lunes, 24 de agosto de 2020

EVANGELIO - 25 de Agosto - San Mateo 23,23-26


    Segunda Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 2,1-3a.14-17.

    Acerca de la Venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con él, les rogamos, hermanos, que no se dejen perturbar fácilmente ni se alarmen, sea por anuncios proféticos, o por palabras o cartas atribuidas a nosotros, que hacen creer que el Día del Señor ya ha llegado.
    Que nadie los engañe de ninguna manera. Porque antes tiene que venir la apostasía y manifestarse el hombre impío, el Ser condenado a la perdición, El los llamó, por medio de nuestro Evangelio, para que posean la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
    Por lo tanto, hermanos, manténganse firmes y conserven fielmente las tradiciones que aprendieron de nosotros, sea oralmente o por carta.
    Que nuestro Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, los reconforte y fortalezca en toda obra y en toda palabra buena.


Salmo 96(95),10.11-12a.12b-13.

Digan entre las naciones: «El Señor reina!
El mundo está firme y no vacilará.
El Señor juzgará a los pueblos con rectitud.»
Alégrese el cielo y exulte la tierra,

resuene el mar y todo lo que hay en él;
regocíjese el campo con todos sus frutos,
griten de gozo los árboles del bosque.
Griten de gozo delante del Señor,

porque él viene a gobernar la tierra:
Él gobernará al mundo con justicia,
y a los pueblos con su verdad.


    Evangelio según San Mateo 23,23-26.

    ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.
    ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!
    ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno!
    ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 25 de Agosto - «Filtráis el mosquito y os tragáis el camello»


      Orígenes, presbítero Homilía: Destruir las orgullosas murallas del pecado sobre el libro de Josué, n. 5, 2.

«Filtráis el mosquito y os tragáis el camello» 

    “Marchemos a la guerra como Josué; asaltemos la ciudad más considerable de este mundo –la malicia- y destruyamos las orgullosas murallas del pecado. ¿Acaso no mirarás a tu alrededor para ver qué camino has de tomar y qué campo de batalla vas a escoger? Sin duda te van a parecer extrañas mis palabras; y sin embargo son verdaderas: limita tu búsqueda a ti solo.

    En ti está el combate que vas a emprender, en tu interior el edifico de malicia que has de socavar; tu enemigo sale del fondo de tu corazón. Y no soy yo quien lo digo sino el mismo Cristo; escúchale: «del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias» (Mt 15,19). ¿Te das cuenta de la fuerza de este ejército enemigo que avanza contra ti desde el fondo de tu corazón? Ahí tienes a nuestros enemigos, a los que hemos de matar al primer combate, los que están en primera línea para ser derribados. Si somos capaces de derribar sus murallas y exterminarlos hasta que no quede ni uno sólo para poderlo narrar, ni tan sólo uno para volver a atacar (Jos 11,14), si no queda ni uno para revivir y volver a ocupar nuestros pensamientos, entonces Jesús nos dará el gran descanso”.

SANTORAL - SAN LUIS IX DE FRANCIA REY

25 de Agosto


    San Luis IX, rey de Francia, que, tanto en tiempo de paz como durante las guerras interpuestas en defensa del cristianismo, se distinguió excepcionalmente por su activa fe y por la justicia en el gobierno, el amor a los pobres y la constancia en las adversidades. Tuvo once hijos en su matrimonio, a los que educó de una manera inmejorable y piadosa, y gastó sus bienes y fuerzas, y su vida misma, en la adoración de la cruz, la corona de espinas y el sepulcro del Señor, hasta que, mientras estaba acampado cerca de Túnez, en la costa de África del Norte, murió contagiado de peste. San Luis IX poseía las cualidades de un gran monarca, de un héroe de epopeya y de un santo. A la sabiduría en el gobierno unía el arte de la paz y de la guerra; al valor y amplitud de miras, una gran virtud. En sus empresas la ambición no tenía lugar alguno; lo único que buscaba el santo rey era la gloria de Dios y el bien de sus súbditos. Aunque las dos cruzadas en que participó resultaron un fracaso, es un hecho que san Luis fue uno de los caballeros más valientes de todas las épocas, un ejemplo perfecto del caballero medieval, sin miedo y sin tacha.

    Era hijo de Luis VIII de Francia. Cuando tenía ocho años, murió su abuelo Felipe Augusto y su padre ascendió al trono. Luis IX nació en Poissy, el 25 de abril de 1214. Blanca, su madre, era hija de Alfonso de Castilla y de Eleonor de Inglaterra. Al ejemplo de las virtudes de su santa madre debió Luis su magnífica educación. Blanca solía repetirle con frecuencia cuando era niño: «Te quiero como la madre más amante puede querer a su hijo; pero preferiría verte caer muerto a mis pies antes que saber que has cometido un solo pecado mortal». Luis no olvidó nunca esa lección. Su biógrafo y amigo, el señor de Joinville, cronista de las cruzadas, refiere que el rey le preguntó una vez: «¿Qué cosa es Dios?» Joinville replicó: «Una cosa tan buena que nada puede ser mejor que Él». «Bien dicho -respondió Luis-, pero decidme: ¿Preferiríais contraer la lepra antes que cometer un pecado mortal?» «Y yo, que nunca he dicho una mentira -prosigue Joinville- repliqué: 'Preferiría cometer treinta pecados mortales antes que contraer la lepra'». Más tarde, San Luis le llamó aparte y le explicó que su respuesta había sido honrada, pero equivocada.

