jueves, 29 de abril de 2021

EVANGELIO - 30 de Abril - San Juan 14,1-6.


        Libro de los Hechos de los Apóstoles 13,26-33.

    Habiendo llegado Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga: "Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a ustedes: los descendientes de Abraham y los que temen a Dios.
    En efecto, la gente de Jerusalén y sus jefes no reconocieron a Jesús, ni entendieron las palabras de los profetas que se leen cada sábado, pero las cumplieron sin saberlo, condenando a Jesús.
    Aunque no encontraron nada en él que mereciera la muerte, pidieron a Pilato que lo condenara.
    Después de cumplir todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del patíbulo y lo pusieron en el sepulcro.
    Pero Dios lo resucitó de entre los muertos y durante un tiempo se apareció a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén, los mismos que ahora son sus testigos delante del pueblo.
    Y nosotros les anunciamos a ustedes esta Buena Noticia: la promesa que Dios hizo a nuestros padres, fue cumplida por él en favor de sus hijos, que somos nosotros, resucitando a Jesús, como está escrito en el Salmo segundo: Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy."


Salmo 2,6-7.8-9.10-12a.

«Yo mismo establecí a mi Rey
en Sión, mi santa Montaña.»
Voy a proclamar el decreto del Señor:
El me ha dicho: «Tú eres mi hijo,
yo te he engendrado hoy.»

«Pídeme, y te daré las naciones como herencia,
y como propiedad, los confines de la tierra."
Los quebrarás con un cetro de hierro,
los destrozarás como a un vaso de arcilla»

Por eso, reyes, sean prudentes;
aprendan, gobernantes de la tierra.
Sirvan al Señor con temor
temblando, ríndanle homenaje.


    Evangelio según San Juan 14,1-6.

    Jesús dijo a sus discípulos: "No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí.
    En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.
    Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.
    Ya conocen el camino del lugar adonde voy".
    Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?".
    Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 30 de Abril - «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.»


San Francisco de Sales Sermón (13-02-1622): Fundamento de la Verdad X, 199... 393-394, 13-2-1622 y 2-10-1622


«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»

    Nuestro Señor y Maestro estaba lleno de Verdad, ¡como que era la misma Verdad! Esta Verdad de la que habla el salmista no es otra que la fe. Quien esté armado de la fe, nada tiene que temer pues es lo único necesario para rechazar y confundir al enemigo; porque ¿cómo puede dañar al que dice: Creo en Dios que es nuestro Padre y Padre todopoderoso? Y al decir estas palabras demostramos que no confiamos en nuestras fuerzas sino en la virtud de Dios, Padre todopoderoso y por Él entramos en el combate y esperamos la victoria.

    El Hijo de Dios vino al mundo para darnos una doctrina, unos fundamentos generales y seguros, por lo que podemos llegar a conocer la verdadera perfección. Fuera de estos fundamentos y doctrina no podemos adquirir la ciencia y la disciplina, perdiendo así el título glorioso de discípulos de Jesucristo.

    Son muchos los que abrazan esta verdad y siguen este camino, que no es otro que el propio Jesucristo, que dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.» Esas palabras deberíamos tenerlas grabadas e impresas en nuestros corazones, de tal manera, que sólo la muerte las pudiera borrar ya que, sin Jesucristo, nuestra vida es más bien muerte que vida; sin la verdad que Él ha traído al mundo, todo hubiera estado lleno de confusión y si no seguimos sus huellas, su pista y su camino, no podremos encontrar el que conduce al cielo.

SANTORAL - SAN JOSÉ BENITO COTTOLENGO

30 de Abril


    Como los santos Juan Bosco, Luis Orione y Leonardo Murialdo, san José Benito Cottolengo nació en el Piamonte, una región marcada por los avatares trágicos de la Revolución Francesa. En el siglo XIX, este hombre llevó a cabo allí una heroica labor por los desamparados y necesitados.

