miércoles, 23 de octubre de 2024

SANTORAL - SAN ANTONIO MARÍA CLARET

24 de Octubre


    Antonio nació en Sallent, un pequeño pueblo cerca de Barcelona, en 1807, en el seno de una numerosa familia. Fue educado de manera profundamente cristiana y se distinguió inmediatamente por su devoción a la Virgen y a la Eucaristía y, como sucede a menudo en las las familias numerosas, tuvo que ayudar a su sostenimiento: así que se dedicó a la actividad de tejedor junto con su padre. Sin embargo, Antonio ya sabía que su lugar estaba en otra parte.

Encontrar el propio camino

    En 1829 finalmente logró entrar en el seminario de Vich. Ordenado sacerdote en 1835, se fue a Roma: su ideal era partir para la misión. Al principio se dirigió a las oficinas de Propaganda Fide, el Departamento o Sección del Vaticano que se encargaba de las misiones, pero allí sólo consiguió hacer un curso de ejercicios espirituales con un jesuita que lo orientó hacia la Compañía de Jesús. Entró al noviciado jesuita, pero debido a una enfermedad, tuvo que volver a España, donde pasó siete años perfeccionandose en la predicación en toda Cataluña y las Islas Canarias, ganándose también una grande reputación de taumaturgo. Antonio tenía también un talento excepcional para el arte de la oratoria y era muy convincente por su testimonio coherente y por su límpida vida ascética: siempre caminaba a pie, como un peregrino, con una Biblia y un breviario en mano. En 1849 decidió fundar una nueva Congregación de misioneros, los Hijos del Inmaculado Corazón de María que consagró a la Virgen. Congregación muy perseguida durante la Guerra Civil Española, ya que de hecho, 271 de ellos murieron como mártires de la fe.

Finalmente en misión: Pastor en Cuba

    Su sueño de ir en misión finalmente pudo hacerse realidad: nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba - ciudad de la Nueva España que todavía estaba bajo la debilitada corona española - llegó allí en 1851, encontrando una diócesis muy desorganizada por la prolongada ausencia de un pastor: clero pobre y poco preparado, un seminario arruinado, iglesias descuidadas. Inmediatamente se puso manos a la obra: celebró un sínodo diocesano, estableció la obligación de los ejercicios espirituales para los sacerdotes, hizo retornar a los religiosos expulsados del país y, sobre todo, viajó por todo su territorio, visitando incluso los rincones más escondidos. También combatió la injusticia y la pobreza difusas, pero su caridad pastoral que ponía en evidencia los atropellos de los corruptos le atrajo no pocos enemigos: en Holguín fue herido en un atentado a su vida. Con la ayuda de la Venerable María Antonia Paris, en 1855, fundó en Cuba la rama femenina de la Congregación: las Religiosas de María Inmaculada, las Misioneras Claretianas.

Su regreso a Europa y los últimos años

    En 1857 la Reina de España llamó Antonio para que regresase a Madrid pues lo quería como su confesor. En aquel entonces, se respiraba ya el clima del declino español, pues sus colonias se estaban independizando y el Segundo Imperio Francés estaba extendiendo su influencia en Africa y Europa. Como los obispos de las colonias todavía seguían dependiendo de la monarquía española, Antonio no pudo hacer otra cosa que obedecer a la Reina. Ligado fuertemente a la corona española, en 1868 Antonio tuvo que acompañar también luego a la Reina en su exilio a París, donde continuó su predicación. En Roma participó luego en el Concilio Vaticano I, y allí defendió la infalibilidad del Papa en materia de fe y costumbres. Finalmente también fue perseguido pero se refugió en el monasterio de Fontfroide, cerca de Narbona, donde murió en 1870. En el rito de la canonización celebrado por Pío XII el 8 de mayo de 1950, el Papa lo recordaba así: "Modesto en apariencia, pero capaz de imponer respeto a los grandes de la tierra; fuerte en carácter, sin embargo, dotado de la suave dulzura de quien ha probado la austeridad y la penitencia; siempre en la presencia de Dios, incluso en medio de una prodigiosa actividad exterior; calumniado y admirado, celebrado y perseguido. Y por encima de tantas maravillas, resalta como luz suave que todo ilumina, su grande devoción a la Madre de Dios".

