jueves, 17 de octubre de 2024

FIESTA DE SAN LUCAS EVANGELISTA

18 de Octubre


    Lucas significa: "luminoso, iluminado" (viene del latín "luce" = luz). San Lucas escribió dos libros muy famosos: el tercer Evangelio y Los Hechos de los apóstoles. Es un escritor muy agradable, y el que tiene el estilo más hermoso en el Nuevo Testamento. Sus dos pequeños libros se leen con verdadero agrado.

    Era médico. San Pablo lo llama "Lucas, el médico muy amado", y probablemente cuidaba de la quebrantada salud del gran apóstol. Era compañero de viajes de San Pablo. En los Hechos de los apóstoles, al narrar los grandes viajes del Apóstol, habla en plural diciendo "fuimos a... navegamos a..." Y va narrando con todo detalle los sucesos tan impresionantes que le sucedieron a San Pablo en sus 4 famosos viajes. Lucas acompañó a San Pablo cuando éste estuvo prisionero, primero dos años en Cesarea y después otros dos en Roma. Es el único escritor del Nuevo Testamento que no es israelita. Era griego.

    El poeta Dante le dio a San Lucas este apelativo: "el que describe la amabilidad de Cristo". Y con razón el Cardenal Mercier cuando un alumno le dijo: "Por favor aconséjeme cuál es el mejor libro que se ha escrito acerca de Jesucristo", le respondió: "El mejor libro que se ha escrito acerca de Jesucristo se llama: El Evangelio de San Lucas". Un autor llamó a este escrito: "El libro más encantador del mundo".

    Como era médico era muy comprensivo. Dicen que un teórico de oficina, ve a las gentes mejor de lo que son. Un sociólogo las ve peor de lo que son en realidad. Pero el médico ve a cada uno tal cual es. San Lucas veía a las personas tal cual son (mitad debilidad y mitad buena voluntad) y las amaba y las comprendía.

    En su evangelio demuestra una gran estimación por la mujer. Todas las mujeres que allí aparecen son amables y Jesús siempre les demuestra gran aprecio y verdadera comprensión. Su evangelio es el más fácil de leer, de todos los cuatro. Son 1,200 renglones escritos en excelente estilo literario. Lo han llamado "el evangelio de los pobres", porque allí aparece Jesús prefiriendo siempre a los pequeños, a los enfermos, a los pobres y a los pecadores arrepentidos. Es un Jesús que corre al encuentro de aquellos para quienes la vida es más dura y angustiosa.

    También se ha llamado: "el evangelio de la oración", porque presenta a Jesús orando en todos los grandes momentos de su vida e insistiendo continuamente en la necesidad de orar siempre y de no cansarse de orar. Otro nombre que le han dado a su escrito es el "evangelio de los pecadores", porque presenta siempre a Jesús infinitamente comprensivo con los que han sido víctimas de las pasiones humanas. San Lucas quiere insistir en que el amor de Dios no tiene límites ni rechaza a quien desea arrepentirse y cambiar de vida. Por eso los pecadores leen con tanto agrado y consuelo el evangelio de San Lucas. Es que fue escrito pensando en ellos.

    Su evangelio es el que narra los hechos de la infancia de Jesús, y en él se han inspirado los más famosos pintores para representar en imágenes tan amables escenas. Dicen que murió soltero, a la edad de 84 años, después de haber gastado su vida en hacer conocer y amar a Nuestro Señor Jesucristo.

Oremos

    ¡Oh Dios, que sanas las enfermedades de tu pueblo, y que llamaste a Lucas, el médico amado, para que fuese uno, de tus evangelistas! Concédenos que en la saludable doctrina de tu Palabra transmitida por él, hallen nuestras almas la medicina eficaz para todas tus dolencias; por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

-FRASE DEL DÍA-

 


miércoles, 16 de octubre de 2024

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 17 de Octubre - San Lucas 11,47-54


    Carta de San Pablo a los Efesios 1,1-10.

