sábado, 16 de enero de 2021

EVANGELIO - 17 de Enero - San Juan 1,35-42.


        Primer Libro de Samuel 3,3b-10.19.

    Samuel estaba acostado en el Templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios.
    El Señor llamó a Samuel, y él respondió: "Aquí estoy".
    Samuel fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy, porque me has llamado". Pero Elí le dijo: "Yo no te llamé; vuelve a acostarte". Y él se fue a acostar.
    El Señor llamó a Samuel una vez más. El se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy, porque me has llamado". Elí le respondió: "Yo no te llamé, hijo mío; vuelve a acostarte".
    Samuel aún no conocía al Señor, y la palabra del Señor todavía no le había sido revelada.
    El Señor llamó a Samuel por tercera vez. El se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy, porque me has llamado". Entonces Elí comprendió que era el Señor el que llamaba al joven, y dijo a Samuel: "Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás: Habla, Señor, porque tu servidor escucha". Y Samuel fue a acostarse en su sitio.
    Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: "¡Samuel, Samuel!". El respondió: "Habla, porque tu servidor escucha".
    Samuel creció; el Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras.


Salmo 40(39),2.4ab.7-8a.8b-9.10.

Esperé confiadamente en el Señor:
él se inclinó hacia mí
y escuchó mi clamor.
Puso en mi boca un canto nuevo,

un himno a nuestro Dios.
Tú no quisiste víctima ni oblación;
pero me diste un oído atento;
no pediste holocaustos ni sacrificios,

entonces dije: “Aquí estoy.
En el libro de la Ley está escrito
lo que tengo que hacer:
yo amo, Dios mío, tu voluntad,
y tu ley está en mi corazón».
Proclamé gozosamente tu justicia
en la gran asamblea;
no, no mantuve cerrados mis labios,
Tú lo sabes, Señor.


    Carta I de San Pablo a los Corintios 6,13c-15a.17-20.

    Hermanos: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo.
    Y Dios que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros con su poder.
    ¿No saben acaso que sus cuerpos son miembros de Cristo?
    El que se une al Señor se hace un solo espíritu con Él.
    Eviten la fornicación. Cualquier otro pecado cometido por el hombre es exterior a su cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio cuerpo.
    ¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos.


    Evangelio según San Juan 1,35-42.

    Estaba Juan Bautista otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Este es el Cordero de Dios".
    Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
    El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué quieren?". Ellos le respondieron: "Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?".
    "Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
    Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro.
    Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo.
    Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas", que traducido significa Pedro.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 17 de Enero - «Este es el Cordero de Dios»


San Alfonso María de Ligorio Meditaciones: Si no te amo a ti, ¿a quién amaré? 1ª Meditación para la Octava de Navidad

«Este es el Cordero de Dios» 

    Señor, yo soy la oveja que, por andar tras mis placeres y caprichos, me he perdido miserablemente; mas Vos, Pastor y juntamente Cordero divino, sois aquel que habéis venido del cielo a salvarme, sacrificándoos cual víctima sobre la cruz en satisfacción de mis pecados. Si yo, quiero enmendarme, ¿qué debo temer? ¿Por qué no debo confiarlo todo de vos, mi Salvador, que habéis nacido de intento para salvarme? ¿Qué mayor señal de misericordia podíais darme?

    Oh dulce Redentor mío, para inspirarme confianza, que daros vos mismo. Yo os he hecho llorar en el establo de Belén; pero si vos habéis venido a buscarme, yo me arrojo confiado a vuestros pies; y aunque os vea afligido y envilecido en ese pesebre, reclinado sobre la paja, os reconozco por mi Rey y Soberano. Oigo ya esos vuestros dulces vagidos, que me convidan a amaros, y me piden el corazón. Aquí le tenéis, Jesús mío. Hoy lo presento a vuestros pies; mudadlo, inflamadlo Vos, que a este fin habéis venido al mundo, para inflamar los corazones con el fuego de vuestro santo amor. Oigo también que desde ese pesebre me decís: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón». Y yo respondo ¡Ah, Jesús mío! Y si no amo a Vos, que sois mi Dios y Señor ¿a quién he de amar?

SANTORAL - SAN ANTONIO ABAD

17 de Enero


    Memoria de san Antonio, abad, quien, habiendo perdido a sus padres, distribuyó todos sus bienes entre los pobres, siguiendo la indicación evangélica, y se retiró a la soledad de la región de Tebaida, en Egipto, donde llevó vida ascética. Trabajó para reforzar la acción de la Iglesia, sostuvo a los confesores de la fe durante la persecución desencadenada bajo el emperador Diocleciano, apoyó a san Atanasio contra los arrianos y reunió a tantos discípulos que mereció ser considerado padre de los monjes.

