jueves, 25 de junio de 2020

SANTORAL - SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER

26 de Junio


    En Roma, san Josemaría Escrivá de Balaguer, presbítero, fundador del Opus Dei y de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Josemaría Escrivá de Balaguer nace en Barbastro (España), el 9 de enero de 1902, segundo de los seis hijos que tuvieron José Escrivá y María Dolores Albás. Sus padres, fervientes católicos, le llevaron a la pila bautismal el día 13 del mismo mes y año, y le transmitieron -en primer lugar, con su vida ejemplar- los fundamentos de la fe y las virtudes cristianas: el amor a la Confesión y a la Comunión frecuentes, el recurso confiado a la oración, la devoción a la Virgen Santísima, la ayuda a los más necesitados.

    El San Josemaría crece como un niño alegre, despierto y sencillo, travieso, buen estudiante, inteligente y observador. Tenía mucho cariño a su madre y una gran confianza y amistad con su padre, quien le invitaba a que con libertad le abriese el corazón y le contase sus preocupaciones, estando siempre disponible para responder a sus consultas con afecto y prudencia. Muy pronto, el Señor comienza a templar su alma en la forja del dolor: entre 1910 y 1913 mueren sus tres hermanas más pequeñas, y en 1914 la familia experimenta, además, la ruina económica. En 1915, los Escrivá se trasladan a Logroño, donde el padre ha encontrado un empleo que le permitirá sostener modestamente a los suyos.

    En el invierno de 1917-18 tiene lugar un hecho que influirá decisivamente en el futuro de Josemaría Escrivá: durante las Navidades, cae una intensa nevada sobre la ciudad, y un día ve en el suelo las huellas heladas de unos pies sobre la nieve; son las pisadas de un religioso carmelita que caminaba descalzo. Entonces, se pregunta: -Si otros hacen tantos sacrificios por Dios y por el prójimo, ¿no voy a ser yo capaz de ofrecerle algo? De este modo, surge en su alma una inquietud divina: Comencé a barruntar el Amor, a darme cuenta de que el corazón me pedía algo grande y que fuese amor. Sin saber aún con precisión qué le pide el Señor, decide hacerse sacerdote, porque piensa que de ese modo estará más disponible para cumplir la voluntad divina.

    Terminado el Bachillerato, comienza los estudios eclesiásticos en el Seminario de Logroño y, en 1920, se incorpora al de Zaragoza, en cuya Universidad Pontificia completará su formación previa al sacerdocio. En la capital aragonesa cursa también -por sugerencia de su padre y con permiso de los superiores eclesiásticos- la carrera universitaria de Derecho. Su carácter generoso y alegre, su sencillez y serenidad hacen que sea muy querido entre sus compañeros. Su esmero en la vida de piedad, en la disciplina y en el estudio sirve de ejemplo a todos los seminaristas, y en 1922, cuando sólo tenía veinte años, el Arzobispo de Zaragoza le nombra Inspector del Seminario.

    Durante aquel periodo transcurre muchas horas rezando ante el Señor Sacramentado -enraizando hondamente su vida interior en la Eucaristía- y acude diariamente a la Basílica del Pilar, para pedir a la Virgen que Dios le muestre qué quiere de él: Desde que sentí aquellos barruntos de amor de Dios -afirmaba el 2 de octubre de 1968-, dentro de mi poquedad busqué realizar lo que El esperaba de este pobre instrumento. (...) Y, entre aquellas ansias, rezaba, rezaba, rezaba en oración continua. No cesaba de repetir: Domine, ut sit!, Domine, ut videam!, como el pobrecito del Evangelio, que clama porque Dios lo puede todo. ¡Señor, que vea! ¡Señor, que sea! Y también repetía, (...) lleno de confianza hacia mi Madre del Cielo: Domina, ut sit!, Domina, ut videam! La Santísima Virgen siempre me ha ayudado a descubrir los deseos de su Hijo.

    El 27 de noviembre de 1924 fallece don José Escrivá, víctima de un síncope repentino. El 28 de marzo de 1925, Josemaría es ordenado sacerdote por Mons. Miguel de los Santos Díaz Gómara, en la iglesia del Seminario de San Carlos de Zaragoza, y dos días después celebra su primera Misa solemne en la Santa Capilla de la Basílica del Pilar; el 31 de ese mismo mes, se traslada a Perdiguera, un pequeño pueblo de campesinos, donde ha sido nombrado regente auxiliar en la parroquia.

    El 2 de octubre de 1928 nace el Opus Dei. San Josemaría está realizando unos días de retiro espiritual, y mientras medita los apuntes de las mociones interiores recibidas de Dios en los últimos años, de repente ve -es el término con que describirá siempre la experiencia fundacional- la misión que el Señor quiere confiarle: abrir en la Iglesia un nuevo camino vocacional, dirigido a difundir la búsqueda de la santidad y la realización del apostolado mediante la santificación del trabajo ordinario en medio del mundo sin cambiar de estado. Pocos meses después, el 14 de febrero de 1930, el Señor le hace entender que el Opus Dei debe extenderse también entre las mujeres.

    Desde este momento, San Josemaría se entrega en cuerpo y alma al cumplimiento de su misión fundacional: promover entre hombres y mujeres de todos los ámbitos de la sociedad un compromiso personal de seguimiento de Cristo, de amor al prójimo, de búsqueda de la santidad en la vida cotidiana. No se considera un innovador ni un reformador, pues está convencido de que Jesucristo es la eterna novedad y de que el Espíritu Santo rejuvenece continuamente la Iglesia, a cuyo servicio ha suscitado Dios el Opus Dei. Sabedor de que la tarea que le ha sido encomendada es de carácter sobrenatural, hunde los cimientos de su labor en la oración, en la penitencia, en la conciencia gozosa de la filiación divina, en el trabajo infatigable. Comienzan a seguirle personas de todas las condiciones sociales y, en particular, grupos de universitarios, en quienes despierta un afán sincero de servir a sus hermanos los hombres, encendiéndolos en el deseo de poner a Cristo en la entraña de todas las actividades humanas mediante un trabajo santificado, santificante y santificador. Éste es el fin que asignará a las iniciativas de los fieles del Opus Dei: elevar hacia Dios, con la ayuda de la gracia, cada una de las realidades creadas, para que Cristo reine en todos y en todo; conocer a Jesucristo; hacerlo conocer; llevarlo a todos los sitios. Se comprende así que pudiera exclamar: Se han abierto los caminos divinos de la tierra.