    Luis VIII murió el 7 de noviembre de 1226. San Luis sólo tenía entonces doce años, de suerte que su madre asumió la regencia. Durante la minoría de edad del rey, los barones se dedicaron a perturbar el orden del reino; pero Blanca de Castilla, que supo hacer alianzas muy hábiles, los venció con su valor y diligencia en el campo de batalla y los obligó a mantenerse tranquilos. Cuando san Luis obtenía una victoria, se regocijaba sobre todo porque ello significaba la paz para sus súbditos. Era misericordioso aun con los rebeldes y, como nunca buscaba la venganza ni ambicionaba la conquista, estaba siempre dispuesto a llegar a un acuerdo. Pocos hombres han amado a la Iglesia tanto como san Luis y han mostrado tanta reverencia por sus ministros; pero eso no cegaba al joven rey, quien se oponía a las injusticias de los obispos y nunca escuchaba sus quejas antes de haber oído a la parte contraria. Como un ejemplo, podemos citar la actitud de san Luis en los pleitos que opusieron a los obispos de Beauvais y de Metz contra las corporaciones de sus respectivas ciudades. Luis gustaba de conversar con los sacerdotes y los religiosos y con frecuencia los invitaba a palacio (como por ejemplo, a santo Tomás de Aquino) . Pero sabía también mostrarse alegre a su tiempo: cierta vez en que un fraile empezó a tratar en la mesa un tema demasiado serio, el rey desvió la conversación y advirtió: «Todas las cosas tienen su tiempo». Cuando creaba nuevos caballeros, celebraba fiestas magníficas; pero logró extirpar de la corte todas las diversiones inmorales. No toleraba ni la obscenidad, ni la mundanidad exagerada. Joinville dice: «Yo viví más de veintidós años en compañía del rey y jamás le oí jurar por Dios, por la Virgen o por los santos. Ni siquiera le oí jamás pronunciar el nombre del diablo, excepto cuando leía en voz alta o cuando discutía lo que acababa de leer sobre él». Un fraile de Santo Domingo afirmó también que nunca le había oído hablar mal de nadie. Luis se negó a condenar a muerte al hijo de Hugo de la Marche, que se había levantado en armas junto con su padre, diciendo: «Un hijo no puede dejar de obedecer a su padre».

    A los diecinueve años, san Luis contrajo matrimonio con Margarita, la hija mayor de Raimundo Berenger, conde de Provenza. La segunda hija del conde se casó con Enrique III de Inglaterra; la tercera, Sancha, con Ricardo de Cornwall, y la más joven, Beatriz, con Carlos, el hermano de san Luis. Dios bendijo el matrimonio del rey, que fue muy feliz, con cinco hijos y seis hijas. Sus descendientes ocuparon el trono de Francia hasta el 21 de enero de 1793, día en que el P. Edgeworth dijo a Luis XVI, unos momentos antes de que la guillotina le decapitase: «Hijo de san Luis, vuela al cielo» (aunque la frase es tradicional, se dice que el P. Edgeworth manifestó a Lord Holland que no había pronunciado esas palabras). En 1235, Luis IX tomó el gobierno de su reino, pero no perdió el gran respeto que tenía a su madre y se aconsejaba siempre con ella, a pesar de que Blanca estaba un tanto celosa de su nuera. La primera de las numerosas abadías que fundó san Luis, fue la de Royaumont. En 1239, Balduino II, el emperador latino de Constantinopla, regaló a san Luis la «Corona de Espinas» para agradecerle la generosidad con que había ayudado a los cristianos de Palestina y de otros países de Oriente. La corona se hallaba entonces en manos de los venecianos, como depósito por una suma que éstos habían prestado a Balduino, de suerte que san Luis tuvo que pagar la deuda. El rey envió a dos frailes de Santo Domingo a traer la reliquia y salió con toda su corte a recibirla, más allá de Sens. Para depositar la corona, mandó derribar su capilla de San Nicolás y construyó la «Sainte Chapelle». El santo llevó a París a los cartujos y les regaló el palacio de Vauvert. También ayudó a su madre a fundar el convento de Maubuisson.