    San Antonio nació en una población del alto Egipto, al sur de Menfis, el año 251. Sus padres, que eran cristianos, le guardaron tan celosamente durante sus primeros años, que Antonio creció en una ignorancia absoluta de la literatura y no conocía otra lengua que la propia. A la muerte de sus padres cuando Antonio tenía veinte años, heredó una considerable fortuna y el cuidado de su hermana pequeña. Seis meses después, oyó leer en la iglesia las palabras de Cristo al joven rico: «Ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y poseerás un tesoro en el cielo». Sintiéndose aludido por esas palabras, Antonio volvió a su casa y regaló a sus vecinos lo mejor de sus tierras; el resto lo vendió, y repartió el producto entre los pobres, guardando sólo lo estrictamente necesario para él y su hermana. Poco después, oyendo en la iglesia el comentario de las palabras de Cristo: «No os preocupéis por el día de mañana»... distribuyó lo poco que había guardado y colocó a su hermana en una casa de vírgenes, que era probablemente el primer monasterio femenino del que se conserve memoria. Por su parte, Antonio se retiró a la soledad, siguiendo el ejemplo de un anciano ermitaño de los alrededores. El trabajo manual, la oración y la lectura constituyeron en adelante su principal ocupación. Su fervor era tan grande que, en cuanto oía hablar de algún virtuoso ermitaño, partía en busca de él para aprovechar su ejemplo y sus consejos. De este modo, Antonio se convirtió pronto en un modelo de humildad, caridad, espíritu de oración y otras virtudes.

    El demonio le asaltó con muchas tentaciones, representándole todo el bien que podía haber hecho, si hubiese conservado sus riquezas, y haciéndole sentir todas las dificultades de su condición de ermitaño. Era ésta una tentación común del enemigo, que tiende a hacer que los hombres se sientan descontentos de la vocación a la que Dios les ha llamado. Como el joven novicio resistiera valientemente el asalto, el demonio cambió de táctica y empezó a molestarle noche y día con pensamientos obscenos. Antonio opuso a estos ataques la más severa vigilancia sobre sus sentidos, el ayuno prolongado y la oración. El demonio se le apareció entonces; primero, bajo la forma de una hermosa mujer para seducirle, y después, bajo la forma de un negro para aterrorizarle, hasta que al fin se dio por vencido y le dejó en paz. El santo se alimentaba exclusivamente de pan con un poco de sal, y no bebía más que agua. Nunca comía antes de la caída del sol y, en ciertas épocas, sólo cada tres o cuatro días. Dormía sobre una burda estera o en el suelo. Deseoso de mayor soledad, se retiró a un antiguo cementerio, adonde un amigo le llevaba un poco de pan, de vez en cuando. Dios permitió que el diablo le atacara nuevamente allí en forma visible, y que hiciera toda especie de ruidos para infundirle temor. En una ocasión, el demonio le golpeó tan rudamente, que un amigo encontró a Antonio medio muerto. Al volver en sí, exclamó: «¿Dónde te has escondido, Señor? ¿Por qué no estabas aquí para ayudarme?» A lo que una voz respondió: «Aquí estaba yo, Antonio, asistiéndote en el combate; y, como has resistido valientemente al enemigo, te protegeré siempre y haré que tu nombre sea famoso en toda la tierra».

    Desde que había abandonado el mundo, en el año 272, Antonio vivió en sitios no muy alejados de su pueblo natal, Komán. San Atanasio hace notar que antes de él muchos otros siervos de Dios habían vivido en el retiro cerca de las ciudades, y que algunos llevaban una vida retirada, sin salir de ellas. El nombre con el que se designaba a estos siervos de Dios era el de ascetas, tomado del sustantivo griego que significa práctica o entrenamiento, ya que se entregaban al ejercicio de la mortificación y la oración. En los más antiguos escritos encontramos la mención de estos ascetas, y Orígenes nos cuenta, hacia el año 249, que se abstenían de la carne, como los discípulos de Pitágoras. Eusebio relata que san Pedro de Alejandría practicaba austeridades comparables a las de los ascetas, así como Panfilio, y san Jerónimo aplica la misma expresión a Pierio. San Antonio había llevado esta forma de vida, cerca de Komán, hasta el año 285 más o menos, pero a los treinta y cinco años de edad, pasó a la ribera oriental del Nilo y fijó su morada en la cumbre de un monte. Allí vivió casi veinte años, sin ver apenas ser humano alguno, fuera del hombre que le traía pan cada seis meses.

