jueves, 3 de abril de 2025

SANTORAL - SAN ISIDORO DE SEVILLA

04 de Abril


    Queridos hermanos y hermanas: Hoy quisiera hablar de san Isidoro de Sevilla: era hermano menor de Leandro, obispo de Sevilla, y gran amigo del Papa Gregorio Magno. Esta observación es importante, pues constituye un elemento cultural y espiritual indispensable para comprender la personalidad de Isidoro. En efecto, le debe mucho a Leandro, persona muy exigente, estudiosa y austera, que había creado en torno a su hermano menor un contexto familiar caracterizado por las exigencias ascéticas propias de un monje y por los ritmos de trabajo exigidos por una seria entrega al estudio.

    Además, Leandro se había preocupado por disponer lo necesario para afrontar la situación político-social del momento: en aquellas décadas los visigodos, bárbaros y arianos, habían invadido la península ibérica y se habían adueñado de los territorios que pertenecían al Imperio Romano.

    Era necesario conquistarlos a la romanidad y al catolicismo. La casa de Leandro y de Isidoro contaba con una biblioteca sumamente rica de obras clásicas, paganas y cristianas. Isidoro, que sentía la atracción tanto de unas como de otras, aprendió bajo la responsabilidad de su hermano mayor una disciplina férrea para dedicarse a su estudio, con discernimiento. En la sede episcopal de Sevilla se vivía, por tanto, en un clima sereno y abierto.

    Lo podemos deducir a partir de los intereses culturales y espirituales de Isidoro, tal y como emergen de sus mismas obras, que comprenden un conocimiento enciclopédico de la cultura clásica pagana y un conocimiento profundo de la cultura cristiana. De este modo se explica el eclecticismo que caracteriza la producción literaria de Isidoro, el cual pasa con suma facilidad de Marcial a Agustín, de Cicerón a Gregorio Magno.

    La lucha interior que tuvo que afrontar el joven Isidoro, que se convirtió en sucesor del hermano Leandro en la cátedra episcopal de Sevilla, en el año 599, no fue ni mucho menos fácil. Quizá se debe a esta lucha constante consigo mismo la impresión de un exceso de voluntarismo que se percibe leyendo las obras de este gran autor, considerado como el último de los padres cristianos de la antigüedad.

    Pocos años después de su muerte, que tuvo lugar en el año 636, el Concilio de Toledo (653) le definió: "Ilustre maestro de nuestra época, y gloria de la Iglesia católica". Isidoro fue, sin duda, un hombre de contraposiciones dialécticas acentuadas. E incluso, en su vida personal, experimentó un conflicto interior permanente, sumamente parecido al que ya habían vivido san Gregorio Magno y san Agustín, entre el deseo de soledad, para dedicarse únicamente a la meditación de la Palabra de Dios, y las exigencias de la caridad hacia los hermanos de cuya salvación se sentía encargado, como obispo.

    Por ejemplo, sobre los responsables de la Iglesia escribe: "El responsable de una Iglesia (vir ecclesiasticus) por una parte tiene que dejarse crucificar al mundo con la mortificación de la carne, y por otra, tiene que aceptar la decisión del orden eclesiástico, cuando procede de la voluntad de Dios, de dedicarse al gobierno con humildad, aunque no quisiera hacerlo" (Libro de las Sentencias III, 33, 1: PL 83, col. 705 B).

    Y añade un párrafo después: "Los hombres de Dios (sancti viri) no desean ni mucho menos dedicarse a las cosas seculares y gimen cuando, por un misterioso designio divino, se les encargan ciertas responsabilidades... Hacen todo lo posible para evitarlas, pero aceptan aquello que no quisieran y hacen lo que habrían querido evitar. Entran así en el secreto del corazón y allí, adentro, tratan de comprender qué es lo que les pide la misteriosa voluntad de Dios.

    Y cuando se dan cuenta de que tienen que someterse a los designios de Dios, agachan la cabeza del corazón bajo el yugo de la decisión divina" (Libro de las Sentencias III, 33, 3: PL 83, col. 705-706). Para comprender mejor a Isidoro es necesario recordar, ante todo, la complejidad de las situaciones políticas de su tiempo, que antes mencionaba: durante los años de la niñez había tenido que experimentar la amargura del exilio.