    El 3 de mayo de 1786 vino al mundo en la pequeña población de Bra, provincia de Cuneo, José Benito Cottolengo, el primero de los doce hijos de un comerciante de lanas y de una devota y piadosa dama piamontesa de quien aprendió los principios de la fe cristiana.

    La infancia y adolescencia del muchacho estuvieron marcadas por los avatares trágicos de la Revolución Francesa, que estremeció al Piamonte casi tanto como a la misma Francia, y por la posterior invasión napoleónica que sujetó toda Europa a su dominio.

    Encontrándose su tierra sometida al imperio francés, José Benito debió cursar sus estudios sacerdotales en la clandestinidad y como no le resultaron fáciles se encomendó a santo Tomás de Aquino. ¡Su intercesión ante Dios fue tan eficaz que aprobó con éxito todos los exámenes! El 8 de junio de 1811 fue ordenado sacerdote en la capilla del seminario de Turín y al poco tiempo se lo designó vicepárroco de Corneliano d’Alba.

    Doctorado en Teología en 1816, fue convocado a integrar la Congregación de los Canónicos de la iglesia de Corpus Domini en Torino (Turín), pero rápidamente comenzó a sentir una profunda insatisfacción por lo que suponía era una suerte de inacción de su parte. En esas circunstancias comenzó a profundizar y meditar sobre las grandezas de la vida y las enseñanzas de san Vicente de Paul, actitud que, según sus biógrafos lo condujo a una madurez espiritual sin precedentes. Fue entonces que ocurrió un hecho que habría de marcarlo para toda la vida.

    El 2 de septiembre de 1827, una humilde mujer de origen francés que viajaba desde Milán a Lyon con su esposo y sus tres hijos, llamó a las puertas de su parroquia en busca de auxilio. La mujer, gravemente enferma, se hallaba en el sexto mes de embarazo y necesitaba urgente atención. Benito al verla en ese estado la condujo en su carruaje hasta el cercano hospital de tuberculosos con la intención de que la atendiesen lo más rápidamente posible pero, grande fue su sorpresa cuando sus autoridades le manifestaron que no estaban en condiciones de hacerlo por tratarse de una extranjera que no reunía los requisitos legales para ser internada. Además, dada su extrema pobreza, no podía costearse ningún tratamiento. De inmediato, partió Benito rumbo a otro nosocomio, el Hospicio de Maternidad, donde obtuvo los mismos resultados.

    Afligido, hizo nuevos intentos en otras instituciones sanitarias pero todo fue en vano: la pobre mujer expiró en sus brazos tras una larga agonía y mucho sufrimiento. Grande fue su desconsuelo, tremendo su dolor; dolor que se tornó insoportable al ver los rostros desolados del marido y los tres niños, ahora huérfanos. “Esto no puede volver a ocurrir. Debo hacer algo para que la gente desamparada tenga un sitio al que acudir”, pensó Benito, atormentado por el recuerdo de la mujer muerta en sus brazos.

    El 17 de enero de 1828 José Benito Cottolengo alquiló a un particular una sencilla habitación frente a la iglesia parroquial y en ella instaló cuatro camas, abriendo de esa manera un pequeño hospital llamado la «Valle Rossa». Lo asistían el médico Lorenzo Granetti y el farmacéutico Pablo Anglesio, bajo la atenta dirección de doña Mariana Nasi Pullini, rica viuda de la región que efectuó los primeros aportes a la naciente obra, llamada en un primer momento Damas de la Caridad. La institución fue creciendo y al cabo de tres años contaba con 210 internados y 170 asistentes. Necesitado de más colaboración, el P. Benito fundó una congregación dedicada exclusivamente a prestar asistencia al nosocomio recientemente fundado y designó superiora a Mariana Nasi.