    Para satisfacer los deseos de muchos, hacia el año 305, a los cincuenta y cuatro de su edad, abandonó su celda en la montaña y fundó un monasterio en Fayo. El monasterio consistía originalmente en una serie de celdas aisladas, pero no podemos afirmar con certeza que todas las colonias de ascetas fundadas por san Antonio estaban concebidas en la misma forma. El santo no tenía residencia permanente en ninguna de las colonias, pero las visitaba de cuando en cuando. San Atanasio cuenta que para ir al primer monasterio, san Antonio tenía que atravesar el canal Arsinoítico, que estaba infestado de cocodrilos. Parece que las distracciones que ocasionaron al santo estas fundaciones le produjeron graves escrúpulos, y aun se cuenta que le asaltó la tentación de desesperación y que sólo pudo vencerla a fuerza de insistir en la oración y el trabajo manual. En la época de las fundaciones, san Antonio se alimentaba con seis onzas de pan mojado en agua, añadiendo algunas veces unos cuantos dátiles. Generalmente comía al atardecer. En su ancianidad tomaba además un poco de aceite. Aunque en ciertas épocas sólo comía cada tres o cuatro días, parecía vigoroso y se mostraba siempre alegre. Los visitantes le reconocían entre sus discípulos por la alegría de su rostro, que era un reflejo de la paz de que gozaba su alma. San Antonio exhortaba a sus hermanos a preocuparse lo menos posible por su cuerpo, pero se guardaba bien de confundir la perfección, que consiste en el amor de Dios, con la mortificación. Aconsejaba a sus monjes que pensaran cada mañana que tal vez no vivirían hasta el fin del día, y que ejecutaran cada acción, como si fuera la última de su vida. «El demonio -decía- teme al ayuno, la oración, la humildad y las buenas obras, y queda reducido a la impotencia ante la señal de la cruz». Contaba a los monjes que, en una ocasión en que el demonio se le había aparecido, le había dicho que pidiera cuanto quisiera porque él era el poder de Dios, el tentador desapareció tan pronto como invocó el nombre de Jesús.

    Al recrudecerse la persecución de Maximino, el año 311, san Antonio se dirigió a Alejandría para animar a los mártires. Vestido con su túnica de piel de cordero, no tuvo miedo de presentarse ante el gobernador, pero se guardó de provocar presuntuosamente a los jueces y de entregarse ingenuamente, como lo hacían otros. Una vez pasada la persecución, volvió a su monasterio y, poco después fundó otro, llamado Pispir, cerca del Nilo. Sin embargo, vivía generalmente en un monte de difícil acceso, con su discípulo Macario, quien se encargaba de recibir a los visitantes; si Macario encontraba a éstos suficientemente espirituales, san Antonio conversaba con ellos; si no, Macario les daba algunos consejos y san Antonio sólo aparecía para predicarles un corto sermón. El santo tuvo cierta vez una visión en la que toda la tierra se le apareció tan cubierta de serpientes, que parecía imposible dar un paso sobre ella. Ante tal espectáculo, el santo exclamó: «¿Quién podrá escapar, Señor?» Una voz respondió: «La humildad, Antonio».

    San Antonio cultivaba un pequeño huerto en la montaña, pero no era éste su único trabajo manual. San Atanasio refiere que su ocupación más ordinaria era la confección de esteras. Se cuenta que en cierta ocasión le asaltó la tentación de abatimiento, al sentirse impotente para la contemplación ininterrumpida, pero la visión de un ángel que tejía esteras y oraba a intervalos regulares, le hizo comprender que debía mezclar el trabajo con la oración. Por lo demás, el mismo ángel le dijo: «Haz lo que me ves hacer y encontrarás la solución». San Atanasio nos dice que el santo no interrumpía la oración mientras trabajaba. San Antonio pasaba gran parte de la noche en contemplación. Algunas veces, cuando el sol del amanecer le llamaba a sus diarias tareas, el santo se quejaba de que, con su luz exterior, le oscurecía la luz interior que brillaba en las sombras de su soledad. Antonio se levantaba siempre a media noche, después de un corto descanso, y hacía oración con los brazos en cruz hasta el amanecer, cuando no hasta las tres de la tarde, según cuenta Paladio en Historia Lausiaca.

    El año 339, san Antonio tuvo una visión en la que le fueron revelados, bajo la figura de unas muías que derribaban a coces un altar, los desastres que debía causar dos años más tarde, la persecución arriana en Alejandría. Semejante visión le produjo un horror tan profundo, que no se atrevía a dirigir la palabra a los herejes, más que para exhortarlos a abrazar la verdadera fe, y echó de la montaña a todos los arrianos, llamándoles serpientes venenosas. A petición de los obispos, hacia el año 355, hizo un viaje a Alejandría para refutar a los arrianos. Allí predicó la consustancialidad del Hijo con el Padre, acusando a los arrianos a confundirse con los paganos «que adoran y sirven a la creatura más bien que al Creador», ya que hacían del Hijo de Dios una creatura. Todo el pueblo se reunía para verle y escucharle. Aun los mismos paganos, impresionados por su dignidad, se apretujaban a su alrededor, diciendo: «Queremos ver al hombre de Dios». Antonio convirtió a muchos de ellos y obró algunos milagros. San Atanasio le acompañó a su vuelta hasta las puertas de la ciudad, donde curó a una muchacha poseída de un mal espíritu. Como el gobernador le rogase que permaneciera más tiempo en la ciudad, Antonio respondió: «Como el pez muere fuera del agua, así muere el espíritu del monje fuera de su retiro».