    A pesar de ello, estaba lleno de entusiasmo: experimentaba la pasión de contribuir a la formación de un pueblo que encontraba finalmente su unidad, tanto a nivel político como religioso, con la conversión providencial del heredero al trono, el visigodo Ermenegildo, del arrianismo a la fe católica. Sin embargo, no hay que minusvalorar la enorme dificultad que supone afrontar de manera adecuada los problemas sumamente graves, como los de las relaciones con los herejes y con los judíos.

    Toda una serie de problemas que resultan también hoy muy concretos, si pensamos en lo que sucede en algunas regiones donde parecen replantearse situaciones muy parecidas a las de la península ibérica del siglo VI. La riqueza de los conocimientos culturales de que disponía Isidoro le permitía confrontar continuamente la novedad cristiana con la herencia clásica grecorromana. Más que el don precioso de la síntesis, parece que tenía el de la collatio, es decir, la recopilación, que se expresaba en una extraordinaria erudición personal, no siempre tan ordenada como se hubiera podido desear. En todo caso, hay que admirar su preocupación por no dejar de lado nada de lo que la experiencia humana produjo en la historia de su patria y del mundo. No hubiera querido perder nada de lo que el ser humano aprendió en las épocas antiguas, ya fueran éstas paganas, judías o cristianas.

    Por tanto, no debe sorprender el que, al perseguir este objetivo, no lograra transmitir adecuadamente, como él hubiera querido, los conocimientos que poseía, a través de las aguas purificadoras de la fe cristiana. Sin embargo, según las intenciones de Isidoro, las propuestas que presenta siempre están en sintonía con la fe católica, defendida por él con firmeza. Percibe la complejidad en la discusión de los problemas teológicos y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa. Esto ha permitido a creyentes a través de los siglos hasta nuestros días servirse con gratitud de sus definiciones. Un ejemplo significativo en este sentido es la enseñanza de Isidoro sobre las relaciones entre vida activa y vida contemplativa.

    Escribe: "Quienes tratan de lograr el descanso de la contemplación tienen que entrenarse antes en el estadio de la vida activa; de este modo, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar ese corazón puro que permite ver a Dios" (Diferencias II, 34, 133: PL 83, col 91A). El realismo de auténtico pastor le convence del riesgo que corren los fieles de vivir una vida reducida a una sola dimensión. Por este motivo, añade: "El camino intermedio, compuesto por una y otra forma de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas cuestiones, que con frecuencia se agudizan con la opción por un sólo tipo de vida; sin embargo, son mejor moderadas por una alternancia de las dos formas" (o.c., 134: ivi, col 91B). Isidoro busca la confirmación definitiva de una orientación adecuada de vida en el ejemplo de Cristo y dice: "El Salvador Jesús nos ofreció el ejemplo de la vida activa, cuando durante el día se dedicaba a ofrecer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración" (o.c. 134: ivi).

    A la luz de este ejemplo del divino Maestro, Isidoro ofrece esta precisa enseñanza moral: "Por este motivo, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación, sin negarse a la vida activa. Comportarse de otra manera no sería justo. De hecho, así como hay que amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Es imposible, por tanto, vivir sin una ni otra forma de vida, ni es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra" (o.c., 135: ivi, col 91C). Considero que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de Dios, el diálogo con Dios en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura, así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo. Esta síntesis es la lección que nos deja el gran obispo de Sevilla a los cristianos de hoy, llamados a testimoniar a Cristo al inicio del nuevo milenio.

Benedicto XVI; San Isidoro de Sevilla

Oremos

    Señor, Dios todopoderoso, tú elegiste a San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, para que fuese testimonio y fuente del humano saber; concédenos, por su intercesión, una búsqueda atenta y una aceptación generosa de tu eterna verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

-FRASE DEL DÍA-



 

miércoles, 2 de abril de 2025

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 03 de Abril - San Juan 5,31-47.

 

    Libro del Exodo 32,7-14.

    El Señor dijo a Moisés: "Baja en seguida, porque tu pueblo, ese que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido.
    Ellos se han apartado rápidamente del camino que yo les había señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: "Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto".
    Luego le siguió diciendo: "Ya veo que este es un pueblo obstinado.
    Por eso, déjame obrar: mi ira arderá contra ellos y los exterminaré. De ti, en cambio, suscitaré una gran nación".
    Pero Moisés trató de aplacar al Señor con estas palabras: "¿Por qué, Señor, arderá tu ira contra tu pueblo, ese pueblo que tú mismo hiciste salir de Egipto con gran firmeza y mano poderosa?
    ¿Por qué tendrán que decir los egipcios: "El los sacó con la perversa intención de hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra?". Deja de lado tu indignación y arrepiéntete del mal que quieres infligir a tu pueblo.
    Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Jacob, tus servidores, a quienes juraste por ti mismo diciendo: "Yo multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo, y les daré toda esta tierra de la que hablé, para que la tengan siempre como herencia".
    Y el Señor se arrepintió del mal con que había amenazado a su pueblo.


Salmo 106(105),19-20.21-22.23.

¡Acuérdate de tus promesas, Señor!

En Horeb se fabricaron un ternero,
adoraron una estatua de metal fundido:
así cambiaron su Gloria
por la imagen de un toro que come pasto.

Olvidaron a Dios, que los había salvado
y había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en la tierra de Cam
y portentos junto al Mar Rojo.

El Señor amenazó con destruirlos,
pero Moisés, su elegido,
se mantuvo firme en la brecha
para aplacar su enojo destructor.


    Evangelio según San Juan 5,31-47.

    Jesús dijo a los judíos: Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no valdría.
    Pero hay otro que da testimonio de mí, y yo sé que ese testimonio es verdadero.
    Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad.
    No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes.
    Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz.
    Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado.
    Y el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no permanece en ustedes, porque no creen al que él envió.
    Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí, y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida.
    Mi gloria no viene de los hombres.
    Además, yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes.
    He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben, pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir.
    ¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que sólo viene de Dios?
    No piensen que soy yo el que los acusaré ante el Padre; el que los acusará será Moisés, en el que ustedes han puesto su esperanza.
    Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí.
    Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 03 de Abril - "Testigos de Cristo"


San Cirilo de Jerusalén (313-350) obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia Catequesis bautismal 10,19 (Les catéchèses, coll. Les Pères dans la foi 53-54, Migne, 1993) 


"Testigos de Cristo"
            
    Mis amados, son numerosos los testimonios verídicos sobre Cristo. Testimonio del Padre, viniendo del cielo, en cuanto a su Hijo. Testimonio del Espíritu Santo, que desciende bajo la forma corporal de una paloma. Testimonio de Gabriel arcángel, anunciando a María la Buena Noticia. Testimonio de la Virgen, Madre de Dios, testimonio del bendecido lugar del pesebre. (…) Juan Bautista es testigo, el más grande de los profetas, introductor de la Nueva Alianza y en cierta forma en su persona une las dos Alianzas, la Antigua y la Nueva. 
           
     Entre los ríos, el Jordán es testigo, y entre los mares es testigo el mar de Tiberíades. Los ciegos, los cojos, son testigos y los muertos resucitan. Los demonios testimonian diciendo “Sabemos quién eres: el Santo de Dios” (Mc1,24). Son testigos los vientos llevados al orden y al silencio. Son testigos los cinco panes que fueron multiplicados para cinco mil personas. (…) Los enemigos de ese tiempo testimonian y entre ellos, el bienaventurado Pablo, enemigo de un instante, esclavo por largo tiempo. Los doce apóstoles son testigos y han proclamado la verdad, no solamente en palabras sino por suplicios y muerte. (…)

    Todos ellos y numerosos otros, son todos testigos. Cristo, sostenido por tantos testimonios ¿encuentra todavía la incredulidad? Si alguien permanecía incrédulo aún, que crea desde ahora. Si alguien era ya creyente, que progrese en la fe, creyendo en nuestro Señor Jesucristo, sabiendo de quien lleva el nombre. Eres llamado “cristiano", respeta tu nombre. ¡Que tus bellas obras brillen ante los hombres, para que a su vista, los hombres glorifiquen en Cristo Jesús nuestro Señor, al Padre de los cielos, a quien es la gloria ahora y por los siglos de los siglos! Amén. 

SANTORAL - SAN RICARDO DE CHICHESTER, OBISPO

 03 de Abril


     Ricardo de Wyche, o Ricardo de Burford, como se le llama algunas veces, nació hacia 1197, en Wyche (actualmente Droitwich), ciudad famosa entonces por sus fuentes de agua salada. Su padre era un modesto caballero que poseía algunas tierras; pero tanto el padre como la madre de san Ricardo murieron cuando sus hijos eran todavía pequeños, y las posesiones perdieron todo su valor por el descuido del hombre a quien se confiaron. Ricardo era el menor de los hijos. Aunque era muy dado al estudio desde niño, tenía un temperamento más vivo que su hermano; cuando se dio cuenta del estado en que se hallaban sus tierras, tomó el arado y se puso a trabajar como simple campesino hasta que, con su industriosidad y buena administración, logró rehacer la fortuna de la familia. En un arranque de gratitud, Roberto, su hermano, le cedió los títulos de las posesiones; pero cuando Ricardo descubrió que quería casarlo con una rica heredera, le devolvió los títulos, le cedió a la joven y partió, casi sin un centavo, a la Universidad de Oxford. La pobreza no era una vergüenza ni un obstáculo en las universidades medievales; más tarde, Ricardo consideraba sus años de Oxford como los más felices de su vida. Poco le importaba haber pasado hambres y haber sido tan pobre, que no podía permitirse el lujo de comprar leña y tenía que correr, durante el invierno, para calentarse. Y no se avergonzaba del hecho de que él y los compañeros que compartían su habitación no tuviesen más que una túnica, que vestían por turno para asistir a las clases. Lo importante era aprender y en aquella época, la Universidad de Oxford tenía maestros muy famosos; Grossatesta era profesor en la casa de estudios de los franciscanos. Por otra parte, los dominicos llegaron a Oxford en 1221 e inmediatamente atrajeron a los más brillantes talentos. No sabemos cómo se las arregló Ricardo, que era un simple estudiante, para entrar en contacto con el gran canciller de la Universidad, Edmundo Rich; pero no hay razones para dudar de que entonces empezó la amistad que habría de unirles toda la vida.

    Ricardo pasó de Oxford a París, pero volvió a su «alma mater» para recibir el título de Maestro. Algunos años más tarde, fue a Bolonia a estudiar derecho canónico en la que pasaba entonces por ser la principal escuela de derecho de Europa. Allí permaneció siete años, obtuvo el grado de doctor y se ganó la estima de todos; pero cuando uno de sus profesores trató de hacerle su heredero, casándole con su hija, Ricardo, que se sentía llamado al celibato, renunció cortésmente y volvió a Oxford. La Universidad había seguido su carrera con interés. Casi inmediatamente fue nombrado canciller de la Universidad, y poco después, san Edmundo Rich, que era ya arzobispo de Canterbury, junto con Grossatesta, que era obispo de Lincoln, le convidaron a trabajar con ellos. Ricardo aceptó la invitación de san Edmundo y se convirtió en confidente y brazo derecho suyo, ayudándole cuanto podía en su difícil cargo. El dominico Ralph Bocking, más tarde confesor y biógrafo de san Ricardo, escribe: «El uno descansaba en el otro: el santo en el santo, el maestro en el discípulo y el discípulo en el maestro, el padre en el hijo y el hijo en el padre».

    San Edmundo necesitaba mucho la ayuda y el cariño de su canciller para hacer frente a las dificultades. La principal de ellas era la reprensible e inveterada costumbre de Enrique III de mantener vacantes los beneficios eclesiásticos para gozar de las rentas, o nombrar para ellos a sus favoritos. El arzobispo hizo cuanto pudo para corregir ese estado de cosas, sin lograr nada; al fin se retiró, ya viejo y enfermo, al monasterio cisterciense de Pontigny, a donde le acompañó Ricardo y le asistió hasta su muerte. Después, como no se sintiese llamado a permanecer en el monasterio, pasó a la casa de estudios de los dominicos de Orléans, donde ejerció el cargo de maestro durante dos años y recibió la ordenación sacerdotal, en 1243. Aunque tenía intenciones de entrar en la Orden de Santo Domingo, volvió a Inglaterra, no sabemos por qué, a trabajar en una parroquia de Deal. Muy probablemente, san Edmundo, siendo arzobispo, le había concedido las rentas de ese beneficio. Pero un hombre de los méritos y cualidades de san Ricardo, no podía pasar inadvertido mucho tiempo y el nuevo arzobispo de Canterbury le llamó a seguir ejerciendo su antiguo cargo de canciller de la arquidiócesis.

