viernes, 11 de marzo de 2016

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II



CÁNTICO DE LA CARTA I DE SAN PEDRO
(2,21b-24)


La pasión voluntaria de Cristo, el siervo de Dios


 21 Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.



22 Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
23 
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.

24 Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.



Pasión voluntaria de Cristo, siervo de Dios

    1. Después de la pausa con ocasión de las festividades navideñas, reanudamos hoy nuestro
itinerario de meditación sobre la liturgia de las Vísperas. El cántico que acabamos de proclamar,
tomado de la primera carta de san Pedro, se refiere a la pasión redentora de Cristo, anunciada ya
en el momento del bautismo en el Jordán.
Como escuchamos el domingo pasado, fiesta del Bautismo del Señor, Jesús se manifiesta desde
el inicio de su actividad pública como el "Hijo amado", en el que el Padre tiene su complacencia
(cf. Lc 3, 22), y el verdadero "Siervo de Yahveh" (cf. Is 42, 1), que libra al hombre del pecado
mediante su pasión y la muerte en la cruz.
En la carta de san Pedro citada, en la que el pescador de Galilea se define "testigo de los
sufrimientos de Cristo" (1 P 5, 1), el recuerdo de la pasión es muy frecuente. Jesús es el cordero
del sacrificio, sin mancha, cuya sangre preciosa fue derramada para nuestra redención (cf. 1 P 1,
18-19). Él es la piedra viva que desecharon los hombres, pero que fue escogida por Dios como
"piedra angular" que da cohesión a la "casa espiritual", es decir, a la Iglesia (cf. 1 P 2, 6-8). Él es
el justo que se sacrifica por los injustos, a fin de llevarlos a Dios (cf. 1 P 3, 18-22).

    2. Nuestra atención se concentra ahora en la figura de Cristo que nos presenta el pasaje que
acabamos de escuchar (cf. 1 P 2, 21-24). Aparece como el modelo que debemos contemplar e
imitar, el "programa", como se dice en el original griego (cf. 1 P 2, 21), que debemos realizar, el
ejemplo que hemos de seguir con decisión, conformando nuestra vida a sus opciones.
En efecto, se usa el verbo griego que indica el seguimiento, la actitud de discípulos, el seguir las
huellas mismas de Jesús. Y los pasos del divino Maestro van por una senda ardua y difícil,
precisamente como se lee en el evangelio: "El que quiera venir en pos de mí, (...) tome su cruz y
sígame" (Mc 8, 34).
En este punto, el himno de la carta de san Pedro traza una síntesis admirable de la pasión de
Cristo, a la luz de las palabras y las imágenes que el profeta Isaías aplica a la figura del Siervo
doliente (cf. Is 53), releída en clave mesiánica por la antigua tradición cristiana.

    3. Esta historia de la Pasión en el himno se formula mediante cuatro declaraciones negativas (cf.
1 P 2, 22-23a) y tres positivas (1 P 2, 23b-24), para describir la actitud de Jesús en esa situación
terrible y grandiosa.
Comienza con la doble afirmación de su absoluta inocencia, expresada con las palabras de Isaías
(cf. Is 53, 9): "Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca" (1 P 2, 22). Luego vienen
dos consideraciones sobre su comportamiento ejemplar, impregnado de mansedumbre y dulzura:
"Cuando le insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas" (1 P 2, 23). El
silencio paciente del Señor no es sólo un acto de valentía y generosidad. También es un gesto
de confianza con respecto al Padre, como sugiere la primera de las tres afirmaciones positivas:
"Se ponía en manos del que juzga justamente" (1 P 2, 23). Tiene una confianza total y perfecta en
la justicia divina, que dirige la historia hacia el triunfo del inocente.