    San Jerónimo relata que Antonio visitó en Alejandría al famoso Dídimo, el ciego que dirigía la escuela catequética de dicha ciudad, y que le exhortó a no lamentar demasiado la falta de la vista, que no pasa de ser un bien que el hombre comparte con los insectos, sino por el contrario, regocijarse de poseer la luz interior de la que gozan los apóstoles y que les permite ver a Dios y fomentar su amor. Los filósofos paganos que iban a discutir con él, volvían admirados de su mansedumbre y sabiduría. Como cierto filósofo le preguntase cómo podía pasar su vida en la soledad sin tener ningún libro, Antonio le contestó que la naturaleza era su gran libro y que ése suplía a todos los otros. En otra ocasión, al ver que ciertos filósofos se burlaban de su ignorancia, les preguntó con gran sencillez si había que preferir los libros al sentido común o más bien al contrario, y cuál de estos dos bienes había producido al otro. Los filósofos respondieron: «El sentido común». «Pues bien, -les dijo Antonio-, eso significa que el sentido común basta». A otros cavilosos que le preguntaban por qué creía en Cristo, Antonio les dejó callados, demostrándoles que degradaban la noción de divinidad al atribuirla a las pasiones humanas, que la humillación de la cruz es la gran demostración de la infinita bondad, y que la resurrección de Cristo y los milagros por Él obrados prueban que la ignominia de la Pasión es, en realidad, la mayor de las glorias. San Atanasio anota que Antonio discutió con esos filósofos griegos valiéndose de un intérprete. Un poco más adelante afirma que ningún afligido visitó nunca a Antonio, sin volver lleno de consuelo a su casa, y relata muchos de sus milagros, visiones y revelaciones.

    Alrededor del año 337, Constantino el Grande y sus dos hijos, Constancio y Constante, escribieron una carta al santo, encomendándose a sus oraciones. Al ver que sus monjes se sorprendían de ello, san Antonio les dijo: «No os admiréis de que el emperador escriba a un pobre hombre como yo; admiraos más bien de que Dios nos haya escrito a los hombres y nos haya hablado por su Hijo». Antonio decía que ignoraba cómo responder al emperador; pero al fin, importunado por sus discípulos, le escribió una carta que san Atanasio nos ha conservado, en la que le exhorta a no perder de vista el juicio de Dios. San Jerónimo menciona otras siete cartas de Antonio a diversos monasterios. Una de sus máximas favoritas era la de que el conocimiento de nosotros mismos es la base para el conocimiento y el amor de Dios. Los bolandistas copian una carta de san Antonio a san Teodoro, abad de Tabena, en la que el santo cuenta que Dios le ha revelado que tiene misericordia de los verdaderos adoradores de Cristo, a pesar de sus caídas, con tal de que se arrepientan sinceramente. Una regla monástica, que lleva el nombre de san Antonio, nos revela, según toda probabilidad, los principales puntos de su sistema ascético. En todo caso, su ejemplo y consejos han servido de base a todas las reglas monásticas de las épocas subsiguientes. Se cuenta que san Antonio, al observar la sorpresa de sus discípulos ante las multitudes que abrazaban la vida religiosa, les dijo con lágrimas en los ojos que vendría un tiempo en el que los monjes se regocijarían de vivir en las ciudades, en casas ricas y con mesas bien provistas, y que sólo se distinguirían por el vestido, del resto de las gentes; pero que habría aun entre ellos algunos que buscarían sinceramente la perfección.

    San Antonio visitó a sus monjes poco antes de su muerte, que predijo exactamente, pero se negó a quedarse para morir entre ellos. San Atanasio deja ver que los cristianos habían empezado a imitar la costumbre pagana de embalsamar los cadáveres, hábito que había condenado frecuentemente como producto de la vanidad y la superstición, por lo que san Antonio ordenó que le sepultaran en la tierra, junto a su celda de la montaña. Volviendo apresuradamente a su retiro en el monte Kolzim, cerca del Mar Rojo, cayó enfermo poco después. Entonces repitió a sus discípulos, Macario y Amatas, la orden de sepultarle allí secretamente, diciendo: «El día de la resurrección recibiré mi cuerpo incorrupto de las mismas manos de Jesucristo». Les mandó igualmente que dieran una de sus túnicas de piel de cordero y el sayal en el que yacía, al obispo Atanasio, como testimonio público de que moría en comunión de fe con el santo prelado; que dieran su otra túnica al obispo Serapión, y que conservaran para ellos su cilicio. «Adiós, hijos míos, Antonio se va y no volverá a estar con vosotros». Diciendo estas palabras, les abrazó, extendió un poco los pies y murió apaciblemente. Su muerte acaeció en el año 356, probablemente el 17 de enero, día en que le conmemoran los martirologios más antiguos. Tenía ciento cinco años. Desde su juventud hasta esa avanzada edad, había mantenido siempre el mismo fervor y austeridad. A pesar de ello, nunca había estado enfermo, conservaba la vista en perfecto estado y no había perdido ningún diente. Sus dos discípulos le enterraron según sus deseos. Parece que en 561, sus restos fueron descubiertos y trasladados a Alejandría, después a Constantinopla, y finalmente a Vienne de Francia. Los bolandistas han editado una narración de muchos milagros obtenidos por su intercesión, especialmente los relacionados con la epidemia conocida con el nombre de «Fuego de san Antonio», que azotó a Europa en el siglo XI, hacia la época de la traslación de sus famosas reliquias a occidente.