Esta es una oración para recibir gracias por la intercesión de San Antonio María Claret:

Señor, que hiciste de San Antonio María Claret, 
un verdadero Padre, un celoso apóstol de la gloria de Dios y 
la salvación de todos los hombres concédenos 
la misma ardiente caridad que inflamó su corazón
para que continuemos con intensidad y eficacia
su trabajo apostólico. Haz que sus hijos se multipliquen
para expandir el Reino del Señor, y que en el momento
 de nuestra muerte merezcamos ser reconocidos 
como "fieles servidores" de Cristo y del Evangelio.
Amén.

-FRASE DEL DÍA-



 

martes, 22 de octubre de 2024

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 23 de Octubre - San Lucas 12,39-48


   Carta de San Pablo a los Efesios 3,2-12.

    Hermanos: Seguramente habrán oído hablar de la gracia de Dios, que me ha sido dispensada en beneficio de ustedes.
    Fue por medio de una revelación como se me dio a conocer este misterio, tal como acabo de exponérselo en pocas palabras.
    Al leerlas, se darán cuenta de la comprensión que tengo del misterio de Cristo, que no fue manifestado a las generaciones pasadas, pero que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas.
    Este misterio consiste en que también los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio.
    De este Evangelio, yo fui constituido ministro por el don de la gracia que recibí de Dios, en virtud de la eficacia de su poder.
    Yo, el menor de todos los santos, he recibido la gracia de anunciar a los paganos la insondable riqueza de Cristo, y poner de manifiesto la dispensación del misterio que estaba oculto desde siempre en Dios, el creador de todas las cosas, para que los Principados y las Potestades celestiales conozcan la infinita variedad de la sabiduría de Dios por medio de la Iglesia.
    Este es el designio que Dios concibió desde toda la eternidad en Cristo Jesús, nuestro Señor, por quien nos atrevemos a acercarnos a Dios con toda confianza, mediante la fe en él.


Libro de Isaías 12,2-3.4bcd.5-6.

Este es el Dios de mi salvación:
yo tengo confianza y no temo,
porque el Señor es mi fuerza y mi protección;
él fue mi salvación.
Ustedes sacarán agua con alegría
de las fuentes de la salvación.

Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
anuncien entre los pueblos sus proezas,
proclamen qué sublime es su Nombre.

Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso:
¡que sea conocido en toda la tierra!
¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión,
porque es grande en medio de ti
el Santo de Israel!


    Evangelio según San Lucas 12,39-48.

    Jesús dijo a sus discípulos: "Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
    Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada".
    Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?".
    El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?
    ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo!
    Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.
    Pero si este servidor piensa: 'Mi señor tardará en llegar', y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.
    El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.
    Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 23 de Octubre - ¡Feliz el servidor fiel que ofrece la medida de trigo!


San Fulgencio de Ruspe (467-532) obispo en África del Norte Sermón I, 2-3 (Lectures chrétiennes pour notre temps, Abbaye d'Orval, 1971)


¡Feliz el servidor fiel que ofrece la medida de trigo!
             
    Si nos preguntamos cuál es la medida de trigo, san Pablo señala que “es la medida de la fe que Dios repartió a cada uno” (Rom 12,3) Lo que Cristo llama medida de trigo, Pablo lo llama medida de fe. Nos enseña que no hay otro trigo espiritual que el venerable misterio de la fe cristiana. Esta medida de trigo, la damos en el nombre del Señor cada vez que iluminados por los dones espirituales de la gracia, hablamos con la regla de la verdadera fe. Esta medida ustedes la reciben por los servidores del Señor, cada vez que escuchan de ellos la palabra de verdad.