    Algunas de las disposiciones del santo monarca muestran hasta qué punto se preocupaba por la buena administración de la justicia. Durante el reinado de sus sucesores, cuando el pueblo se sentía objeto de alguna injusticia, pedía que se le administrase justicia como se hacía en la época de san Luis. En 1230, prohibió la usura, en particular a los judíos, también publicó un decreto por el que condenaba a los blasfemos a ser marcados con un hierro candente y aplicó esa pena a un importante personaje de París. Como algunos murmurasen de su severidad, el monarca declaró que él mismo se sometería a la pena si con ello pudiese acabar con la blasfemia. El santo protegía a sus vasallos contra las opresiones de los señores feudales. Uno de éstos, un flamenco, había mandado ahorcar a tres niños a quienes había sorprendido cazando liebres en sus propiedades. El rey le encarceló y le hizo juzgar, no por un tribunal de caballeros, como lo pedía el noble, sino por el tribunal ordinario. Aunque San Luis le perdonó la vida, le confiscó la mayor parte de sus propiedades y empleó el producto en obras de caridad. El monarca prohibió a los señores feudales que se hiciesen la guerra entre sí. Cuando daba su palabra, la cumplía escrupulosamente y observaba con fidelidad los tratados. Su integridad e imparcialidad eran tales, que los barones, los prelados y aun los reyes, se sometían a su arbitraje y se atenían a sus decisiones.

    Poco después del comienzo del reinado de Luis IX, Hugo de Lusignan, conde de La Marche, se rebeló; sus estados formaban parte del Poitou y él se rehusó a prestar homenaje al conde de Poitiers, hermano de san Luis. La esposa de Hugo se había casado en primeras nupcias con el rey Juan de Inglaterra y era la madre de Enrique III; éste acudió, pues, en ayuda de su padrastro. San Luis derrotó a Enrique III en la batalla de Taillebourg, en 1242. El vencido se refugió en Burdeos y, hasta el año siguiente, retornó a Inglaterra e hizo la paz con los franceses. Diecisiete años más tarde, Luis firmó otro tratado con Enrique III, por el que entregaba a los ingleses el Limousin y el Périgord, en tanto que éste renunciaba a todo derecho sobre Normandía, Anjou, Maine, Touraine y Poitou. Los nobles franceses criticaron las concesiones que había hecho el rey, pero éste explicó que el tratado permitiría una larga paz con Inglaterra y que la corona francesa se honraba con tener por vasallo a Enrique III. Sin embargo, algunos historiadores opinan que si san Luis se hubiese mostrado más exigente, habría podido evitar la «Guerra de Cien Años» a sus sucesores.

    En 1244, al restablecerse de una enfermedad, San Luis determinó emprender una cruzada en Oriente. A principios del año siguiente, escribió a los cristianos de Palestina que iría a socorrerles en su lucha contra los infieles lo más pronto posible. Como se sabe, los infieles se habían apoderado nuevamente de Jerusalén, unos cuantos meses antes. La oposición que el rey encontró entre sus consejeros y los nobles, los asuntos de su reino y los preparativos de la cruzada, dilataron la empresa tres años y medio. En el décimo tercer Concilio de Lyon se estableció un impuesto de un vigésimo sobre todos los beneficios eclesiásticos durante tres años para ayudar a la cruzada, a pesar de la violenta oposición de los representantes de Inglaterra. Esto dio ánimo a los cruzados, y san Luis se embarcó con rumbo a Chipre en 1248, acompañado por Guillermo Longsword, conde de Salisbury, y doscientos caballeros ingleses. El objetivo de la cruzada era Egipto. La toma de Damieta, en el delta del Nilo, se llevó a cabo sin dificultad, y san Luis entró solemnemente en la ciudad, no con la pompa de un conquistador, sino con la humildad que convenía a un príncipe cristiano. En efecto, el rey y la reina iban a pie, precedidos de los príncipes y caballeros y del legado pontificio. El monarca decretó severos castigos contra el saqueo y el crimen, ordenó que se restituyese todo lo robado y prohibió que se matase a los infieles, si era posible hacerlos prisioneros. Pero, a pesar de todas las precauciones de san Luis, muchos cruzados se entregaron al pillaje y la matanza. Las crecidas del Nilo y el calor del verano impidieron al rey aprovechar la ventaja que había conseguido y tuvo que esperar seis meses antes de atacar a los sarracenos, que se hallaban en la otra ribera del Nilo. Siguieron otros seis meses de luchas enconadas, en las que los cruzados perdieron muchos hombres, tanto en las batallas como en las continuas epidemias. En abril de 1250, san Luis cayó prisionero y los sarracenos diezmaron su ejército. Durante el cautiverio, el rey rezaba diariamente el oficio divino con sus dos capellanes, como si estuviera en su palacio. A las burlas insultantes de los guardias, respondía con tal aire de majestad y autoridad, que éstos acabaron por dejarle en paz. Cuando san Luis se negó a entregar sus castillos de Siria, los infieles le amenazaron con las más ignominiosas torturas. El santo monarca repuso serenamente que era su prisionero y que podían hacer lo que quisiesen de su cuerpo. El sultán le propuso devolverle la libertad y la de todos sus caballeros, a cambio de un millón de onzas de oro y de la ciudad de Damieta. Luis respondió que el rey de Francia no podía pagar su rescate a precio de oro, pero que estaba dispuesto a entregar Damieta a cambio de su libertad y un millón de onzas de oro para que sus vasallos quedasen libres. Precisamente entonces, el sultán fue derrotado por los emires mamelucos, quienes devolvieron la libertad al rey a sus caballeros al precio convenido, pero asesinaron traidoramente a todos los heridos y enfermos que se hallaban en Damieta. San Luis partió entonces a Palestina con el resto de su ejército. Ahí permaneció hasta 1254: visitó los Santos Lugares, alentó a los cristianos y reforzó las defensas del Reino Latino de Jerusalén. Después de recibir, con profundo dolor, la noticia de la muerte de su madre, que ejercía la regencia en Francia. San Luis volvió a su patria, de la que había estado ausente seis años. Angustiado por el recuerdo de la opresión que sufrían los cristianos en el Oriente, portó siempre el signo de cruzado en sus vestimentas para demostrar que estaba decidido a volver a socorrerles. La situación de los cruzados, empeoró rápidamente, ya que entre 1263 y 1268, los mamelucos tomaron Nazaret, Cesarea, Jaffa y Antioquía.