    En 1244, murió el obispo de Chichester, Ralph Neville. Haciendo presión sobre los canónigos, Enrique III consiguió que eligiesen a Roberto Passelewe, hombre sin cualidades, quien, según Mateo Paris, «había obtenido el favor regio mediante una transacción injusta que había añadido algunos miles de marcos al tesoro real». El arzobispo de Canterbury, Bonifacio de Saboya, se negó a confirmar la elección y reunió a sus sufragáneos en capítulo, el cual declaró inválida la elección y escogió a Ricardo, que era el candidato del primado, para ocupar la sede. El rey montó en cólera al oír la noticia; retuvo todos los beneficios de la diócesis y prohibió que se admitiese a san Ricardo en cualquier baronato o posesión secular de su diócesis. En vano intentó el obispo entrevistarse con el monarca en dos ocasiones: no logró obtener ni la confirmación de su elección, ni la devolución de los beneficios a los que tenía derecho. Finalmente, el obispo y el rey presentaron el caso al papa Inocencio IV, que estaba entonces en Lyon, presidiendo el Concilio. El Papa resolvió en favor de san Ricardo y le consagró el 5 de marzo de 1245. Al llegar a Inglaterra, san Ricardo se encontró con la noticia de que el rey, lejos de renunciar a las rentas de los beneficios, había dado la orden de que nadie le prestase dinero ni le ofreciese albergue. El obispo encontró las puertas del palacio de Chichester cerradas. Los que hubiesen podido ayudarle temían la ira del rey. El santo habría tenido que errar por su diócesis como un vagabundo, a no ser por un buen sacerdote, llamado Simón de Tarring, que le ofreció su casa. San Ricardo, según la expresión de Bocking, «se albergó en aquella hospitalaria casa, compartiendo la comida con un extraño y calentando sus pies al calor de un hogar ajeno».

    Teniendo esa modesta casa por residencia, san Ricardo trabajó dos años como obispo misionero. Visitaba a los pescadores y campesinos, viajaba casi siempre a pie y aun así logró reunir varios sínodos a pesar de las dificultades, según consta por las «Constituciones de San Ricardo», colección de las leyes eclesiásticas que el santo dictó para acabar con los abusos de la época. Finalmente, amenazado por el papa con la excomunión, Enrique III reconoció al obispo y le devolvió los beneficios, aunque nunca le pagó las rentas atrasadas. Con ello cambió totalmente la posición de san Ricardo, quien, una vez entronizado, pudo ofrecer la generosa hospitalidad y dar las espléndidas limosnas acostumbradas por los prelados medievales. Pero lo que no cambió fue la austeridad personal del santo; en tanto que sus huéspedes comían ricamente, el obispo observaba su modesta dieta, de la que estaban excluidos el pescado y la carne. Cuando veía que sus criados llevaban a la cocina los pollos y los corderos, decía con cierta tristeza no exenta de humor: «¡Pobres criaturas. Si pudiérais razonar y hablar, cómo nos maldeciríais porque os condenamos a muerte, sin que lo hayáis merecido!» Los vestidos del santo obispo eran lo más sencillo posible, en vez de pieles finas usaba lana y en el interior, llevaba una camisa de pelo y una especie de coraza de acero.