    ¡Qué esta medida de trigo que Dios comparte con nosotros sea nuestro alimento! Saquemos de ella el alimento para nuestra buena conducta, para llegar a la recompensa de la vida eterna. Creamos en Dios que se da a nosotros como alimento, para que no claudiquemos en camino, y se reserva como nuestra recompensa para que encontremos la alegría de la patria. Creamos y esperemos en él, amémoslo más allá de todo y en todo. Porque Cristo es nuestro alimento y nuestra recompensa. Cristo es el alimento y conforto de los viajeros en camino, él es la plenitud y exultación de los bienaventurados en su reposo.

SANTORAL - SAN JUAN DE CAPISTRANO

23 de Octubre


     San Juan de Capistrano, presbítero de la Orden de Hermanos Menores, que luchó en favor de la disciplina regular, estuvo al servicio de la fe y costumbres católicas en casi toda Europa, y con sus exhortaciones y plegarias mantuvo el fervor del pueblo fiel, defendiendo también la libertad de los cristianos. En la localidad de Ujlak, junto al Danubio, en el reino de Hungría, descansó en el Señor. Capistrano es un pueblecito en los Abruzos, que, en otro tiempo, formó parte del reino de Nápoles. Allí, en el siglo XIV, cierto soldado -se discute si de origen francés o alemán-, se había establecido, después de cumplir con su servicio militar a las órdenes de Luis I. Se casó con una mujer italiana y de esta unión nació, en 1386, un hijo, llamado Juan, que estaba destinado a adquirir fama como una de las grandes luminarias de la orden franciscana. Desde su infancia, el niño fue notable por su adelanto. Estudió leyes en Perugia con tal éxito, que en 1412, con 26 años, fue nombrado gobernador de la ciudad y contrajo matrimonio con la hija de uno de los principales ciudadanos. Durante las hostilidades entre Perugia y los Malatesta, fue hecho prisionero y en esta ocasión tomó la decisión de cambiar su manera de vivir y hacerse religioso. Cómo consiguió solucionar el problema de su matrimonio, no está del todo claro. Pero se dice que atravesó Perugia montado al revés en un asno y con un enorme sombrero de papel, en el que estaban escritos claramente sus peores pecados. Fue apedreado por los muchachos y cubierto de inmundicias y en estas condiciones, se presentó al noviciado de los frailes menores, pidiendo su admisión. En aquella época (1416), tenía treinta años y parece que su maestro de novicios pensó que para un hombre de tal fuerza de voluntad, que había estado acostumbrado a hacer todo a su manera, era necesario una dura disciplina para probar la sinceridad de su vocación (Juan no había hecho aún la primera comunión). Las pruebas a las que se le sometió fueron de lo más humillantes y, en algunas ocasiones, fueron seguidas de manifestaciones sobrenaturales. Pero el hermano Juan perseveró y, años más tarde, a menudo expresaba su gratitud al implacable instructor que le hizo comprender que el vencimiento propio era el único camino seguro hacia la perfección.