    Hacia 1257, Roberto de Sorbon, un canónigo de París muy erudito, fundó en la ciudad la escuela de teología que más tarde se llamó la Sorbona. Roberto era amigo personal de san Luis, quien en ciertas épocas le tuvo por confesor, de suerte que el monarca apoyó con entusiasmo su proyecto y le ayudó a realizarlo. San Luis fundó también en París, el hospital de ciegos de Quinze-Vingts, («Los Trescientos»), llamados así porque al principio albergaba a trescientos enfermos. Pero no fue eso todo lo que el santo hizo por los pobres: a diario invitaba a comer a trece indigentes y mandaba repartir alimentos cerca de su palacio a una gran multitud de necesitados. En la Cuaresma y el Adviento daba de comer a cuantos se presentaban y, con frecuencia, se encargaba personalmente de servirlos. Tenía una lista de los necesitados, sobre todo de los pobres vergonzantes, a los que socorría regularmente en toda la extensión de sus dominios. Aunque no se ocupaba personalmente de la legislación, tenía verdadera pasión por la justicia y, gracias a ello, pudo transformar la institución feudal de «la corte del rey» en un verdadero tribunal de justicia, a cuyas decisiones se sometían los monarcas, corno en el caso de Enrique III y sus barones. El santo se esforzó por sustituir el recurso a las armas por el arbitraje y el proceso judicial. En cierta ocasión en que había actuado como padrino de bautismo de un judío en Saint-Denis, el santo confesó al embajador del emir de Túnez que, por ver al soberano tunecino recibir el bautismo, pasaría con gusto el resto de su vida prisionero de los sarracenos.

    Como las intenciones del rey eran bien conocidas, la promulgación de una nueva cruzada, en 1267, no sorprendió a nadie, pero tampoco entusiasmó a nadie, pues el pueblo temía, entre otras cosas, perder a su buen monarca. Aunque san Luis no tenía entonces más que cincuenta y dos años, estaba gastado por el trabajo, la penitencia y las penurias. Joinville no tuvo empacho en afirmar que «quienes habían aconsejado ese viaje al monarca eran culpables de pecado mortal», y él mismo se negó a participar en la cruzada, alegando que debía quedarse a proteger a los súbditos del monarca de la opresión de los señores. San Luis se embarcó con su ejército en Aigues-Mortes, el l de julio de 1270. La armada se dirigió a Cagliari, en la Cerdeña, y ahí se resolvió proseguir rumbo a Túnez. El rey y su hijo mayor enfermaron de tifus al llegar a este puerto. Al sentir que se acercaba su fin, el santo monarca dio sus últimas instrucciones a sus hijos y a su hija, la reina de Navarra, y se preparó para la muerte. El domingo 24 de agosto, recibió los últimos sacramentos. En seguida mandó llamar a los embajadores griegos y los exhortó ardientemente a la unión con la Iglesia romana. Al día siguiente, perdió el habla durante tres horas y, al recuperarla, levantó los ojos al cielo y dijo en voz alta las palabras del salmista: «Señor, iré a tu casa a adorarte en tu templo santo y a glorificar tu nombre». A las tres de la tarde, exclamó: «En tus manos encomiendo mi espíritu» y murió. Sus huesos y su corazón fueron trasladados a Francia y depositados en la iglesia abacial de Saint-Denis, donde estuvieron hasta que fueron profanados durante la Revolución Francesa. San Luis fue canonizado por el papa Bonifacio VIII en 1297.