    4. Así se llega a la cumbre del relato de la Pasión, que pone de relieve el valor salvífico del acto
supremo de entrega de Cristo: "Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos
al pecado, vivamos para la justicia" (1 P 2, 24).
Esta segunda afirmación positiva, formulada con las expresiones de la profecía de Isaías (cf. Is
53, 12), precisa que Cristo cargó "en su cuerpo" "en el leño", o sea, en la cruz, "nuestros
pecados", para poder aniquilarlos.
Por este camino, también nosotros, librados del hombre viejo, con su mal y su miseria, podemos
"vivir para la justicia", es decir, en santidad. El pensamiento corresponde, aunque sea con
términos en gran parte diversos, a la doctrina paulina sobre el bautismo, que nos regenera como
nuevas criaturas, sumergiéndonos en el misterio de la pasión, muerte y gloria de Cristo (cf. Rm 6,
3-11).
La última frase -"sus heridas nos han curado" (1 P 2, 25)- indica el valor salvífico del sufrimiento
de Cristo, expresado con las mismas palabras que usa Isaías para indicar la fecundidad
salvadora del dolor sufrido por el Siervo de Yahveh (cf. Is 53, 5).

    5. Contemplando las llagas de Cristo por las cuales hemos sido salvados, san Ambrosio se 
expresaba así: "En mis obras no tengo nada de lo que pueda gloriarme, no tengo nada de lo que
pueda enorgullecerme y, por tanto, me gloriaré en Cristo. No me gloriaré de ser justo, sino de
haber sido redimido. No me gloriaré de estar sin pecado, sino de que mis pecados han sido
perdonados. No me gloriaré de haber ayudado a alguien ni de que alguien me haya ayudado, sino
de que Cristo es mi abogado ante el Padre, de que Cristo derramó su sangre por mí. Mi pecado
se ha transformado para mí en precio de la redención, a través del cual Cristo ha venido a mí.
Cristo ha sufrido la muerte por mí. Es más ventajoso el pecado que la inocencia. La inocencia me
había hecho arrogante, mientras que el pecado me ha hecho humilde" (Giacobbe e la vita beata,
I, 6, 21: SAEMO III, Milán-Roma 1982, pp. 251-253).



JUAN PABLO II    AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 14 de enero de 2004


DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA ( CAP II )

LA DOCTRINA SOCIAL EN NUESTRO TIEMPO:
APUNTES HISTÓRICOS







    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene.       

San Crisóstomo.

REFLEXIÓN

TIEMPO DE CUARESMA
VIERNES DE LA SEMANA IV
Propio del Tiempo. Salterio IV
11 de marzo




   De las Cartas pascuales de san Atanasio, obispo
(Carta 5, 1-2: PG 26, 1379-1380)


LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA JUNTA 
EN UNA MISMA FE A LOS QUE SE ENCUENTRAN CORPORALMENTE SEPARADOS

    Vemos, hermanos míos, cómo vamos pasando de una fiesta a otra, de una celebración a otra, de una solemnidad a otra. Ahora ha llegado aquel tiempo en que todo vuelve a comenzar, a saber, la preparación de la Pascua venerable, en la que el Señor fue inmolado. Nosotros nos alimentamos, como de un manjar de vida, y deleitamos siempre nuestra alma con la sangre preciosa de Cristo, como de una fuente; y, con todo, siempre estamos sedientos de esa sangre, siempre sentimos un ardiente deseo de recibirla. Pero nuestro Salvador está siempre a disposición de los sedientos y, por su benignidad, atrae a la celebración del gran día a los que tienen sus entrañas sedientas, según aquellas palabras suyas: El que tenga sed que venga a mí y que beba.

    No sólo podemos siempre acercarnos a saciar nuestra sed, sino que además, siempre que lo pedimos, se nos concede acceso al Salvador. El fruto espiritual de esta fiesta no queda limitado a un tiempo determinado, ya que sus rayos esplendorosos no conocen ocaso, sino que está siempre a punto de iluminar las mentes que así lo desean. Goza de una virtualidad ininterrumpida para con aquellos cuya mente está iluminada y que día y noche están atentos al libro sagrado, como aquel hombre a quien el salmo proclama dichoso, cuando dice: Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.

