santo nos ayudará a conocer íntimamente al Señor y a descubrir, junto al Corazón de Cristo, el sentido verdadero de nuestra vida, a comprender el valor de la vida verdaderamente cristiana, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. "Así - como pedía el Papa Juan Pablo II - sobre las ruinas acumuladas del odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo" (Carta al P. Kolvenbach).

    En la Cruz se expresa la Una inagotable abundancia de gracia. En la oración colecta de la Misa del Corazón de Jesús se pide a Dios todopoderoso que, al recordar los beneficios de su amor para con nosotros, nos conceda recibir de la fuente divina del Corazón de su Unigénito "Los sacramentos. Los sacramentos que edifican la Iglesia son los cauces de gracia a través de los cuales nos llega la vida nueva de la redención.

    El agua del bautismo nos purifica y nos hace miembros del Cuerpo de Cristo. Dios infunde en nuestra alma las virtudes teologales para que podamos conocerle por la fe, amarle por la caridad, tender hacia la esperanza.

Oremos

    ¡Oh Dios!, protector de cuantos en Ti confían, sin cuyo poder nada hay fuerte, nada hay santo; aumenta en nosotros tus misericordias, para que, siendo Tú quien nos dirijas y nos guíes de tal manera pasemos por las cosas temporales, que no perdamos las eternas. Te lo pedimos por el Corazón de tu Santísimo Hijo Jesús. Amén.