    El Opus Dei está dando sus primeros pasos cuando, en 1936, estalla la guerra civil española. En Madrid arrecia la violencia antirreligiosa, pero don Josemaría, a pesar de los riesgos, se prodiga heroicamente en la oración, en la penitencia y en el apostolado. Es una época de sufrimiento para la Iglesia; pero también son años de crecimiento espiritual y apostólico y de fortalecimiento de la esperanza. En 1939, terminado el conflicto, el Fundador del Opus Dei puede dar nuevo impulso a su labor apostólica por toda la geografía peninsular, y moviliza especialmente a muchos jóvenes universitarios para que lleven a Cristo a todos los ambientes y descubran la grandeza de su vocación cristiana. Al mismo tiempo se extiende su fama de santidad: muchos Obispos le invitan a predicar cursos de retiro al clero y a los laicos de las organizaciones católicas. Análogas peticiones le llegan de los superiores de diversas órdenes religiosas, y él accede siempre.

    En 1943, por una nueva gracia fundacional que recibe durante la celebración de la Misa, nace -dentro del Opus Dei- la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en la que se podrán incardinar los sacerdotes que proceden de los fieles laicos del Opus Dei. La plena pertenencia de fieles laicos y de sacerdotes al Opus Dei, así como la orgánica cooperación de unos y otros en sus apostolados, es un rasgo propio del carisma fundacional, que la Iglesia ha confirmado en 1982, al determinar su definitiva configuración jurídica como Prelatura personal. El 25 de junio de 1944 tres ingenieros -entre ellos Álvaro del Portillo, futuro sucesor del Fundador en la dirección del Opus Dei- reciben la ordenación sacerdotal. En lo sucesivo, serán casi un millar los laicos del Opus Dei que San Josemaría llevará al sacerdocio.

    Apenas vislumbró el fin de la guerra mundial, San Josemaría comienza a preparar el trabajo apostólico en otros países, porque -insistía- quiere Jesús su Obra desde el primer momento con entraña universal, católica. En 1946 se traslada a Roma, con el fin de preparar el reconocimiento pontificio del Opus Dei. El 24 de febrero de 1947, Pío XII concede el decretum laudis; y el 16 de junio de 1950, la aprobación definitiva. A partir de esta fecha, también pueden ser admitidos como Cooperadores del Opus Dei hombres y mujeres no católicos y aun no cristianos, que ayuden con su trabajo, su limosna y su oración a las labores apostólicas.

    Estaba profundamente convencido de que para alcanzar la santidad en el trabajo cotidiano, es preciso esforzarse para ser alma de oración, alma de profunda vida interior. Cuando se vive de este modo, todo es oración, todo puede y debe llevarnos a Dios, alimentando ese trato continuo con Él, de la mañana a la noche. Todo trabajo puede ser oración, y todo trabajo, que es oración, es apostolado.

    La raíz de la prodigiosa fecundidad de su ministerio se encuentra precisamente en la ardiente vida interior que hace San Josemaría un contemplativo en medio del mundo: una vida interior alimentada por la oración y los sacramentos, que se manifiesta en el amor apasionado a la Eucaristía, en la profundidad con que vive la Misa como el centro y la raíz de su propia vida, en la tierna devoción a la Virgen María, a San José y a los Ángeles Custodios; en la fidelidad a la Iglesia y al Papa.

    El 26 de junio de 1975, a mediodía, San Josemaría muere en su habitación de trabajo, a consecuencia de un paro cardíaco, a los pies de un cuadro de la Santísima Virgen a la que dirige su última mirada. Las obras de espiritualidad de Mons. Escrivá de Balaguer (Camino, Santo Rosario, Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, Amigos de Dios, La Iglesia, nuestra Madre, Via Crucis, Surco, Forja) se han difundido en millones de ejemplares.

Oremos

    Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Josemaría Escrivá de Balaguer, para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, juntos con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL CHRISTUS VIVIT



Capítulo séptimo
La pastoral de los jóvenes



Grandes líneas de acción

209. Sólo quisiera destacar brevemente que la pastoral juvenil implica dos grandes líneas de acción. Una es la búsqueda, la convocatoria, el llamado que atraiga a nuevos jóvenes a la experiencia del Señor. La otra es el crecimiento, el desarrollo de un camino de maduración de los que ya han hecho esa experiencia.

210. Con respecto a lo primero, la búsqueda, confío en la capacidad de los mismos jóvenes, que saben encontrar los caminos atractivos para convocar. Saben organizar festivales, competencias deportivas, e incluso saben evangelizar en las redes sociales con mensajes, canciones, videos y otras intervenciones. Sólo hay que estimular a los jóvenes y darles libertad para que ellos se entusiasmen misionando en los ámbitos juveniles. El primer anuncio puede despertar una honda experiencia de fe en medio de un “retiro de impacto”, en una conversación en un bar, en un recreo de la facultad, o por cualquiera de los insondables caminos de Dios. Pero lo más importante es que cada joven se atreva a sembrar el primer anuncio en esa tierra fértil que es el corazón de otro joven.

211. En esta búsqueda se debe privilegiar el idioma de la proximidad, el lenguaje del amor desinteresado, relacional y existencial que toca el corazón, llega a la vida, despierta esperanza y deseos. Es necesario acercarse a los jóvenes con la gramática del amor, no con el proselitismo. El lenguaje que la gente joven entiende es el de aquellos que dan la vida, el de quien está allí por ellos y para ellos, y el de quienes, a pesar de sus límites y debilidades, tratan de vivir su fe con coherencia. Al mismo tiempo, todavía tenemos que buscar con mayor sensibilidad cómo encarnar el kerygma en el lenguaje que hablan los jóvenes de hoy.