    Pablo, Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, saluda a los santos que creen en Cristo Jesús.
    Llegue a ustedes la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
    Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.
    El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido.
    En él hemos sido redimidos por su sangre y hemos recibido el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, que Dios derramó sobre nosotros, dándonos toda sabiduría y entendimiento.
    El nos hizo conocer el misterio de su voluntad, conforme al designio misericordioso que estableció de antemano en Cristo, para que se cumpliera en la plenitud de los tiempos: reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo.


Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4.5-6.

Canten al Señor un canto nuevo,
porque él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria.

El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos.

Canten al Señor con el arpa
y al son de instrumentos musicales;
con clarines y sonidos de trompeta
aclamen al Señor, que es Rey.


    Evangelio según San Lucas 11,47-54.

   Dijo el Señor: «¡Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado!

    Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros.

    Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos.

    Así se pedirá cuenta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto.

    ¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden.»

    Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 17 de Octubre - «A algunos los matarán y los perseguirán»


San Gregorio Nacianceno, obispo y doctor de la Iglesia Discurso: No desprecies a Cristo. Tercer discurso teológico.


«A algunos los matarán y los perseguirán» 

    Aquel que desprecias ahora fue en su momento superior a ti. Aquel que es hombre ahora fue eternamente perfecto anteriormente. Está en el principio sin causa. Luego se sometió a las contingencias de este mundo… Para salvarte, tú que le insultas, tú que desprecias a Dios porque ha tomado tu basta naturaleza…

    Lo envolvieron en pañales… se levantó de la tumba y se liberó de las vendas de la muerte… Lo acostaron en un pesebre y fue glorificado por los ángeles, anunciado por una estrella, adorado por los magos… Huyó a Egipto, pero liberó a los egipcios de sus supersticiones… Ha conocido la fatiga y es el descanso para todos los que acuden a él… Se deja llamar “samaritano y poseído por el diablo” pero él cura al que cae en manos de bandoleros y salva a los hombres de los espíritus malignos… Él ora y escucha las oraciones de los hombres. Llora y enjuga las lágrimas de los otros. Fue vendido por un precio y rescata el mundo a un precio: su propia sangre.

    Como una oveja que se lleva al matadero, él conduce a las ovejas de Israel a buenos pastizales. Como una oveja que no abre la boca, siendo él la Palabra anunciada por la voz de aquel que llama en el desierto. Fue herido y llagado y cura toda enfermedad y toda debilidad. Fue levantado en el madero, clavado en la cruz, él que restauró nuestra dignidad en el árbol de la vida… Muere pero da vida destruyendo la muerte. Fue sepultado pero resucitó y, subiendo a los cielos, libra a las almas del infierno.

SANTORAL - SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA

17 de Octubre


    Memoria de San Ignacio, obispo y mártir, discípulo del apóstol San Juan y segundo sucesor de san Pedro en la sede de Antioquía, que en tiempo del emperador Trajano fue condenado al suplicio de las fieras y trasladado a Roma, donde consumó su glorioso martirio. Durante el viaje, mientras experimentaba la ferocidad de sus centinelas, semejante a la de los leopardos, escribió siete cartas dirigidas a diversas Iglesias, en las cuales exhortaba a los hermanos a servir a Dios unidos con el propio obispo, y a que no le impidiesen poder ser inmolado como víctima por Cristo. San Ignacio, llamado Teóforo, «el que lleva a Dios», fue probablemente un converso, discípulo de san Juan Evangelista; los datos históricos fidedignos sobre sus primeros años son pocos. De acuerdo con algunos escritores antiguos, los apóstoles san Pedro y san Pablo ordenaron que sucediera a san Evodio como obispo de Antioquía, cargo que conservó por cuarenta años, y en el cual brilló como pastor ejemplar. El historiador eclesiástico Sócrates dice que introdujo o divulgó en su diócesis el canto de antífonas, hecho poco probable. La paz de que gozaron los cristianos al morir Domiciano (año 96), duró únicamente los quince meses del reinado de Nerva y bajo Trajano se reanudó lo persecución. En una interesante carta del emperador a Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, se establecía el principio de que los cristianos debían ser muertos, en caso de que existieran delaciones oficiales; y, en otros casos, no se les debía molestar. Trajano fue magnánimo y humanitario; pero la gratitud que lo vinculaba con sus dioses por las victorias sobre los dacios y escitas, lo llevó posteriormente a perseguir a los cristianos, que se negaban a reconocer estas divinidades. Desgraciadamente, no podemos confiar en la relación legendaria sobre el arresto de Ignacio y su entrevista personal con el emperador; sin embargo, desde época muy remota, se ha creído que el interrogatorio al que fue sometido el soldado de Cristo por Trajano, siguió aproximadamente este cauce:

Trajano: ¿Quién eres tú, espíritu malvado, que osas desobedecer mis órdenes e incitas a otros a su perdición?
Ignacio: Nadie llama a Teóforo espíritu malvado.
Trajano: ¿Quién es Teóforo?
Ignacio: El que lleva a Cristo dentro de sí.
Trajano: ¿Quiere eso decir que nosotros no llevamos dentro a los dioses que nos ayudan contra nuestros enemigos?
Ignacio: Te equivocas cuando llamas dioses a los que no son sino diablos. Hay un sólo Dios que hizo el cielo, la tierra y todas las cosas; y un solo Jesucristo, en cuyo reino deseo ardientemente ser admitido.
Trajano: ¿Te refieres al que fue crucificado bajo Poncio Pilato?
Ignacio: Sí, a Aquél que con su muerte crucificó al pecado y a su autor, y que proclamó que toda malicia diabólica ha de ser hollada por quienes lo llevan en el corazón.
Trajano: ¿Entonces tú llevas a Cristo dentro de ti?
Ignacio: Sí, porque está escrito, viviré con ellos y caminaré con ellos.

    Cuando Trajano mandó encadenar al obispo para que lo llevaran a Roma y ahí lo devoraran las fieras en las fiestas populares, el santo exclamó «te doy gracias, Señor, por haberme permitido darte esta prueba de amor perfecto y por dejar que me encadenen por Ti, como tu apóstol Pablo». Rezó por la Iglesia, la encomendó con lágrimas a Dios, y con gusto sometió sus miembros a los grillos; y lo hicieron salir apresuradamente los soldados para conducirlo a Roma.

    En Seleucia, puerto de mar, situado a unos veinticinco kilómetros de Antioquía, se embarcaron en un navío que, por razones desconocidas, fue costeando por la ribera sur y occidental del Asia Menor, en lugar de dirigirse directamente a Italia. Algunos de sus amigos cristianos de Antioquía tomaron un camino más corto, llegaron a Roma antes que él, y allí esperaron su llegada. Durante la mayor parte del trayecto acompañaron a san Ignacio el diácono Filón y Agatopo, a quienes se considera autores de las actas de su martirio. Parece que el viaje fue sumamente cruel, pues san Ignacio iba vigilado día y noche por diez soldados tan bárbaros, que san Ignacio dice eran como «diez leopardos» y añade «iba yo luchando con fieras salvajes por tierra y mar, de día y noche» y «cuando se las trataba bondadosamente, se enfurecían mas».

    Las numerosas paradas, dieron al santo oportunidad de confirmar en la fe a las iglesias cercanas a la costa de Asia Menor. Dondequiera que el barco atracaba, los cristianos enviaban sus obispos y presbíteros a saludarlo, y grandes multitudes se reunían para recibir  la bendición de aquel mártir efectivo. Se designaron también delegaciones que lo escoltaron en el camino. En Esmirna tuvo la alegría de encontrar a su antiguo condiscípulo san Policarpo; allí se reunieron también el obispo Onésimo, quien iba a la cabeza de una delegación de Éfeso, el obispo Dámaso, con enviados de Magnesia, y el obispo Polibio de Tralles. Burrus, uno de los delegados, fue tan servicial con san Ignacio, que éste pidió a los efesios que le permitieran acompañarlo. Desde Esmirna, el santo escribió cuatro cartas.

    La carta a los efesios comienza con un cálido elogio de esa iglesia. Los exhorta a permanecer en armonía con su obispo y con todo su clero, a que se reúnan con frecuencia para rezar públicamente, a ser mansos y humildes, a sufrir las injurias, sin murmurar. Los alaba por su celo contra la herejía y les recuerda que sus obras más ordinarias serían espiritualizadas, en la medida que las hicieran por Jesucristo. Los llama compañeros de viaje en su camino a Dios y les dice que llevan a Dios en su pecho. En sus cartas a las iglesias de Magnesia y Tralles habla en términos análogos y los pone sobre aviso contra el docetismo, doctrina que negaba la realidad del cuerpo de Cristo y su vida humana. En la carta a Tralles Ignacio dice a aquella comunidad que se guarden de la herejía, «lo que harán si permanecen unidos a Dios, y también a Jesucristo y al obispo y a los mandatos de los apóstoles. El que está dentro del altar está limpio, pero el que está fuera de él, o sea, quien se separa del obispo, de los presbíteros y diáconos, no está limpio». La cuarta carta, dirigida a los cristianos de Roma, es una súplica para que no le impidan ganar la corona del martirio; pensaba que había peligro de que los influyentes trataran de obtener una mitigación de la condena. Su alarma no era infundada. A esas fechas, el cristianismo ya había conseguido adeptos en sitios elevados. Había hombres como Flavio Clemente, primo del emperador, y los Acilios Glabrión que tenían amigos poderosos en la administración. Luciano, satirista pagano (c. 165 d.C.), quien seguramente conoció estas cartas de Ignacio, da testimonio de lo anterior.

    «Temo que vuestro amor me perjudique» escribe el obispo, «a vosotros os es fácil hacer lo que os agrada; pero a mí me será difícil llegar a Dios, si vosotros no os cruzáis de brazos. Nunca tendré oportunidad como ésta para llegar a mi Señor... Por tanto, el mayor favor que pueden hacerme es permitir que yo sea derramado como libación a Dios mientras el altar está preparado; para que formando un coro de amor, puedan dar gracias al Padre por Jesucristo porque Dios se ha dignado traerme a mí, obispo sirio, del Oriente al Occidente para que pase de este mundo y resucite de nuevo con Él... Sólo les suplico que rueguen a Dios que me dé gracia interna y externa, no sólo para decir esto, sino para desearlo, y para que no sólo me llame cristiano, sino para que lo sea efectivamente... Permitid que sirva de alimento a las bestias feroces para que por ellas pueda alcanzar a Dios. Soy trigo de Cristo y quiero ser molido por los dientes de las fieras para convertirme en pan sabroso a mi Señor Jesucristo. Animad a las bestias para que sean mi sepulcro, para que no dejen nada de mi cuerpo, para que cuando esté muerto, no sea gravoso a nadie... No os lo ordeno, como Pedro y Pablo: ellos eran apóstoles, yo soy un reo condenado; ellos eran hombres libres, yo soy un esclavo. Pero si sufro, me convertiré en liberto de Jesucristo y en Él resucitaré libre. Me gozo de que me tengan ya preparadas las bestias y deseo de todo corazón que me devoren luego; aún más, las azuzaré para que me devoren inmediatamente y por completo y no me sirvan a mí como a otros, a quienes no se atrevieron a atacar. Si no quieren atacarme, yo las obligaré. Os pido perdón. Sé lo que me conviene. Ahora comienzo a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible me impida llegar a Jesucristo. Que venga contra mí fuego, cruz, cuchilladas, desgarrones, fracturas y mutilaciones; que mi cuerpo se deshaga en pedazos y que todos los tormentos del demonio abrumen mi cuerpo, con tal de que llegue a gozar de mi Jesús. El príncipe de este mundo trata de arrebatarme y de pervertir mis anhelos de Dios. Que ninguno de vosotros le ayude. Poneos de mi lado y del lado de Dios. No llevéis en vuestros labios el nombre de Jesucristo y deseos mundanos en el corazón. Aun cuando yo mismo, ya entre vosotros os implorara vuestra ayuda, no me escuchéis, sino creed lo que os digo por carta. Os escribo lleno de vida, pero con anhelos de morir.»