    Las imágenes representan frecuentemente a san Antonio con una cruz en forma de T, una campanita, un cerdo, y a veces un libro. La cruz parece ser un símbolo de la avanzada edad y de la autoridad abacial del santo, aunque no es imposible que constituya una alusión al constante uso de la señal de la cruz que san Antonio hacía en las tentaciones. El cerdo representaba originalmente al diablo, pero en el siglo XII adquirió un nuevo significado, debido a la popularidad de los Hermanos Hospitalarios de san Antonio, fundados en Clermont en 1096. Por sus obras de caridad se hicieron amar del pueblo, que les autorizó, en muchas partes, a engordar gratuitamente sus cerdos en los bosques. Probablemente, uno o dos cerdos del rebaño llevaban atada una campanita, o tal vez los porqueros anunciaban su llegada tocando una campana. En todo caso, parece cierto que la campanita está relacionada con los miembros de esa orden, y que de allí pasó a ser un atributo de san Antonio. El libro representa sin duda el «libro de la naturaleza», en el que el santo compensaba su falta de lecturas. Algunas imágenes simbolizan en lenguas de fuego la epidemia del «Fuego de san Antonio», contra la que se invocaba especialmente al santo. [Dicha epidemia recibió también el nombre de «fuego sagrado» y de «fuego del infierno». Más tarde se identificó esa enfermedad con la erisipela; pero originalmente parece haber sido un mal mucho más contagioso y virulento, producido por la harina de grano plagado.] La popularidad de san Antonio, que se debe en gran parte a la prevalencia de esa epidemia (ver, por ejemplo, la Vida de san Hugo de Lincoln), fue muy grande en los siglos XII y XIII. Probablemente por asociación con el cerdo, san Antonio empezó a ser invocado como patrón de los animales domésticos y del ganado, y el gremio de los carniceros y otros se pusieron bajo su protección. La liturgia bizantina invoca el nombre de san Antonio en la preparación eucarística, y el rito copto y el armenio le conmemoran en el canon de la misa.

Oremos
    
    Dios Padre Bueno, que para ejemplo del mundo y honor de la Iglesia, transformaste la vida de San Antonio Abad, en la imagen de tu Hijo Jesucristo, concédenos que le imitemos en el camino de la vida evangélica y que merezcamos por su intercesión vencer como Él, las tentaciones y vivir en la voluntad de Dios. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

viernes, 15 de enero de 2021

EVANGELIO - 16 de Enero - San Marcos 2,13-17.


       Carta a los Hebreos 4,12-16.

    Hermanos: La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
    Ninguna cosa creada escapa a su vista, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas.
    Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe.
    Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
    Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.


Salmo 19(18),8.9.10.15.

La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple.

Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos del Señor son claros,
iluminan los ojos.

La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos.

¡Ojalá sean de tu agrado
las palabras de mi boca,
y lleguen hasta ti mis pensamientos,
Señor, mi Roca y mi redentor!


    Evangelio según San Marcos 2,13-17.

    Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba.
    Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.
    Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían.
    Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: "¿Por qué come con publicanos y pecadores?".
    Jesús, que había oído, les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 16 de Enero - "El manso y suave médico de almas"


Santa Catalina de Siena (1347-1380) terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa La reforma de los pastores (Le dialogue, nº 134, Téqui, 1976), trad. sc©evangelizo.org

El manso y suave médico de almas

    Padre muy tierno, cuando la raza humana estaba yaciente y herida por el pecado de Adán, le ha enviado el médico, su Hijo querido, el Verbo de amor. Cuando yo estaba abatido, languideciendo en la negligencia y una espesa ignorancia, usted, el muy tierno médico, Dios eterno, me ha dado una suave y dulce y amarga medicina, para sanarme y sacarme de mi enfermedad. Era suave, porque es con su caridad, con su suavidad que se manifestó, usted, dulzura mayor que toda dulzura. Aclaró los ojos de mi inteligencia con la luz de la santísima fe. En esa luz, según quiso que lo descubriera, conocí la excelencia y la gracia que confirió a la raza humana dándose enteramente a ella, Dios verdadero y hombre verdadero, en el cuerpo místico de la santa Iglesia. (…) ¡Oh amor inefable! Revelando todo esto, me dio un medicamento dulce y amargo para sanarme de mi enfermedad, arrancarme a mi ignorancia y tibieza, reanimar mi celo y ¡provocar un ardiente deseo de recurrir a usted! Me mostró así su Bondad y los ultrajes que recibe de todos los hombres, especialmente de sus ministros. Quiso que el torrente de lágrimas que mana del conocimiento de su infinita Bondad se derramara sobre mí, pobre pecadora, y sobre esos muertos que viven tan miserablemente. No quiero, Padre eterno, foco de amor inefable y ardiente caridad, ¡no quiero cesar un instante de tener los más grandes deseos por su honor y la salvación de las almas!