    Ahora bien, el mismo Dios, amados hermanos, que al principio instituyó para nosotros esta fiesta, nos ha concedido poderla celebrar cada año; y el que entregó a su Hijo a la muerte por nuestra salvación nos otorga, por el mismo motivo, la celebración anual de este sagrado misterio. Esta fiesta nos sostiene en medio de las miserias de este mundo; y ahora es cuando Dios nos comunica la alegría de la salvación, que irradia de esta fiesta, ya que en todas partes nos reúne espiritualmente a todos en una sola asamblea, haciendo que podamos orar y dar gracias todos juntos, como es de ley en esta fiesta. Esto es lo admirable de esta festividad: que él reúne para celebrarla a los que están lejos y junta en una misma fe a los que se encuentran corporalmente separados.





    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene.      

San Crisóstomo.

LA FRASE DEL DÍA


Viernes 11 de marzo








    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene.      

San Crisóstomo.

EVANGELIO

TIEMPO DE CUARESMA
VIERNES DE LA SEMANA IV
11 de marzo




    Libro de la Sabiduría 2,1a.12-22.
 

    Los impíos se dicen entre sí, razonando equivocadamente:
    «Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida.
    El se gloría de poseer el conocimiento de Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor.
    Es un vivo reproche contra nuestra manera de pensar y su sola presencia nos resulta insoportable,
porque lleva una vida distinta de los demás y va por caminos muy diferentes.
    Nos considera como algo viciado y se aparta de nuestros caminos como de las inmundicias. El proclama dichosa la suerte final de los justos y se jacta de tener por padre a Dios.
    Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará al final.
    Porque si el justo es hijo de Dios, él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos.
    Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia.
    Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará.»
    Así razonan ellos, pero se equivocan, porque su malicia los ha enceguecido.
    No conocen los secretos de Dios, no esperan retribución por la santidad, ni valoran la recompensa de las almas puras.



Salmo 34(33),17-18.19-20.21.23. 

El Señor rechaza a los que hacen el mal
para borrar su recuerdo de la tierra.
Cuando ellos claman, el Señor los escucha
y los libra de todas sus angustias.

El Señor está cerca del que sufre
y salva a los que están abatidos.
El justo padece muchos males,
pero el Señor lo libra de ellos.

El cuida todos sus huesos,
no se quebrará ni uno solo.
Pero el Señor rescata a sus servidores,
y los que se refugian en El no serán castigados.



Evangelio según San Juan 7,1-2.10.25-30. 

    Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo.
    Se acercaba la fiesta judía de las Chozas,
    Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver.
    Algunos de Jerusalén decían: "¿No es este aquel a quien querían matar?
    ¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías?
    Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es".
    Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: "¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen.
    Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el que me envió".
    Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora.





    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene.      

San Crisóstomo.

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO

TIEMPO DE CUARESMA
VIERNES DE LA SEMANA IV
11 de marzo





Juan Taulero (c. 1300-1361), dominico en Estrasburgo
Sermón 12, martes antes de Ramos




« Jesús también fue a la fiesta..., pero en secreto »


    Jesús dijo: « Mi tiempo no ha llegado todavía, el vuestro está siempre dispuesto...Subid vosotros a la fiesta. Yo no subo a esta fiesta porque mi tiempo no se ha cumplido todavía » (Jn 7, 6-8). ¿Qué es exactamente esta fiesta a la que nuestro Señor nos dice de subir y cuyo tiempo es en cualquier momento? La fiesta la más excelente y la más verdadera, la fiesta suprema, es la celebración de la vida eterna, es decir, la felicidad eterna donde estaremos realmente cara a cara con Dios. Esto es, no podemos verlo aquí abajo, pero la que podemos ver, es un anticipo de aquella, una experiencia de la presencia de Dios en el espíritu por la alegría interna que nos da un sentimiento tan íntimo. El tiempo que sigue siendo nuestro, es para buscar a Dios y continuar el sentimiento de su presencia en todos nuestros trabajos, nuestra vida, nuestro querer y nuestro amor. Por lo tanto, nosotros debemos elevarnos por encima de nosotros mismos y todo lo que no es Dios, no queriendo y no amando más que a solo Dios, con toda pureza y ninguna otra cosa más. Este tiempo es todos los instantes.