212. Con respecto al crecimiento, quiero hacer una importante advertencia. En algunos lugares ocurre que, después de haber provocado en los jóvenes una intensa experiencia de Dios, un encuentro con Jesús que tocó sus corazones, luego solamente les ofrecen encuentros de “formación” donde sólo se abordan cuestiones doctrinales y morales: sobre los males del mundo actual, sobre la Iglesia, sobre la Doctrina Social, sobre la castidad, sobre el matrimonio, sobre el control de la natalidad y sobre otros temas. El resultado es que muchos jóvenes se aburren, pierden el fuego del encuentro con Cristo y la alegría de seguirlo, muchos abandonan el camino y otros se vuelven tristes y negativos. Calmemos la obsesión por transmitir un cúmulo de contenidos doctrinales, y ante todo tratemos de suscitar y arraigar las grandes experiencias que sostienen la vida cristiana. Como decía Romano Guardini: «en la experiencia de un gran amor [...] todo cuanto acontece se convierte en un episodio dentro de su ámbito».

213. Cualquier proyecto formativo, cualquier camino de crecimiento para los jóvenes, debe incluir ciertamente una formación doctrinal y moral. Es igualmente importante que esté centrado en dos grandes ejes: uno es la profundización del kerygma, la experiencia fundante del encuentro con Dios a través de Cristo muerto y resucitado. El otro es el crecimiento en el amor fraterno, en la vida comunitaria, en el servicio.

214. Insistí mucho sobre esto en Evangelii gaudium y creo que es oportuno recordarlo. Por una parte, sería un grave error pensar que en la pastoral juvenil «el kerygma es abandonado en pos de una formación supuestamente más “sólida”. Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez más y mejor». Por consiguiente, la pastoral juvenil siempre debe incluir momentos que ayuden a renovar y profundizar la experiencia personal del amor de Dios y de Jesucristo vivo. Lo hará con diversos recursos: testimonios, canciones, momentos de adoración, espacios de reflexión espiritual con la Sagrada Escritura, e incluso con diversos estímulos a través de las redes sociales. Pero jamás debe sustituirse esta experiencia gozosa de encuentro con el Señor por una suerte de “adoctrinamiento”.

215. Por otra parte, cualquier plan de pastoral juvenil debe incorporar claramente medios y recursos variados para ayudar a los jóvenes a crecer en la fraternidad, a vivir como hermanos, a ayudarse mutuamente, a crear comunidad, a servir a los demás, a estar cerca de los pobres. Si el amor fraterno es el «mandamiento nuevo» (Jn 13,34), si es «la plenitud de la Ley» (Rm 13,10), si es lo que mejor manifiesta nuestro amor a Dios, entonces debe ocupar un lugar relevante en todo plan de formación y crecimiento de los jóvenes.

miércoles, 24 de junio de 2020

MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS



    No dejemos de ir al Sagrario; allí nos encontramos con el Corazón Eucarístico de Cristo. Los amigos del mundo hallan tanto consuelo en verse los unos a los otros, que pasan días enteros en sus conversaciones. Si tú y yo no dedicamos el mismo tiempo para ir a visitarlo en el Santísimo Sacramento, es que no consideramos a Jesús como el amigo fiel. Examina a fondo tu conciencia y verás que mucho de tu tiempo lo dedicas a cosas superfluas en lugar de ir al trono de la misericordia.

Reflexiona

    Uno de los males que más sufrimos en este mundo es que no encontramos quién nos escuche y nos ame. Tenemos que hacer el firme propósito en este mes de ir muchas veces al Sagrario para buscar al Amigo fiel.

EVANGELIO - 25 de Junio - San Mateo 7,21-29


    Segundo Libro de los Reyes 24,8-17.

    Joaquín tenía dieciocho años cuando comenzó a reinar, y reinó tres meses en Jerusalén. Su madre se llamaba Nejustá, hija de Elnatán, y era de Jerusalén.
    El hizo lo que es malo a los ojos del Señor, tal como lo había hecho su padre.
    En aquel tiempo, los servidores de Nabucodonosor, rey de Babilonia, subieron contra Jerusalén, y la ciudad quedó sitiada.
    Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó a la ciudad mientras sus servidores la sitiaban, y Joaquín, rey de Judá, se rindió al rey de Babilonia junto con su madre, sus servidores, sus príncipes y sus eunucos. El rey de Babilonia los tomó prisioneros en el año octavo de su reinado.
    Luego retiró de allí todos los tesoros de la Casa del Señor y los tesoros de la casa del rey, y rompió todos los objetos que Salomón, rey de Judá, había hecho para la Casa del Señor, como lo había anunciado el Señor.
    Deportó a todo Jerusalén, a todos los jefes y a toda la gente rica - diez mil deportados - además de todos los herreros y cerrajeros: sólo quedó la gente más pobre del país.
    Deportó a Joaquín a Babilonia; y también llevó deportados de Jerusalén a Babilonia a la madre y a las mujeres del rey, a sus eunucos y a los grandes del país.
    A todos los guerreros - en número de siete mil - a los herreros y cerrajeros - en número de mil - todos aptos para la guerra, el rey de Babilonia los llevó deportados a su país.
    El rey de Babilonia designó rey, en lugar de Joaquín, a su tío Matanías, a quien le cambió el nombre por el de Sedecías.


Salmo 79(78),1-2.3-5.8.9.

Oh Dios, los paganos invadieron tu herencia,
profanaron tu santo Templo,
hicieron de Jerusalén un montón de ruinas;
dieron los cadáveres de tus servidores
como pasto a las aves del cielo,
y la carne de tus amigos, a las fieras de la tierra.

Derramaron su sangre como agua
alrededor de Jerusalén,
y nadie les daba sepultura.
Fuimos el escarnio de nuestros vecinos,
la irrisión y la burla de los que nos rodean.
¿Hasta cuándo, Señor? ¿Estarás enojado para siempre?
¿Arderán tus celos como un fuego?

No recuerdes para nuestro mal
las culpas de otros tiempos;
compadécete pronto de nosotros,
porque estamos totalmente abatidos.

Ayúdanos, Dios salvador nuestro,
por el honor de tu Nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados,
a causa de tu Nombre.


    Evangelio según San Mateo 7,21-29.