    En 1831 estalló una epidemia de cólera que azotó ferozmente a Turín. Las autoridades, temerosas de que el hospital se convirtiese en un centro de propagación del temible flagelo, ordenaron clausurarlo y dejaron una vez más a los pobres enfermos totalmente desamparados. Lejos de amilanarse, Cottolengo se encaminó al barrio de Valdocco, por entonces en las afueras de la ciudad, y allí fundó la Pequeña Casa de la Divina Providencia, que, andando el tiempo, habría de convertirse en un magnífico hospital con capacidad para 10.000 pacientes. Y sobre sus puertas mandó esculpir las palabras de San Pablo: “La caridad de Cristo nos anima”. Su fuerza de espíritu y la ayuda de almas caritativas le permitieron inaugurar nuevos pabellones que engrandecieron considerablemente el establecimiento.

    Así vieron la luz la Casa de la Esperanza, la Casa de la Fe, la Casa de Nuestra Señora y el Arca de Noé, donde fueron internados pacientes de extrema pobreza. El pabellón denominado Amigos Queridos fue destinado a los enfermos mentales, siguiéndole el de los huérfanos, los inválidos, los desamparados y los sordomudos. Tal fue la grandeza y amplitud de la obra que un escritor francés de visita en Turín en aquellos días manifestó asombrado: “Esto es la universidad de la caridad cristiana”.

Hechos prodigiosos

    El Padre Cottolengo jamás llevó cuentas ni hizo inversiones. Solía gastar todo en su obra sin guardar nada para el día siguiente. En cierta oportunidad uno de sus asistentes le dijo que no había alimento para los enfermos y que la situación era apremiante. El padre Benito reunió a la comunidad y preguntó si alguno de los presentes tenía dinero. Cuando alguien le dio un par de billetes los alzó a la vista de todos y los arrojó por la ventana. Poco después llegó desde la ciudad todo lo necesario para los internados. Otro día, a la misma hora, ocurrió un hecho similar. No había nada para los pacientes. En vista de ello el santo se retiró con sus religiosas y algunos enfermos a rezar. Y enfrascado se hallaba en sus oraciones cuando cerca del medio día se detuvieron frente al hospicio ¡varios carros del ejército con el almuerzo que los regimientos no iban a utilizar por encontrarse en maniobras a mucha distancia!

Rumbo a los altares

    Tanto trabajo y tanta vocación minaron la salud de Cottolengo. Intuyendo que su fin estaba cerca, escribió al conde Castegnetto manifestándole, entre otras cosas, que temía llegar a la siguiente Pascua sin ver extendida la mano de Dios sobre la Pequeña Casa. Hacía alusión a un importante crédito que se debía cubrir y que lo tenía sumamente angustiado. Y una vez más el Señor respondió a su pedido ya que a los pocos días el rey Víctor Manuel le envió sorpresivamente 5.000 liras, seguidas de otras 36.000 que le dejaba en herencia el canónico Valletti. Para la Pascua, ¡el crédito estaba cubierto!

    En 1842 la peste de tifus se abatió sobre Turín. San José Benito enfermó y el 30 de abril falleció, a los 56 años de edad, después de recibir la Unción de los Enfermos en Chieri, el día anterior. Esa misma tarde se casaba el rey Víctor Manuel y para no amargar tan fastuoso acontecimiento, su cuerpo fue trasladado en el más absoluto silencio a la capilla de la Pequeña Casa donde fue velado sin pompa y con sencillez.

    El 29 de abril de 1917 el papa Benedicto XIV lo declaró beato y el 19 de marzo de 1934 Pío XI lo proclamó santo. San José Benito Cottolengo conoció y trabó amistad con otro hombre de Dios, san Juan Bosco, a través del cual un discípulo de este último, el joven estudiante Luis Orione, supo de sus obras, su grandeza y su fortaleza espiritual. Y tanto fue lo que Cottolengo influyó en el futuro seminarista, que cuando varios años después él mismo inició su camino de santidad, bautizó a su naciente congregación con el nombre de Pequeña Obra de la Divina Providencia, en recuerdo de la fundada por el gran apóstol de Valdocco.