    Este verdadero tiempo de la fiesta de la vida eterna, todos lo desean, es un deseo natural, puesto que todos los hombres, naturalmente, quieren ser felices. Pero el deseo no es suficiente. Debemos seguir y buscar a Dios por sí mismo. El anticipo del verdadero y gran día de la fiesta, a mucha gente le encantaría tenerlo y se quejan de que no se les da. Cuando en la oración, no experimentan, en las profundidades de sí mismos, un día de fiesta y no sienten la presencia de Dios, les duele. Rezan menos y lo hacen con mal humor, diciendo que no sienten a Dios y que esta es la razón por la que la acción y la oración les contraría. Eso es lo que el hombre nunca debe hacer. Nunca debemos hacer cualquier trabajo con tibieza, porque Dios está siempre presente, incluso si no lo sentimos, porque Él ha entrado secretamente en la fiesta.





    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene.      

San Crisóstomo.

HIMNO

TIEMPO DE CUARESMA

VIERNES DE LA SEMANA IV
Propio del Tiempo. Salterio IV
11 de marzo









    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene.       

  San Crisóstomo.

SANTORAL

TIEMPO DE CUARESMA
VIERNES DE LA SEMANA IV
11 de marzo



    Es uno de los grandes hombres que han enriquecido la historia de la Iglesia. Era brillante y audaz; un valeroso defensor de Cristo hasta el final. Vivió en Córdoba en el siglo IX. Su familia permaneció fiel a la fe católica a pesar del dominio musulmán que penalizaba con severos impuestos la asistencia al templo, y daban muerte a quien hablase de Cristo fuera de él. Con estas presiones y el miedo al martirio muchos católicos abandonaban la ciudad. Eulogio renovó el fervor de sus conciudadanos dentro de la capital y en sus aledaños. Su abuelo le enseñó siendo niño a que cada vez que el reloj señalase las horas, dijera una pequeña oración y así lo hacía, recitando, por ejemplo: «Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, ven aprisa a socorrerme». Se formó en el colegio anexo a la iglesia de San Zoilo. Y también influyó en su educación el abad y escritor Speraindeo. Recibió una esmerada formación en filosofía y en otras ciencias. Su biógrafo, amigo y compañero suyo de estudios, Álvaro de Córdoba (Paulo Álvaro), reflejó su juventud diciendo que: «Era muy piadoso y muy mortificado. Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía y siempre se mostraba muy respetuoso con las opiniones de los otros, y lo que no fuera contra la ley de Dios o la moral, no lo contradecía jamás. Su trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de todos los que charlaban con él. Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas de religiosos y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que lo llamaban como consultor cuando tenían que redactar los reglamentos de sus conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un gran número de casas religiosas en España». Álvaro añade que: «tenía gracia para sacar a los hombres de su miseria y sublimarlos al reino de la luz». Siendo sacerdote, era un predicador excelente. Su anhelo fue agradar a Dios y se ejercitaba en el amor viviendo una rigurosa vida ascética. Confidenció a sus íntimos: «Tengo miedo a mis malas obras. Mis pecados me atormentan. Veo su monstruosidad. Medito frecuentemente en el juicio que me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas me atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi conciencia». Este sentimiento de indignidad que acompaña a los santos, le instaba a emprender un camino de peregrinación para expiación de sus culpas. Roma era su objetivo, pero su idea de llegar a pie era casi un imposible. De modo que pospuso este proyecto.

    Hombre de vasta cultura, inquieto como las personas inteligentes que no pasan por la vida ajenas a las raíces de la historia, después de ver frustrados sus intentos de penetrar en el país galo, que estaba sumido en guerras, y donde se trasladaba con la idea de averiguar el paradero de dos de sus hermanos, vivió durante un tiempo en Navarra, en Aragón y en Toledo. En Leire tuvo ocasión de conocer la Vida de Mahoma así como clásicos de la literatura griega y latina, y otras obras relevantes entre las que se incluía La ciudad de Dios de san Agustín. Y después de contribuir a acrecentar el patrimonio espiritual de los monasterios sembrados por el Pirinieo, cuando ya había hecho acopio de una importante formación intelectual, regresó a Córdoba llevando con él un importante legado bibiográfico que nutriría los centros académicos de la capital. Poco a poco fue naciendo una especie de círculo en torno a él integrado por sacerdotes y religiosos.

    Pero en el año 850 los cristianos cordobeses quedaron estremecidos ante la cruenta persecución que se desató contra ellos. Muchos regaron con su sangre el amor que profesaban a Cristo, negándose a abjurar de su fe y a colocar en el centro de sus vidas a Mahoma. Eulogio fue apresado; junto a él se hallaba el prelado Saulo. El artífice de su detención fue otro obispo, Recaredo, que junto a un grupo de clérigos se puso de parte de los musulmanes. En la cárcel redactó su obra «Memorial de los mártires». A finales del año 851 fue liberado. Con Muhammad I, sucesor de Abderramán, la situación de los cristianos se hizo aún más insostenible. Y Eulogio no estaba seguro en ningún lugar. De modo que durante un tiempo el santo fue de un lado a otro buscando proteger su vida.

    El año 858 fue elegido arzobispo de Toledo, pero su glorioso martirio estaba próximo. La joven Lucrecia, hija de mahometanos, anhelaba ser católica. Como la obligaban a ser musulmana, ayudada por Eulogio huyó de su casa y se refugió en la de unos católicos. Apresados ambos el año 859, fueron condenados a muerte. La notoriedad pública de Eulogio era altísima. Los ojos de los fieles estaban clavados en él. De modo que si los captores lograban que abjurase de la fe, el éxito estaba más que asegurado. Muchos seguirían sus pasos. No lograron sus propósitos, a pesar de que astutamente le propusieron simular su retractación. Solo tenía que hacer creer a todos que abandonaba su fe, pero después podía actuar a conveniencia. Naturalmente, el santo respondió con el Evangelio en la mano, renovando los pilares esenciales de su vida ante el emir que presidía el tribunal. Uno de los fiscales que juzgaba su caso y el de Lucrecia montó en cólera:«Que el pueblo ignorante se deje matar por proclamar su fe, lo comprendemos. Pero tú, el más sabio y apreciado de todos los cristianos de la ciudad, no debes ir así a la muerte. Te aconsejo que te retractes de tu religión, y así salvarás tu vida». La pena capital era por decapitación. Pero Eulogio no se inmutó. Respondió: «Ah, si supieses los inmensos premios que nos esperan a los que proclamamos nuestra fe en Cristo, no solo no me dirías que debo dejar mi religión, sino que tu dejarías a Mahoma y empezarías a creer en Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente que hasta el último momento quiero ser amador y adorador de Nuestro Señor Jesucristo», palabras que coronó derramando su sangre junto a la de Lucrecia el 11 de marzo del año 859.






    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene.       

