domingo, 10 de mayo de 2020

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 11 de Mayo - «Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él»


       San Juan Pablo Magno, papa - Homilía, Bucarest, 09-05-1999 : Amar a Cristo Viaje Pastoral a Rumania

«Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él» 

    Estas palabras, que Jesús dirigió a sus discípulos la víspera de su pasión, son hoy para nosotros una invitación urgente a proseguir por este camino de fidelidad y amor. Amar a Cristo es el fin último de nuestra existencia: amarlo en las situaciones concretas de la vida, para que se manifieste al mundo el amor del Padre; amarlo con todas nuestras fuerzas, para que se realice su proyecto de salvación y los creyentes lleguen en él a la comunión plena. ¡Que jamás se apague en el corazón este ardiente deseo!

    […] No tengáis miedo: abrid de par en par las puertas de vuestro corazón a Cristo salvador. Él os ama y está cerca de vosotros; os llama a un renovado compromiso de evangelización. La fe es don de Dios y patrimonio de incomparable valor, que hay que conservar y difundir. Para defender y promover los valores comunes, estad siempre abiertos a una colaboración eficaz con todos los grupos étnico-sociales y religiosos, que componen vuestro país. Que todas vuestras decisiones estén animadas siempre por la esperanza y el amor.

    María, Madre del Redentor, os acompañe y proteja, para que podáis escribir nuevas páginas de santidad y de generoso testimonio cristiano en la historia… Amén.

SANTORAL - SAN FRANCISCO DE JERONIMO

11 de Mayo


    Nació el 17 de diciembre de 1642, y murió el 11 de mayo de 1716. El lugar en que nació fue Crottaglie, un pequeño pueblo en Apulia, situado a unas 5 ó 6 leguas de Taranto. A la edad de 16 años entró en el colegio de Taranto, en el cual estuvo bajo el cuidado de la Sociedad de Jesús. Allí estudió humanidades y filosofía, y tanto éxito, que un obispo lo envió a Nápoles para que asistiera a conferencias en Teología Canónica en el famoso colegio, Gesu Vecchio, el cual, en ese tiempo rivalizaba con las más grandes universidades en Europa. Se ordenó sacerdote allí el 18 de marzo de 1666. Luego estuvo por cuatro años a cargo de los estudiantes del colegio de nobles en Nápoles, donde los alumnos le dieron el sobrenombre de “San Prefecto”. Entró en el noviciado de la Sociedad de Jesús, el 1 de julio de 1670. Al final de su primer año de prueba, fue enviado como misionero, a fin de tomar sus primeras lecciones en el arte de la prédica, en un lugar cercado a Otranto.

    Un nuevo período de cuatro años lo dedicó trabajando en pueblos y villas en un trabajo misionero, demostrando mediante el mismo, a sus superiores, su maravilloso don de prédica. Por esa razón, una vez que completó sus estudios teológicos, sus superiores determinaron que debía dedicarse a trabajar como predicador, y lo enviaron a residir a Gesu Nuovo, la residencia de los padres de Nápoles.

    Francisco habría ido y trabajado mucho, incluso habría dado su vida, como él frecuentemente lo dijo, entre las naciones bárbaras e idólatras del lejano oriente. Frecuentemente escribió a sus superiores rogándoles que le concedieran ese gran favor. Finalmente ellos le dijeron que abandonara la idea y que concentrara su esfuerzo y energía en la ciudad y en el reino de Nápoles. Francisco entendió que esto debía ser la voluntad de Dios y no insistió en otros planes. Nápoles por tanto, y durante los siguientes y restantes cuarenta años de su vida, de 1676 hasta su muerte, fue el centro de su labor apostólica.

    Primero se dedicó a desarrollar el entusiasmo religioso de una congregación de trabajadores, llamado el “Oratio della Missione”, la cual fue establecida en una casa de Nápoles. El principal objetivo de esta asociación fue proporcionar asistentes a los padres misioneros, quienes ayudarían en las muchas dificultades que de pronto pueden aparecer en el curso de las misiones. Animados por los sermones de entusiasmo del director, esta gente llegó a ser un conjunto de cooperadores muy celosos de su trabajo. Una característica sobresaliente de esas actividades fue el hecho de que trajeron una multitud de pecadores a los pies de Francisco.