SANTORAL - SAN BERARDO DE MARRAKECH

16 de Enero


    En Marrakech, en el Magreb, santos mártires Berardo, Otón y Pedro, presbíteros, y Acursio y Aiuto, religiosos, todos de la Orden de los Hermanos Menores, que, enviados por san Francisco para anunciar el Evangelio a los musulmanes, fueron apresados en Sevilla y trasladados a Marrakech, donde les ajusticiaron con la espada por orden del príncipe de los sarracenos.

    Estos cinco frailes fueron enviados por san Francisco a convertir a los mahometanos del Occidente, en tanto que el propio santo iba a predicar a los del Oriente. San Berardo y sus compañeros predicaron primeramente a los moros de Sevilla, ciudad de la que fueron expulsados después de haber sufrido mucho por su celo. De ahí pasaron a Marruecos, donde se dedicaron a predicar y a servir de capellanes a los mercenarios cristianos del sultán. Las gentes consideraban a los frailes como locos y les trataban como a tales. Cuando se negaron a retomar a sus tierras y a dejar de predicar la palabra de Cristo, el sultán les decapitó con su propia cimitarra, el 16 de enero de 1220. Estos santos formaron la vanguardia del glorioso ejército de mártires que la orden seráfica ha dado a la Iglesia. Cuando llegó a oídos de san Francisco la noticia del valor heroico y el triunfo de sus hijos, exclamó: «Ahora puedo decir con verdad que tengo cinco hermanos». Eran éstos san Berardo, san Pedro, san Odón, san Acurso y san Adyuto. Fueron canonizados en 1481.

    Ésos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, dándole culto día y noche en su santuario; y el que está sentado en el trono extenderá su tienda sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; ya no los molestará el sol ni el calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. Ap 7, 14-17

Oremos

    Dios todopoderoso y eterno, que diste a los Santos Mártires Berardo y compañeros la valentía de aceptar la muerte por el nombre de Cristo: concede también tu fuerza a nuestra debilidad para que, a ejemplo de aquellos que no dudaron en morir por tí, nosotros sepamos también ser fuertes, confesando tu nombre con nuestras vidas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén

jueves, 14 de enero de 2021

EVANGELIO - 15 de Enero - San Marcos 2,1-12.


       Carta a los Hebreos 4,1-5.11.

    Hermanos: Temamos, entonces, mientras permanece en vigor la promesa de entrar en el Reposo de Dios, no sea que alguno de ustedes se vea excluido.
    Porque también nosotros, como ellos, hemos recibido una buena noticia; pero la Palabra que ellos oyeron no les sirvió de nada, porque no se unieron por la fe a aquellos que la aceptaron.
    Nosotros, en cambio, los que hemos creído, vamos hacia aquel Reposo del cual se dijo: Entonces juré en mi indignación: Jamás entrarán en mi Reposo. En realidad, las obras de Dio estaban concluidas desde la creación del mundo, ya que en cierto pasaje se dice acerca del séptimo día de la creación: Y Dios descansó de todas sus obras en el séptimo día; y en este, a su vez, se dice: Jamás entrarán en mi Reposo.
    Esforcémonos, entonces, por entrar en ese Reposo, a fin de que nadie caiga imitando aquel ejemplo de desobediencia.


Salmo 78(77),3.4bc.6c-7.8.

Lo que hemos oído y aprendido,
lo que nos contaron nuestros padres,
lo narraremos a la próxima generación:
son las glorias del Señor y su poder.

Así podrán contarlas a sus propios hijos,
para que pongan su confianza en Dios,
para que no se olviden de sus proezas
y observen sus mandamientos.

Así no serán como sus padres,
una raza obstinada y rebelde,
una raza de corazón inconstante
y de espíritu infiel a Dios.


    Evangelio según San Marcos 2,1-12.

    Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa.
    Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
    Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres.
    Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico.
    Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados".
    Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: "¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?"
    Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate, toma tu camilla y camina'?
    Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
    El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 15 de Enero - «Un paralítico fue traído por cuatro hombres»


        San Nicolás Cabasilas La Vida en Cristo: Confía en el Señor  Libro 6: PG 150, 682-683

«Un paralítico fue traído por cuatro hombres» 

    Invoquemos a Cristo en todo momento como principio de nuestros pensamientos. Para invocarlo no hace falta una preparación como para la oración, ni un lugar especial, ni un grito. En efecto, él no está ausente de ninguna parte. Es imposible que no esté dentro de nosotros porque está más cerca de nosotros que nosotros mismos. En consecuencia, debemos creer que nos escucha más allá de nuestras oraciones, a pesar de nuestros defectos.

    Tengamos confianza porque él es bueno con los ingratos y los pecadores que lo invocan. Lejos de despreciar los ruegos de sus siervos rebeldes, él mismo vino a la tierra, el primero para llamar a los que no le habían invocado todavía y que nunca habían pensado en él: «He venido a llamar a los pecadores.» (cf Mt 9,13) Si él buscó a los que no le buscaban ¿qué no hará para los que le invocan? Si ha amado a los que lo odiaban ¿cómo rechazará a los que le aman? «Siendo aún enemigos del Señor, hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, con mayor razón todavía, seremos salvos por su vida» (cf. Rm 5,10).

SANTORAL - SAN PABLO DE TEBAS

15 de Enero


   San Pablo es venerado por la Iglesia como modelo de la vida solitaria, por ser el primer ermitaño o anacoreta de quien habla la historia. Nació en la Tebaida, hacia el año 228. Sus padres le dieron una esmerada educación en las ciencias humanas, pero él cada día progresaba más en las divinas. Quedó huérfano muy joven, heredero de los bienes paternos, de los que muy pronto se desprendió totalmente para siempre.

    Ante la persecución contra los cristianos decretada por el emperador Decio, huyó al desierto. En principio su idea era estar allí sólo hasta que amainase la persecución. Pero empezó a tomarle gusto al silencio del desierto, a la oración sin estorbos. Perdió el miedo a las fieras que al principio le asustaban. Y se quedó en el desierto, para no salir nunca más. Una pléyade de anacoretas le seguirían, y "el desierto se cubrió de flores".

    Se adentró más y más en aquellas soledades. Encontró una cueva como destinada para él por la divina Providencia, y determinó sepultarse en ella para todos los días de su vida, sin otra ocupación que contemplar las verdades eternas y gastar en oración los días y las noches.

    Había a la entrada de la cueva una palmera que con sus hojas y dátiles le daba para cubrirse y alimentarse. Más tarde cuenta la tradición que, la divina Providencia, que alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo, dispuso que un cuervo, como al santo profeta Elías, le trajese cada día medio pan, prodigio que duró hasta el día de su muerte.

    Tenía Pablo 113 años y llevaba ya 90 en el desierto. Entonces San Antonio, que tenía 90 años y vivía en otro desierto - la región de la Tebaida estaba llena de anacoretas y cenobita - tuvo el deseo de saber si habría algún otro anacoreta que viviese por aquellos agrestes parajes. Se sintió inspirado por Dios y desafiando las fieras que, según San Jerónimo, le salían al paso, caminó sin parar hasta dar con la cueva de Pablo. Así vencería la tentación de vanagloria al creer que no había en todo el desierto otro más antiguo y santo que él.

    Una escena entrañable tuvo lugar entonces. Se abrazaron con ternura los dos ancianos, se saludaron por sus nombres, y pasaron muchas horas en oración y en santas conversaciones. En esto vieron llegar al cuervo con un pan entero en el pico. Admirado Pablo, dijo: Alabado sea Dios. Hace 60 años que este cuervo me trae medio pan cada día, pero hoy Jesucristo, en tu honor, ha doblado la ración. Demos gracias a Dios por su bondad.

    Pablo anunció a Antonio - sigue la leyenda dorada - que estaba muy próxima su muerte, y le pidió que le trajese el manto de San Atanasio. Cuando Antonio volvía con el manto, vio subir al cielo el alma de Pablo, llena de esplendor. Llegó a la cueva, lo amortajó con el manto y, con la ayuda de dos leones que abrieron la sepultura, lo enterró. Era el año 342. Antonio se quedó con la túnica de Pablo, que luego vestía en las solemnidades.

    San Jerónimo termina su relato comparando a los que tienen fortunas fabulosas con la vida del más perfecto solitario de todos los tiempos. Vosotros, les dice, lo tenéis todo, él no tenía nada. Pero el cielo se le ha abierto a este pobre, a vosotros, en cambio, se os va a abrir el infierno. Por mi parte, prefiero la túnica de Pablo a la púrpura de los reyes. Velásquez inmortalizó con su pincel la figura de Pablo el Tebano.

Oremos

    Oh Señor: Tú que moviste a San Pablo el primer ermitaño dejar las vanidades del mundo e irse a la soledad del desierto a orar y meditar, concédenos también a nosotros, dedicar muchas horas en nuestra vida, apartados del bullicio mundanal, a orar, meditar y a hacer
 penitencia por nuestra salvación y por la conversión del mundo. Amen.

miércoles, 13 de enero de 2021

EVANGELIO - 14 de Enero - San Marcos 1,40-45.