    Durante los ocho años que duró su gobierno, se ganó el afecto de su pueblo; pero, aunque era muy paternal, se mostraba muy severo con la avaricia, la herejía y la inmoralidad del clero. Ni siquiera la intercesión del arzobispo y del rey lograron que suavizara el castigo que había impuesto a un sacerdote que había cometido un pecado contra la castidad. Tenía tal horror al nepotismo, que jamás dio la preferencia a sus conocidos, alegando el ejemplo del Divino Pastor que no dio las llaves del cielo a su primo san Juan, sino a san Pedro. Cuando el mayordomo de su casa anunció al obispo que sus limosnas eran más grandes que sus rentas, éste le dio la orden de vender las vajillas de oro y de plata. «También puedes vender mi caballo, agregó; como es robusto, te darán un buen precio; tráeme el dinero para darlo a los pobres». San Ricardo tenía la más baja opinión de sí mismo y de sus propias fuerzas; alguien ha hecho notar que casi todos los numerosos milagros que obró, los hizo a petición de otros. A las abrumadoras cargas de su oficio, el papa añadió la de que predicara una Cruzada contra los sarracenos. Precisamente cuando san Ricardo volvió a Dover, después de una intensa campaña de predicación en la costa, le sobrecogió su última enfermedad. Murió en una casa para sacerdotes pobres y peregrinos, llamada la «Maison Dieu», acompañado por Ralph Bocking, Símón de Tarring y otros fieles amigos. Tenía entonces cincuenta y cinco años de edad. Fue canonizado nueve años después. No se conserva en Chichester ningún vestigio de sus reliquias ni de su tumba. Las diócesis de Westminster, Birmingham y Southwark celebran la fiesta de San Ricardo.

   Fecha de canonización: 22 de enero de 1262 por el Papa Urbano IV.

Oremos

    Te damos gracias. Señor Jesucristo. por todos los beneficios que me has dado, por todos los dolores e insultos que me has dado. Oh, misericordioso Redentor, amigo y hermano, ¿puedo conocerte más claramente? Te amo con más cariño. Y te sigo ahora más de cerca. día a día. San Ricardo de Chinchester, ruega por nosotros. Amén. 

-FRASE DEL DÍA-



 

martes, 1 de abril de 2025

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 02 de Abril - San Juan 5,17-30.


   Libro de Isaías 49,8-15.

    Así habla el Señor: En el tiempo favorable, yo te respondí, en el día de la salvación, te socorrí. Yo te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir las herencias devastadas, para decir a los cautivos: "¡Salgan!", y a los que están en las tinieblas: "¡Manifiéstense!". Ellos se apacentarán a lo largo de los caminos, tendrán sus pastizales hasta en las cumbres desiertas.
    No tendrán hambre, ni sufrirán sed, el viento ardiente y el sol no los dañarán, porque el que se compadece de ellos los guiará y los llevará hasta las vertientes de agua.
     De todas mis montañas yo haré un camino y mis senderos serán nivelados.
     Sí, ahí vienen de lejos, unos del norte y del oeste, y otros, del país de Siním.
    ¡Griten de alegría, cielos, regocíjate, tierra! ¡Montañas, prorrumpan en gritos de alegría, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de sus pobres!
    Sión decía: "El Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí".
    ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!


Salmo 145(144),8-9.13cd-14.17-18.

El Señor es bondadoso y compasivo.

El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
el Señor es bueno con todos
y tiene compasión de todas sus criaturas.

El Señor es fiel en todas sus palabras
y bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que caen
y endereza a los que están encorvados.

El Señor es justo en todos sus caminos
y bondadoso en todas sus acciones;
El Señor está cerca de aquellos que lo invocan,
de aquellos que lo invocan de verdad.


    Evangelio según San Juan 5,17-30.

    Jesús dijo a los judíos: "Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo".
    Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre.
    Entonces Jesús tomó la palabra diciendo: "Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo.
    Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados.
    Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida al que él quiere.
    Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo juicio en manos de su Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió.
    Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida.
    Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán.
    Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre.
    No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio.
    Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 02 de Abril - «Los que están en las tumbas oirán su voz»


San Pedro Crisólogo Sermón: Resonó su voz en las entrañas de la muerte 53: PL 52, 375, CCL 241, 498


«Los que están en las tumbas oirán su voz» 

    El Señor había resucitado a la hija de Jairo, pero cuando el cadáver estaba todavía caliente, cuando la muerte estaba sólo a la mitad de su obra (Mt 9,18s)... Resucitó también al hijo único de una madre, reteniendo la camilla, tomando la delantera a la tumba, antes de que este muerto entrara completamente en la ley de la muerte (Lc 7,11s). Pero lo que pasó a propósito de Lázaro es único: Lázaro, en el que toda la fuerza de la muerte ha sido cumplida y en el que también resplandece la imagen completa de la resurrección... En efecto Cristo resucitó al tercer día como Señor; Lázaro, como servidor, ha sido devuelto a la vida el cuarto día ...