    Hoy se denomina a las instituciones que cobijan a huérfanos y desvalidos con el nombre de “cottolengos”, prueba evidente de la grandeza de su mentor. El Piamonte es tierra de grandes santos que hicieron de la piedad y la ayuda al necesitado, su cruzada y evangelio. San José Benito Cottolengo fue quizás el precursor de todos ellos.

Oremos

    Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a san José Benito de Cottolengo para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.´

    Fuente: Aleteia

miércoles, 28 de abril de 2021

EVANGELIO - 29 de Abril - San Juan 13,16-20.


        Libro de los Hechos de los Apóstoles 13,13-25.

    Desde Pafos, donde se embarcaron, Pablo y sus compañeros llegaron a Perge de Panfilia. Juan se separó y volvió a Jerusalén, pero ellos continuaron su viaje, y de Perge fueron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron.
    Después de la lectura de la Ley y de los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: "Hermanos, si tienen que dirigir al pueblo alguna exhortación, pueden hablar".
    Entonces Pablo se levantó y, pidiendo silencio con un gesto, dijo: "Escúchenme, israelitas y todos los que temen a Dios.
    El Dios de este Pueblo, el Dios de Israel, eligió a nuestros padres y los convirtió en un gran Pueblo, cuando todavía vivían como extranjeros en Egipto. Luego, con el poder de su brazo, los hizo salir de allí y los cuidó durante cuarenta años en el desierto.
    Después, en el país de Canaán, destruyó a siete naciones y les dio en posesión sus tierras, al cabo de unos cuatrocientos cincuenta años. A continuación, les dio Jueces hasta el profeta Samuel.
    Pero ellos pidieron un rey y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, por espacio de cuarenta años.
    Y cuando Dios desechó a Saúl, les suscitó como rey a David, de quien dio este testimonio: He encontrado en David, el hijo de Jesé, a un hombre conforme a mi corazón que cumplirá siempre mi voluntad.
    De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús.
    Como preparación a su venida, Juan había predicado un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel.
    Y al final de su carrera, Juan decía: 'Yo no soy el que ustedes creen, pero sepan que después de mí viene aquel a quien yo no soy digno de desatar las sandalias'.


Salmo 89(88),2-3.21-22.25.27.

Cantaré eternamente el amor del Señor,
proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones.
Porque tú has dicho:
«Mi amor se mantendrá eternamente,
mi fidelidad está afianzada en el cielo.»

«Encontré a David, mi servidor,
y lo ungí con el óleo sagrado,
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga poderoso.»

Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán,
su poder crecerá a causa de mi Nombre:
El me dirá: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora.»


    Evangelio según San Juan 13,16-20.

    Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo: "Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía.
    Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.
    No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí.
    Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy.
    Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 29 de Abril - «Yo sé a quienes escogí....»


       San Francisco de Sales Carta: Total abandono en Dios Exhortaciones a Santa Juana F. de Chantal

«Yo sé a quienes escogí....»

    Nuestro Señor os ama, mi querida Madre, os quiere toda suya, no os dejéis llevar por otros brazos sino por los Suyos ni tengáis otro pecho donde reposar que el Suyo. Tened vuestra voluntad simplemente unida a la Suya. Lo que tengáis que hacer no lo hagáis por vuestra inclinación, sino por ser la voluntad de Dios. Ya no penséis en las cosas que os conciernen porque estáis abandonada del todo y puesta al cuidado del amor eterno que Dios os tiene... quedaos ahí, reposando, en espíritu de muy simple y amorosa confianza.

    No volváis sobre vos misma, sino seguid ahí, cerca de Él, arrojando y abandonando vuestra alma, vuestros actos, vuestros éxitos, vuestros asuntos, a lo que el Señor quiera y quedaos a merced de sus cuidados: en esto hay que mostrar firmeza. Cada vez que notéis que no está ahí vuestro espíritu, volvedle a traer pero con dulzura y sencillez... haced todo con ánimo reposado y amorosa tranquilidad.