    Los guardias se apresuraron a salir de Esmirna para llegar a Roma antes de que terminaran los juegos, pues las víctimas ilustres y de venerable aspecto, eran la gran atracción en el anfiteatro. El mismo Ignacio, gustosísimo, secundó sus prisas. En seguida se embarcaron para Troade, donde se enteraron de que la paz se había restablecido en la Iglesia de Antioquía. En Troade Ignacio escribió tres cartas más. Una a los fieles de Filadelfia, alabando a su obispo, cuyo nombre calla, y rogándoles que eviten la herejía. «Usad una sola Eucaristía; porque la carne de Jesucristo Nuestro Señor es una y uno el cáliz para unirnos a todos en su sangre. Hay un altar, así como un obispo, junto con el cuerpo de presbíteros y diáconos, mis hermanos siervos, para que todo lo que hiciereis vosotros lo hagáis de acuerdo con Dios.» En la carta a los de Esmirna encontramos otro aviso contra los docetistas, que negaban que Cristo hubiera tomado una naturaleza humana real y que la Eucaristía fuera realmente su cuerpo. Les prohíbe todo trato con esos falsos maestros y sólo les permite orar por ellos. La última carta es a san Policarpo, y consiste principalmente en consejos, como conviene a una persona mucho más joven que el escritor. Lo exhorta a trabajar por Cristo, a reprimir las falsas enseñanzas, a cuidar de las viudas, a tener servicios religiosos con frecuencia, y les recuerda que la medida de sus trabajos será la de su premio. San Ignacio no tuvo tiempo de escribir a otras Iglesias, ni dijo a san Policarpo que lo hiciera en su nombre.

    De Troade navegaron hasta Nápoles de Macedonia. Después fueron a Filipos y, habiendo cruzado la Macedonia y el Epiro a pie, se volvieron a embarcar en Epidamno (el actual Durazzo, en Albania). Hay que confesar que estos detalles se basan únicamente en las llamadas «actas» del martirio, y no podemos tener ninguna confianza en la descripción de la escena final. Se dice que al aproximarse el santo a Roma, los fieles salieron a recibirlo y se regocijaron al verlo, pero lamentaron el tener que perderlo tan pronto. Como él lo había previsto, deseaban tomar medidas para liberarlo, pero les rogó que no le impidieran llegar al Señor. Entonces, arrodillándose con sus hermanos, rogó por la Iglesia, por el fin de la persecución, y por la caridad y concordia entre los fieles. De acuerdo con la misma leyenda, llegó a Roma el 20 de diciembre, último día de los juegos públicos, y fue conducido ante el prefecto de la ciudad, a quien se le entregó la carta del emperador. Después de los trámites acostumbrados, se le llevó apresuradamente al anfiteatro flaviano. Ahí le soltaron dos fieros leones, que inmediatamente lo devoraron, y sólo dejaron los huesos más grandes. Así fue escuchada su oración.

    Parece haber suficiente fundamento para creer que los fragmentos que se pudieron reunir de los restos del mártir, fueron llevados a Antioquía y sin duda, fueron venerados al principio de un modo que no llamara demasiado la atención «en un cementerio fuera de la puerta de Dafnis». Esto lo refiere san Jerónimo, escribiendo en el 392, y sabemos que él había visitado Antioquía. Por el antiguo martirologio sirio nos enteramos de que la fiesta del mártir se celebraba en esas regiones el 17 de octubre, y se puede suponer que el panegírico de san Ignacio, hecho por san Juan Crisóstomo, cuando éste era presbítero de Antioquía, fue pronunciado en ese día. San Juan hace resaltar el hecho de que el suelo de Roma había sido empapado con la sangre de la víctima, pero que Antioquía atesoraba para siempre sus reliquias. «Ustedes lo prestaron por una temporada», dijo al pueblo, «y lo recibieron con interés. Lo enviaron siendo obispo, y lo recobraron mártir. Lo despidieron con oraciones y lo trajeron a su tierra con laureles de victoria». Pero ya en tiempo del Crisóstomo la leyenda había comenzado a tejerse. El orador supone que Ignacio había sido nombrado por el mismo apóstol san Pedro para sucederlo en el obispado de Antioquía. No es de maravillar que en fechas posteriores se fabricara toda una correspondencia, incluso ciertas cartas entre el mártir y la Santísima Virgen, cuando vivía en la tierra, después de la ascensión de su Hijo. Tal vez el relato más candoroso de todas estas fábulas medievales es la historia que identifica a Ignacio con el niño a quien Nuestro Señor tomó en sus brazos y que le sirvió para dar una lección sobre la humildad (Marcos 9,36).