    En 1420, Juan fue elevado a la dignidad sacerdotal. Mientras tanto, hizo extraordinarios progresos en los estudios, llevando al mismo tiempo una vida de extrema austeridad; recorrió los caminos descalzo; dedicaba solamente tres o cuatro horas al sueño y llevaba puesta continuamente una áspera camisa de cerdas. En sus estudios tuvo por compañero a san Jacobo de la Marca y por maestro a san Bernardino de Siena, a quien le tomó el más profundo afecto y veneración. Pronto, las excepcionales dotes oratorias de Juan se dieron a conocer. Toda la Italia de aquella época atravesaba una terrible crisis de inquietud política y relajación de costumbres. Estas dificultades eran causadas o, por lo menos acentuadas, por el hecho de que existían tres rivales que reclamaban el Papado y por el acerbo antagonismo entre güelfos y gibelinos, que aún persistía. A pesar de todo esto, en sus predicaciones en toda la extensión de la península, Juan encontró maravillosas respuestas. Hay, sin lugar a duda, una nota de exageración en los términos en que los padres Cristóbal de Varese y Nicolás de Fara describen el efecto producido por sus discursos. Hablan de 100.000 y hasta de 150.000 oyentes que escuchaban cada sermón. Eso ciertamente no era posible en un país diezmado por guerras, hambre y pestes, y con los escasos medios de comunicación de aquel entonces. Pero había bastante razón para justificar el entusiasmo de los citados escritores, cuando nos dicen: «No había nadie tan ansioso como Juan Capistrano por la conversión de los herejes, cismáticos y judíos. Nadie que anhelara tanto que su religión floreciera, o que tuviera mayor poder para obrar maravillas. No había nadie que deseara tan ardientemente el martirio, ni tan famoso por su santidad. Y así, era recibido con honor en todas las provincias de Italia. La afluencia de gente a sus sermones era tan grande, que hacía pensar que los tiempos apostólicos habían vuelto. Al llegar a la provincia, los pueblos y aldeas se conmovían y grandes multitudes acudían a oírlo. Los pueblos lo invitaban a visitarlos, ya por medio de cartas apremiantes, o por medio de mensajeros, o apelando al Soberano Pontífice mediante personas influyentes». Pero lo que principalmente absorbía toda la atención del santo era el trabajo de la predicación y la conversión de las almas.

    No hay ocasión para referir aquí al detalle las dificultades domésticas que agobiaron a la Orden de San Francisco, a partir de la muerte de su seráfico fundador. Baste decir que el grupo conocido como «los Espirituales» no tenía, de ninguna manera, los mismos puntos de vista respecto de la observancia religiosa que los que fueron llamados «relajados». La reforma de los observantes, que había sido iniciada en la mitad del siglo XIV, se encontraba todavía obstruida en muchas formas por la administración de superiores generales que sostenían un diferente tipo de perfección y, por otro lado, hubo también exageraciones en la dirección de una austeridad más severa, que culminó eventualmente con las enseñanzas heréticas de los «Fraticelli». Todas estas dificultades requerían un arreglo y Capistrano, trabajando en armonía con san Bernardino de Siena, fue llamado a soportar gran parte de esta pesada carga. Después del capítulo general, celebrado en Asís en 1430, se nombró a san Juan para que sacara las conclusiones a que había llegado la asamblea y, estos «Estatutos Martinianos», como fueron llamados (en virtud de su confirmación por el papa Martín VI), se cuentan entre los más importantes en la historia de la Orden. De nuevo, en otras varias ocasiones, le confió la Santa Sede a Juan poderes inquisitoriales, como por ejemplo, para proceder en contra de los «Fraticelli» y para investigar la grave acusación que se hizo contra la Orden de los Jesuitas, fundada por el beato Juan Colombini. Más tarde, estuvo profundamente interesado en la reforma de las monjas franciscanas, que debían su principal inspiración a santa Coleta, así como a los terciarios de la orden. En el Concilio de Ferrara, trasladado después a Florencia, se le escuchó con atención, pero entre las primeras y las últimas sesiones, se vio obligado a visitar Jerusalén como comisario apostólico. Incidentalmente, había contribuido mucho a la inclusión de los armenios en el arreglo con los griegos, por desgracia de corta duración, que iba a tener efecto en Florencia.