    En las notas que él envía a sus superiores en lo relativo a su trabajo misionero, el santo aparece como teniendo gran placer en hablar del fervor que animaba a los miembros de su querido “Oratorio”. También el director supervisó o se encargó de las necesidades materiales de aquellos que le asistían. En el “Oratorio” estableció un fondo de piedad. El capital de este fondo se incrementó por los regalos de los asociados. Gracias a esta institución, él pudo contar cada día, en caso de enfermedad, de una suma de unos cuatro carlines, cerca de unos 33 centavos de dólar. En caso de muerte de alguno de los miembros, un respetable funeral podía establecerse, costándole a la institución unos 18 ducados. Ellos también tenían el privilegio de poder ser enterrados en la Iglesia de Gesu Nuovo (véase Brevi notizie, pp. 131-136).

    Francisco también estableció en Gesu, uno de los más importantes y beneficiosos trabajos de la casa de Nápoles, la comunión general en el tercer domingo de cada mes (Brevi notizie, 126). Francisco fue un infatigable predicador y frecuentemente habló cuarenta veces en un solo día, escogiendo para ello las calles que él sabía, eran el centro de algún escándalo secreto. Sus sermones elocuentes, breves y energéticos, llegaron a conmover las conciencias culpables de quienes le escuchaban y por medio de ello se llevaron a cabo milagrosas conversiones. El resto de la semana, cuando no estaba trabajando en la ciudad, él estaba visitando los lugares alrededor de Nápoles.

    En algunas ocasiones, pasó en no menos de 50 aldeas por día, predicando en las calles, en las plazas públicas y en las iglesias. El siguiente domingo, él tenía el consuelo de ver en la misa hasta multitudes de 12 ó 13 mil personas. De acuerdo a sus biógrafos, ordinariamente se podían contarse unos 15 mil hombres presentes en la comunión general mensual.

    Sin embargo su trabajo por excelencia fue el desarrollar misiones al aire libre y en la ciudad de Nápoles. Su figura alta, sus grandes ojos oscuros, su nariz aguileña, sus mejillas hundidas, y su tez pálida, le daban la apariencia de ser un austero ascético y producía una maravillosa impresión. La gente se conglomeraba alrededor de él a fin de verlo, encontrarlo, de poder besar sus manos y tocar su vestimenta. Cuando él exhortaba a los pecadores a arrepentirse, parecía adquirir un poder que era más que natural y su voz llegaba a ser resonante e inspiradora. “El es el cordero cuando él habla” decía la gente, “pero es un león cuando predica”.

    Siendo un predicador idealmente popular como él lo fue, en presencia de una audiencia impresionable como la de los napolitanos, Francisco no dejó de abordar cosas que pudiesen animar sus imaginaciones. Una vez él trajo un cráneo al púlpito y lo mostró a la audiencia, impartiendo los conocimientos que deseaba. En otra ocasión intempestivamente detuvo su discurso, descubrió sus hombros, y se castigó así mismo con una cadena de hierro hasta que llegó a sangrar. El efecto fue irresistible, y jóvenes que tenían vidas de maldad, llegaron a seguir el ejemplo del predicador, confesando sus pecados en voz alta. Mujeres abandonadas llegaron a colocarse delante del crucifijo, cortando sus largos cabellos y dando expresión de su amargo dolor y arrepentimiento.

    En su trabajo apostólico, unido a su espíritu de penitencia, y a su ardiente ánimo de oración, hizo que el santo lograra maravillosos resultados entre los esclavos del pecado y del crimen. Por tanto, los dos refugios de Nápoles, llegaron a tener cada uno, hasta 250 penitentes. En el Asilo del Santo Espíritu, llegó a tener en el refugio hasta 190 niños infortunados, preservándolos a ellos en cuanto a no seguir la tradición vergonzosa de sus madres. El tuvo el consuelo de ver a 22 de ellos dedicarse a la vida religiosa. También él cambió barcos de convictos que se habían hundido en la iniquidad, en refugios de paz cristiana y resignación.

    El también llegó a lograr que muchos esclavos turcos y moros, llegaran a encontrar la verdadera fe, e hizo uso de pomposas ceremonias en sus bautizos con tal de conmover el corazón y la imaginación de los espectadores (Breve notizie, 121-126).

    En cualquier tiempo que él no estaba ocupado en la ciudad, se dedicaba a actividades en el medio rural, en misiones de aldeas de cuatro, ocho o hasta diez días. Aquí y allá, dio retiros a comunidades religiosas, pero a fin de ahorrar tiempo, él no escuchaba confesiones (cf. Recueil de letters per le Nozze Malvezzi Hercolani (1876), p. 28). Con el fin de consolidar su trabajo, trato de establecer en todos los lugares, una asociación de San Francisco Xavier, su patrono y modelo, o bien una congregación de la Santísima Virgen.