Oremos

    Oh Dios, que has trasladado a San Luis de Francia desde los afanes del gobierno temporal al reino de tu gloria, concédenos, por su intercesión, buscar ante todo tu reino en medio de nuestras ocupaciones temporales. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

domingo, 23 de agosto de 2020

EVANGELIO - 24 de Agosto - San Juan 1,45-51


    Apocalipsis 21,9b-14.

    Luego se acercó uno de los siete Ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete últimas plagas, y me dijo: "Ven que te mostraré a la novia, a la esposa del Cordero".
    Me llevó en espíritu a una montaña de enorme altura, y me mostró la Ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios.
    La gloria de Dios estaba en ella y resplandecía como la más preciosa de las perlas, como una piedra de jaspe cristalino.
    Estaba rodeada por una muralla de gran altura que tenía doce puertas: sobre ellas había doce ángeles y estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel.
    Tres puertas miraban al este, otras tres al norte, tres al sur, y tres al oeste.
    La muralla de la Ciudad se asentaba sobre doce cimientos, y cada uno de ellos tenía el nombre de uno de los doce Apóstoles del Cordero.


Salmo 145(144),10-11.12-13ab.17-18.

Que todas tus obras te den gracias, Señor,
y tus fieles te bendigan;
que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen tu poder.

Así manifestarán a los hombres tu fuerza
y el glorioso esplendor de tu reino:
tu reino es un reino eterno,
y tu dominio permanece para siempre.

El Señor es justo en todos sus caminos
y bondadoso en todas sus acciones;
El Señor está cerca de aquellos que lo invocan,
de aquellos que lo invocan de verdad.


    Evangelio según San Juan 1,45-51.

    Felipe encontró a Natanael y le dijo: "Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret".
    Natanael le preguntó: "¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?". "Ven y verás", le dijo Felipe.
    Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: "Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez".
    "¿De dónde me conoces?", le preguntó Natanael. Jesús le respondió: "Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera".
    Natanael le respondió: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel".
    Jesús continuó: "Porque te dije: 'Te vi debajo de la higuera', crees . Verás cosas más grandes todavía".
    Y agregó: "Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 24 de Agosto - «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo... así será mi palabra que sale de mi boca»


San Pedro Damián , benedictino, obispo de Ostia, doctor de la Iglesia Sermón 42, segundo para San Bartolomé


«Como bajan la lluvia y la nieve del cielo... así será mi palabra que sale de mi boca» 

    Los apóstoles son estas piedras preciosas que san Juan nos dice en el Apocalipsis haber contemplado y con las que se construyen las puertas de la Jerusalén celestial (Ap 21,21)... En efecto, cuando a través de signos o de milagros los apóstoles irradian la luz divina, dan acceso a la gloria celestial de Jerusalén a los pueblos convertidos a la fe cristiana. Y cualquiera que es salvado gracias a ellos entra en la vida como un viajero que atraviesa una puerta... Habla también de ellos el profeta cuando dice: «¿Quiénes son estos que vuelan como unas nubes?» (Is 60,8). Estas nubes se condensan en agua cuando riegan la tierra de nuestro corazón con la lluvia de su enseñanza para convertirla en fértil y portadora de gérmenes de buenas obras.

    Bartolomé, cuya fiesta hoy celebramos, en arameo quiere decir precisamente: hijo del que lleva agua. Es hijo de ese Dios que levanta el espíritu de los predicadores a la contemplación de las cosas de allá arriba de manera que puedan esparcir eficazmente y en abundancia, la lluvia de la palabra de Dios en nuestros corazones. Es de esa manera que beben el agua de la fuente para dárnosla a beber a cada uno de nosotros.

FIESTA DE SAN BARTOLOMÉ, APÓSTOL

24 de Agosto


    Fiesta de san Bartolomé, apóstol, a quien generalmente se identifica con Natanael. Nacido en Caná de Galilea, fue presentado por Felipe a Cristo Jesús en las cercanías del Jordán, donde el Señor le invitó a seguirle, agregándolo a los Doce. Después de la Ascensión del Señor, es tradición que predicó el Evangelio en la India y que allí fue coronado con el martirio.

    A este santo (que fue uno de los doce apóstoles de Jesús) lo pintaban los antiguos con la piel en sus brazos como quien lleva un abrigo, porque la tradición cuenta que su martirio consistió en que le arrancaron la piel de su cuerpo, estando él aún vivo. Parece que Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa "regalo de Dios").

    Muchos autores creen que el personaje que el evangelista San Juan llama Natanael, es el mismo que otros evangelistas llaman Bartolomé. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael. El evangelio de San Juan la narra de la siguiente manera: "Jesús se encontró a Felipe y le dijo: "Sígueme". Felipe se encontró a Natanael y le dijo: "Hemos encontrado a aquél a quien anunciaron Moisés y los profetas.