    Cuando el emperador Federico III, encontrando que la fe religiosa de los países bajo su soberanía sufría penosamente por las actividades de los husitas y otros sectarios heréticos, pidió ayuda al papa Nicolás V, y san Juan Capistrano fue enviado como comisario e inquisidor general, y partió para Viena en 1451, con doce de sus hermanos franciscanos para que le ayudaran. Está fuera de duda que su arribo produjo gran sensación. Silvio Eneas, el futuro Papa Pío II, nos relata cómo, al entrar al territorio austríaco, «los sacerdotes y el pueblo salieron a recibirlo, llevando las sagradas reliquias. Lo saludaron como legado de la Sede Apostólica, como predicador de la verdad y como a un gran profeta enviado por Dios. Bajaban de las montañas para saludar a Juan, como si Pedro o Pablo o alguno de los otros apóstoles fuera el que llegara. Gustosamente besaban la orla de su vestidura, le presentaban sus enfermos y afligidos y se dice que muchos fueron curados. La gente importante de la ciudad salió a recibirlo y lo condujo a Viena. No había plaza que pudiera contener a las multitudes. Todos lo miraban como a un ángel de Dios». El trabajo de Juan como inquisidor y sus tratos con los husitas y otros herejes bohemios ha sido severamente criticado, pero éste no es el lugar para intentar ninguna justificación. Su celo era cauterizante y consumidor, aunque era misericordioso con los humildes y los arrepentidos. Se adelantaba a su tiempo en su actitud con respecto a la brujería y al uso de la tortura. Los milagros que lo acompañaban dondequiera que iba y que él atribuía a las reliquias de san Bernardino de Siena, fueron asiduamente observados por sus compañeros. Más tarde, se levantó un prejuicio en contra del santo, a causa de los relatos que fueron publicados sobre estas maravillas. Viajó de un lugar a otro, predicando en Baviera, Sajonia y Polonia, y sus esfuerzos eran, en todas partes, acompañados por un gran renacimiento de la fe y la devoción. Cocleo de Nüremberg nos relata que «los que lo vieron allí lo describen como un hombre pequeño de cuerpo, enjuto, extenuado y con la piel pegada al hueso, pero entusiasta, fuerte y asiduo en el trabajo. Dormía con su hábito y se levantaba antes de la aurora, recitaba su oficio y celebraba luego la misa. Después de eso, predicaba en latín, que en seguida era traducido al pueblo por un intérprete». También visitaba a los enfermos que esperaban su llegada, poniéndoles las manos sobre la cabeza, rezando y tocándolos con una de las reliquias de san Bernardino.

    La caída de Constantinopla a manos de los turcos, puso fin a esta campaña espiritual. Capistrano fue llamado para alentar a los defensores de Occidente y para predicar una cruzada contra los infieles. Sus primeros esfuerzos en Baviera y aún en Austria encontraron poca respuesta y, a principios de 1456, la situación se hizo desesperada. Los turcos avanzaban para sitiar Belgrado y el santo, que por este tiempo había viajado a Hungría, reunido en consejo con el gran general Huniyades, vio con claridad que tendrían que depender principalmente del esfuerzo local. San Juan, personalmente, se extenuó predicando y exhortando al pueblo húngaro para levantar un ejército que pudiera enfrentarse al peligro amenazante y él mismo condujo a Belgrado más tropas que había podido reclutar. Muy pronto, los turcos estuvieron parapetados y el sitio empezó. Animados por las oraciones de Capistrano y su heroico ejemplo en el campo de batalla, y adecuadamente guiados por la experiencia militar de Huniyades, los soldados de la guarnición consiguieron al fin una abrumadora victoria. El sitio fue abandonado y la Europa occidental quedó a salvo, temporalmente, pero la putrefacción de miles de cadáveres que quedaron insepultos alrededor de la ciudad, provocó una epidemia que costó la vida, primero que a nadie, a Huniyades y después, un mes o dos más tarde, al mismo Capistrano, agotado por años de trabajo y austeridades y por las penalidades del sitio. Murió pacíficamente en Villach, el 23 de octubre de 1456 y fue canonizado en 1724. Su fiesta fue general en 1890 para toda la Iglesia occidental.