    Jesús dijo a sus discípulos: "No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
    Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?'.
    Entonces yo les manifestaré: 'Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal'.
    Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.
    Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
    Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.
    Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande".
    Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 25 de Junio - "Vivir sobre la roca de la fe"


Beato Columba Marmion (1858-1923) abad Nuestra fe, victoria sobre el mundo (Le Christ Idéal du Moine, DDB, 1936)

Vivir sobre la roca de la fe

    El justo, el que por el bautismo ha revestido al hombre nuevo creado en la justicia, en tanto que justo, vive de la fe, de la luz que le aporta el sacramento de la iluminación. Más vive de la fe, más vive de la verdadera vida sobrenatural, más realiza en él la perfección de su adopción divina. Vean bien esta expresión: “Ex fide”. ¿Qué quiere decir exactamente? Que la fe debe ser la raíz de todos nuestros actos, de nuestra vida. Existen almas que viven “con la fe”: “Cum fide”. Tienen la fe y no se puede negar que la practican, pero sólo recuerdan su fe en ciertas ocasiones. (…) Pero cuando la fe es viva, fuerte, ardiente, cuando se vive de fe, o sea que nos conducimos en todo por los principios de la fe, cuando la fe es la raíz de todos nuestros actos y principio interior de toda nuestra actividad, entonces seremos fuertes y estables a pesar de las dificultades, contrariedades y tentaciones. ¿Por qué? Porque por la fe juzgamos y estimamos todo como Dios juzga y estima: participamos de la infalibilidad, inmutabilidad y estabilidad divina. Es lo que nos dijo Nuestro Señor. “Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica,” -es esto vivir de la fe- “puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó”, agregó en seguida Cristo Jesús, “porque estaba construida sobre roca” (Mt 7,24-25).

SANTORAL - SAN MÁXIMO DE TURÍN

25 de Junio


    En Turín, en la Liguria, san Máximo, primer obispo de esta sede, que con su paterna palabra llamó al pueblo pagano a la fe de Cristo, y con sólida doctrina lo condujo al premio de la salvación eterna.

    Se conserva la mayor parte de la obra literaria de san Máximo de Turín, pero es muy poco lo que se sabe acerca del autor. Parece que vino al mundo alrededor del año 380 y, por referencias extraídas de algunos de sus escritos, se conjetura que era natural de Vercelli, o de algún otro lugar en la provincia de Recia. El escritor declara que, hacia el año de 397, presenció el martirio de tres obispos misioneros de Anaunia, en los Alpes Réticos. El historiador Genadio, en su «Libro de Escritores Eclesiásticos», que completó hacia fines del siglo quinto, describe a san Máximo, obispo de Turín, como a un profundo estudioso de la Biblia, un predicador diestro en instruir al pueblo y autor de muchos libros, algunos de cuyos títulos menciona. La nota concluye señalando que la actuación de san Máximo floreció particularmente durante los reinados de Honorio y de Teodosio el Joven.

    En el año 451 un obispo Máximo de Turín asistió al sínodo de Milán, presidido por su metropolitano, san Eusebio y, con la participación de otros prelados del norte de Italia, y firmó la carta dirigida al papa san León Magno para declarar la adhesión de la asamblea a la doctrina de la Encarnación, tal como se expuso en la llamada «Epístola dogmática» del Papa. También estuvo presente en el Concilio de Roma del 465. En los decretos emitidos en esa ocasión, la firma de Máximo figura inmediatamente después de la del pontífice san Hilario y, como por aquel entonces se daba precedencia por la edad, es evidente que Máximo era muy anciano. Si es el santo del que hablamos, tuvo que haber muerto poco después de aquel Concilio.

    Sin embargo, no todos los historiadores están de acuerdo con esta perspectiva, y más bien en la actualidad se suele suponer que hubo dos Máximo de Turín, uno fallecido en el 408 o el 423 -que es el que celebramos hoy-, del que tenemos testimonio por Genadio, y otro que asistió a los sínodos mencionados, muerto después del 465, cuyo único recuerdo son esas dos firmas, y que no está inscripto en el Martirologio.

    La colección que se hizo de sus supuestas obras, editadas por Bruno Bruni en 1784, comprende unos 116 sermones, 118 homilías y 6 tratados; pero esta clasificación es muy arbitraria y, posiblemente, la mayoría de las obras citadas deban atribuirse a otros autores. Son particularmente interesantes por darnos a conocer algunas costumbres extrañas y pintorescas de la antigüedad sobre las condiciones en que vivían los pueblos de la Lombardía, en la época de las invasiones de los godos. En una de sus homilías describe la destrucción de Milán por las hordas de Atila; en otra, habla de los mártires Octavio, Solutor y Adventus, cuyas reliquias se conservan en Turín. «Debemos honrar a todos los mártires -recomienda-, pero especialmente a aquellos cuyas reliquias poseemos, puesto que ellos velan por nuestros cuerpos en esta vida y nos acogen cuando partimos de ella». En dos homilías sobre la acción de gracias inculcaba el deber de elevar diariamente las preces al Señor y recomendaba los Salmos como los mejores cánticos de alabanza. Insistía en que nadie debía dejar las oraciones de la mañana y la noche, así como la acción de gracias, antes y después de las comidas. Máximo exhortaba a todos los cristianos para que hiciesen el signo de la cruz al emprender cualquier acción, puesto que «por el signo de Jesucristo (hecho con devoción) se pueden obtener bendiciones sin cuento sobre todas nuestras empresas». En uno de sus sermones, abordó el tema de los festejos un tanto desenfrenados del Año Nuevo y criticó la costumbre de dar regalos a los ricos, sin haber repartido antes limosnas entre los pobres. Más adelante, en esa misma prédica, atacó duramente a «los herejes que venden el perdón de los pecados», cuyos pretendidos sacerdotes piden dinero por la absolución de los penitentes, en vez de imponerles penitencias y llanto por sus culpas.

Oremos

    Dios nuestro, que nos has enviado la redención y concedido la filiación adoptiva, protege con bondad a los hijos que tanto amas, y concédenos, por nuestra fe en Cristo, la verdadera libertad y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

EL CANON DE LA ESCRITURAS

ANTIGUO TESTAMENTO


El profeta y su época

    Sofonías es un profeta del reinado de Josías, y Josías es una paradoja en el plan histórico de Dios. Después de los tristes años de decadencia religiosa bajo el reinado de Manasés (698-643 a.C.), Josías es el gran restaurador y continuador de las reformas religiosas de su bisabuelo Ezequías. Luchó eficazmente contra nigromantes y adivinos, proscribió el culto en santuarios locales para centralizarlo exclusivamente en Jerusalén, desarraigó los restos de la idolatría, luchó contra el influjo asirio, promovió con su ejemplo una nueva observancia religiosa, logró ensanchar el reino hacia el norte en territorio del destruido reino de Israel.
    Semejante rey tenía todas las garantías para asegurar la prosperidad suya y de su reino. Pero, ¿qué sucedió? Que el rey, intentando detener las tropas del faraón que corrían en auxilio de Asiria, fue muerto en combate en Meguido; el pueblo, escandalizado por aquel aparente abandono de Dios, volvió a los pecados religiosos, al sincretismo pagano. Estaba a poca distancia de la catástrofe.
    Sofonías colaboró con Josías (640-609 a.C.), denunciando las costumbres extranjeras, y predijo la destrucción de Nínive. Como profeta vive a la sombra de su gran contemporáneo Jeremías.

Mensaje religioso 

    El tema central de la predicación de Sofonías es el «día del Señor», un día de cólera que traerá la gran catástrofe sobre Jerusalén a causa de los pecados del pueblo. Es la respuesta de Dios a aquellos habitantes de la Ciudad Santa que piensan que «Dios no actúa ni bien ni mal» (1,12), es decir, que contempla pasivo e indiferente la rampante corrupción moral (1,1-18; 2,4-15).
    Es esta maldad la que le lleva a Sofonías a penetrar, como ningún otro profeta, en el sentido y raíz última del pecado que se anida en el corazón de las personas; no los actos, sino sus motivaciones: la arrogancia (2,10), la falta de confianza en Dios (3,1), la fanfarronería y la deslealtad de sus profetas, el desprecio de la ley por los sacerdotes (3,2), la mentira (3,13). El pecado, en definitiva, es la ruptura de una alianza que había colocado al pueblo en una relación no jurídica, sino íntima y personal con Dios. Por eso, el «día de la cólera», será un día de borrón y cuenta nueva.
    Pero la última palabra, como en los otros escritos proféticos, será un oráculo de restauración. Primero vendrá la gran purificación (3,9-13). De ella surgirá un «resto» de pobres y humildes, no constituido por la simple circuncisión física, sino por la conversión y la humilde fidelidad. Por eso también los paganos son llamados a incorporarse al servicio del Señor. El centro de reunión de los dispersos no es ya el monte de Sión en su materialidad, sino el «Nombre del Señor», refugio del pueblo humilde.


Fuente: La BIBLIA de NUESTRO PUEBLO
Texto: LUIS ALONSO SCHÖKE

martes, 23 de junio de 2020

MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS



    ¡Qué consoladoras son las palabras que decimos en la oración de consagración al Corazón de Jesús! Allí presentamos nuestra miseria y Él viene con su misericordia. ¿Estás dominado por la tristeza?, ven un momento a echarte a sus pies y quedarás consolado. ¿Te sientes tentado?, allí es donde vas hallar las armas seguras y potentes para vencer al enemigo. ¿Temes el juicio de Dios?, aprovecha el tiempo de misericordia en el que es tan fácil conseguir el perdón.

Reflexiona

    Corazón Sacratísimo de Jesús, dame la gracia de aprovechar todos los beneficios que salen de tu Divina Presencia Eucarística, para que en medio de las dificultades de la vida presente salga consolado.

EVANGELIO - 24 de Junio - San Lucas 1,57-66.80


    Libro de Isaías 49,1-6.

    ¡Escúchenme, costas lejanas, presten atención, pueblos remotos!      El Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre.
    El hizo de mi boca una espada afilada, me ocultó a la sombra de su mano; hizo de mí una flecha punzante, me escondió en su aljaba.
    El me dijo: "Tú eres mi Servidor, Israel, por ti yo me glorificaré".
    Pero yo dije: "En vano me fatigué, para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza". Sin embargo, mi derecho está junto al Señor y mi retribución, junto a mi Dios.
    Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el seno materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza.
    El dice: "Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra".


Salmo 139(138),1-3.13-14ab.14c-15.

Señor, tú me sondeas y me conoces,
tú sabes si me siento o me levanto;
de lejos percibes lo que pienso,
te das cuenta si camino o si descanso,

y todos mis pasos te son familiares.
Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:
te doy gracias porque fui formado

de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras!
y nada de mi ser se te ocultaba,
cuando yo era formado en lo secreto,
cuando era tejido en lo profundo de la tierra.


    Libro de los Hechos de los Apóstoles 13,22-26.

    Pablo decía: "Cuando Dios desechó a Saúl, les suscitó como rey a David, de quien dio este testimonio: He encontrado en David, el hijo de Jesé, a un hombre conforme a mi corazón que cumplirá siempre mi voluntad.
    De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús.
    Como preparación a su venida, Juan había predicado un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel.
    Y al final de su carrera, Juan decía: 'Yo no soy el que ustedes creen, pero sepan que después de mí viene aquel a quien yo no soy digno de desatar las sandalias'.
    Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a ustedes: los descendientes de Abraham y los que temen a Dios."


    Evangelio según San Lucas 1,57-66.80.

    Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
    Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
    A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".
    Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".
    Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
    Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.
    Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
    Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
    Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.
    El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 24 de Junio - «Juan no era la luz, pero estaba allí para rendirle testimonio»


San Beda el Venerable (c. 673-735) monje benedictino, doctor de la Iglesia Homilía II, 20; CCL 122, 328-330

«Juan no era la luz, pero estaba allí para rendirle testimonio»

    El hecho de que el nacimiento de Juan se conmemore cuando los días comienzan a disminuir, y el del Señor cuando comienzan a aumentar, forma parte de un símbolo. En efecto, el mismo Juan ha revelado el secreto de esta diferencia. La multitud pensaba que era el Mesías a causa de sus eminentes virtudes, mientras que algunos no consideraban que el Señor fuera el Mesías, sino un profeta a causa de la debilidad de su condición corporal. Y Juan dijo: «Es preciso que él crezca y yo disminuya» (Jn 3,30). El Señor creció verdaderamente porque, cuando pensaban que era un profeta, dio a conocer a los creyentes del mundo entero que él era el Mesías. Juan decreció y disminuyó porque él, a quien tomaban por el Mesías apareció no como el Mesías sino como el anunciador del Mesías. Es, pues, normal que la claridad del día comience a disminuir a partir del nacimiento de Juan puesto que la reputación de su divinidad iba a desvanecerse y pronto iba a desaparecer su bautismo.De la misma manera es normal que la claridad de los días más cortos vuelva de nuevo a crecer a partir del nacimiento del Señor: en verdad él vino sobre la tierra para revelar a todos los paganos la luz de su conocimiento, de la cual, los judíos anteriormente, sólo poseían una parte, y para extender por todas las partes del mundo el fuego de su amor.

SOLEMNIDAD DEL NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA

24 de Junio

    San Juan Bautista, es el único santo que se conmemora el día de su nacimiento, porque fue santificado en el vientre de su madre por la visita del Salvador. Su nacimiento es motivo de inmensa alegría para la humanidad por el anuncio que trae de la próxima Redención. El Arcángel Gabriel anunció a Zacarías que su mujer estéril, iba a concebir y agregó: «Le darás el nombre de Juan y será para ti objeto de júbilo y alegría; muchos se regocijarán por su nacimiento puesto que será grande delante del Señor». Al nacer, Zacarías proclamó el «Benedictus», que repetimos a diario en el oficio.


    Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista, Precursor del Señor, que, estando aún en el seno materno, al quedar lleno del Espíritu Santo exultó de gozo por la próxima llegada de la salvación del género humano. Su nacimiento profetizó la Natividad de Cristo el Señor, y su existencia brilló con tal esplendor de gracia, que el mismo Jesucristo dijo no haber entre los nacidos de mujer nadie tan grande como Juan el Bautista.

    San Agustín hace la observación de que la Iglesia celebra la fiesta de los santos en el día de su muerte que, en realidad, es el día del nacimiento, del gran nacimiento a la vida eterna; pero que, en el caso de san Juan Bautista le conmemora el día de su nacimiento, porque fue santificado en el vientre de su madre y anunció a Cristo ya antes de nacer (Sermón 292,1).

    Efectivamente, es digno de celebrarse el nacimiento de Juan Bautista, y así nos lo enseña el propio Evangelio, que tan reacio es a contar anécdotas o hechos meramente circunstanciales, y sin embargo dedica en San Lucas un largo capítulo, el primero de su obra, al nacimiento milagroso del Precursor. Es que la llegada de Juan no es un acontecimiento menor ni circunstancial en la vida de Jesús ni en el anuncio del Evangelio.

    En cuanto a los hechos relacionados con el nacimiento, no es posible ir más allá de lo que narra Lucas 1; ninguna biografía ni indagación histórica podría explicar de otra manera lo que con sencillez, pero con solemne rotundidad se afirma en ese capítulo: «El ángel dijo: "No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto."»

    Ante hechos como estos no tiene demasiado sentido preguntarse, «¿pero habrá sido exactamente así, o tal vez de otra manera?» Sea cual sea la «manera» (y no hay duda que un evangelio, como escrito que es, acomoda literariamente los hechos a un plan narrativo, a un estilo, y a un interés de la narración), el hecho permanece: en el plan salvador de Dios era completamente necesario el Precursor. Dios mismo proveyó de ese Precursor a los hombres, y lo proveyó de manera milagrosa.

    Pero sí cabe que nos preguntemos ¿por qué era necesario un precursor? ¿en qué consiste ese «plan salvador» que hacía necesario un precursor? El Precursor era necesario porque en los hechos de la historia de la salvación nada de lo que afectará al hombre ocurre sin la ayuda del hombre, ¡ni siquiera Dios podía salvar al hombre sin hacerse primero hombre! Pero no sólo eso, no bastaba que Dios se hiciera hombre, sino que es necesario de toda necesidad que, para que esa salvación sea auténticamente divina, venga anunciada por una palabra completamente humana, una palabra que no se dude que viene de un hombre.

    Así es la Ley que rige el encuentro de Dios con el hombre, la Ley promulgada por el propio Dios al revelarse en una «literatura sagrada», en una palabra de hombres que es a la vez Palabra de Dios. Ampliando el principio que ya enunciaba san Agustín deberemos decir que Dios, que creó al hombre sin el concurso de hombres, no hizo nada más sin el concurso de nosotros los hombres, ni siquiera nacer humanamente para salvarnos. Todo, absolutamente todo lo que Dios vino a decirnos a los hombres, y a obrar entre nosotros y en nuestro favor, necesita ser humanado, hecho verdaderamente de hombres y entre los hombres, para ser verdaderamente de Dios.

    Por eso la esperanza de Israel había ido entresacando de las profecías antiguas una «loca idea», que llegó a hacerse incluso explícita con el profeta Malaquías: aquel mismo profeta Elías que había sido tan misteriosamente arrebatado al cielo en un carro de fuego (2Re 2,11), aquel «Carro y caballos de Israel! ¡Auriga suyo!» -como lo llama su discípulo Eliseo- volvería antes del fin para anunciar el juicio del mundo y la restauración final de Israel. «He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible.» (Malaquías 3,23)

    Aunque había muchas voces apocalípticas en época de Jesús, muchos que anunciaban el fin de una era, el juicio de Dios, e incluso predicaban la necesidad de realizar gestos de penitencia, como el lavado simbólico que ofrece Juan, en ninguno de ellos vio la fe apostólica la mano de Dios sino en Juan. Hubiera sido práctico y «consensual» para la fe cristiana hacer un «pool» de anuncios de salvación y declarar «¿véis como todos estos lo anuncian? tantos lo dicen, tan cierto debe ser» Sin embargo la fe apostólica no hizo esa tan conveniente encuesta, no le importó si era uno o muchos los que anunciaban la llegada del Cristo, le importó que lo anunciado fuera verdad, y por eso la fe apostólica conservó como un tesoro esa frase de Jesús: «Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan» (Lc 7,28); aunque en seguida agrega «sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él», porque en toda su grandeza, Juan sigue perteneciendo al mundo del Antiguo Testamento, a la promesa, no al cumplimiento, al signo, no al significado. Y con esos rasgos nos es presentado, con los rasgos del signo del Antiguo Testamento: se alimenta a langostas y miel silvestre, vive en el desierto, se viste de pieles de animales salvajes, reuniendo en sí las figuras de Sansón, Elías, y como el Arca de Dios que, antes de habitar en su verdadero templo, vive «envuelta en pieles» (2Samuel 7,2)

Sobre la fecha de la celebración

    Es evidente que la tradición quiso relacionar cronológicamente la celebración del nacimiento del Precursor con el nacimiento histórico de Jesús, y así que la Virgen permaneció junto a Isabel tres meses, hasta que naciera el Bautista, luego de recibir su propio anuncio del Ángel, y puesta la celebración de la Navidad convencionalmente el 25 de diciembre, adquirieron su definido lugar el 25 de marzo la Anunciación, y debería haber sido el 25 de junio el del nacimiento del Bautista. Sin embargo, desde el principio tuvo su día el 24 de junio. Al respecto observa el Butler: El Nacimiento de san Juan Bautista fue una de las primeras fiestas religiosas que encontraron un lugar definido en el calendario de la Iglesia; el lugar que ocupa hasta hoy: el 24 de junio. La primera edición del Hieronymianum lo localiza en esta fecha y subraya que la fiesta conmemora el nacimiento «terrenal» del Precursor. El mismo día está indicado en el Calendario Cartaginés, pero en tiempos anteriores ya hablaba del asunto san Agustín en los sermones que pronunciaba durante esta festividad. San Agustín hacía ver que la conmemoración está suficientemente señalada, en la época del año, por las palabras del Bautista, registradas en el cuarto Evangelio: «Es necesario que Él crezca y que yo disminuya». El santo doctor descubre la propiedad de esa frase al indicar que, tras el nacimiento de san Juan, los días comienzan a ser más cortos, mientras que, después del nacimiento de Nuestro Señor, los días pasan a ser más largos [claro que esta observación sólo vale en el hemisferio norte]. Probablemente Duchesne tenga razón cuando afirma que la relación de esta fiesta con el 24 de junio se originó en el Occidente y no en el Oriente. «Es necesario hacer notar, expresa Duchesne, que la festividad se fijó el 24 y no el 25 de junio, por lo que podríamos preguntarnos por qué razón no se adoptó la segunda fecha que hubiese dado exactamente, el intervalo de seis meses entre la edad del Bautista y la de Cristo. La razón es, dice luego, que se hicieron los cálculos de acuerdo con el calendario romano, donde el 24 de junio es el "octavo kalendas Julii", así como el 25 de diciembre es el "octavo kalendas Januarii". Por regla general, en Antioquía y en todo el Oriente, los días del mes se numeraban en sucesión continua, desde el primero, tal como nosotros lo hacemos y, el 25 de junio habría correspondido al 25 de diciembre, sin tener en cuenta que junio tiene treinta días y diciembre treinta y uno. Pero de la misma manera que la fecha romana de Navidad fue adoptada en Antioquía (muy posiblemente en razón de la amistad de san Juan Crisóstomo con san Jerónimo), durante los últimos veinticinco años del siglo cuarto, se adoptó también la fecha para conmemorar el nacimiento del Bautista en Antioquía, Constantinopla y todas las otras grandes iglesias del oriente, en el mismo día en que se conmemoraba en Roma.

Oremos

    Dios todopoderoso, que suscitaste a San Juan Bautista, para que le preparara a Cristo un pueblo bien dispuesto, concede a tu pueblo el don de la alegría espiritual y guíanos por el camino de la salvación y de la paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

TEOLOGÍA DEL CUERPO

Visión del Papa Juan Pablo II sobre el amor humano

MATRIMONIO SACRAMENTO Y LA SIGNIFICACIÓN ESPONSAL Y REDENTORA DEL AMOR
Audiencia General 15 de diciembre de 1982

1. El autor de la Carta a los Efesios, como ya hemos visto, hablar de un «gran misterio», unido al sacramento primordial mediante la continuidad del plan salvífico de Dios. También él se remite al «principio», como había dicho Cristo en la conversación con los fariseos (cf. Mt 19, 8), citando las mismas palabras: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer; y serán los dos una sola carne» (Gén 2, 24). Ese «misterio grande» es, sobre todo, el misterio de la unión de Cristo con la Iglesia, que el Apóstol presenta a semejanza de la unidad de los esposos: «Lo aplico a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5, 32). Nos encontramos en el ámbito de la gran analogía, donde el matrimonio como sacramento, por un lado, es presupuesto y, por otro, descubierto de nuevo. Se presupone como sacramento del «principio» humano, unido al misterio de la creación. En cambio, es descubierto de nuevo como fruto del amor nupcial de Cristo y de la Iglesia, vinculado con el misterio de la redención.

2. El autor de la Carta a los Efesios, dirigiéndose a los esposos, les exhorta a plasmar su relación recíproca sobre el modelo de la unión nupcial de Cristo y de la Iglesia. Se puede decir que -presuponiendo la sacramentalidad del matrimonio en su significado primordial- les manda aprender de nuevo este sacramento a base de la unión nupcial de Cristo y de la Iglesia: «Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla...» (Ef 5, 25-26). Esta invitación dirigida por el Apóstol a los esposos cristianos, tiene su plena motivación en cuanto ellos, mediante el matrimonio como sacramento, participan en el amor salvífico de Cristo, que se expresa, al mismo tiempo, como amor nupcial de Él a la Iglesia. A la luz de la Carta a los Efesios -precisamente por medio de la participación en este amor salvífico de Cristo- se confirma y a la vez se renueva el matrimonio como sacramento del «principio» humano, es decir, sacramento en el que el hombre y la mujer, llamados a hacerse «una sola carne», participan en el amor creador de Dios mismo. Y participan en él tanto por el hecho de que, creados a imagen de Dios, han sido llamados en virtud de esta imagen a una particular unión (communio personarum), como porque esta unión ha sido bendecida desde el principio con la bendición de la fecundidad (cf. Gén 1, 28).

