miércoles, 20 de mayo de 2020

SANTORAL - SAN CARLOS JOSÉ EUGENIO DE MAZENOD

21 de Mayo


    Eugenio de Mazenod (1782-1861) Obispo de Marsella, fundador de la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. San Carlos José Eugenio de Mazenod llegó a un mundo que estaba llamado a cambiar muy rápidamente. Nacido en Aix de Provenza al sur de Francia, el 1 de agosto de 1782, parecía tener asegurada una buena posición y riqueza en su familia, que era de la nobleza menor. Sin embargo, los disturbios de la Revolución francesa cambiaron todo esto para siempre. Cuando Eugenio tenía 8 años su familia huyó de Francia, dejando sus propiedades tras sí, y comenzó un largo y cada vez más difícil destierro de 11 años de duración.

Los años pasados en Italia

    La familia de Mazenod, como refugiados políticos, pasaron por varias ciudades de Italia. Su padre, que había sido Presidente del Tribunal de Cuentas, Ayuda y Finanzas de Aix, se vio forzado a dedicarse al comercio para mantener su familia. Intentó ser un pequeño hombre de negocios, y a medida que los años iban pasando la familia cayó casi en la miseria. Eugenio estudió, durante un corto período, en el Colegio de Nobles de Turín, pero al tener que partir para Venecia, abandonó la escuela formal. Don Bartolo Zinelli, un sacerdote simpático que vivía al lado, se preocupó por la educación del joven emigrante francés. Don Bartolo dio a Eugenio una educación fundamental, con un sentido de Dios duradero y un régimen de piedad que iba a acompañarle para siempre, a pesar de los altos y bajos de su vida. El cambio posterior a Nápoles, a causa de problemas económicos, le llevó a una etapa de aburrimiento y abandono. La familia se trasladó de nuevo, esta vez hacia Palermo, donde gracias a la bondad del Duque y la Duquesa de Cannizzaro, Eugenio tuvo su primera experiencia de vivir a lo noble, y le agradó mucho. Tomó el título de "Conde" de Mazenod, siguió la vida cortesana y soñó con tener futuro.

Vuelta a Francia: el Sacerdocio

    En 1802, a la edad de 20 años, Eugenio pudo volver a su tierra natal y todos sus sueños e ilusiones se vinieron abajo rápidamente. Era simplemente el "Ciudadano" de Mazenod, Francia había cambiado; sus padres estaban separados, su madre luchaba por recuperar las propiedades de la familia. También había planeado el matrimonio de Eugenio con una posible heredera rica. Él cayó en la depresión, viendo poco futuro real para sí. Pero sus cualidades naturales de dedicación a los demás, junto con la fe cultivada en Venecia, comenzaron a afirmarse en él. Se vio profundamente afectado por la situación desastrosa de la Iglesia de Francia, que había sido ridiculizada, atacada y diezmada por la Revolución.

    Él llamado al sacerdocio comenzó a manifestársele y Eugenio respondió a este llamado. A pesar de la oposición de su madre, entró en el seminario San Sulpicio de París, y el 21 de diciembre de 1811 era ordenado sacerdote en Amiens.

Esfuerzos apostólicos: los Oblatos de María Inmaculada

    Al volver a Aix de Provenza, no aceptó un nombramiento normal en una parroquia, sino que comenzó a ejercer su sacerdocio atendiendo a los que tenían verdadera necesidad espiritual: los prisioneros, los jóvenes, las domésticas y los campesinos. Eugenio prosiguió su marcha, a pesar de la oposición frecuente del clero local. Buscó pronto otros sacerdotes igualmente celosos que se prepararían para marchar fuera de las estructuras acostumbradas y aún poco habituales. Eugenio y sus hombres predicaban en Provenzal, la lengua de la gente sencilla, y no el francés de los "cultos". Iban de aldea en aldea, instruyendo a nivel popular y pasando muchas horas en el confesionario. Entre unas misiones y otras, el grupo se reunía en una vida comunitaria intensa de oración, estudio y amistad. Se llamaban a sí mismos "Misioneros de Provenza".