    Caminad siempre ante Dios y ante vos misma porque a Dios le gusta ver los pasitos que vais dando y, como un Padre que lleva a su hijo de la mano, Él acomodará sus pasos a los vuestros y no le importará no poder ir más deprisa que vos.

    ¿Por qué os preocupáis por ir aquí o allá, de ir despacio o deprisa, mientras Dios vaya con vos y vos con Él? No reflexionéis tanto y marchad con franqueza.

SANTORAL - SANTA CATALINA DE SIENA

29 de Abril


    Virgen y doctora de la Iglesia (1347-1380). Nacida en 1347, Catalina (nombre que significa "Pura") era la menor del prolífico hogar de Diego Benincasa. Allí crecía la niña en entendimiento, virtud y santidad. A la edad de cinco o seis años tuvo la primera visión, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa. Cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de ángeles, que le sonreía, impartiéndole la bendición.

    Su padre, tintorero de pieles, pensó casarla con un hombre rico. La joven manifestó que se había prometido a Dios. Entonces, para hacerla desistir de su propósito, se la sometió a los servicios mas humildes de la casa. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar.

    Finalmente, derrotados por su paciencia, cedieron sus padres y se la admitió en la tercera orden de Santo Domingo y siguió, por tanto, siendo laica. Tenía dieciséis años. Sabía ayudar, curar, dar su tiempo y su bondad a los huérfanos, a los menesterosos y a los enfermos a quienes cuidó en las epidemias de la peste. En la terrible peste negra, conocida en la historia con el nombre de "la gran mortandad", pereció más de la tercera parte de la población de Siena.

    A su alrededor muchas personas se agrupaban para escucharla. Ya a los veinticinco años de edad comienza su vida pública, como conciliadora de la paz entre los soberanos y aconsejando a los príncipes. Por su influjo, el papa Gregorio XI dejó la sede de Aviñon para retornar a Roma. Este pontífice y Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en cuestiones gravísimas; Catalina supo hacer las cosas con prudencia, inteligencia y eficacia.

    Aunque analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, dictó un maravilloso libro titulado Diálogo de la divina providencia, donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para hallar la salvación. Sus trescientas setenta y cinco cartas son consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica. Expresa los pensamientos con vigorosas y originales imágenes. Se la considera una de las mujeres más ilustres de la edad media, maestra también en el uso de la lengua Italiana.

    Santa Catalina de Siena, quien murió a consecuencia de un ataque de apoplejía, a la temprana edad de treinta y tres años, el 29 de abril de 1380, fue la gran mística del siglo XIV. El papa Pío II la canonizó en 1461. Sus restos reposan en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma, donde se la venera como patrona de la ciudad; es además, patrona de Italia y protectora del pontificado.

    El papa Pablo VI, en 1970, la proclamó doctora de la Iglesia. Ella, Santa Teresa de Ávila y Santa Teresita de Lisieux son las tres únicas mujeres que ostentan este título.

Oremos

    Bendita y amada del Señor, y gloriosa Santa Catalina: por aquella felicidad que recibisteis de poder unirte a Dios y prepararte para una santa muerte, alcanzadme de su divina Majestad la gracia de que purificando mi conciencia con los sufrimientos de la enfermedad y con la confesión de mis pecados, merezca disponer mi alma, confortándola con el trance terrible de la muerte, y poder volar por ella a la eterna bienaventuranza de la gloria. Así sea.

martes, 27 de abril de 2021

EVANGELIO - 28 de Abril - San Juan 12,44-50.


        Libro de los Hechos de los Apóstoles 12,24-25.13,1-5a.