    Durante veintidós años, predicó y realizó alabanzas cada martes en la iglesia napolitana conocida como Santa María de Constantinopla. Aunque participaba en un activo trabajo exterior, San Francisco tenía un alma mística. Frecuentemente se le vio caminando por las calles de Nápoles con una apariencia de éxtasis en su rostro y lágrimas en sus ojos. El deseo de que la gente quería acompañarle y llamar su atención, hizo que el santo decidiera caminar como encapuchado o incógnito, cuando estaba en esas ocasiones, en público. Tenía la reputación en Nápoles de ser un hombre capaz de realizar milagros, y sus biógrafos, quienes testificaron durante el proceso de su canonización, no dudaron en atribuirle un conjunto de curas maravillosas de todo tipo.

    Fue motivo de grandes procesiones para los napolitanos, y de no haber sido por la intervención de la guardia suiza, sus seguidores habrían expuesto sus restos, aún con el riesgos de que los mismos hubieran sido desacrados. En todas las calles y plazas de Nápoles, en todos los suburbios, incluso en las pequeñas villas, todos hablaban de la santidad, la elocuencia y la caridad infinita del misionero cuando había muerto. Las autoridades eclesiásticas rápidamente reconocieron que la causa de su beatificación debía dar inicio. El 2 de mayo de 1758, Benedicto XIV declaró que Francisco de Gerónimo había practicado las virtudes teológicas y cardinales, hasta un grado heroico.

    Habría sido beatificado de una manera más rápido, a no ser por la tormenta que ocurrió en la Compañía de Jesús, en ese tiempo y que terminó con la supresión de la orden. Pio VII no pudo proceder con la beatificación, sino hasta el 2 de mayo de 1806, y Gregorio XVI canonizó solemnemente al santo el 26 de mayo de 1839.

Oremos

    Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Francisco Jerónimo para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a Ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro Maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén

sábado, 9 de mayo de 2020

MAYO, MES DE MARÍA

El Mes de María se reza en Mayo, en el llamado “mes de las flores”, que se llama así, porque con la llegada del buen tiempo y tras las lluvias invernales, el campo y los jardines comienzan a cubrirse de un verde intenso y de los colores y aromas de las flores.

EVANGELIO - 10 de Mayo - San Juan 14,1-12


    Libro de los Hechos de los Apóstoles 6,1-7.

    En aquellos días, como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos.
    Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: "No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas.
    Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea.
    De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra".
    La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía.
    Los presentaron a los Apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos.
    Así la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén y muchos sacerdotes abrazaban la fe.


Salmo 33(32),1-2.4-5.18-19.

Aclamen, justos, al Señor:
es propio de los buenos alabarlo.
Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas.

Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.


    Epístola I de San Pedro 2,4-9.

    Queridos hermanos: Al acercarse a él, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo.
    Porque dice la Escritura: Yo pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa: el que deposita su confianza en ella, no será confundido.
    Por lo tanto, a ustedes, los que creen, les corresponde el honor.
    En cambio, para los incrédulos, la piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: piedra de tropiezo y roca de escándalo. Ellos tropiezan porque no creen en la Palabra: esa es la suerte que les está reservada.
    Ustedes, en cambio, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz.


    Evangelio según San Juan 14,1-12.

    Jesús dijo a sus discípulos: "No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí.
    En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.
    Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.
    Ya conocen el camino del lugar adonde voy".
    Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?".
    Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. 
Nadie va al Padre, sino por mí."
    Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".
    Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta".
    Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: 'Muéstranos al Padre'?
    ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?
    Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
    Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
    Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 10 de Mayo - "Vosotros ya sabéis el camino para ir adonde yo voy"


San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia Tratado sobre los grados de humildad, 1-2

“Vosotros ya sabéis el camino para ir adonde yo voy.” 

    “Yo soy el camino, la verdad y la vida.” (Jn 14,6) El camino es la humildad que conduce a la verdad. La humildad es la pena. La verdad es el fruto de la pena. Tu dirás: ¿por dónde sé yo que habla de la humildad cuando dice simplemente: Yo soy el camino? El mismo te responde añadiendo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón.” (Mt 11,29) Se presenta como ejemplo de humildad y de dulzura. Si tú lo imitas no caminarás en tinieblas sino que tendrás la luz de la vida. (Jn 8,12) ¿Cuál es la luz de la vida sino la verdad? Ella ilumina todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,9); le muestra el camino verdadero...