    Es Jesús de Nazaret". Natanael le respondió: " ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?" Felipe le dijo: "Ven y verás". Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: "Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño" Natanael le preguntó: "¿Desde cuando me conoces?" Le respondió Jesús: "antes de que Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol, yo te vi". Le respondió Natanael: "Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel". Jesús le contestó: "Por haber dicho que te vi debajo del árbol, ¿crees? Te aseguró que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del Hijo del Hombre." (Jn. 1,43 )-

    Desde entonces nuestro santo fue un discípulo incondicional de este enviado de Dios, Cristo Jesús que tenía poderes y sabiduría del todo sobrenaturales. Con los otros 11 apóstoles presenció los admirables milagros de Jesús, oyó sus sublimes enseñanzas y recibió el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. Para San Bartolomé, como para nosotros, la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas extraordinarias, sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar mas a Jesucristo, y a propagar su santa religión, y en tener una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible.

Oremos

    Fortalece, Señor, nuestra fe, para que nos adhiramos a Cristo, tu Hijo, con la misma sinceridad con que lo hizo el apóstol San Bartolomé, y haz que, por la intercesión de este santo, sea siempre tu Iglesia sacramento de salvación universal para todos los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

sábado, 22 de agosto de 2020

EVANGELIO - 23 de Agosto - San Mateo 16,13-20


    Libro de Isaías 22,19-23.

    Yo te derribaré de tu sitial y te destituiré de tu cargo.
    Y aquel día, llamaré a mi servidor Eliaquím, hijo de Jilquías; lo vestiré con tu túnica, lo ceñiré con tu faja, pondré tus poderes en su mano, y él será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá.
    Pondré sobre sus hombros la llave de la casa de David: lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá.
    Lo clavaré como una estaca en un sitio firme, y será un trono de gloria para la casa de su padre.


Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.6.8bc.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
te cantaré en presencia de los ángeles.
Me postraré ante tu santo Templo.
y daré gracias a tu Nombre

por tu amor y tu fidelidad.
Me respondiste cada vez que te invoqué
y aumentaste la fuerza de mi alma.
El Señor está en las alturas,

pero se fija en el humilde
y reconoce al orgulloso desde lejos.
Tu amor es eterno, Señor,
¡no abandones la obra de tus manos.


    Carta de San Pablo a los Romanos 11,33-36.

    ¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos!
    ¿Quién penetró en el pensamiento del Señor? ¿Quién fue su consejero?
    ¿Quién le dio algo, para que tenga derecho a ser retribuido?
    Porque todo viene de él, ha sido hecho por él, y es para él. ¡A él sea la gloria eternamente! Amén.


    Evangelio según San Mateo 16,13-20.

    Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
    Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
    "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
    Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
    Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
    Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
    Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
    Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 23 de Agosto - "La firmeza de la Iglesia"


San Pío X  papa 1903-1914 Encíclica “Iuncunda sane” 7-8.10 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)

La firmeza de la Iglesia

    Nos sentimos seguros en la roca de la Santa Iglesia. (…) Nunca las promesas de Cristo han traicionado a la esperanza, (…) Ellas Nos fortalecen, por encima de tantas dificultades actuales y de tantas vicisitudes por las que estamos atravesando. Los reinos y los imperios desaparecen; con frecuencia, las naciones se destruyeron a sí mismas, a pesar de su fama y de su cultura, como agostadas por la vejez. Pero la Iglesia, fiel a su propia naturaleza, sin romper jamás el lazo que la une al celestial Esposo, vive hasta hoy como una flor de juventud perenne, sostenida por la fuerza que proviene del corazón traspasado de Cristo muerto en la Cruz. Los poderosos de la tierra la combatieron; ellos han desaparecido, ella sobrevive. Los filósofos inventaron mil caminos, alabándose a sí mismos, como si por fin hubieran conseguido destruir la doctrina de la Iglesia, hundir los fundamentos de la fe y demostrar lo absurdo de su magisterio. Sin embargo, la historia ensena que aquellos caminos terminaron desiertos, mientras que la luz de la verdad que procede de Pedro ilumina con la misma intensidad con que Jesús la hizo nacer y la mantiene según la divina sentencia: el cielo y la tierra pasaran, pero mis palabras no fallaran (Mt 24,35). (…) Así, (…) orientad los pasos de la mente, como habéis hecho desde el principio, hacia la seguridad de esa roca sobre la que nuestro Redentor, como sabéis, fundó la Iglesia en todo el mundo, de manera que el recto andar de un corazón sincero no se aparte por caminos equivocados.