    Mientras tanto, la Palabra de Dios se difundía incesantemente.
    Bernabé y Saulo, una vez cumplida su misión, volvieron de Jerusalén a Antioquía, llevando consigo a Juan, llamado Marcos.
    En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores, entre los cuales estaban Bernabé y Simeón, llamado el Negro, Lucio de Cirene, Manahén, amigo de infancia del tetrarca Herodes, y Saulo.
    Un día, mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: "Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he llamado".
    Ellos, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron.
    Saulo y Bernabé, enviados por el Espíritu Santo, fueron a Seleucia y de allí se embarcaron para Chipre.
    Al llegar a Salamina anunciaron la Palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, y Juan colaboraba con ellos.


Salmo 67(66),2-3.5.6.8.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
haga brillar su rostro sobre nosotros,
para que en la tierra se reconozca su dominio,
y su victoria entre las naciones.

Que canten de alegría las naciones,
porque gobiernas a los pueblos con justicia
y guías a las naciones de la tierra.

¡Que los pueblos te den gracias, Señor,
que todos los pueblos te den gracias!
Que Dios nos bendiga,
y lo teman todos los confines de la tierra.


    Evangelio según San Juan 12,44-50.

    Jesús exclamó: "El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió.
    Y el que me ve, ve al que me envió.
    Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas.
    Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo.
    El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día.
    Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 28 de Abril - "Yo, que soy la luz, he venido para que el que crea no permanezca en tinieblas"


       Lansperge el Cartujano (1489- 1539) monje, teólogo Sermón 5; Opera omnia 3, 315


Yo, que soy la luz, he venido para que el que crea no permanezca en tinieblas

    La humildad con la cual Cristo "se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo" (Flp. 2,7) es para nosotros luz. Luz para que no aceptemos la gloria del mundo, Él, que prefirió nacer en un establo más que en un palacio y sufrir una muerte vergonzosa sobre una cruz. Gracias a esta humildad podemos saber cuán detestable es el pecado de un ser que ha sido modelado (Gn 2,7), un pobre hombre hecho de la nada, cuando se enorgullece, se vanagloria y no quiere obedecer, mientras que vemos al Dios infinito humillado, despreciado y abandonado de los hombres. La dulzura con la cual soportó el hambre, la sed, el frío, los insultos, los golpes y las heridas es también para nosotros luz, cuando "como un cordero fue llevado al matadero y como una oveja ante el esquilador no abrió la boca " (Is 53,7). Gracias a esta dulzura, en efecto, vemos qué inútil es la cólera, lo mismo que la amenaza; aceptemos entonces el sufrimiento y no sirvamos a Cristo por rutina. Gracias a ella, aprendemos a conocer todo lo que se nos pide: llorar nuestros pecados con sumisión y silencio, y aguantar pacientemente el sufrimiento cuando se presenta. Porque Cristo aguantó sus tormentos con tanta dulzura y paciencia, no por sus pecados, sino por los de otro. Por tanto, queridos hermanos, reflexionemos sobre todas las virtudes que Cristo nos enseñó en su vida ejemplar y que nos recomienda en sus exhortaciones y que nos da la fuerza para imitarlas con la ayuda de su gracia.

SANTORAL - SANTA GIANNA BERETTA

28 de Abril


    Gianna Beretta nació en Magenta (provincia de Milán) el día 4 de octubre de 1922. Desde su tierna infancia, acoge el don de la fe y la educación cristiana que recibe de sus padres. Considera la vida como un don maravilloso de Dios, confiándose plenamente a la Providencia, y convencida de la necesidad y de la eficacia de la oración.

    Durante los años de Liceo y de Universidad, en los que se dedica con diligencia a los estudios, traduce su fe en fruto generoso de apostolado en la Acción católica y en la Sociedad de San Vicente de Paúl, dedicándose a los jóvenes y al servicio caritativo con los ancianos y necesitados. Habiendo obtenido el título de Doctor en Medicina y Cirugía en 1949 en la Universidad de Pavía, abre en 1950 un ambulatorio de consulta en Mésero, municipio vecino a Magenta. En 1952 se especializa en Pediatría en la Universidad de Milán. En la práctica de la medicina, presta una atención particular a las madres, a los niños, a los ancianos y a los pobres.