    Yo veo el camino de la humildad. Deseo su fruto: la verdad. Pero ¿qué hacer cuando la ruta parece demasiado difícil para llegar a donde quiero llegar? Escuchad su respuesta: “Yo soy el camino, es decir, el viático que sostiene el esfuerzo de todo el camino”. A los que se descarrían y yerran el camino les grita: “Yo soy el camino”; a los que suben por el camino, pero desfallecen: “Yo soy la vida”. Más aún: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos...” (Lc 10,21)

    Escuchad a la misma verdad que dice a los que la buscan: “Venid a mí los que me deseáis, y saciaos de mis frutos.” (Eclo 24,19) y en otro lugar: “Venid a mí los que estáis cansado y agobiados que yo os aliviaré.” (Mt 11,28) Venid, dice. ¿A dónde? A mí, la verdad. ¿Por dónde? Por el camino de la humildad.

SANTORAL - SAN JUAN DE ÁVILA

10 de Mayo


    Nació en Almodóvar del Campo, Ciudad Real, España, el 6 de enero de 1499 o 1500. Sus padres eran propietarios de unas minas de plata en Sierra Morena, pero el pequeño Juan no estimaba en nada los recursos que poseía. Formado por ellos en la abnegación y el amor al prójimo, se desprendía de sus pertenencias fácilmente. Así, se deshizo de su sayo nuevo que ofreció a un niño pobre. Fue enviado a estudiar a Salamanca cuando tenía 14 años. Y a los 18 regresó al domicilio paterno después de haber cursado leyes, con el reducto espiritual que le dejó una experiencia de conversión. Vivió en oración y penitencia hasta que en 1520, alentado por un franciscano, partió a Alcalá de Henares para seguir estudios. Tomó contacto con el que luego sería arzobispo de Granada, Pedro Guerrero, y con el venerable Fernando de Contreras. Seguramente conoció allí a san Ignacio de Loyola. Entretanto, perdió a sus padres. En honor a ellos, cuando en 1526 fue ordenado sacerdote eligió su ciudad natal para decir su primera misa poniendo el signo de invitar a doce pobres a comer a su mesa, entre los cuales repartió sus bienes; comenzó la evangelización en su propio pueblo.

    Su siguiente etapa fue Sevilla, desde cuyo puerto pensaba embarcar rumbo a América junto al recién elegido obispo de Tlaxcala, Nueva España. Los planes de la providencia eran otros. En el compás de espera compartió sus ansias de pobreza, oración y sacrificio con el P. Contreras. Ambos asistían a los pobres y les instruían en la fe. A través de este compañero, la brújula marcó al santo otro destino para su vida. Contreras le habló de él a Mons. Manrique, arzobispo de Sevilla, y éste pidió a Juan que predicara en su presencia. Estuvo toda la noche orando ante el crucifijo, lleno de gran timidez. Según confesó después, en esos momentos pensaba en la vergüenza que Cristo pasó desnudo en la cruz. El sermón causó tal impresión que le llenaron de alabanzas, y él respondió: «Eso mismo me decía el demonio al subir al púlpito». De allí partió a Écija, Sevilla y Cádiz, lugares en los que su predicación y labor como director espiritual siguieron siendo excepcionales. Sus acciones le acarrearon persecuciones y enemistades. En 1531 fue procesado por la Inquisición siendo acusado de graves hechos que no cometió. Pasó un año en la cárcel sin aceptar defensa alguna porque –así lo reconocía–, estaba en las mejores manos: las de Dios. La celda fue lugar de celestiales consuelos. En el juicio respondió a los cargos que se le imputaban dando testimonio de su fe, sin reprobar a los cinco testigos de la acusación. De pronto aparecieron 55 que testificaron a favor suyo. En prisión escribió Audi, Filia. Este periodo le enseñó mucho más que los libros y experiencias anteriores. Fue liberado, pero la injusta sentencia señalaba «haber proferido en sus sermones y fuera de ellos algunas proposiciones que no parecieron bien sonantes». Y le impusieron, bajo pena de excomunión, que las declarase convenientemente donde las hubiera expuesto.

    En 1535 partió a Córdoba llamado por el obispo Álvarez de Toledo. Entonces conoció a fray Luis de Granada. Creó los colegios de san Pelagio y de la Asunción, y un año más tarde se fue a Granada para ayudar al arzobispo en la fundación de la universidad. Allí le oyeron predicar san Juan de Dios y san Francisco de Borja; el influjo de sus palabras cambió radicalmente sus vidas. Tenía gran devoción por el Santísimo Sacramento y por la Virgen. Y sabiendo de su capacidad persuasiva, un día le pidieron que abogase a favor de un templo dedicado a María que se estaba construyendo. Se ofreció él mismo de inmediato: «Yo iré allí, y tomaré una piedra sobre mis hombros para ponerla en la casa que se edifica a honra de la Madre de Dios». Desde luego, como esperaban, movió la generosidad de la gente. Hasta los pobres respondieron a sus peticiones con sus mermadas pertenencias. La clave de su fuerza en los sermones se hallaba en el«amar mucho a Dios». Oración, sacrificio y estudio eran sus pilares. A su espíritu de pobreza unía paciencia, modestia, prudencia, abnegación, discreción; hacía de la frugalidad virtud ejemplar dando testimonio con su propia vida de lo que predicaba. Renunció a dignidades cardenalicias y episcopales. Formó en Granada un grupo sacerdotal en 1537, que tuvo bajo su amparo, y en 1539 ayudó a la fundación de la universidad de Baeza, Jaén. Gran escritor y predicador, su amor por el sacerdocio le llevó a pedir la creación de seminarios para una verdadera reforma de la Iglesia y del clero. En 1551 enfermó y tuvo que permanecer en la localidad cordobesa de Montilla. Durante quince años siguió escribiendo y aconsejando a personas de toda clase, edad, condición y procedencia. Estuvo relacionado con san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Jesús, quien le dio a examinar el «Libro de su vida», y causó gran influjo en san Antonio María Claret. En mayo de 1569 su salud, que ya venía lesionada de atrás, empeoró. En medio del dolor, exclamaba: «Señor mío, crezca el dolor, y crezca el amor, que yo me deleito en el padecer por Vos» o «¡Señor, más mal, y más paciencia!». Esa era su disposición. Pero cuando le vencía le debilidad, manifestaba: «¡Ah, Señor, que no puedo!». Incluso una noche en la que arreciaron los dolores pidió a Dios que los erradicara, y así sucedió. A la mañana siguiente reconoció: «¡Qué bofetada me ha dado Nuestro Señor esta noche!». Pronto a partir de este mundo, no hallaba mayor consuelo que la recepción de la Eucaristía. «¡Denme a mi Señor, denme a mi Señor!», suplicaba. En los postreros instantes, en medio de intensísimo dolor y fatiga que le hacía proferir: «Bueno está ya, Señor, bueno está», no cesaba de recitar esta jaculatoria: «Jesús, María; Jesús, María». Murió el 10 de mayo de 1569. León XIII lo beatificó el 4 de abril de 1894. Pío XII lo designó patrono del clero secular español el 2 de julio de 1946. Pablo VI lo canonizó el 31 de mayo de 1970. Y el 7 de octubre de 2012 Benedicto XVI lo declaró doctor de la Iglesia.

Oremos

    Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Juan de Ávila para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL AMORIS LAETITIA SOBRE EL AMOR EN LA FAMILIA



Capítulo tercero
LA MIRADA PUESTA EN JESÚS: VOCACIÓN DE LA FAMILIA




La familia y la Iglesia

86. «Con íntimo gozo y profunda consolación, la Iglesia mira a las familias que permanecen fieles a las enseñanzas del Evangelio, agradeciéndoles el testimonio que dan y alentándolas. Gracias a ellas, en efecto, se hace creíble la belleza del matrimonio indisoluble y fiel para siempre. En la familia, “que se podría llamar iglesia doméstica” (Lumen gentium, 11), madura la primera experiencia eclesial de la comunión entre personas, en la que se refleja, por gracia, el misterio de la Santa Trinidad. “Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1657)»[101].

87. La Iglesia es familia de familias, constantemente enriquecida por la vida de todas las iglesias domésticas. Por lo tanto, «en virtud del sacramento del matrimonio cada familia se convierte, a todos los efectos, en un bien para la Iglesia. En esta perspectiva, ciertamente también será un don valioso, para el hoy de la Iglesia, considerar la reciprocidad entre familia e Iglesia: la Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia. Custodiar este don sacramental del Señor corresponde no sólo a la familia individualmente sino a toda la comunidad cristiana»[102].

88. El amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia. «El fin unitivo del matrimonio es una llamada constante a acrecentar y profundizar este amor. En su unión de amor los esposos experimentan la belleza de la paternidad y la maternidad; comparten proyectos y fatigas, deseos y aficiones; aprenden a cuidarse el uno al otro y a perdonarse mutuamente. En este amor celebran sus momentos felices y se apoyan en los episodios difíciles de su historia de vida [...] La belleza del don recíproco y gratuito, la alegría por la vida que nace y el cuidado amoroso de todos sus miembros, desde los pequeños a los ancianos, son sólo algunos de los frutos que hacen única e insustituible la respuesta a la vocación de la familia»[103], tanto para la Iglesia como para la sociedad entera.


[101] Relatio synodi 2014, 23.

[102] Relación final 2015, 52.

[103] Ibíd., 49-50.

viernes, 8 de mayo de 2020

MAYO, MES DE MARÍA

El Mes de María se reza en Mayo, en el llamado “mes de las flores”, que se llama así, porque con la llegada del buen tiempo y tras las lluvias invernales, el campo y los jardines comienzan a cubrirse de un verde intenso y de los colores y aromas de las flores.


EVANGELIO - 09 de Mayo - San Juan 14,7-14.


    Libro de los Hechos de los Apóstoles 13,44-52.

    Casi toda la ciudad se reunió el sábado siguiente para escuchar la Palabra de Dios.
    Al ver esa multitud, los judíos se llenaron de envidia y con injurias contradecían las palabras de Pablo.
    Entonces Pablo y Bernabé, con gran firmeza, dijeron: "A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos.
    Así nos ha ordenado el Señor: Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra".
    Al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron la Palabra de Dios, y todos los que estaban destinados a la Vida eterna abrazaron la fe.
    Así la Palabra del Señor se iba extendiendo por toda la región.
    Pero los judíos instigaron a unas mujeres piadosas que pertenecían a la aristocracia y a los principales de la ciudad, provocando una persecución contra Pablo y Bernabé, y los echaron de su territorio.
    Estos, sacudiendo el polvo de sus pies en señal de protesta contra ellos, se dirigieron a Iconio.
    Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.


Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4.

Canten al Señor un canto nuevo,
porque él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria.

El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos.


    Evangelio según San Juan 14,7-14.

    Jesús dijo a sus discípulos: "Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".
    Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta".
    Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: 'Muéstranos al Padre'?
    ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? 
Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
    Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
    Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre."
    Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
    Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 09 de Mayo - «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre»


        San Ireneo de Lyon (c. 130-c. 208) obispo, teólogo y mártir - Contra las herejías, IV, 5

«Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre»

    El esplendor de Dios da vida: los que ven a Dios tendrán parte en la vida. Es por ello que el que es inaccesible, incomprensible e invisible se ofrece a nosotros para ser visto, comprendido y accesible por los hombres; es para dar la vida a aquellos que le captan y le ven. Puesto que, si su grandeza es insondable, su bondad no puede tampoco expresarse, y gracias a ella él se hace ver y da la vida a los que le ven. Es imposible vivir sin la Vida; no hay vida si no es participando de Dios; y esta participación de Dios consiste en ver a Dios y gozar de su bondad. Así pues, los hombres verán a Dios para poder vivir... según lo que dice Moisés en el Deuteronomio: «Aquel día veremos, porque Dios hablará al hombre y éste vivirá» (Dt 5,24). Dios es invisible e inexpresable... pero todos los seres conocen a través de su Verbo que no hay más que un solo Dios Padre, que contiene todas las cosas y da la existencia a toda cosa, según lo que dice el Señor: «A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado» (Jn 1,18).

SANTORAL - BEATA TERESA DE JESÚS

09 de Mayo


    Carolina nació en Regensburg-Stadtamhof, Alemania el 20 de junio de 1797. Fue hija única. Su padre era capitán de barco. Ambos progenitores le proporcionaron la formación precisa para hacer frente a las circunstancias sociales, políticas y religiosas generadas por la Revolución francesa. Dosificaron sabiamente su tiempo educándola en el hogar, sensibilizando su espíritu con la atención constante a los pobres, y ensanchando su mente con travesías sobre el Danubio rumbo a Viena. Durante un tiempo estudió con las canonesas de Notre Dame, fundación de san Pedro Fourier, hasta que en 1809 el gobierno clausuró esta institución y el centro académico regido por ellas. El P. George Michael Wittmann, párroco de la catedral y después obispo de Regensburg, tuvo la visión de los grandes pastores. Seleccionó a tres de las alumnas más brillantes y se propuso seguir adelante con la tarea educativa. Una de ellas era Carolina. Wittmann le infundió la idea de ser maestra y le ayudó a culminar la formación. Tenía 12 años cuando comenzó a impartir clases. Desde un principio se caracterizó por su gracia y carisma en la enseñanza. Era muy competente humana y profesionalmente, una persona que no temía al esfuerzo. Además, y eso era lo esencial, vivía amparada en la penitencia y en la oración. Durante más de veinte años hizo de la escuela de Stadtamhof, dirigida a niños sin recursos, un modelo a imitar. Impulsó la educación integral atendiendo a todas las necesidades de la persona. Introdujo disciplinas versátiles de suma utilidad para la vida: economía doméstica, idiomas, música, capacitación para los negocios, gimnasia, arte dramático… En todo momento fue consciente del influjo social que tienen las mujeres y madres, y del papel que ejercen si reciben una adecuada formación cristiana. Y dedicó su vida a paliar esta importante carencia que sufren los que viven en la pobreza, colectivo con el que se ensaña la falta de escolarización. Hizo posible que niñas y jóvenes pudieran optar a oportunidades, que de otro modo les habrían sido vedadas, accediendo en igualdad de condiciones a estratos sociales y políticos reservados a clases pudientes.