San Crisóstomo.


jueves, 10 de marzo de 2016

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA ( CAP II )

LA DOCTRINA SOCIAL EN NUESTRO TIEMPO:
APUNTES HISTÓRICOS







    "He aquí, pues, cuáles son los ejercicios y las actividades que deben servir como medios para curar nuestras potencias y devolverles su pureza perdida y su primitiva integridad: son los ayunos, los trabajos, las vigilias, la soledad, la huida del mundo, el dominio de los sentidos, la lectura de las Escrituras y de los Santos Padres, la participación en los servicios de la Iglesia, la confesión y la comunión frecuentes"        Teófano El Recluso sobre la práctica de la oración

REFLEXIÓN

TIEMPO DE CUARESMA
JUEVES DE LA SEMANA IV
Propio del Tiempo. Salterio IV
10 de marzo



    De los Sermones de san León Magno, papa
(Sermón 15 Sobre la pasión del Señor, 3-4: PL 54, 366-367)


MEDITACIÓN SOBRE LA PASIÓN DEL SEÑOR

    El que quiera venerar de verdad la pasión del Señor debe contemplar de tal manera, con los ojos de su corazón, a Jesús crucificado, que reconozca su propia carne en la carne de Jesús.

    Que tiemble la tierra por el suplicio de su Redentor, que se hiendan las rocas que son los corazones de los infieles y que salgan fuera, venciendo la mole que los abruma, los que se hallaban bajo el peso mortal del sepulcro. Que se aparezcan ahora también en la ciudad santa, es decir, en la Iglesia de Dios, como anuncio de la resurrección futura, y que lo que ha de tener lugar en los cuerpos se realice ya en los corazones.

    No hay enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no ayude la oración de Cristo. Pues si ésta fue de provecho para los que tanto se ensañaban con él, ¿cuánto más no lo será para los que se convierten a él?

    La ignorancia ha sido eliminada, la dificultad atemperada, y la sangre sagrada de Cristo ha apagado aquella espada de fuego que guardaba las fronteras de la vida. La oscuridad de la antigua noche ha cedido el lugar a la luz verdadera.

    El pueblo cristiano es invitado a gozar de las riquezas del paraíso, y a todos los regenerados les ha quedado abierto el regreso a la patria perdida, a no ser que ellos mismos se cierren aquel camino que pudo ser abierto por la fe de un ladrón.

    Procuremos ahora que la ansiedad y la soberbia de las cosas de esta vida presente no nos sean obstáculo para conformarnos de todo corazón a nuestro Redentor, siguiendo sus ejemplos. Nada hizo él ni padeció que no fuera por nuestra salvación, para que todo lo que de bueno hay en la cabeza lo posea también el cuerpo.

    En primer lugar, aquella asunción de nuestra substancia en la Divinidad, por la cual la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros, ¿a quién dejó excluido de su misericordia sino al que se resista a creer? ¿Y quién hay que no tenga una naturaleza común con la de Cristo, con tal de que reciba al que asumió la suya? ¿Y quién hay que no sea regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue engendrado? Finalmente, ¿quién no reconoce en él su propia debilidad? ¿Quién no se da cuenta de que el hecho de tomar alimento, de entregarse al descanso del sueño, de haber experimentado la angustia y la tristeza, de haber derramado lágrimas de piedad es todo ello consecuencia de haber tomado la condición de siervo?

    Es que esta condición tenía que ser curada de sus antiguas heridas, purificada de la inmundicia del pecado; por eso el Hijo único de Dios se hizo también hijo del hombre, de modo que poseyó la condición humana en toda su realidad y la condición divina en toda su plenitud.

    Es, por tanto, algo nuestro aquel que yació exánime en el sepulcro, que resucitó al tercer día y que subió a la derecha del Padre en lo más alto de los cielos; de manera que, si avanzamos por el camino de sus mandamientos, si no nos avergonzamos de confesar todo lo que hizo por nuestra salvación en la humildad de su cuerpo, también nosotros tendremos parte en su gloria, ya que no puede dejar de cumplirse lo que prometió: A todo aquel que me reconozca ante los hombres lo reconoceré yo también ante mi Padre que está en los cielos.