3. Toda esta originaria y estable estructura del matrimonio como sacramento del misterio de la creación -según el «clásico» texto de la Carta a los Efesios (Ef 5, 21.22) se renueva en el misterio de la redención, ya que ese misterio asume el aspecto de la gratificación nupcial de la Iglesia por parte de Cristo. Esa originaria y estable forma del matrimonio se renueva cuando los esposos lo reciben como sacramento de la Iglesia, beneficiándose de la nueva profundidad de la gratificación del hombre por parte de Dios, que se ha revelado y abierto con el misterio de la redención, porque «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a ella, para santificarla...» (Ef 5, 25-26). Se renueva esa originaria y estable imagen del matrimonio como sacramento, cuando los esposos cristianos -conscientes de la auténtica profundidad de la «redención del cuerpo» se unen «en el temor de Cristo» (Ef 5, 21).

4. La imagen paulina del matrimonio, asociada al «misterio grande» de Cristo y de la Iglesia, aproxima la dimensión redentora del amor a la dimensión nupcial. En cierto sentido, une estas dos dimensiones en una sola. Cristo se ha convertido en Esposo de la Iglesia, ha desposado a la Iglesia como a su Esposa, porque «se entregó por ella» (Ef 5, 25). Por medio del matrimonio como sacramento (como uno de los sacramentos de la Iglesia) estas dos dimensiones del amor, la nupcial y la redentora, juntamente con la gracia del sacramento, penetran en la vida de los esposos. El significado nupcial del cuerpo en su masculinidad y feminidad, que se manifestó por vez primera en el misterio de la creación sobre el fondo de la inocencia originaria del hombre, se une en la imagen de la Carta a los Efesios con el significado redentor, y de este modo queda confirmado y en cierto sentido «nuevamente creado».

5. Esto es importante con relación al matrimonio, a la vocación cristiana de los maridos y de las mujeres. El texto de la Carta a los Efesios (5, 21-33) se dirige directamente a ellos y les habla sobre todo a ellos. Sin embargo, esa vinculación del significado nupcial del cuerpo con su significado «redentor» es igualmente esencial y válido para la hermenéutica del hombre en general; para el problema fundamental de su comprensión y de la autocomprensión de su ser en el mundo. Es obvio que no podemos excluir de este problema el interrogatorio sobre el sentido de ser cuerpo, sobre el sentido de ser, en cuanto cuerpo, hombre y mujer. Estos interrogantes se plantearon por primera vez en relación con el análisis del «principio» humano, en el contexto del libro del Génesis. En cierto sentido, fue ese contexto quien exigió que se plantearan. Del mismo modo lo exige el texto «clásico» de la Carta a los Efesios. Y si el «misterio grande» de la unión de Cristo con la Iglesia nos obliga a vincular el significado nupcial del cuerpo con su significado redentor, en esta vinculación encuentran los esposos la respuesta al interrogante sobre el sentido de «ser cuerpo», y no sólo ellos, aunque sobre todo a ellos se dirija este texto de la Carta del Apóstol.

6. La imagen paulina del «misterio grande» de Cristo y de la Iglesia habla indirectamente también de la «continencia por el reino de los cielos», en la que ambas dimensiones del amor, nupcial y redentor, se unen recíprocamente de un modo diverso que en el matrimonial, según proporciones diversas. ¿Acaso no es el amor nupcial, con el que Cristo «amó a la Iglesia», su Esposa, «y se entregó por ella», de idéntico modo la más plena encarnación del ideal de la «continencia por el reino de los cielos» (cf. Mt 19, 12)? ¿No encuentran su propio apoyo en ella todos los que -hombres y mujeres- al elegir el mismo ideal, desean vincular la dimensión nupcial del amor con la dimensión redentora, según el modelo de Cristo mismo? Quieren confirmar con su vida que el significado nupcial del cuerpo -de su masculinidad o feminidad-, grabado profundamente en la estructura esencial de la persona humana, se ha abierto de un modo nuevo, por parte de Cristo y con el ejemplo de su vida, a la esperanza unida a la redención del cuerpo. Así, pues, la gracia del misterio de la redención fructifica también -más aún, fructifica de modo especial- con la vocación a la continencia «por el reino de los cielos».

7. El texto de la Carta a los Efesios (5, 22-33) no habla de ellos explícitamente. Ese texto se dirige a los esposos y está construido según la imagen del matrimonio, que por medio de la analogía explica la unión de Cristo con la Iglesia: unión en el amor redentor y nupcial, al mismo tiempo. Precisamente este amor que, como expresión viva y vivificante del misterio de la redención, ¿no supera acaso el círculo de los destinatarios de la Carta, circunscritos por la analogía del matrimonio? ¿No abarca a todo hombre y, en cierto sentido, a toda la creación, como denota el texto paulino sobre la «redención del cuerpo» en la Carta a los Romanos (cf. Rom 8, 23)? El «sacrammentum magnum» en este sentido es incluso un nuevo sacramento del hombre en Cristo y en la Iglesia: sacramento «del hombre y del mundo», del mismo modo que la creación del hombre, varón y mujer, a imagen de Dios, fue el originario sacramento del hombre y del mundo. En este nuevo sacramento de la redención está incluido orgánicamente el matrimonio, igual que estuvo incluido en el sacramento originario de la creación.

8. El hombre, que «desde el principio» es varón y mujer, debe buscar el sentido de su existencia y el sentido de su humanidad, llegando hasta el misterio de la creación a través de la realidad de la redención. Ahí se encuentra también la respuesta esencial al interrogante sobre el significado del cuerpo humano, sobre el significado de la masculinidad y feminidad de la persona humana. La unión de Cristo con la Iglesia nos permite entender de qué modo el significado nupcial del cuerpo se completa con el significado redentor, y esto en los diversos caminos de la vida y en las distintas situaciones: no sólo en el matrimonio o en la «continencia» (o sea, virginidad o celibato), sino también, por ejemplo, en el multiforme sufrimiento humano, más aún: en el mismo nacimiento y muerte del hombre. A través del «misterio grande», de que trata la Carta a los Efesios, a través de la nueva alianza de Cristo con la Iglesia, el matrimonio queda incluido de nuevo en ese «sacramento del hombre» que abraza al universo, en el sacramento del hombre y del mundo, que gracias a las fuerzas de la «redención del Cuerpo» se modela según el amor nupcial de Cristo y de la Iglesia hasta la medida del cumplimiento definitivo en el reino del Padre.

El matrimonio como sacramento sigue siendo una parte viva y vivificante de este proceso salvífico.