    Su trabajo profesional, que considera como una «misión», no le impide el dedicarse más y más a la Acción católica, intensificando su apostolado entre las jovencitas.

    Se dedica también a sus deportes favoritos, el esquí y el alpinismo, encontrando en ellos una ocasión para expresar su alegría de vivir, recreándose ante el encanto de la creación.

    Se interroga sobre su porvenir, reza y pide oraciones, para conocer la voluntad de Dios. Llega a la conclusión de que Dios la llama al matrimonio. Llena de entusiasmo, se entrega a esta vocación, con voluntad firme y decidida de formar una familia verdaderamente cristiana.

    Conoce al ingeniero Pietro Molla. Comienza el período de noviazgo, tiempo de gozo y alegría, de profundización en la vida espiritual, de oración y de acción de gracias al Señor. El día 24 de septiembre de 1955, Gianna y Pietro contraen matrimonio en Magenta, en la Basílica de S. Martín. Los nuevos esposos se sienten felices. En noviembre de 1956, Gianna da a luz a su primer hijo, Pierluigi. En diciembre de 1957 viene al mundo Mariolina y en julio de 1959, Laura. Gianna armoniza, con simplicidad y equilibrio, los deberes de madre, de esposa, de médico y la alegría de vivir.

    En septiembre de 1961, al cumplirse el segundo mes de embarazo, es presa del sufrimiento. El diagnóstico: un tumor en el útero. Se hace necesaria una intervención quirúrgica. Antes de ser intervenida, suplica al cirujano que salve, a toda costa, la vida que lleva en su seno, y se confía a la oración y a la Providencia. Se salva la vida de la criatura. Ella da gracias al Señor y pasa los siete meses antes del parto con incomparable fuerza de ánimo y con plena dedicación a sus deberes de madre y de médico. Se estremece al pensar que la criatura pueda nacer enferma, y pide al Señor que no suceda tal cosa.

    Algunos días antes del parto, confiando siempre en la Providencia, está dispuesta a dar su vida para salvar la de la criatura: «Si hay que decidir entre mi vida y la del niño, no dudéis; elegid -lo exijo- la suya. Salvadlo».

    La mañana del 21 de abril de 1962 da a luz a Gianna Emanuela. El día 28 de abril, también por la mañana, entre indecibles dolores y repitiendo la jaculatoria «Jesús, te amo; Jesús, te amo», muere santamente. Tenía 39 años.

    Sus funerales fueron una gran manifestación llena de emoción profunda, de fe y de oración. La Sierva de Dios reposa en el cementerio de Mésero, a 4 kilómetros de Magenta.

    «Meditada inmolación», Pablo VI definió con esta frase el gesto de la beata Gianna recordando, en el Ángelus del domingo 23 de septiembre de 1973: «una joven madre de la diócesis de Milán que, por dar la vida a su hija, sacrificaba, con meditada inmolación, la propia». Es evidente, en las palabras del Santo Padre, la referencia cristológica al Calvario y a la Eucaristía.

    Fue beatificada por Juan Pablo II el 24 de abril de 1994, Año Internacional de la Familia.


Oremos

    "Dios, que eres nuestro Padre, te alabamos y te bendecimos porque en Gianna Beretta Molla nos has regalado y nos has hecho conocer a una mujer testigo del Evangelio como joven, esposa, madre y médico. Te damos gracias porque a través del don de su vida también nos enseñas a acoger y honrar a toda criatura humana. Tú, Señor Jesús, fuiste para ella referencia privilegiada: te supo reconocer en la belleza de la naturaleza; mientras se preguntaba por su elección de vida iba en busca de tí y de la mejor manera de servirte; a través del amor conyugal se hizo signo de tu amor por la Iglesia y por la humanidad; como tú, buen samaritano, se paró junto a cada persona enferma, pequeña y débil; siguiendo tu ejemplo y por tu amor, se donó totalmente a sí misma generando nueva vida. Espíritu Santo, fuente de toda perfección, danos también a nosotros sabiduría, inteligencia y coraje para que, siguiendo el ejemplo de Gianna y por su intercesión, en la vida personal, familiar y profesional, sepamos ponernos al servicio de todo hombre y mujer y crecer así en el amor y en la santidad. Amen"

LA ENFERMEDAD COMO MEDIO DE SANTIFICACIÓN - SEXTA ENTREGA


    Acudir a la Virgen, Independientemente al grado de la enfermedad, una mamá siempre está pendiente de su hijo. Así hace la Virgen, quien también tuvo, desde la Anunciación, una espada clavada en su corazón. No podemos imaginarnos cuánto le habrá dolido saber que el Hijo que engendraba nacía para ser “varón de dolores”, cuántas lágrimas habrá derramado por Él. Sí, Ella conoce el dolor. Y es Madre. Seríamos muy tontos si no acudiésemos a Ella para enseñarle lo que nos duele, pedir que acaricie nuestras heridas y que nos dé un beso que sane el alma.

    Fuente: Catholic-link

lunes, 26 de abril de 2021

EVANGELIO - 27 de Abril - San Mateo 9,35-38.

 

         Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 1,13-14.2,1-3.

    Toma como norma las saludables lecciones de fe y de amor a Cristo Jesús que has escuchado de mí.
    Conserva lo que se te ha confiado, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.
    Tú, que eres mi hijo, fortalécete con la gracia de Cristo Jesús.
    Lo que oíste de mí y está corroborado por numerosos testigos, confíalo a hombres responsables que sean capaces de enseñar a otros.
    Comparte mis fatigas, como buen soldado de Jesucristo.


Salmo 96(95),1-2a.2b-3.7-8a.10.

Canten al Señor un canto nuevo,
cante al Señor toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su Nombre.
Día tras día, proclamen su victoria.

Anuncien su gloria entre las naciones,
y sus maravillas entre los pueblos.
Aclamen al Señor, familias de los pueblos,
aclamen la gloria y el poder del Señor;

aclamen la gloria del nombre del Señor.
Digan entre las naciones: “¡El Señor reina!
el mundo está firme y no vacilará.
El Señor juzgará a los pueblos con rectitud”.


    Evangelio según San Mateo 9,35-38.


    Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
    Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
    Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
    Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 27 de Abril - “Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando (…), proclamando la Buena Noticia del Reino”


 Concilio Vaticano II Decreto sobre el ministerio pastoral de los Obispos “Christus Dominus”, 12 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)

“Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando (…), 
proclamando la Buena Noticia del Reino”

    En el ejercicio de su ministerio de enseñar, anuncien a los hombres el Evangelio de Cristo, deber que sobresale entre los principales de los Obispos, llamándolos a la fe con la fortaleza del Espíritu o confirmándolos en la fe viva. Propónganles el misterio íntegro de Cristo, es decir, aquellas verdades cuyo desconocimiento es ignorancia de Cristo, e igualmente el camino que se ha revelado para la glorificación de Dios y por ello mismo para la consecución de la felicidad eterna. Muéstrenles, asimismo, que las mismas cosas terrenas y las instituciones humanas, por la determinación de Dios Creador, se ordenan también a la salvación de los hombres y, por consiguiente, pueden contribuir mucho a la edificación del Cuerpo de Cristo. Enséñenles, por consiguiente, cuánto hay que apreciar la persona humana, con su libertad y la misma vida del cuerpo, según la doctrina de la Iglesia; la familia y su unidad y estabilidad, la procreación y educación de los hijos; la sociedad civil, con sus leyes y profesiones; el trabajo y el descanso, las artes y los inventos técnicos; la pobreza y la abundancia, y expónganles, finalmente, los principios con los que hay que resolver los gravísimos problemas acerca de la posesión de los bienes materiales, de su incremento y recta distribución, acerca de la paz y de las guerras y de la vida hermanada de todos pueblos.