    "He aquí, pues, cuáles son los ejercicios y las actividades que deben servir como medios para curar nuestras potencias y devolverles su pureza perdida y su primitiva integridad: son los ayunos, los trabajos, las vigilias, la soledad, la huida del mundo, el dominio de los sentidos, la lectura de las Escrituras y de los Santos Padres, la participación en los servicios de la Iglesia, la confesión y la comunión frecuentes"        Teófano El Recluso sobre la práctica de la oración

LA FRASE DEL DÍA

JUEVES 10 DE MARZO 







    "He aquí, pues, cuáles son los ejercicios y las actividades que deben servir como medios para curar nuestras potencias y devolverles su pureza perdida y su primitiva integridad: son los ayunos, los trabajos, las vigilias, la soledad, la huida del mundo, el dominio de los sentidos, la lectura de las Escrituras y de los Santos Padres, la participación en los servicios de la Iglesia, la confesión y la comunión frecuentes"        Teófano El Recluso sobre la práctica de la oración

EVANGELIO

TIEMPO DE CUARESMA
JUEVES DE LA SEMANA IV
10 de marzo





    Libro del Exodo 32,7-14. 

    El Señor dijo a Moisés: "Baja en seguida, porque tu pueblo, ese que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido.
    Ellos se han apartado rápidamente del camino que yo les había señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: "Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto".
    Luego le siguió diciendo: "Ya veo que este es un pueblo obstinado.
    Por eso, déjame obrar: mi ira arderá contra ellos y los exterminaré. De ti, en cambio, suscitaré una gran nación".
    Pero Moisés trató de aplacar al Señor con estas palabras: "¿Por qué, Señor, arderá tu ira contra tu pueblo, ese pueblo que tú mismo hiciste salir de Egipto con gran firmeza y mano poderosa?
    ¿Por qué tendrán que decir los egipcios: "El los sacó con la perversa intención de hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra?". Deja de lado tu indignación y arrepiéntete del mal que quieres infligir a tu pueblo.
    Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Jacob, tus servidores, a quienes juraste por ti mismo diciendo:       "Yo multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo, y les daré toda esta tierra de la que hablé, para que la tengan siempre como herencia".
    Y el Señor se arrepintió del mal con que había amenazado a su pueblo.



Salmo 106(105),19-20.21-22.23. 

En Horeb se fabricaron un ternero,

adoraron una estatua de metal fundido:
así cambiaron su Gloria
por la imagen de un toro que come pasto.

Olvidaron a Dios, que los había salvado
y había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en la tierra de Cam
y portentos junto al Mar Rojo.

El Señor amenazó con destruirlos,
pero Moisés, su elegido,
se mantuvo firme en la brecha
para aplacar su enojo destructor.




    Evangelio según San Juan 5,31-47. 

    Jesús dijo a los judíos:
    Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no valdría.
    Pero hay otro que da testimonio de mí, y yo sé que ese testimonio es verdadero.
    Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad.
    No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes.
    Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz.
    Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado.
    Y el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no permanece en ustedes, porque no creen al que él envió.
    Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí, y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida.
    Mi gloria no viene de los hombres.
Además, yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes.
    He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben, pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir.
    ¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que sólo viene de Dios?
    No piensen que soy yo el que los acusaré ante el Padre; el que los acusará será Moisés, en el que ustedes han puesto su esperanza.
    Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí.
     Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?".




    "He aquí, pues, cuáles son los ejercicios y las actividades que deben servir como medios para curar nuestras potencias y devolverles su pureza perdida y su primitiva integridad: son los ayunos, los trabajos, las vigilias, la soledad, la huida del mundo, el dominio de los sentidos, la lectura de las Escrituras y de los Santos Padres, la participación en los servicios de la Iglesia, la confesión y la comunión frecuentes"        Teófano El Recluso sobre la práctica de la oración