Oremos

    Oh Dios, que suscitaste a San Juan de Capistrano para confortar a tu pueblo en las adversidades, te rogamos humildemente que reafirmes nuestra confianza en tu protección y conserves en paz a tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

-FRASE DEL DÍA-



 

lunes, 21 de octubre de 2024

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 22 de Octubre - San Lucas 12,35-38


   Carta de San Pablo a los Efesios 2,12-22.

    Hermanos: Antes ustedes no tenían a Cristo y estaban excluidos de la comunidad de Israel, ajenos a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.
    Pero ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que antes estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo.
    Porque Cristo es nuestra paz; él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba, y aboliendo en su propia carne la Ley con sus mandamientos y prescripciones. Así creó con los dos pueblos un solo Hombre nuevo en su propia persona, restableciendo la paz, y los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona.
    Y él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz para ustedes, que estaban lejos, paz también para aquellos que estaban cerca.
    Porque por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu.
    Por lo tanto, ustedes ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios.
    Ustedes están edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo.
    En él, todo el edificio, bien trabado, va creciendo para constituir un templo santo en el Señor.
    En él, también ustedes son incorporados al edificio, para llegar a ser una morada de Dios en el Espíritu.


Salmo 85(84),9ab-10.11-12.13-14.

Voy a proclamar lo que dice el Señor:
el Señor promete la paz,
Su salvación está muy cerca de sus fieles,
y la Gloria habitará en nuestra tierra.

El Amor y la Verdad se encontrarán,
la Justicia y la Paz se abrazarán;
la Verdad brotará de la tierra
y la Justicia mirará desde el cielo.

El mismo Señor nos dará sus bienes
y nuestra tierra producirá sus frutos.
La Justicia irá delante de él,
y la Paz, sobre la huella de sus pasos.


    Evangelio según San Lucas 12,35-38.


    Jesús dijo a sus discípulos: "Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas.
    Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
    ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo.
    ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!"

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 22 de Octubre - «Tened encendidas las lámparas»

 

     Isaac el Sirio, monje Sermón: La oración nocturna tiene un gran poder. Sermones ascéticos.


«Tened encendidas las lámparas» 

    La oración hecha durante la noche tiene un gran poder, mayor que la que se hace durante el día. Es por eso que todos los santos han tenido la costumbre de orar de noche, combatiendo el amodorramiento del cuerpo y la dulzura del sueño, sobreponiéndose a su naturaleza corporal. El mismo profeta decía: «Estoy agotado de gemir: de noche lloro sobre el lecho, riego mi cama con lágrimas» (Sal 6,7) mientras suspiraba desde lo hondo de su corazón con una plegaria apasionada. Y en otra parte dice: «Me levanto a medianoche a darte gracias por tus justos juicios.» (Sal 118, 62). Por cada una de las peticiones que los santos querían dirigir a Dios con fuerza, se armaban con la oración durante la noche y así recibían lo que pedían.

    El mismo Satanás nada teme tanto como la oración que se hace durante las vigilias. Aunque estén acompañadas de distracciones, no dejan de dar fruto, a no ser que se pida lo que no es conveniente. Por eso entabla severos combates contra los que velan para hacerles desdecir, tanto como sea posible, de esta práctica, sobre todo si se mantienen perseverantes. Pero los que se ven fortificados contra estas astucias perniciosas y han saboreado los dones de Dios concedidos durante las vigilias, y han experimentado personalmente la grandeza de la ayuda que Dios les concede, le desprecian enteramente a él y a todas sus estratagemas.

SANTORAL - SAN JUAN PABLO II

22 de Octubre


    Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 km. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920. Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él.

    Fue bautizado por el sacerdote Franciszek Zak el 20 de junio de 1920 en la Iglesia parroquial de Wadowice; a los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro.

    Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.

    A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también clandestino.

    Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946 de manos del Arzobispo Sapieha.

    Seguidamente fue enviado a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en 1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz (Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce). En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.