    En 1816 se vinculó a dos maestras compañeras de trabajo que compartían sus ideales de estricta penitencia y oración. Fue una época que le sirvió para afianzar su anhelo de consagrarse en la vida religiosa. El prelado Wittmann vio en ello una señal del cielo para poner en marcha una comunidad dirigida a la educación cristiana de niñas y jóvenes. Con el restablecimiento de las libertades religiosas en 1828 el panorama había cambiado y podía afrontarse abiertamente una nueva fundación. De modo que indujo a Carolina a realizar esta empresa, asesorándola, aunque murió en 1833 sin ver culminado este sueño. Surgieron diversos contratiempos que hubieran hecho desistir a muchas personas de este empeño, pero no a una beata como ella que hacía de la oración y de su entrega la estela que le conduciría al cielo. En octubre de ese año de 1833 inició vida comunitaria en Neunburg vorm Wald junto a dos jóvenes y estableció la primera escuela de las Hermanas de Notre Dame. Dedicada a María, el fundamento estaba en la Eucaristía y en el espíritu de pobreza. Contó con el apoyo del monarca Luis I de Baviera. En medio de las vicisitudes un sacerdote amigo de Wittmann, Franz Sebastian Job, lo secundó en la tarea de auxiliar a la fundadora. No le faltó su asistencia en el ámbito espiritual así como en el financiero hasta que se produjo su muerte en 1834.

    Carolina profesó en noviembre de 1835 tomando el nombre de María Teresa de Jesús, en memoria de la santa de Ávila por la que sentía especial admiración. Y fundó la congregación de las Pobres Hermanas Escolásticas de Nuestra Señora. Las expectativas de muchas jóvenes hallaron respuesta en esta nueva institución vinculándose a la pequeña comunidad. De dos en dos, como Cristo sugirió, recorrían lugares donde el progreso no había hecho acto de presencia. Diversas localidades y aldeas de difícil acceso vieron renacer su esperanza con el florecimiento de jardines de infancia, escuelas, hogares para ancianos y centros de atención. La congregación se extendió prontamente por Europa y Estados Unidos. Carolina viajó a este país el año 1847 contribuyendo a la expansión de su obra. Se trasladó de un lado a otro en difíciles condiciones, recorriendo miles de kilómetros en carretas tiradas por bueyes para visitar las escuelas que sus hijas habían establecido allí para educación de hijas de emigrantes alemanes. En este viaje, junto al beato Juan Neumann, fundó un orfanato en Baltimore. Al regresar a su país surgieron importantes problemas con el arzobispo de Munich-Freising, Graf von Reisach fundamentalmente por el borrador de la regla, origen del litigio. Éste no compartía la idea de que existiera un gobierno central en la congregación regida a través de una superiora general; quería que dependiesen de él. En un momento dado, la beata estuvo amenazada de excomunión. Y compareció ante el arzobispo musitando en voz baja, mientras se hallaba arrodillada ante él, su deseo de someterse a sus indicaciones en la medida en que no vulneraran la voluntad de Dios y su conciencia. Siguió adelante, sin ver quebrarse ni un ápice su confianza en la divina providencia, con espíritu perseverante, sosteniendo con su oración y entrega la misión recibida. Dio muestra de ser una mujer de gran fortaleza y empuje. En 1865 Pío IX autorizó los estatutos y la confirmó como superiora general, oficio reservado hasta ese momento a los varones. Fue probada también al final de sus días ya que las guerras desatadas en Europa y América conllevaron el cierre de algunas de las misiones que abrió. El 9 de mayo de 1879 fallecía en Munich. Comenzó a cumplirse su anhelo de: «adorar y amar eternamente; regocijarse eternamente en la gloria de Dios y de sus santos», que había manifestado en vida. Juan Pablo II la beatificó el 17 de noviembre de 1985.

Oremos

    «Dios como centro de la vida y de la educación, ese fue el signo de esta fundadora de las Pobres Hermanas Escolásticas de Nuestra Señora, apóstol intrépido que soñó con regocijarse eternamente en la gloria de Dios y de sus santos»

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL CHRISTIFIDELES LAICI SOBRE VOCACIÓN Y MISIÓN DE LOS LAICOS EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO



CAPÍTULO III
OS HE DESTINADO PARA QUE VAYÁIS Y DEIS FRUTO
La corresponsabilidad de los fieles laicos en la Iglesia-Misión




Libres para invocar el Nombre del Señor

39. El respeto de la dignidad personal, que comporta la defensa y promoción de los derechos humanos, exige el reconocimiento de la dimensión religiosa del hombre. No es ésta una exigencia simplemente «confesional», sino más bien una exigencia que encuentra su raíz inextirpable en la realidad misma del hombre. En efecto, la relación con Dios es elemento constitutivo del mismo «ser» y «existir» del hombre: es en Dios donde nosotros «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 28). Si no todos creen en esa verdad, los que están convencidos de ella tienen el derecho a ser respetados en la fe y en la elección de vida, individual o comunitaria, que de ella derivan. Esto es el derecho a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa, cuyo reconocimiento efectivo está entre los bienes más altos y los deberes más graves de todo pueblo que verdaderamente quiera asegurar el bien de la persona y de la sociedad. «La libertad religiosa, exigencia insuprimible de la dignidad de todo hombre, es piedra angular del edificio de los derechos humanos y, por tanto, es un factor insustituible del bien de la persona y de toda la sociedad, así como de la propia realización de cada uno. De ello resulta que la libertad, de los individuos y de las comunidades, de profesar y practicar la propia religión es un elemento esencial de la pacífica convivencia de los hombres (...). El derecho civil y social a la libertad religiosa, en cuanto alcanza la esfera más íntima del espíritu, se revela punto de referencia y, en cierto modo, se convierte en medida de los otros derechos fundamentales»[141].

El Sínodo no ha olvidado a tantos hermanos y hermanas que todavía no gozan de tal derecho y que deben afrontar contradicciones, marginación, sufrimientos, persecuciones, y tal vez la muerte a causa de la confesión de la fe. En su mayoría son hermanos y hermanas del laicado cristiano. El anuncio del Evangelio y el testimonio cristiano de la vida en el sufrimiento y en el martirio constituyen el ápice del apostolado de los discípulos de Cristo, de modo análogo a como el amor a Jesucristo hasta la entrega de la propia vida constituye un manantial de extraordinaria fecundidad para la edificación de la Iglesia. La mística vid corrobora así su lozanía, tal como ya hacía notar San Agustín: «Pero aquella vid, como había sido preanunciado por los Profetas y por el mismo Señor, que esparcía por todo el mundo sus fructuosos sarmientos, tanto más se hacía lozana cuanto más era irrigada por la mucha sangre de los mártires»[142].

Toda la Iglesia está profundamente agradecida por este ejemplo y por este don. En estos hijos suyos encuentra motivo para renovar su brío de vida santa y apostólica. En este sentido los Padres sinodales han considerado como un especial deber «dar las gracias a los laicos que viven como incansables testigos de la fe, en fiel unión con la Sede Apostólica, a pesar de las restricciones de la libertad y de estar privados de ministros sagrados. Ellos se lo juegan todo, incluso la vida. De este modo, los laicos testifican una propiedad esencial de la Iglesia: la Iglesia de Dios nace de la gracia de Dios, y esto se manifiesta del modo más sublime en el martirio»[143].

Todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre el respeto a la dignidad personal y sobre el reconocimiento de los derechos humanos afecta sin duda a la responsabilidad de cada cristiano, de cada hombre. Pero inmediatamente hemos de hacer notar cómo este problema reviste hoy una dimensión mundial. En efecto, es una cuestión que ahora atañe a enteros grupos humanos; más aún, a pueblos enteros que son violentamente vilipendiados en sus derechos fundamentales. De aquí la existencia de esas formas de desigualdad de desarrollo entre los diversos Mundos, que han sido abiertamente denunciados en la reciente Encíclica Sollicitudo rei socialis.

El respeto a la persona humana va más allá de la exigencia de una moral individual y se coloca como criterio base, como pilar fundamental para la estructuración de la misma sociedad, estando la sociedad enteramente dirigida hacia la persona.

Así, íntimamente unida a la responsabilidad de servir a la persona, está la responsabilidad de servir a la sociedad como responsabilidad general de aquella animación cristiana del orden temporal, a la que son llamados los fieles laicos según sus propias y específicas modalidades.


[141] Juan Pablo II, Mensaje de la XXI Jornada Mundial de la Paz (8 Diciembre 1987): AAS 80 (1988) 278 y 280.

[142] San Agustín, De Catech. Rud., XXIV, 44: CCL 46, 168.

[143] Propositio 32.