        Carta a los Hebreos 3,7-14.

    Hermanos: Como dice el Espíritu Santo: "Si hoy escuchan su voz, no endurezcan su corazón como en el tiempo de la Rebelión, el día de la Tentación en el desierto, cuando sus padres me tentaron poniéndome a prueba, aunque habían visto mis obras durante cuarenta años. Por eso me irrité contra aquella generación, y dije: Su corazón está siempre extraviado y no han conocido mis caminos.
    Entonces juré en mi indignación: jamás entrarán en mi Reposo".
    Tengan cuidado, hermanos, no sea que alguno de ustedes tenga un corazón tan malo que se aparte del Dios viviente por su incredulidad.
    Antes bien, anímense mutuamente cada día mientras dure este hoy, a fin de que nadie se endurezca, seducido por el pecado.
    Porque hemos llegado a ser partícipes de Cristo, con tal que mantengamos firmemente hasta el fin nuestra actitud inicial.


Salmo 95(94),6-7.8-9.10-11.

¡Entren, inclinémonos para adorarlo!
¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros, el pueblo que él apacienta,
las ovejas conducidas por su mano.

Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:
«No endurezcan su corazón como en Meribá,
como en el día de Masá, en el desierto,
cuando sus padres me tentaron y provocaron,
aunque habían visto mis obras.»

«Cuarenta años me disgustó esa generación, hasta que dije:
‘Es un pueblo de corazón extraviado,
que no conoce mis caminos’.
Por eso juré en mi indignación:
'Jamás entrarán en mi Reposo.’»


    Evangelio según San Marcos 1,40-45.

    Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".
    Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".
    En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
    Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
    Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 14 de Enero - «Conmovido, Jesús extendió la mano y lo tocó»


       Santa Madre Teresa de Calcuta Cartas (10-04-1974): Cristo se hizo pobre y enfermo  A sus colaboradoras

«Conmovido, Jesús extendió la mano y lo tocó» 

    Los pobres tienen sed de agua, pero también de paz, de verdad y de justicia. Los pobres están desnudos y necesitan vestidos, pero también dignidad humana y compasión por los pecadores. Los pobres no tienen hogar y necesitan un refugio hecho de ladrillos, pero también un corazón alegre, compasivo y lleno de amor. Están enfermos y necesitan atención médica, pero también una mano caritativa y una sonrisa acogedora.

    Los excluidos, los que son rechazados, aquellos que no son amados, los presos, los alcohólicos, los moribundos, los que están solos y abandonados, los marginados, los intocables y los leprosos, los que viven en la duda y la confusión, los que no han sido tocados por la luz del Cristo, los hambrientos de la palabra y de la paz de Dios, las almas tristes y afligidas, los que son una carga para la sociedad, que han perdido toda esperanza y fe en la vida, los que olvidaron cómo sonreír y los que no saben lo que es recibir un poco de calor humano, un gesto de amor y de amistad. Todos ellos, se vuelven hacia nosotros para recibir un poco de consuelo. Si les damos la espalda, damos la espalda a Cristo.

SANTORAL - SAN FÉLIX DE NOLA

14 de Enero


   Natural de Nola, abrazó el servicio apostólico desde muy joven. Al morir su padre, Feliz distribuyó su herencia entre los pobres y fue ordenado sacerdote por San Máximo, Obispo de Nola. Al iniciarse una cruel persecución contra la Iglesia, Máximo huyó al desierto para continuar al servicio de su rebaño.

    Al no ser encontrado por los soldados romanos, Felix, quien lo sustituía en sus deberes pastorales, fue tomado preso, azotado, cargado de cadenas y encerrado en el calabazo cuyo piso estaba lleno de vidrios.

    Sin embargo, el Ángel del Señor se le apareció y le ordenó ir en ayuda de su Obispo, quien yacía medio muerto de hambre y de frío. Ante su capacidad de hacerlo volverlo en sí, el Santo acudió a la oración y al punto apareció un racimo de uvas, cuyas gotas derramó sobre los labios del maestro, el cual recuperó el conocimiento siendo conducido luego a su Iglesia.

    Felix permaneció escondido orando permanente por la Iglesia hasta la muerte de Decio; sin embargo, continuó siendo perseguido hasta que se estableció la paz de la Iglesia. Murió en medio de la pobreza y el servicio de los más necesitados, a pesar de que fue elegido como Obispo de Nola.

Oremos

    Señor Dios, Padre Omnipotente: Tú que le permitiste a tu mártir San Félix conseguir favores tan maravillosos para sí y para sus  devotos, haz que nuestra fe sea también tan grande que consigamos  las benditas intervenciones tuyas en favor nuestro y en favor  de todos los que necesitan ayuda de nuestra oración. Amen.