SANTORAL - SAN ZAQUEO DE JERUSALÉN

23 de Agosto


    Fue el cuarto obispo de Jerusalén. De él habla el Evangelio en aquel episodio en que Zaqueo, por ser de pequeña estatura y queriendo ver a Jesús que pasaba por el lugar, subió a un sicomoro. Jesús entonces lo invitó a bajar y fue a comer a su casa. Zaqueo murió en Jerusalén el año 116, a edad muy avanzada. (Siglo I) Recaudador de impuestos judío que aparece en el Evangelio de San Lucas (capítulo XIX, 1-10). Zaqueo era uno de los recaudadores jefes con sede en el oasis de Jericó, cuyos palmerales y huertos producían abundantes frutos sujetos a la vigilancia y a la competencia del fisco. Judío de nacimiento, Zaqueo era cordialmente odiado por sus compatriotas a causa de su profesión, que lo colocaba entre los pecadores públicos.

     Hombre de baja estatura, para ver pasar a Jesús por Jericó tuvo que encaramarse a un sicómoro, y allí le sorprendió la benévola mirada del Maestro, que le dijo: "Baja en seguida, Zaqueo, porque hoy necesito parar en tu casa". La sorpresa del publicano, que en lugar de ásperas palabras oyó aquella singular invitación, está indicada en el relato evangélico por la prisa con que bajó de su árbol y por su alegría.

    El hecho produjo la irritación de la muchedumbre, que acusó a Jesús de entrar en casa de un pecador. Pero ni Jesús ni Zaqueo hicieron caso de la calumnia y Zaqueo, en el umbral de su casa, antes de sentarse a la mesa, declaró su gratitud a Jesús: "He aquí, Señor, que doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si alguna vez defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo".

    A la generosidad de Jesús, que al proponerse hospedarse en casa de Zaqueo desdeñó los prejuicios de la gente que evitaba todo contacto con los pecadores públicos, correspondió Zaqueo con una generosidad verdaderamente heroica para quien su mismo oficio había hecho avaro e implacable, abriendo su corazón a un impulso de caridad auténticamente evangélica.

Oremos

    Oh, San Zaqueo de Jerusalén, vos, sos el hijo del Dios de la vida, y su amado Obispo, que, por ser de pequeña estatura pero gigante de fe, queriendo ver a vuestro Maestro Jesús, subiste a un árbol, y Él, viéndote, te invitó a bajar y fue con vos, a comer a vuestra casa. Venerado fuiste y sos, por la gente de vuestro tiempo y del nuestro. A Dios, amabas de manera tal, que te entregaste en cuerpo y alma, a servirlo en imitación santa de Cristo Jesús, vuestro amadísimo Maestro. A Santiago Apóstol seguiste y a Justo I, Obispo de Jerusalén sucediste. Hoy luces corona de luz eterna, como premio a vuestro amor; oh, San Zaqueo de Jerusalén. Amén

viernes, 21 de agosto de 2020

EVANGELIO - 22 de Agosto - San Mateo 23,1-12


    Libro de Ezequiel 43,1-7a.

    El hombre me llevó hacia la puerta que miraba al oriente, y yo vi que la gloria del Dios de Israel venía desde el oriente, con un ruido semejante al de las aguas caudalosas, y la tierra se iluminó con su Gloria.
    Esta visión era como la que yo había visto cuando el Señor vino a destruir la ciudad, y como la que había visto junto al río Quebar. Entonces caí con el rostro en tierra.
    La gloria del Señor entró en la Casa por la puerta que daba al oriente.
    El espíritu me levantó y me introdujo en el atrio interior, y yo vi que la gloria del Señor llenaba la Casa.
    Y oí que alguien me hablaba desde la Casa, mientras el hombre permanecía de pie junto a mí.
    La voz me dijo: "Hijo de hombre, este es el lugar de mi trono, el lugar donde se asienta la planta de mis pies. Aquí habitaré para siempre en medio de los israelitas. El pueblo de Israel no profanará más mi Nombre: ni ellos ni sus reyes con sus prostituciones, ni los cadáveres de sus reyes con sus tumbas.


Salmo 85(84),9ab-10.11-12.13-14.

Voy a proclamar lo que dice el Señor:
el Señor promete la paz,
Su salvación está muy cerca de sus fieles,
y la Gloria habitará en nuestra tierra.

El Amor y la Verdad se encontrarán,
la Justicia y la Paz se abrazarán;
la Verdad brotará de la tierra
y la Justicia mirará desde el cielo.

El mismo Señor nos dará sus bienes
y nuestra tierra producirá sus frutos.
La Justicia irá delante de él,
y la Paz, sobre la huella de sus pasos.


    Evangelio según San Mateo 23,1-12.

    Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: "Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen.
    Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
    Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar 'mi maestro' por la gente.
    En cuanto a ustedes, no se hagan llamar 'maestro', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.
    A nadie en el mundo llamen 'padre', porque no tienen sino uno, el Padre celestial.
    No se dejen llamar tampoco 'doctores', porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
    Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 22 de Agosto - «Todos sois hermanos»


San Juan Crisóstomo Sobre la Carta a los Romanos: Algunas palabras causan lesiones mucho más profundas n 8 

«Todos sois hermanos»

    «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, dice Jesús, yo estoy en medio de ellos» (Mt 18,20)... Pero ¿qué es realmente lo que veo? Los cristianos que sirven bajo el mismo estandarte, bajo el mismo jefe, se devoran y se desgarran: ¡unos por un poco de oro, otros por la gloria, algunos sin ningún motivo, otros por el placer de un buen nombre! Entre nosotros, el nombre de hermanos es una palabra vana...

    Respetad esta mesa santa donde todos estamos convocados; respetad a Cristo inmolado por nosotros; respetad el sacrificio que se ofrece... Después de haber participado en dicha mesa y haber comulgado tal alimento, ¿Cogeremos los armas unos contra otros, cuando deberíamos armarnos todos juntos contra el demonio?... ¿Olvidamos este adversario, para lanzar nuestras flechas contra nuestros hermanos? ¿Qué flechas, diréis? Las que lanzan la lengua y los labios. No sólo hay flechas con puntas de hierro que hieren: algunas palabras causan lesiones mucho más profundas.

SANTORAL - SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, REINA

22 de Agosto


    En 1954 el Papa Pío XII, instituyó la fiesta Litúrgica del Reinado de María al coronar a la Virgen en Santa María la Mayor, Roma. En esta ocasión el Papa también promulgó el documento principal del Magisterio acerca de la dignidad y realeza de María, la Encíclica Ad coeli Reginam (Oct 11, 1954). El pueblo cristiano siempre ha reconocido a María Reina por ser madre del Rey de reyes y Señor de Señores. Su poder y sus atributos los recibe del Todopoderoso: Su Hijo, Jesucristo. Es El quien la constituye Reina y Señora de todo lo creado, de los hombres y aún de los ángeles.

    Juan Pablo II, el 23 de julio del 1997, habló sobre la Virgen como Reina del universo. Recordó que "a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el Concilio de Efeso proclama a la Virgen 'Madre de Dios', se comienza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este ulterior reconocimiento de su dignidad excelsa, quiere situarla por encima de todas las criaturas, exaltando su papel y su importancia en la vida de cada persona y del mundo entero".

    El Santo Padre explicó que "el título de Reina no sustituye al de Madre: su realeza sigue siendo un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le ha sido conferido para llevar a cabo esta misión. (...) Los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto aumenta su abandono filial en Aquella que es madre en el orden de la gracia".

    "La Asunción favorece la plena comunión de María no sólo con Cristo, sino con cada uno de nosotros. Ella está junto a nosotros porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro cotidiano itinerario terreno. (...). Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida".

Fundamento Teológico de la Realeza de María

    La razón por la que la Santísima Virgen María es Reina se fundamenta teológicamente en su divina Maternidad y en su función de ser coloborar en la obra de la redención del género humano.

a) Por su divina Maternidad: Es el fundamento principal, pues la eleva a un grado altísimo de intimidad con el Padre celestial y la une a su divino Hijo, que es Rey universal por derecho propio. En la Sagrada Escritura se dice del Hijo que la Virgen concebi­rá: "Hijo del Altísimo será llamado Y a El le dará el Señor Dios el trono de David su padre y en la casa de Jacob reinará eter­namente y su reinado no tendrá fin" (Lc. 1,32-33). Y a María se le llama "Madre del Señor" (Lc. 1,43); de donde fácilmente se deduce que Ella es también Reina, pues engendró un Hijo que era Rey y Señor de todas las cosas. Así, con razón, pudo escribir San Juan Damasceno: "Verdaderamente fue Señora de to­das las criaturas cuando fue Madre del Creador" (cit. en la Enc. Ad coeli Reginam, de Pío XII, 11-X-1954).

b) Por ser colaboradora en la obra de la redención del género humano: La Virgen María, por voluntad expresa de Dios, tuvo parte excelentísima en la obra de nuestra Redención. Por ello, puede afir­marse que el género humano sujeto a la muerte por causa de una virgen (Eva), se salva también por medio de una Virgen (María). En consecuencia, así como Cristo es Rey por título de conquista, al precio de su Sangre, también María es Reina al precio de su Compasión dolorosa junto a la Cruz. "La Beatísima María debe ser llamada Reina, no sólo por ra­zón de su Maternidad divina, sino también porque cooperó íntimamente a nuestra salvación. Así como Cristo, nuevo Adán, es Rey nuestro no sólo por ser Hijo de Dios sino tam­bién nuestro Redentor, con cierta analogía, se puede afirmar que María es Reina, no sólo por ser Madre de Dios sino tam­bién, como nueva Eva, porque fue asociada al nuevo Adán" (cfr. Pío XII, Enc, Ad coeli Reginam).

Oremos

    Señor, Dios nuestro, que nos has dado como madre y como reina a la Madre de tu Hijo, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria que tienes preparada a tus hijos en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén