jueves, 10 de septiembre de 2020

EVANGELIO - 11 de Septiembre - San Lucas 6,39-42


    Carta I de San Pablo a los Corintios 9,16-19.22b-27.

    Hermanos: Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!
    Si yo realizara esta tarea por iniciativa propia, merecería ser recompensado, pero si lo hago por necesidad, quiere decir que se me ha confiado una misión.
    ¿Cuál es entonces mi recompensa? Predicar gratuitamente la Buena Noticia, renunciando al derecho que esa Buena Noticia me confiere.
    En efecto, siendo libre, me hice esclavo de todos, para ganar al mayor número posible.
    Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio.
    Y todo esto, por amor a la Buena Noticia, a fin de poder participar de sus bienes.
    ¿No saben que en el estadio todos corren, pero uno solo gana el  premio? Corran, entonces, de manera que lo ganen.
    Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible.
    Así, yo corro, pero no sin saber adónde; peleo, no como el que da golpes en el aire.
    Al contrario, castigo mi cuerpo y lo tengo sometido, no sea que, después de haber predicado a los demás, yo mismo quede descalificado.


Salmo 84(83),3.4.5-6.12.

Mi alma se consume de deseos
por los atrios del Señor;
mi corazón y mi carne claman ansiosos
por el Dios viviente.

Hasta el gorrión encontró una casa,
y la golondrina tiene un nido
donde poner sus pichones,
junto a tus altares, Señor del universo,
mi Rey y mi Dios.

¡Felices los que habitan en tu Casa
y te alaban sin cesar!
¡Felices los que encuentran su fuerza en ti,
al emprender la peregrinación!

Porque el Señor es sol y escudo;
el Señor da la gracia y la gloria,
y no niega sus bienes
a los que proceden con rectitud.


    Evangelio según San Lucas 6,39-42.


    Jesús hizo a sus discípulos esta comparación: "¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
    El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
    ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?
    ¿Cómo puedes decir a tu hermano: 'Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo', tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo  ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 11 de Septiembre - «¿Un ciego, puede guiar a otro ciego?»"


       Liturgia española mozárabe Prefacio Eucarístico para el segundo domingo de Cuaresma; PL 85, 322

«¿Un ciego, puede guiar a otro ciego?»

    Es justo y necesario darte gracias, Señor, Padre santo, Dios eterno y todopoderoso, por Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor... Él vino a este mundo para hacer justicia, de modo que los ciegos vean y los que veían queden ciegos (Jn 9,39). Aquellos que se han reconocido en las tinieblas del error, han recibido la luz eterna que los ha librado de la oscuridad de sus errores. Y los arrogantes, que pretendían poseer ellos mismos la luz de la justicia, han sido sumergidos, con razón, en sus propias tinieblas. Inflados de su orgullo y seguros de su justicia, no han buscado médico para curarse. Hubieran podido tener acceso al Padre por Jesús, que se ha declarado la puerta (Jn 10,7), pero como han prevalecido insolentemente en sus méritos, han mantenido su ceguera.

    Por ello, venimos humildemente a ti, Padre santo, y sin presumir de nuestros méritos, abrimos ante tu altar nuestra propia herida. Reconocemos las tinieblas de nuestros errores, descubrimos las caídas de nuestra conciencia. Queremos encontrar, te rogamos, un remedio a nuestra herida, la luz eterna para nuestras tinieblas, la pureza de la inocencia en nuestra conciencia. Queremos con todas nuestras fuerzas contemplar tu rostro..., deseamos ver el cielo...

    Ven a nosotros, Jesús, que rezamos en tu templo, y atiéndenos en este día, tú que no has tenido en cuenta el sábado para hacer milagros... Tú que nos has hecho de la nada, prepara un ungüento y aplícalo sobre los ojos de nuestro corazón... Escucha nuestra oración y elimina la ceguera de nuestros pecados, para que veamos la gloria de tu rostro, en la paz de la bienaventuranza eterna.

SANTORAL - SAN PATIENS DE LYON

11 de Septiembre


    Obispo de Lyon (Francia). En la serie de calamidades que azotaron a las Galias durante un período que abarcó buena parte del siglo V, Dios favoreció a sus servidores al enviarles a este santo prelado que les sirvió de consuelo y de apoyo Alrededor del año 450, fue elevado a la sede episcopal de Lyon.

    La devastadora incursión de los Godos en Borgoña provocó una época de hambre, durante la cual, San Patiens, por cuenta propia, alimentó a millares, gracias a la providencia, que siempre le daba ciento por uno, multiplicando sus caudales maravillosamente a fin de que siempre hubiera lo suficiente con qué construir iglesias, repararlas y socorrer a los pobres, "en cualquier rincón de las Galias que estuvieran".

    El santo era calificado como un hombre virtuoso y justo, activo, ascético y misericordioso y era muy admirado por su celo apostólico y su gran caridad hacia los pobres. Gracias a su solicitud pastoral y a sus sermones, numerosos herejes se convirtieron, sobre todo amos y señores de Lyon que por aquel entonces, favorecían decididamente la herejía de los arrianos y aún había algunos obispos en las diócesis que no estaban libres de aquellos errores.

    Cuando la diócesis de Chalon-sur-Saòne quedó envuelta en la confusión y la discordia por la muerte de su Obispo, San Eufronio de Autun invitó a San Patiens para que le ayudase en la pacificación de la comarca y en la terminación del escándalo. Por orden de San Patiens, uno de los sacerdotes de su clero, llamado Constancio, escribió la "Vida de San Germano de Auxerre", la que el autor dedicó a su obispo. Se desconoce la fecha exacta de su deceso pero al parecer, ocurrió alrededor del año 480.

Oremos

    Señor, tú que colocaste a San Patiens en el número de los santos pastores y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de aquella fe que vence al mundo, haz que también nosotros por su intercesión, perseveremos firmes en la fe y arraigados en el amor y merezcamos así participar de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén 

miércoles, 9 de septiembre de 2020

EVANGELIO - 10 de Septiembre - San Lucas 6,27-38


    Carta I de San Pablo a los Corintios 8,1b-7.11-13.

    Hermanos: El conocimiento llena de orgullo, mientras que el amor edifica.
    Si alguien se imagina que conoce algo, no ha llegado todavía a conocer como es debido; en cambio, el que ama a Dios es reconocido por Dios.
    En cuanto a comer la carne sacrificada a los ídolos, sabemos bien que los ídolos no son nada y que no hay más que un solo Dios.
    Es verdad que algunos son considerados dioses, sea en el cielo o en la tierra: de hecho, hay una cantidad de dioses y una cantidad de señores.
    Pero para nosotros, no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y a quien nosotros estamos destinados, y un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y por quien nosotros existimos.
    Sin embargo, no todos tienen este conocimiento. Algunos, habituados hasta hace poco a la idolatría, comen la carne sacrificada a los ídolos como si fuera sagrada, y su conciencia, que es débil, queda manchada.
    Y así, tu, que tienes el debido conocimiento, haces perecer al débil, ¡ese hermano por el que murió Cristo!
    Pecando de esa manera contra sus hermanos e hiriendo su conciencia, que es débil, ustedes pecan contra Cristo.
    Por lo tanto, si un alimento es ocasión de caída para mi hermano, nunca probaré carne, a fin de evitar su caída.


Salmo 139(138),1-3.13-14ab.23-24.


Señor, tú me sondeas y me conoces,
tú sabes si me siento o me levanto;
de lejos percibes lo que pienso,
te das cuenta si camino o si descanso,
y todos mis pasos te son familiares.

Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:
te doy gracias porque fui formado
de manera tan admirable.
Sondéame, Dios mío, y penetra mi interior;

examíname y conoce lo que pienso;
observa si estoy en un camino falso`
y llévame por el camino eterno.


    Evangelio según San Lucas 6,27-38.

    Jesús dijo a sus discípulos: «Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.
    Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman.
    Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica.
    Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
    Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.
    Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.
    Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores.
    Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
    Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
    Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
    No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
    Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 10 de Septiembre - «Haced el bien y prestad sin esperar nada»


Santa Teresa de Calcuta, Obras: Si tu trabajo no está impregnado de amor es inútil No hay amor más grande.

«Haced el bien y prestad sin esperar nada» 

    Es posible que en tu apartamento o en la casa de al lado de la tuya, viva un ciego que se alegraría que le hicieras una visita para leerle el periódico. Puede ser que haya una familia que esté necesitada de alguna cosa sin importancia a tus ojos, alguna cosa tan simple como el hecho de guardarle su hijo durante media hora. Hay muchísimas cosas que son tan pequeñas que mucha gente no se da cuenta de ellas. No creas que hace falta ser simple de espíritu para ocuparse de la cocina. No pienses nunca que sentarse, levantarse, ir y venir, que todo lo que haces no es importante a los ojos de Dios.

    Dios no va a pedirte cuántos libros has leído, ni cuántos milagros has hecho. Te preguntará si lo has hecho lo mejor que has podido, por amor a él. ¿Puedes, sinceramente, decir: «He hecho todo lo que he podido»? Aunque lo más y mejor acabe siendo un fracaso, debe ser nuestro más y mejor. Si realmente estás enamorado de Cristo, por modesto que sea tu trabajo, lo harás lo mejor que puedas, con todo el corazón. Es tu trabajo quien dará testimonio de tu amor. Puedes agotarte en el trabajo, e incluso puedes matarte, pero en tanto que no está impregnado de amor, es inútil.

SANTORAL - SAN NICOLÁS DE TOLENTINO

10 de Septiembre


    San Nicolás de Tolentino Patrono de las almas del purgatorio. En Tolentino, del Piceno, san Nicolás, presbítero, religioso de la Orden de Ermitaños de San Agustín, el cual, fraile de rigurosa penitencia y oración asidua, severo consigo y comprensivo con los demás, se autoimponía muchas veces la penitencia de otros.

    Nació en Sant´Angelo in Pontano, Italia, en 1245. Sus padres, que durante años esperaban descendencia, en el transcurso de una peregrinación a Bari prometieron que si lograban ser bendecidos por Dios con ella en el caso de que fuese un varón lo consagrarían a san Nicolás, titular de la ciudad. Y así lo hicieron atribuyéndole la pronta concepción de ese hijo tan deseado. El pequeño Nicolás creció dando muestras de la bondad y amabilidad que, junto a su desprendimiento y sensibilidad por los necesitados, caracterizaría su vida entera. Y es que el sensible y piadoso muchacho solía atender personalmente a los pobres que llegaban a su casa pidiendo ayuda. Los primeros conocimientos se los proporcionó el sacerdote en su localidad natal.

    Puede que el ejemplo y educación que recibió de sus padres, junto con la cercana presencia de los ermitaños agustinos, despertara en él una temprana vocación, porque a los 12 años ingresó en el convento como «oblato». Su idea no era recibir únicamente esa formación que completaría con creces la que pudo darle el bondadoso clérigo, sino que albergaba el sueño de ser agustino. A los 15 años inició el noviciado, y en 1261 profesó. En 1269 fue ordenado sacerdote por el obispo san Benito de Cíngoli. Después ejerció su misión pastoral en distintos puntos de la región de Las Marcas durante seis años. Pero sus superiores seguramente preocupados por su débil salud, viendo que ni siquiera le ayudaba en su restablecimiento la misión que le encomendaron de maestro de novicios que no exigía continuos desplazamientos, en 1275 determinaron enviarle a Tolentino donde permaneció el resto de su vida.

     Fue un hombre de gran austeridad; es la característica que se subraya unánimemente cuando se configura su trayectoria espiritual. Su ascetismo, forjado en el fecundo aprendizaje que había tenido previamente en conventos herederos de la genuina tradición eremítica, estaba signado por la mortificación y el ayuno. Aparte de la frugalidad de su comida, y la radicalidad de su pobreza –mantenía un solo hábito que remendaba cuando era preciso, dormía poco y en condiciones no aptas precisamente para el rácano descanso y menos para una persona corpulenta como él: en un saco, con una piedra como almohada y cubriéndose solo con su propio manto–, no desestimaba todo lo que podía ayudarle a conquistar la perfección. Es decir, que estas asperezas penitenciales y las disciplinas físicas que también se aplicaba no sustituían a la donación de sí mismo. Se esforzaba en ofrendarse, como hacía por ejemplo, con su criterio. Así, aunque no le agradaba la carne, cuando el superior le recomendaba su ingesta por el bien de su salud, se doblegaba humildemente. De todos modos, con una lógica que excede a la ofrecida por textos científicos, en lo que a su bienestar concernía solía poner en duda la preeminencia del valor nutricional de la carne frente al de las hortalizas. No tenía duda de que si Dios quería para él una fortaleza física que estaba lejos de poseer, la ingesta de verduras le habría servido. Se cuenta que, en una ocasión, teniendo en el plato dos sabrosas perdices asadas, Nicolás les ordenó: «Seguid vuestro camino». Y, al parecer, las aves emprendieron instantáneo vuelo.

    Al margen de estas anécdotas, tal como se puso de relieve en el proceso de su canonización, fue un hombre obediente y fiel, efectuando lo que se le indicaba con prontitud y alegría; una persona dócil, sensible, entrañable, cercana, disponible, comprensiva, exquisita siempre en su trato que disfrutaba viendo gozar a los demás en el día a día. Era lo que cabía esperar de una persona como él que dedicaba a la oración 15 horas diarias. El resto del tiempo lo repartía en tareas apostólicas, confesión, lectura, meditación, asistencia al refectorio, al rezo del oficio divino…, y algún pequeño momento solaz en el recreo comunitario. La continua presencia de Dios en él explica la profunda e incontenible emoción que sentía ante la Eucaristía, hecho que muchas personas pudieron constatar alguna vez, y también los favores extraordinarios que recibió, así como los numerosos milagros que obró. Su apostolado estuvo caracterizado por la dulzura y la amabilidad, rubricado por su admirable caridad. De ella sabían bien cercanos y lejanos, y de forma especial los enfermos y pobres a los que asistía sirviéndose de un bastón cuando ya no tenía fuerzas para deambular por sí mismo, así como los penitentes que se confesaban con él –casi toda la ciudad lo hacía–, y las tantas personas que le acogían con gusto en sus domicilios cuando los visitaba. Ésta era otra de las actividades apostólicas de Nicolás por la que sentía particular debilidad.

    En una visión contempló el purgatorio después del fallecimiento de un religioso que hallándose en él, rogó sus oraciones. Sus penitencias y súplicas por él y por otros que purgaban sus penas, fueron escuchadas. De ahí que se le considere abogado de las almas del purgatorio. Su muerte se la anunció una estrella que apareció persistentemente durante varias jornadas, apuntando primeramente a su localidad natal y situándose después en Tolentino, justo encima del convento. Un religioso venerable, al que consultó, descifró su significado: «La estrella es símbolo de tu santidad. En el sitio donde se detiene se abrirá pronto una tumba; es tu tumba, que será bendecida en todo el mundo como manantial de prodigios, gracias y favores celestiales». La estrella le siguió unos días hasta que el 10 de septiembre de 1305, invocando a María por la que tuvo desde niño gran devoción, y contemplando el preciado lignum crucis, falleció. Sus últimas palabras dirigidas a la comunidad habían sido: «Mis amados hermanos; mi conciencia no me reprocha nada; pero no por eso me siento justificado».Eugenio IV lo canonizó el 1 de febrero de 1446.

Oremos

    ¡Oh glorioso Taumaturgo y Protector de las almas del purgatorio, San Nicolás de Tolentino! Con todo el afecto de mi alma te ruego que interpongas tu poderosa intercesión en favor de esas almas benditas, consiguiendo de la divina clemencia la condonación de todos sus delitos y sus penas, para que saliendo de aquella tenebrosa cárcel de dolores, vayan a gozar en el cielo de la visión beatífica de Dios. Y a mi, tu devoto siervo, alcánzame, ¡oh gran santo!, la más viva compasión y la más ardiente caridad hacia aquellas almas queridas. Amén.

martes, 8 de septiembre de 2020

EVANGELIO - 09 de Septiembre - San Lucas 6,20-26


    Carta I de San Pablo a los Corintios 7,25-31.

    Hermanos: Acerca de la virginidad, no tengo ningún precepto del Señor. Pero hago una advertencia, como quien, por la misericordia del Señor, es digno de confianza.
    Considero que, por las dificultades del tiempo presente, lo mejor para el hombre es vivir sin casarse.
    ¿Estás unido a una mujer? No te separes de ella. ¿No tienes mujer? No la busques.
    Si te casas, no pecas. Y si una joven se casa, tampoco peca. Pero los que lo hagan, sufrirán tribulaciones en su carne que yo quisiera evitarles.
    Lo que quiero decir, hermanos, es esto: queda poco tiempo. Mientras tanto, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; lo que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran nada; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo es pasajera.


Salmo 45(44),11-12.14-15.16-17.

¡Escucha, hija mía, mira y presta atención!
Olvida tu pueblo y tu casa paterna,
y el rey se prendará de tu hermosura.
Él es tu señor: inclínate ante él.

Embellecida con corales engarzados en oro
y vestida de brocado, es llevada hasta el rey.
Las vírgenes van detrás, sus compañeras la guían.

Con gozo y alegría entran al palacio real.
Tus hijos ocuparán el lugar de tus padres,
y los pondrás como príncipes por toda la tierra.


    Evangelio según San Lucas 6,20-26.

    Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
    ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
    ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
    ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
    Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
    ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
    ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 09 de Septiembre - “Felices ustedes, los que ahora lloran”


Beato Carlos de Foucauld  Meditaciones sobre los Evangelios relativos a 15 virtudes, Nazaret 1897-98; nº 15

“Felices ustedes, los que ahora lloran”

    Confiemos, esperemos, nosotros todos que lloramos, que derramamos lágrimas inocentes; esperemos, si lloramos los dolores de nuestro cuerpo o de nuestra alma: nos sirven de purgatorio, Dios se sirve de eso para […] que levantemos los ojos hacia él, nos purifiquemos y santifiquemos.

    Confiemos todavía más si lloramos los dolores de otros, porque esta caridad nos es inspirada por Dios y le agrada; confiemos también si lloramos nuestros pecados, porque esta compunción la pone Dios mismo en nuestras almas. Confiemos todavía más si lloremos con un corazón puro los pecados de otros, porque este amor por la gloria de Dios y la santificación de las almas nos son inspiradas por Dios y esto es una gracia.

    Confiemos, si lloramos por el deseo de ver a Dios y el dolor por estar separados de Él; porque este deseo amoroso es obra de Dios en nosotros. ¡Confiemos también si lloramos solamente porque amamos, sin desear ni temer nada, queriendo plenamente todo lo que Dios quiere y queriendo sólo esto, la dicha de su gloria, sufriendo de sus sufrimientos pasados, llorando unas veces de compasión por el recuerdo de su Pasión, y otras de alegría con el pensamiento de su Ascensión y de su gloria, y otras simplemente de emoción porque le amamos hasta morir de amor! Oh Jesús dulcísimo, hazme llorar por todo esto; hazme derramar todas las lágrimas que manifiesten mi amor hacia ti, por ti y para ti. Amén.

SANTORAL - SAN PEDRO CLAVER

09 de Septiembre


    En Nueva Cartagena, en Colombia, muerte de san Pedro Claver, presbítero, cuya memoria se celebra mañana. Inglaterra tomó en cierta manera parte en la abolición del tráfico de esclavos, pero también fueron los ingleses quienes, por medio de personajes tan infames como Sir John Hawkins, desempeñaron una parte muy importante en el establecimiento de ese mismo tráfico entre el África y el Nuevo Mundo, en el siglo dieciséis. Y entre los verdaderos héroes que dieron sus vidas en defensa de las víctimas de aquella siniestra explotación, pertenecientes a países que no recibieron las doctrinas de la Reforma, el más grande de todos fue, sin duda, san Pedro Claver, natural de aquella España católica, que por entonces se hallaba en el apogeo de su gloria y su poder, pero que no era, para la mayoría de los ingleses más que un país de piratas, de imperialistas sin escrúpulos y de una religión supuestamente cruel, a juzgar por el Tribunal de la Inquisición, sobre el que corrían fantásticas versiones en Inglaterra. Pedro nació en la ciudad de Verdú, en la región de Cataluña, hacía 1581 y, como desde chico dio muestras de poseer grandes cualidades de inteligencia y de espíritu, se le destinó a la Iglesia y se le mandó a estudiar a la Universidad de Barcelona. Ahí terminó sus estudios con toda clase de distinciones y, tras de recibir las órdenes menores, decidió llevar a cabo su determinación de ofrecerse a la Compañía de Jesús, que lo recibió de buen grado. A la edad de veinte años, hizo su noviciado en Tarragona; de ahí fue enviado al colegio de Montesione, en Palma de Mallorca. Entonces se produjo el encuentro con san Alfonso Rodríguez, el portero del colegio, con una reputación de santidad muy por encima de su humilde oficio; un encuentro que fijó el rumbo en la vida de Pedro Claver. Desde entonces, estudió la ciencia de los santos a los pies del hermano lego; y Alfonso, a medida que conocía más a fondo al joven estudiante, apreciaba mejor sus cualidades y veía en él, cada vez con mayor claridad, al hombre indicado para una tarea nueva, ardua y descuidada por completo hasta aquel momento. Alfonso encendió en la mente y el corazón de Pedro la idea de acudir en socorro de los miles y miles que se hallaban sin recursos espirituales en las colonias del Nuevo Mundo. Años más tarde, Pedro Claver reveló que san Alfonso no sólo le había vaticinado que iría a América, sino que le indicó exactamente los lugares donde habría de trabajar. Impulsado por aquellas exhortaciones, Pedro habló con su provincial a fin de ofrecerse para las misiones en las Indias Occidentales y se le respondió que, a su debido tiempo, sus superiores decidirían sobre su vocación. Por lo pronto, se le envió a Barcelona para estudiar teología y, al cabo de dos años, tras una nueva solicitud, se le nombró para que representase a la provincia de Aragón en la misión de jesuitas españoles que se enviaba a la colonia de Nueva Granada. Dejó para siempre las tierras de España en abril de 1610 y, tras un viaje azaroso y lento, desembarcó en Cartagena, en territorio de lo que hoy es la república de Colombia. En seguida, pasó a la casa de los jesuitas en Santa Fe para completar su estudios de teología, y se le utilizó lo mismo como enfermero y sacristán que como portero o cocinero. Después, se trasladó a la nueva casa de la Compañía en Tunja, a fin de hacer su Tercera Probación y, en 1615, regresó a Cartagena, donde fue ordenado sacerdote.

    Por aquel entonces, ya hacía cerca de un siglo que funcionaba en las dos Américas el tráfico de esclavos que tenía su centro principal en el puerto de Cartagena, el cual, por su situación, se prestaba para establecer ahí una especie de almacén para la mercadería humana. Por otra parte, el mercado de esclavos acababa de recibir gran incremento al descubrirse que los indígenas carecían de la resistencia física necesaria para soportar el recio trabajo en las minas de oro y plata y, en consecuencia, había gran demanda de negros de Angola y del Congo. A éstos los adquirían los tratantes en África occidental, a razón de dos coronas por cabeza, cuando no los cambiaban por algunas provisiones, y los vendían en América por doscientas coronas cada uno. Las condiciones en que los esclavos se transportaban a través del Atlántico, eran increíblemente crueles e inhumanas; baste señalar que los tratantes calculaban que una tercera parte de cada cargamento se perdía por la muerte de los esclavos; pero a pesar de todo eso, cada año desembarcaba en Cartagena un promedio de diez mil esclavos vivos. El papa Pablo III y otras muchas autoridades y personajes mundiales condenaron el enorme crimen, pero continuó el florecimiento de la «suprema vileza», como calificó el pontífice Pío IX al tráfico de esclavos. Lo más que llegaron a hacer los propietarios en respuesta a los incesantes llamados de la Iglesia, fue hacer bautizar a sus esclavos, y aquella medida resultó contraproducente. Los negros no recibían ninguna instrucción religiosa, no obtenían ninguna protección contra sus explotadores ni alivio alguno a su miserable condición, de manera que llegaron a considerar el bautismo como el signo y el símbolo de su opresión y su infortunio. El clero era impotente para remediar ese estado de cosas y no hacía más que protestar y dedicarse lo más posible a desempeñar su ministerio individualmente, a dar remedio corporal y material a la mayor cantidad de seres entre aquellos cientos de miles de hombres, mujeres y niños que sufrían. Los sacerdotes no tenían fondos de caridad a su disposición, no contaban con el apoyo de gente bien dispuesta; casi siempre tropezaban con los obstáculos y barreras que les ponían los propietarios, o se desalentaban ante la evidente hostilidad de los traficantes y, a menudo, se veían rechazados por los mismos negros a los que querían ayudar.

    Cuando el padre Claver fue ordenado en Cartagena, conducía el movimiento de ayuda a los esclavos un gran misionero jesuita que pasó cuarenta años a su servicio, el padre Alfonso de Sandoval. Después de trabajar bajo sus órdenes, el joven Pedro Claver se comprometió a «ser el esclavo de los negros para siempre». No obstante que era tímido por naturaleza y no tenía mucha confianza en sí mismo, se lanzó con absoluta decisión al trabajo y se entregó a él, no con un entusiasmo delirante y desencaminado, sino con método y auténtica tenacidad. Se procuró numerosos ayudantes, voluntarios o por paga y, tan pronto como un barco cargado de esclavos entraba en el puerto, acudía Pedro Claver a esperarlo en los muelles. A los negros se les desembarcaba y, tras un recuento para comprobar las bajas, se les encerraba en corrales o terrenos cercados, a donde acudían los «mirones», como los llama el padre de Sandoval, «atraídos por la curiosidad, pero sin atreverse a acercarse demasiado». Centenares de hombres que, durante varias semanas habían estado apiñados en las estrechas bodegas de un barco, sin recibir siquiera los cuidados mínimos que se prodigan a un cargamento de ganado, eran amontonados de nuevo en espacios cercados, los buenos y sanos mezclados con los enfermos y los moribundos, bajo un sol abrasador, en un clima insoportable por su calor y humedad. Era tan horrible el espectáculo y tan repugnantes las condiciones, que un amigo del padre Claver que le acompañó una vez, no se atrevió a volver y, el propio padre de Sandoval, como se ha escrito en una de las «relaciones» de su provincia, «al tener noticias de que iba a llegar a puerto un cargamento de esclavos, comenzaba a sudar frío mientras una palidez de muerte le desteñía la piel, al recordar las tremendas fatigas y el trabajo indescriptible de las ocasiones anteriores. Las experiencias y las prácticas de varios años no pudieron habituarlo a tanto dolor». Por aquellos corrales, cercados o cobertizos, se adentraba Pedro Claver, cargado con medicinas y alimentos, con pan, aguardiente, limones, tabaco y otras cosas que pudiese distribuir entre los negros. Muchos de ellos estaban demasiado asustados o demasiado enfermos para aceptar los regalos. «Primero tenemos que hablar con ellos con nuestras manos y después tratamos de comunicarnos con ellos por la palabra», decía el padre Claver. Al encontrarse con algún moribundo, se detenía para bautizarlo y también reunía a todos los niños nacidos durante el viaje para que recibiesen el bautismo. En todo el tiempo que los negros pasaban en aquellos corrales, tan estrechamente apiñados que, en realidad, tenían que dormir uno pegado al otro, san Pedro Claver permanecía con ellos, ocupado en atender los cuerpos de los enfermos y las almas de todos.

    A diferencia de la mayoría de los clérigos, el padre Claver no consideraba que su ignorancia de la lengua le eximiera de la obligación de instruirlos en las verdades de la religión, las reglas de la moral y las palabras de Cristo que llevaban a sus espíritus el consuelo indispensable. Para sus comunicaciones, el padre contaba con siete intérpretes, uno de los cuales hablaba cuatro dialectos africanos y, con su ayuda, instruía a los esclavos y los preparaba para el bautismo en grupos e individualmente. «Eran seres muy atrasados y lentos para comprender», decía el padre Claver, y agregaba que él mismo tenía dificultades insuperables para aprender la lengua y darse a entender. Por eso recurría a las estampas e imágenes de Nuestro Señor en la cruz o bien unas ingenuas ilustraciones que presentaban a los Papas, príncipes y otros grandes personajes «blancos» que observaban regocijados cómo se bautizaba a un negro. Pero sobre todo, trataba de infundir en ellos cierto grado de respeto propio, de dignidad, para darles por lo menos una idea del valor altísimo que tiene un ser humano redimido por la sangre de Cristo, aun cuando fueran despreciados y explotados como esclavos. Asimismo, para despertar en ellos el dolor y el arrepentimiento por sus culpas y sus vicios, les mostraba una espantable representación del infierno que esgrimía con gesto amenazador, como una advertencia. Después, dándose a entender como podía, les aseguraba que se les amaba mucho más de lo que ellos pudieran pensar y que el amor de Dios no debía ser ultrajado por la práctica del mal, por el odio y por la sensualidad. Era necesario tomar a cada uno en particular y repetirle hasta el cansancio la más simple de las enseñanzas, como la de hacer el signo de la cruz o aprender las palabras de la breve oración que todos debían saber: «Jesucristo, Hijo de Dios, Tú serás mi Padre y mi Madre y todo mi bien. Yo te amo. Me duele haber pecado contra Ti. Señor, te quiero mucho, mucho, mucho». Las dificultades con que tropezaba para enseñar, quedan demostradas por el hecho de que en los bautismos colectivos a cada grupo de diez catecúmenos se les daba el mismo nombre para que lo recordaran. Se calcula que, en cuarenta años, san Pedro Claver instruyó y bautizó de esta manera a más de 300.000 esclavos. Cuando había tiempo y ocasión, les enseñaba también con grandes trabajos lo que significaba el sacramento de la penitencia y la manera de practicarlo; se afirma que en un año oyó las confesiones de unos cinco mil negros. Infatigablemente se esforzaba por convencerlos de que debían evitar las ocasiones de pecado y, con el mismo empeño, insistía ante los propietarios para que se preocuparan por el alma de sus esclavos. El sacerdote llegó a ser la representación de la fuerza moral en Cartagena y se cuenta la historia de un negro que consiguió librarse del asedio de una mujer liviana en las calles de la ciudad tan sólo con decirle: «¡Cuidado! ¡Allá viene el padre Claver!»

    Cuando por fin a los esclavos se les reunía para enviarlos a las ruinas y las plantaciones, San Pedro se desvivía por infundirles sus recomendaciones y consejos, puesto que le sería muy difícil volver a verlos. Tenía una confianza absoluta de que Dios velaría por ellos y, a diferencia de algunos reformadores sociales de tiempos posteriores, no pensaba que ni aun el más brutal de los propietarios de esclavos, fuese un bárbaro despreciable al que no podía llegar la misericordia de Dios. También los dueños de plantaciones, los encomenderos y los hacendados tenían almas iguales a las de los negros, por eso san Pedro apelaba a las almas de los señores del lugar para que administraran justicia física y espiritual, no tanto por el bien de los demás como por el suyo propio. Para los espíritus cínicos o escépticos, la confianza del santo en la bondad humana debe haber parecido pueril, y sin duda que todos pensaban que san Pedro quedaría desilusionado con mucha frecuencia. Sin embargo, es imposible pasar por alto el hecho de que ni siquiera las infamias del más cruel encomendero español podían compararse con el trato ordinario que los más correctos plantadores ingleses de Jamaica, por ejemplo, daban a sus esclavos en el siglo diecisiete y en el dieciocho, ya que sus crueldades físicas eran infernales y su indiferencia moral sólo podía calificarse de diabólica. Las leyes de España para sus colonias autorizaban, por lo menos, el matrimonio de los esclavos, prohibían que fueran separadas las familias, los protegía de los castigos y su captura, una vez que conseguían su libertad. San Pedro Claver hizo todo lo que estaba de su mano para que se observasen estas leyes. Cada primavera, después de Pascua, hacía san Pedro una gira por las plantaciones, minas y haciendas cercanas a Cartagena, a fin de comprobar cómo andaban sus negros. No siempre era bien recibido. Los dueños se quejaban de que hacía perder el tiempo a los esclavos con sus sermones, oraciones y cánticos; las damas afirmaban que durante una larga temporada, después de que los negros asistían en tropel a la iglesia durante las visitas del sacerdote, era materialmente imposible entrar al templo. Y, si acaso los siervos se desmandaban un poco, se le echaba la culpa al padre Claver. «¿Qué clase de hombre soy, si no puedo hacer un poco de bien sin causar una gran confusión?», solía preguntarse a sí mismo. Pero no por eso se desalentaba y no cesó en sus tareas ni aun cuando las autoridades eclesiásticas prestaron oídos a las quejas de sus enemigos.

    La mayoría de las historias en relación con el heroísmo o los poderes milagrosos de san Pedro Claver, se refieren a los cuidados solícitos que tenía para con los negros cuando estaban enfermos, pero aún encontraba tiempo para ocuparse de otros que sufrieran, aparte de los esclavos. En Cartagena había dos hospitales: uno, el de San Sebastián, atendido por los hermanos de San Juan de Dios, que se ocupaban de todos los casos en general; el otro, el de San Lázaro, estaba destinado a los leprosos, los atacados por enfermedades contagiosas y los que padecían el mal llamado «fuego de San Antonio» (ergotismo). San Pedro visitaba indefectiblemente los dos hospitales cada semana, aliviaba las necesidades materiales de los pacientes y administraba tan efectivos consuelos espirituales, que muchos criminales y pecadores empedernidos se arrepintieron e hicieron penitencia después de charlar con él. También ejerció su apostolado entre los mercaderes y marineros protestantes e incluso logró la conversión de un dignatario anglicano que dijo ser archidiácono de Londres y a quien conoció cuando visitaba a los prisioneros de guerra en un barco anclado en la bahía. Por consideraciones temporales, el pastor inglés no se dejó conquistar de buenas a primeras, pero cayó enfermo, fue llevado al hospital de San Sebastián y, antes de morir, entró a la Iglesia católica guiado por el padre Claver. Muchos ingleses de Cartagena siguieron su ejemplo. Menor éxito tuve el santo jesuita en sus esfuerzos por convertir a los musulmanes que llegaban al puerto y que, como dice el biógrafo de Claver, «es bien sabido que, entre todos los pueblos del mundo, son ellos los que más se obstinan en sus errores»; pero en cambio, devolvió al buen camino a gran número de moros y turcos renegados, aunque uno de ellos tardó treinta años en convencerse y aun fue necesario que tuviese una visión de Nuestra Señora para rendirse. También los criminales condenados a muerte gozaron de la benéfica influencia del padre Claver; los registros afirman que no hubo una sola ejecución en Cartagena durante la existencia del sacerdote, sin que éste se hallara presente para consolar al ajusticiado; por sus palabras, tal vez por su sola presencia, muchos criminales endurecidos pasaron sus últimas horas en la oración y el llanto por sus pecados. Y muchos, muchísimos más a quienes la justicia humana no había condenado, acudían a buscarle en el confesionario, donde solía pasar hasta quince horas consecutivas en la tarea de reconvenir, aconsejar, alentar y absolver. Sus misiones primaverales por los campos, en el curso de las cuales rehuía en lo posible hospedarse en las grandes casas de los dueños para buscar refugio en las chozas de los esclavos, eran continuadas en el otoño por otras misiones más difíciles, entre los mercaderes, traficantes y marineros que, por aquella época, llegaban en gran número a Cartagena y aumentaban el desorden y el vicio en el puerto. Algunas veces, san Pedro se pasaba el día entero en la plaza grande de la ciudad, donde desembocaban las cuatro calles principales, para predicar ante todo el que se detenía a escucharle. Después de haber sido el apóstol de los negros, lo fue de toda la ciudad de Cartagena. Un trabajo tan enorme recibió la ayuda de Dios, que otorgó al padre Claver los dones que siempre concedió a sus apóstoles, de obrar milagros, de profetizar y de leer en los corazones. Pocos han sido los santos que desarrollaron sus actividades en circunstancias tan adversas y repugnantes como él, pero aun aquellas mortificaciones de la carne no eran bastantes, puesto que el santo usaba de continuo instrumentos para las más severas penitencias; muchas veces oraba a solas en su celda con una corona de espinas en la cabeza y una cruz muy pesada sobre sus hombros. Evitaba los más inocentes regalos para sus sentidos, no fuera que éstos lo desviaran del sendero de sacrificio que había elegido; por eso, jamás usó para sí mismo de la indulgencia y la bondad que usaba para con los demás. Cierta vez en que alababan su celo apostólico, replicó: «Así tiene que ser y no hay nada de extraordinario en ello. Es el resultado de mi temperamento entusiasta e impetuoso. Si no fuera por este trabajo, yo sería una insoportable molestia para mí mismo y para los demás».

    Y, para que nadie alabara su aparente falta de sensibilidad al tratar las enfermedades más repugnantes, decía: «Si el ser un santo consiste en no tener olfato y en tener un estómago a toda prueba, puede ser que yo sea un santo». En el año de 1650, san Pedro Claver viajó a lo largo de la costa para predicar entre los negros, pero apenas iniciado el viaje, una enfermedad atacó su cuerpo débil y agotado y tuvo que regresar a la residencia de Cartagena. Poco tiempo después, estalló en la ciudad una violenta epidemia de viruela, y una de las primeras víctimas entre los padres jesuitas fue el santo misionero, que estuvo al borde del sepulcro. Pero, después de recibir los últimos sacramentos volvió a la vida, aunque quedó deshecho. Durante el resto de su existencia, los dolores no le abandonaron ni un instante, sus miembros temblorosos no le sostenían y le era imposible oficiar la misa. Por fuerza abandonó toda actividad y, sólo de vez en cuando oía confesiones, en especial las de su querida amiga Doña Isabel de Urbina, que siempre había apoyado generosamente su trabajo. En ocasiones, se hacía llevar a un hospital o a la cárcel, para atender a un moribundo o bien a un condenado a muerte. Cierta vez, cuando llegó a Cartagena un cargamento de esclavos procedente de una región del África no explotada hasta entonces, el padre Claver recuperó su antigua energía. Lo llevaron en vilo a los muelles y no descansó hasta encontrar un intérprete que le ayudó a reunir a los niños para bautizarlos y a dar algunas instrucciones a los adultos. Pero aquella recuperación fue momentánea. San Pedro pasaba la mayor parte del tiempo en su celda, no sólo inactivo, sino olvidado e incluso abandonado; se había reducido mucho el número de los jesuitas en la casa de Cartagena y, los pocos que quedaban, tenían todo su tiempo ocupado en los múltiples deberes de su ministerio, aumentados por la persistencia de la epidemia; pero aun así es inexplicable la indiferencia que demostraron hacia el santo. Doña Isabel y su hermana permanecieron fieles a su amistad y eran las únicas que lo visitaban, junto con su antiguo ayudante, el hermano Nicolás González. Fuera de estos tres, san Pedro Claver no veía a nadie más que a un joven negro que le atendía, pero que era impaciente y brusco y que, a menudo, dejaba al viejo sacerdote durante días enteros sin la menor atención. Una vez, las autoridades recordaron que aún existía, porque surgieron quejas de que el padre Claver había caído en la costumbre de rebautizar a los negros. Naturalmente, que el santo nunca había hecho semejante cosa, excepto condicionalmente en caso de duda; pero de todas maneras se le prohibió bautizar en lo futuro. «Me arrepiento, escribió una vez, de no haber imitado siempre el ejemplo del asno. Cuando se habla mal de él y se le insulta, se hace el sordo. Cuando lo matan de hambre, se hace el sordo. Cuando le cargan en demasía, se hace el sordo. Cuando le desprecian y le abandonan, todavía se hace el sordo. Jamás se queja en ninguna circunstancia, porque no es más que un asno. Así deberían ser los siervos de Dios: Ut jumentum factus sum apud Te.»

    En el verano de 1654, el padre Diego Ramírez Fariña llegó a Cartagena procedente de España con una comisión del rey para trabajar por los negros. San Pedro Claver se regocijó tanto, que se levantó del lecho para dar la bienvenida a su sucesor. Pocos días más tarde, oyó en confesión a Doña Isabel y le dijo que esa sería la última. El 6 de septiembre, después de asistir a misa y recibir la comunión, le dijo a Nicolás González: «Ya voy a morir». Aquella misma tarde cayó enfermo y quedó en estado de coma. El rumor de que estaba agonizante, circuló por toda la ciudad rápidamente y, de pronto todos parecieron recordar la existencia del santo. Una verdadera muchedumbre llegó a besar sus manos antes de que fuera demasiado tarde. Las gentes que venían, despojaron la celda y aun el lecho del santo de todo lo que pudieron llevarse como una reliquia. San Pedro Claver no volvió a recuperar el conocimiento y murió dos días después, el 8 de septiembre de 1654, día de la Natividad de Nuestra Señora. Las autoridades civiles que habían mirado con frialdad la solicitud del sacerdote por los infelices negros, y los sacerdotes, que habían calificado de indiscreto su celo y de desperdicio su enérgica actividad, rivalizaron entonces para honrar su memoria. Los magistrados de la ciudad ordenaron que se le enterrara con gran pompa, a costa del erario municipal, y el vicario general de la diócesis ofició en el funeral. Los negros y los indios hicieron celebrar por cuenta propia una misa a la que fueron invitadas las autoridades españolas. La iglesia era un mar de luces, cantaron los coros y el tesorero de la iglesia de Popayán pronunció una oración fúnebre que fue una loa a las «excelsas virtudes, a la santidad, al heroísmo y a los estupendos milagros del padre Claver». Desde entonces, ya nadie se olvidó de san Pedro Claver, y su fama se extendió por todo el mundo. Fue canonizado en 1888, al mismo tiempo que su amigo san Alfonso Rodríguez. El Papa León XIII lo declaró patrón de todas las misiones entre los negros en todas las partes del mundo. Su fiesta se celebra en América y en muchas otras partes.

Oremos

    Oh Dios, que fortaleciste a San Pedro Claver con admirable caridad y paciencia para ser esclavo de los esclavos; concédenos por su intercesión buscar lo que es de Jesucristo amando a nuestros hermanos con obras y de verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

lunes, 7 de septiembre de 2020

EVANGELIO - 08 de Septiembre - San Mateo 1,1-16.18-23


    Libro de Miqueas 5,1-4a.

    Así habla el Señor: Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial.
    Por eso, el Señor los abandonará hasta el momento en que dé a luz la que debe ser madre; entonces el resto de sus hermanos volverá junto a los israelitas.
    El se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque él será grande hasta los confines de la tierra.
    ¡Y él mismo será la paz!


Salmo 13(12),6ab.6cd.


Yo confío en tu misericordia
que mi corazón se alegre porque me salvaste.
¡Cantaré al Señor porque me ha favorecido!


    Evangelio según San Mateo 1,1-16.18-23.

    Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos.
    Judá fue padre de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Esrón; Esrón, padre de Arám; Arám, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón.
    Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de Jesé; Jesé, padre del rey David. David fue padre de Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías.
    Salomón fue padre de Roboám; Roboám, padre de Abías; Abías, padre de Asá; Asá, padre de Josafat; Josafat, padre de Jorám; Jorám, padre de Ozías.
    Ozías fue padre de Joatám; Joatám, padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías; Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de Amón; Amón, padre de Josías; Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos, durante el destierro en Babilonia.
    Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel; Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliacím; Eliacím, padre de Azor.
    Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquím; Aquím, padre de Eliud; Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob.
    Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo.
    Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.
    José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
    Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.
    Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".
    Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 08 de Septiembre - "María, estrella del mar"


San Amadeo de Lausanne (1108-1159) monje cisterciense, obispo Homilía mariana VII (SC 72. Huit homélies mariales, Cerf, Paris, 1960), trad. sc©evangelizo.org

María, estrella del mar

    Por designio de la Providencia divina ella fue llamada María, estrella del mar, para declarar con su nombre lo que muestra claramente la realidad. (…).

    Revestida de belleza y también de fuerza, está coronada, pudiendo calmar con un gesto los movimientos formidables del mar. Los que navegan en el mar del mundo presente y la invocan con plena confianza, los arranca del viento de la tempestad y del furor de los huracanes. Los conduce con ella, triunfantes, a la orilla de la bienaventurada patria. Mis queridos, no podríamos decir cuantas veces muchos chocarían con las rocas más abruptas, con el riesgo de hundirse, y otros golpearían contra los peores escollos sin poder volver, (…) si no fuera por la presencia de la estrella del mar, María siempre virgen. Ella se pone con su potente ayuda frente al timón roto y la barca destrozada y privada de toda ayuda humana, para dirigirlos con su celeste guía al puerto de la paz interior. Llena de alegría por los nuevos triunfos, la reciente liberación de condenados y el renovado incremento de pueblos, ella celebra en el Señor. (…)

    María resplandece y se distingue por su doble caridad. Está ardientemente fijada en Dios, adhiere  y forma un único espíritu con él. Por otro lado, atrae y consuela tiernamente el corazón de los elegidos y les comparte los dones excelentes venidos de la generosidad de su Hijo.

FIESTA DE LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

08 de Septiembre


    Según la Tradición, la Virgen Madre de Dios nació en Jerusalén, junto a la piscina de Bezatha. La Liturgia Oriental celebra su nacimiento cantando poéticamente que este día es el preludio de la alegría universal, en el que han comenzado a soplar los vientos que anuncian la salvación. Por eso nuestra liturgia nos invita a celebrar con alegría el nacimiento de María, pues de ella nació el sol de justicia, Cristo Nuestro Señor.

Hoy nace una clara estrella, 
tan divina y celestial, 
que, con ser estrella, es tal, 
que el mismo Sol nace de ella.

    En la plenitud de los tiempos, María se convirtió en el vehículo de la eterna fidelidad de Dios. Hoy celebramos el aniversario de su nacimiento como una nueva manifestación de esa fidelidad de Dios con los hombres.

Nada en la Escritura

    Nada nos dice el Nuevo Testamento sobre el nacimiento de María. Ni siquiera nos da la fecha o el nombre de sus padres, aunque según la leyenda se llamaban Joaquín y Ana. Éste nacimiento es superior a Creación, porque es la condición de la Redención. Y, sin embargo, la Iglesia celebra su nacimiento. Con él celebramos la fidelidad de Dios. “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien” Romanos 8,28. Y es motivo de alegría gozosa y permanente de todos y cada uno de los llamados. No sabemos cómo se cumplirá, pero tampoco sabemos como nace el trigo, y cómo se forja la perla en la ostra. Pero nacen y crecen y se forjan. La inteligencia humana, por aguda que sea, tiene su límite y ya no puede alcanzar más. Cerrar los ojos ante el misterio, sabiéndonos llamados por Dios, y “desbordar de gozo en el Señor, confiando en su misericordia” Salmo 12, 6. Son las palabras inspiradas del salmo de la misa.

    Todo lo que sabemos del nacimiento de María es legendario y se encuentra en el evangelio apócrifo de Santiago, según el cual Ana, su madre, se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo de Nazaret. Su nombre significa "el hombre a quien Dios levanta", y, según san Epifanio, "preparación del Señor". Descendía de la familia real de David. Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo tan ansiado no llegaba. Los hebreos consideraban la esterilidad como un oprobio y un castigo del cielo. Eran los tales menospreciados y en la calle se les negaba el saludo. En el templo, Joaquín oía murmurar sobre ellos, como indignos de entrar en la casa de Dios. Esta conducta se ve celebrada en Mallorca, en una montaña que se llama Randa, donde existe una iglesia con una capilla dedicada a la Virgen. En los azulejos que cubren las paredes, antiquísimos, el Sumo Sacerdote riñe con el gesto a San Joaquín, esposo de Santa Ana, quien, sumiso y resignado, parece decir: No puede ser, no he podido tener hijos.

    Sabemos que su esterilidad dará paso a María. Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para obtener con penitencias y oraciones la ansiada paternidad. Ana intensificó sus ruegos, implorando como otras veces la gracia de un hijo. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, de que habla el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y así llegó su hijo Samuel, quien más tarde sería un gran profeta. Y así también Joaquín y Ana vieron premiada su constante oración con el nacimiento de una hija singular, María, concebida sin pecado original, y predestinada a ser la madre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado.

Una Niña Santa

    Nace María. Nace una niña santa. Nada se nota en ella hasta que crece y comienza a hablar, a expresar sus sentimientos, a manifestar su vida interior. A través de sus palabras se conoce el espíritu que la anima. Se dan cuenta sus padres: esta niña es una criatura excepcional. Se dan cuenta sus compañeras: que se sienten atraídas por el candor de la niña y, a la vez, sienten ante ella recelo, respeto reverencial. Sus padres no saben si alegrarse o entristecerse. Para conocer lo sobrenatural hace falta tiempo y distancia. No ha habido nunca ningún genio contemporáneo; al contrario, siempre es considerado como un loco, un ambicioso o un soberbio.

    Los niños hacen lo que ven hacer a los mayores. La niña santa no imita los defectos de los mayores y obra según sus convicciones. Cuando nació Juan Bautista, la gente se preguntaba "¿qué va a ser este niño?" (Lc 1,79). De María se preguntarían lo mismo. Ella comprende que, aunque quisiera hablar de lo mucho que lleva dentro, debe callar. Y tiene que vivir en completa soledad, de la que es un reflejo, el aislamiento del niño que crece entre gente mayor.

    María, llena de gracia, vivía como perfectísima hija de Dios, entre hombres que habían perdido la filiación divina, habían pecado, y sentían la tentación y sus inclinaciones al pecado. El hombre conoce la diferencia que hay entre lo bueno y lo malo, y cuando obra el mal, percibe la voz de la conciencia. Antes de pecar, la percibe y la desatiende, durante el pecado, la acalla con el gozo del pecado, después de pecar, la oye y quisiera no oírla. Este es el conocimiento del mal, que no procede de Dios, sino de haberse separado de El. María no conoce el mal por experiencia, sino por infusión de Dios. No había pecado nunca. Por eso no entendía a la gente y se sentía sola. Experimentaba que sólo ella era así. Si hubiera vivido en un desierto, no hubiera padecido tanto, pero en Nazaret, aldea pequeña, con fama de pendenciera y poca caritativa, es tenida por orgullosa, la que era la más humilde. Como los niños viven su mundo aparte de los mayores, así tiene que vivir María entre su gente.

    Y una mujer así, ¿nos puede comprender?, ¿puede ser nuestra madre? Sí porque María es una mujer comprometida con todo el género humano. María fue la pobre de Yahvé. Los pobres de Dios nunca preguntan, nunca protestan. Se abandonan en silencio y depositan su confianza en las manos del Señor y Padre.

    Con el Concilio Vaticano II hemos recuperado la Biblia, libro prohibido en mis años de juventud. También la Liturgia en castellano. También la Iglesia, no como una pirámide, sino como pueblo de Dios. De la misma manera hemos de recuperar a María, como Hermana en la fe, Madre en la fe. María peregrinó en la fe como todos los cristianos. Se abandonó a Dios. Pudo ser lapidada, al quedarse encinta, pudo ser repudiada... Es la pobre de Yahvé.

    Querríamos saber más cosas de María. El evangelio nos dice muy poco de Ella. Pero, si bien lo miramos, implícitamente nos dice mucho, todo. Porque Jesús predicó el Evangelio que, desde que abrió los ojos, vio cumplido por su Madre. Los hijos se parecen a sus padres. Jesús sólo a su Madre. Era su puro retrato, no sólo en lo físico, en lo biológico, sino también en lo psíquico y en lo espiritual.
La Herencia 

    Cada hombre, según las leyes mendelianas de los cromosomas y los genes, hereda de su padre y de su madre. Cuando Jesús pronuncia el sermón de las Bienaventuranzas, está pintando a su Madre: Pobres de espíritu, Mansos, Pacientes, Humildes, Misericordiosos, Trabajadores de la Paz. Nos ha dado su Retrato. Sus actitudes vitales son idénticas las de la Madre y el Hijo: en el momento decisivo de su vida María le dice al Ángel: "Hágase en mi"... En el momento de comenzar su Hora, Jesús dice lo mismo "Hágase". Cuando nos enseña su carné de identidad, María nos dice que es "la esclava del Señor" Cuando Jesús nos presenta el suyo, nos dice que es "manso y humilde de corazón". Jesús predicó las bienaventuranzas porque las había vivido. Y las vivió porque las había visto vivir a su Madre. Por eso la quiso y la hizo Inmaculada, porque tenía que ser su madre y su educadora en la fe.

Oremos

    Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su Nacimiento. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.