    En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada "Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler". Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Etica Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.

    El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

    El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967, con el título de San Cesareo en Palatio, Diaconía elevada pro illa vice a título presbiteral.

    Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojtyła tomó parte en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos anteriores a su pontificado.

    Los cardenales reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia y ha durado casi 27 años.

    Juan Pablo II ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías, movido por la "sollicitudo omnium Ecclesiarum" y por la caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Además, como Obispo de Roma, visitó 317 de las 333 parroquias romanas.

    Más que todos sus predecesores se encontró con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones: más de 17.600.000 peregrinos participaron en las 1166 Audiencias Generales que se celebran los miércoles. Ese numero no incluye las otras audiencias especiales y las ceremonias religiosas [más de 8 millones de peregrinos durante el Gran Jubileo del año 2000] y los millones de fieles que el Papa encontró durante las visitas pastorales efectuadas en Italia y en el resto del mundo. Hay que recordar también las numerosas personalidades de gobierno con las que se entrevistó durante las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con jefes de Estado y 246 audiencias y encuentros con Primeros Ministros.

    Su amor a los jóvenes le impulsó a iniciar en 1985 las Jornadas Mundiales de la Juventud. En las 19 ediciones de la JMJ celebradas a lo largo de su pontificado se reunieron millones de jóvenes de todo el mundo. Además, su atención hacia la familia se puso de manifiesto con los encuentros mundiales de las familias, inaugurados por él en 1994.

    Juan Pablo II promovió el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones, convocándolos en varias ocasiones a encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís.

    Bajo su guía, la Iglesia se acercó al tercer milenio y celebró el Gran Jubileo del año 2000, según las líneas indicadas por él en la carta apostólica Tertio millennio adveniente; y se asomó después a la nueva época, recibiendo sus indicaciones en la carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que mostraba a los fieles el camino del tiempo futuro.

    Con el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía, promovió la renovación espiritual de la Iglesia.

    Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo: celebró 147 ceremonias de beatificación -en las que proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Proclamó a santa Teresa del Niño Jesús Doctora de la Iglesia.

    Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales (más uno "in pectore", cuyo nombre no se hizo público antes de su muerte) en 9 consistorios. Además, convocó 6 reuniones plenarias del colegio cardenalicio.

    Presidió 15 Asambleas del Sínodo de los obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 general extraordinaria (1985) y 8 especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 (2) y 1999).

    Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas.

    Promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica, a la luz de la Revelación, autorizadamente interpretada por el Concilio Vaticano II. Reformó el Código de Derecho Canónico y el Código de Cánones de las Iglesias Orientales; y reorganizó la Curia Romana.

    Publicó también cinco libros como doctor privado: "Cruzando el umbral de la esperanza" (octubre de 1994);"Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal" (noviembre de 1996); "Tríptico romano - Meditaciones", libro de poesías (marzo de 2003); “¡Levantaos! ¡Vamos!” (mayo de 2004) y “Memoria e identidad” (febrero de 2005).

    Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina.

    Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.

    El 28 de abril, el Santo Padre Benedicto XVI dispensó del tiempo de cinco años de espera tras la muerte para iniciar la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II. La causa la abrió oficialmente el cardenal Camillo Ruini, vicario general para la diócesis de Roma, el 28 de junio de 2005.

Oremos

    ¡Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo dónanos tu bendición! Bendice a la Iglesia, que tú has amado, servido, y guiado, animándola a caminar con coraje por los senderos del mundo para llevar a Jesús a todos y a todos a Jesús. Bendice a los jóvenes, que han sido tu gran pasión. Concédeles volver a soñar, volver a mirar hacia lo alto para encontrar la luz, que ilumina los caminos de la vida en la tierra. Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo, donde te vemos junto a María, haz descender sobre todos nosotros la Bendición de Dios. Amén.

-FRASE DEL DÍA-