    El Señor decía y repetía a sus discípulos: "Estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que sea objeto de burla, para que sea flagelado y crucificado" (Mt 20,18s). Y cuando decía esto, los veía volverse indecisos, tristes, sin consuelo. Sabía que hacía falta que fueran agobiados por el peso de la Pasión, hasta que no quedara nada en ellos de su vida, nada de su fe, nada de su propia luz, sino que al contrario su corazón fuera oscurecido por la noche casi total de su falta de fe.

    Por eso prolongó hasta cuatro días la muerte de Lázaro... De ahí, lo que les dice el Señor a sus discípulos: "Lázaro está muerto, y me alegro de que por vosotros, no he estado allí" (v. 15) - "Para que vosotros tengáis fe». La muerte de Lázaro era necesaria, para que con Lázaro la fe de los discípulos también saliera de la tumba.

    "Ya que no estaba allí. "¿Y había un lugar donde Cristo no estuviera?... Cristo - Dios estaba allí, hermanos míos, pero Cristo-hombre no estaba allí. Cristo - Dios estaba allí cuando Lázaro moría, pero ahora Cristo iba a acercarse al muerto, ya que Cristo, el Señor iba a entrar en la muerte: " en la muerte, en la tumba, en los infiernos, es allí donde hace falta que todo el poder de la muerte sea abatido, por mí y por mi muerte".

SANTORAL - SAN FRANCISCO DE PAULA

02 de Abril


    San Francisco de Paula, ermitaño, fundador de la Orden de los Mínimos en Calabria, prescribiendo a sus discípulos que viviesen de limosnas, no teniendo propiedad ni manipulando dinero, y que utilizasen sólo alimentos cuaresmales. Llamado a Francia por el rey Luis XI, le asistió en el lecho de muerte, y célebre por la austeridad de vida, murió a su vez en Plessis-les-Tours, junto a Tours.

    San Francisco de Paula, fundador. (1508). Nació en Italia, en 1416. Le pusieron por nombre Francisco porque sus padres habían deseado por quince años tener un hijo, y al fin, al rezarle a San Francisco de Asís, obtuvieron que naciera este niño. Cuando tenía unos pocos años se enfermó gravemente de los ojos. Se encomendó junto con sus padres a San Francisco y este Santo le obtuvo de Dios la curación. En acción de gracias se fue a los 14 años en peregrinación a Asís, y allá recibió la inspiración de irse de ermitaño solitario a rezar y a hacer penitencia en la soledad de un monte.

    Pidió permiso a sus papás y por cinco años estuvo escondido en la montaña, rezando, meditando y alimentándose solamente de agua y de yerbas silvestres y durmiendo sobre el duro suelo, teniendo por almohada una piedra. Varios hombres más se fueron a seguir su ejemplo y Francisco tuvo que fundar varias casas para sus religiosos. Y en todos sus conventos puso una consigna o ley que había que cumplir siempre: "Cuaresma perpetua". Miles de hombres decidieron abandonar la vida pecaminosa del mundo e irse a la Comunidad religiosa fundada por San Francisco de Paula, les puso el nombre de "hermanos Mínimos". El Sumo Pontífice envió un delegado para que averiguara qué tan segura y cierta era la santidad de Francisco.