    Hay un marcado contraste entre la oscuridad que rodea casi todos los detalles de la carrera de este gran mártir y la certeza con que los eruditos actuales afirman la autenticidad de las siete cartas a que nos hemos referido antes, como escritas por él, camino de Roma. No es este lugar para discutir las tres ediciones críticas de estas cartas, conocidas como la «Más Larga», la «Curetoniana» y la «Vossiana». Una controversia secular ha dado por resultado una abundante literatura, pero en la actualidad la disputa está prácticamente terminada. En todo caso, puede decirse que, con rarísimas excepciones, la actual generación de estudiantes de patrística está de acuerdo en admitir la autenticidad de la «Curetoniana», que fue la primera identificada por el arzobispo Ussher en 1644, y cuyo texto griego fue impreso por Isaac Voss y por Dom Ruinart, un poco más tarde.

    No hay temor de exagerar la importancia que el testimonio de estas cartas aporta sobre las creencias y la organización interna de la iglesia cristiana, años después de la ascensión de Nuestro Señor. San Ignacio de Antioquía es el primer escritor, que, fuera del Nuevo Testamento, subraya el nacimiento virginal. A los de Éfeso, por ejemplo, les escribe, «y al príncipe de este mundo se le ocultó la virginidad de María y su parto y también la muerte del Señor». Se supone claramente conocido el misterio de la Trinidad, y se percibe un marcado enfoque cristológico, cuando leemos en la misma carta (c. 7), «hay un médico de carne y espíritu, engendrado y no engendrado, Dios en hombre, verdadera Vida en muerte, hijo de María e hijo de Dios, primero pasible y después impasible, Jesucristo Nuestro Señor». No menos notables son las frases usadas respecto a la Sagrada Eucaristía. Es «la carne de Cristo», «el don de Dios», «la medicina de inmortalidad», e Ignacio denuncia a los herejes «que no confiesan que la Eucaristía es la carne de Jesucristo nuestro Salvador, carne que sufrió por nuestros pecados y que en su amorosa bondad el Padre resucitó». Finalmente, en la carta a los de Esmirna, por vez primera en la literatura cristiana encontramos mencionada a «la Iglesia Católica». «Que doquier aparezca el obispo, allí esté el pueblo; lo mismo que donde quiera que Jesucristo está también está la Iglesia Católica». El santo habla severamente de las especulaciones heréticas -en particular las de los docetistas- que ya en su tiempo amenazaban con dañar la integridad de la fe cristiana. Ciertamente puede decirse que la nota clave de toda su instrucción fue la de insistir sobre la unidad de creencia y de espíritu entre los que pretendían seguir a Nuestro Señor. Pero a pesar de su temor a la herejía, recalcaba la necesidad de ser indulgentes con los que estaban en el error e insiste en la tolerancia y en el amor a la cruz. La exhortación a los efesios proporciona una lección a todos aquellos, para quienes su religión no es un título vacío:

    «Rueguen incesantemente por el resto de los hombres, porque hay en ellos esperanza de arrepentimiento, para que lleguen a Dios. Por lo tanto, instrúyanlos con el ejemplo de sus obras. Cuando ellos estallen en ira, ustedes sean mansos; cuando se vanaglorien al hablar, sean ustedes humildes; cuando les injurien a ustedes, oren por ellos; si ellos están en el error, ustedes sean constantes en la fe; a vista de su furia, sean ustedes apacibles. No ansíen el desquite. Que nuestra indulgencia les muestre que somos sus hermanos. Procuremos ser imitadores del Señor, esforzándonos para ver quién puede sufrir peores injusticias, quién puede aguantar que lo defrauden, que lo rebajen a la nada; que no se encuentre en ustedes cizaña del diablo. Sino con toda pureza y sobriedad vivan en Cristo Jesús en carne y en espíritu».

Oremos

    Dios todopoderoso y eterno, que has querido que el testimonio de los mártires sea el honor de todo el cuerpo de tu Iglesia, concédenos que el martirio de San Ignacio de Antioquia, que hoy conmemoramos, así como le mereció a él una gloria eterna, así también nos dé a nosotros valor en el combate de la fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

-FRASE DEL DÍA-



 

martes, 15 de octubre de 2024

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 16 de Octubre - San Lucas 11,42-46


    Carta de San Pablo a los Gálatas 5,18-25.

    Hermanos: Si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley.
    Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios.
    Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está de más, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos.
    Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él.


Salmo 1,1-2.3.4.6.

¡Feliz el hombre
que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor
y la medita de día y de noche!

El es como un árbol
plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien.

No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento.
Porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal.


    Evangelio según San Lucas 11,42-46.

    «¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.
    ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas!
    ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!".
    Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros».
   El le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!»

   Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 16 de Octubre - «No imitéis su conducta, porque dicen y no hacen»


        Papa Francisco Ángelus, 5 de noviembre de 2017 Plaza de San Pedro

 
«No imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» 

    Hermanos y hermanas, un defecto frecuente en los que tienen una autoridad, tanto autoridad civil como eclesiástica, es el de exigir de los otros cosas, también justas, pero que ellos no ponen en práctica en primera persona. Tienen una doble vida. Dice Jesús: «Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas». Esta actitud es un mal ejercicio de la autoridad, que sin embargo debería tener su primera fuerza precisamente en el buen ejemplo.

    La autoridad nace del buen ejemplo, para ayudar a los otros a practicar lo que es justo y necesario, sosteniéndoles en las pruebas que se encuentran en el camino del bien. La autoridad es una ayuda, pero si está mal ejercida, se convierte en opresiva, no deja crecer a las personas y crea un clima de desconfianza y de hostilidad, y lleva también a la corrupción.

    Jesús denuncia abiertamente algunos comportamientos negativos de los escribas y de algunos fariseos: «quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas».

    Esta es la tentación que corresponde a la soberbia humana y que no siempre es fácil de vencer. Es la actitud de vivir solo por la apariencia.

    Después Jesús les da mandatos a sus discípulos: «no os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro, y vosotros sois todos hermanos. […] Ni tampoco os dejéis llamar “Directores”, porque uno solo es vuestro Director: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor».

    Nosotros discípulos de Jesús no debemos buscar título de honor, de autoridad o de supremacía. Yo os digo que a mí personalmente me duele ver a personas que psicológicamente viven corriendo detrás de la vanidad de las condecoraciones. Nosotros, discípulos de Jesús, no debemos hacer esto, ya que entre nosotros debe haber una actitud sencilla y fraterna.

    Todos somos hermanos y no debemos de ninguna manera dominar a los otros y mirarlos desde arriba. No. Todos somos hermanos. Si hemos recibido cualidades del Padre celeste, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no aprovecharnos para nuestra satisfacción e interés personal. No debemos considerarnos superiores a los otros; la modestia es esencial para una existencia que quiere ser conforme a la enseñanza de Jesús, que es manso y humilde de corazón y ha venido no para ser servido sino para servir.

SANTORAL - SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE

16 de Octubre


    Margarita nació en una familia rica de Borgoña en 1647. Sus padres eran católicos practicantes, pero no lo suficiente como para permitir que su hija se consagrara al Señor en un convento. Sin embargo, a la edad de 24 años, superando la resistencia de sus padres, logró entrar en la Orden de la Visitación fundada por San Francisco de Sales.

Entre las Visitandinas, pero con Jesús

    Entre sus hermanas religiosas, Margarita - que se añadió el nombre de María cuando hizo la profesión de sus votos - no era comprendida ni apreciada: aunque con frecuencia había tenido visiones de Nuestra Señora, nunca había hablado de ello. Sin embargo, los rumores circulaban, y muchas entre las hermanas y sus superioras no le creían o incluso se burlaban de ella, sugiriendo que estaba enferma o loca. A pesar de todo, Margarita permanecerá en medio de la frialdad de sus hermanas visitandinas durante más de veinte años, pero experimentando gracias extraordinarias y también enormes penitencias y mortificaciones, sólo para acompañar amorosamente a Jesús en la íntima pasión de su Sagrado Corazón.

Una autobiografía para conservar la verdad

    Será su padre espiritual, el jesuita Claudio de la Colombière, quien reconocerá en ella el carisma de los santos y le ordenará que describa sus experiencias místicas en un escrito que luego se convertirá en su autobiografía y que afortunadamente ha llegado hasta nosotros. Al principio Margarita se resistió, luego por obediencia consintió. Mientras escribía, ella estaba convencida de que tales escritos habrían sido útiles sólo para ella misma, pero no se daba cuenta del valor tan trascendente de lo que narraba en esas páginas. A partir de 1673 Margarita María también comenzó a tener visiones de Jesús, quien le pidió que tuviera una especial devoción a su Sagrado Corazón, el cual se le apareció "radiante como el sol, con la adorable herida, rodeado de espinas y coronado por una cruz y apoyado sobre un trono de espinas". Gracias a su vívido relato surgirá la conocida iconografía que representa al Corazón de Cristo entre luz, fuego y espinas. Igualmente, a su empeño y fatiga se debe la institución de la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús, fijada en el octavo día después del Corpus Christi.

"La gran promesa"

    Jesús se le apareció a Margarita María durante 17 años, hasta el día de su muerte, cuando finalmente vino a tomarla de la mano para conducirla al cielo. La llamó "discípula amada", le comunicó los secretos de su corazón y la hizo participar de la ciencia del amor. De parte de Jesús, Margarita también recibió una gran promesa: quien se acercase dignamente a la Eucaristía y comulgase durante nueve meses consecutivos el primer viernes del mes, con espíritu de expiación por las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento y amando y honrando al Corazón de Jesús, conseguiría el preciadísimo don de la perseverancia final, es decir, terminaría su vida habiendo recibido los sacramentos y el completo perdón de sus pecados. Jesús también le pidió que apelara al Rey de Francia, Luis XIV, para que consagrase el país al Sagrado Corazón, pero la santa nunca recibió respuesta del soberano.

Su muerte y el culto al Sagrado Corazón

    Margarita María murió el 17 de octubre de 1690; gracias a su intercesión se construyó en el barrio de Montmartre de París, entre 1875 y 1914, un Santuario dedicado al Sagrado Corazón, consagrado en 1919. Beatificada por Pío IX en 1864, fue canonizada por Benedicto XV en 1920.


Oremos

  ¡Oh Bienaventurada Margarita María! depositaria venturosa del tesoro de los cielos, el Corazón Divino de Jesús, permite que, considerándote mi hermana, en este incomparable amor, te ruegue me des con generosidad, la parte que me corresponde en esa mansión de infinita caridad. Confidente de Jesús, acércame tú al Sagrario de su pecho herido; Esposa de predilección, enséñame a sufrir por la dilatación de aquel reinado cuya causa te confió el Maestro. Apóstol del Sagrado Corazón, consígueme que se realicen conmigo las promesas que en beneficio de su gloria, te hizo ochenta y siete veces el Amado; Discípula regalada del Divino Corazón, enséñame la ciencia de conocerlo como lo conociste tú, en el perfecto olvido de mí mismo y de la tierra. Víctima del Corazón de Jesús Sacramentado, toma el mío, y ocúltalo en la llaga donde tú viviste, compartiendo ahí las agonías del Cautivo del amor, de Jesús-Eucaristía. El, te dijo, hermana muy amada, que dispusieras en la eternidad del cielo, de este otro cielo, el de su Corazón Sacramentado; ¡Oh Margarita María! entrégamelo, pues, para consumirme en ese incendio, dámelo para llevarlo como vida redentora a los pobres pecadores y como glorificación de ese mismo Corazón Divino a las almas de los justos. ¡Ah, sí! compartamos, hermana mía el mismo sacrificio, el mismo apostolado, el mismo paraíso del Corazón Divino de Jesús: vénganos su reino. Amén

-FRASE DEL DÍA-