    El delegado pontificio le preguntó si sus religiosos serían capaces de resistir toda la vida a ese reglamento tan severo que les prohibía comer carne, queso, leche y huevos y tomar licores. El Papa Pablo VI dijo en 1977 que San Francisco de Paula es un verdadero modelo para los que tienen que llamarles la atención a los gobernantes que abusan de su poder y que malgastan en gastos innecesarios el dinero que deberían emplear en favor de los pobres. San Francisco solía decirles que en el día del juicio le dirían aquellas palabras que Jesús, Dios nuestro Señor dijo en el Evangelio: "Dame cuenta de tu administración" (Lc. 16,2). Y les repetía lo que decía San Pablo: "Cada uno tendrá que presentarse ante el tribunal de Dios, para darle cuenta de los que ha hecho, de lo bueno y de lo malo". Todo esto hacía pensar muy seriamente a muchos gobernantes y los llevaba a corregir los modos equivocados de proceder que habían tenido en el pasado. Al rey de Nápoles (Fernando el Bastardo) no le agradaba nada este modo tan franco de hablar que tenía el santo varón y dispuso mandarlo apresar. Al rey y a sus empleados les sabía cantar las cuarenta, diciéndoles que no se pueden hacer gastos en lujos mientras el pueblo se muere de hambre.

    El rey le ofreció una bandeja llena de monedas de oro para que con ese dinero construyera un convento. El santo no aceptó el tal regalo, pero tomando en sus manos una moneda de esas, la partió en dos, y de ella empezó a brotar sangre que salpicó el vestido del mandatario. El rey dobló la rodilla, y prometió que en adelante se preocuparía más por la suerte del pueblo pobre y necesitado. El rey Luis XI de Francia, que había sido bastante déspota y tirano y poco piadoso, tuvo un ataque de apoplejía (un derrame cerebral) y quedó con una enfermedad nerviosa que le hacía muy amarga su existencia y que lo puso de un mal genio tal que casi nadie se atrevía a acercársele. Luis XI le escribió al Papa Sixto IV y el Pontífice le dio la orden al santo de ir a visitar al rey enfermo. Con tristeza se despidió de su amada patria porque sabía que ya nunca más iba a volver a su bella Italia. Al llegar a Francia, las gentes se arrodillaban al verlo pasar, el hijo del rey, mandó construir una capilla en el sitio en el que por primera vez se encontró con este hombre de Dios.

    A los 67 años llega el santo a Francia. El rey lo recibe postrándose ante sus pies y le suplica: "Padre mío: obténgame de Dios que me devuelva la salud y que me conceda unos años más de vida" Pero San Francisco le responde: "Cada uno, cuando le llega el tiempo prefijado por Dios, tiene que disponerse a partir hacia la eternidad, aunque sea un rey muy poderoso. Pero lo que el Señor quiere concederle ahora es la salud de su alma". Y siguieron varios días de charlas muy afectuosas e íntimas entre el enfermo agonizante y el Santo de Dios. Y Luis XI no consiguió la salud de su cuerpo, pero sí su conversión y la salud de su alma, tuvo la suerte incomparable de ser asistido por un santo en su última enfermedad. Y el rey quedó tan agradecido que nombró a Francisco de Paula como director espiritual de su hijo, el futuro Carlos VIII, rey de Francia. Nuestro santo tuvo que quedarse por el resto de su vida, sus último 24 años, misionando en Francia y allí consiguió muchísimas vocaciones para su comunidad de religiosos y convirtió multitud de pecadores.

    El Viernes Santo, 2 de abril de 1507, después de hacer que le leyeran la Pasión de Jesucristo según el Evangelio de San Juan, se quedó plácidamente dormido con el sueño de la muerte, y pasó a la eternidad a recibir el premio de sus virtudes. El pueblo empezó inmediatamente a proclamarlo como santo y los milagros empezaron a sucederse por montones. Doce años después de su muerte, fue proclamado santo por el Sumo Pontífice León X (en 1519). Y es un dato curioso, que un santo que jamás comía carne, ni huevos ni leche, ni tomaba licor alguno, llegó en plena robustez hasta los 91 años de edad.

Oremos

    Caritativo y venturoso San Francisco de Paula, tú que fuiste elevado a la gloria de los santos, y velas con amor y caridad por los que a ti acudimos, consigue también de Dios Misericordioso que caminando santamente durante esta peregrinación terrena, merezcamos gozar contigo de los inefables gozos de la divinidad en la plenitud de la eterna bienaventuranza. Espero confiadamente alcanzar estas gracias con tu eficaz y poderosa ayuda y protección y la maternal intercesión de la Santísima Virgen María, en virtud de los méritos infinitos de nuestro Señor Jesucristo. Amén

-FRASE DEL DÍA-