    Sin embargo, para asegurar la continuidad en el trabajo, Eugenio tomó la intrépida decisión de ir directamente al Papa para pedirle el reconocimiento oficial de su grupo como una Congregación religiosa de derecho pontificio. Su fe y su perseverancia no cejaron y, el 17 de febrero de 1826, el Papa Gregorio XII aprobaba la nueva Congregación de los "Misioneros Oblatos de María Inmaculada". Eugenio fue elegido Superior General, y continuó inspirando y guiando a sus hombres durante 35 años, hasta su muerte. Eugenio insistió en una formación espiritual profunda y en una vida comunitaria cercana, al mismo tiempo que en el desarrollo de los esfuerzos apostólicos: predicación, trabajo con jóvenes, atención de los santuarios, capellanías de prisiones, confesiones, dirección de seminarios, parroquias. Él era un hombre apasionado por Cristo y nunca se opuso a aceptar un nuevo apostolado, si lo veía como una respuesta a las necesidades de la Iglesia. La "gloria de Dios, el bien de la Iglesia y la santificación de las almas" fueron siempre fuerzas que lo impulsaron.

Obispo de Marsella

    La diócesis de Marsella había sido suprimida durante la Revolución francesa, y la Iglesia local estaba en un estado lamentable. Cuando fue restablecida, el anciano tío de Eugenio, Fortunato de Mazenod, fue nombrado Obispo. Él nombró a Eugenio inmediatamente como Vicario General, y la mayor parte del trabajo de reconstruir la diócesis cayó sobre él. En pocos años, en 1832, Eugenio mismo fue nombrado Obispo auxiliar. Su ordenación episcopal tuvo lugar en Roma, desafiando la pretensión del gobierno francés que se consideraba con derecho a intervenir en tales nombramientos. Esto causó una amarga lucha diplomática y Eugenio cayó en medio de ella con acusaciones, incomprensiones, amenazas y recriminaciones sobre él. A pesar de los golpes, Eugenio siguió adelante resueltamente y finalmente la crisis llegó a su fin. Cinco años más tarde, al morir el Obispo Fortunato, fue nombrado él mismo como Obispo de Marsella.

Un corazón grande como el mundo

    Al fundar los Oblatos de María Inmaculada para servir ante todo a los necesitados espiritualmente, a los abandonados y a los campesinos de Francia, el celo de Eugenio por el Reino de Dios y su devoción a la Iglesia movieron a los Oblatos a un apostolado de avanzada. Sus hombres se aventuraron en Suiza, Inglaterra, Irlanda. A causa de este celo, Eugenio fue llamado "un segundo Pablo", y los Obispos de las misiones vinieron a él pidiendo Oblatos para sus extensos campos de misión. Eugenio respondió gustosamente a pesar del pequeño número inicial de misioneros y envió sus hombres a Canadá, Estados Unidos, Ceylan (Sri Lanka), Sud-Africa, Basutolandia (Lesotho). Como misioneros de su tiempo, se dedicaron a predicar, bautizar, atender a la gente. Abrieron frecuentemente áreas antes no tocadas, establecieron y atendieron muchas diócesis nuevas y de muchas maneras "lo intentaron todo para dilatar el Reino de Cristo". En los años siguientes, el espíritu misionero de los Oblatos ha continuado, de tal modo que el impulso dado por Eugenio de Mazenod sigue vivo en sus hombres que trabajan en 68 países.

Pastor de su diócesis

    Al mismo tiempo que se desarrollaba este fermento de actividad misionera, Eugenio se destacó como un excelente pastor de la Iglesia de Marsella, buscando una buena formación para sus sacerdotes, estableciendo nuevas parroquias, construyendo la Catedral de la ciudad y el espectacular santuario de Nuestra Señora de la Guardia en lo alto de la ciudad, animando a sus sacerdotes a vivir la santidad, introduciendo muchas Congregaciones Religiosas nuevas para trabajar en su diócesis, liderando a sus colegas Obispos en el apoyo a los derechos del Papa. Su figura descolló en la Iglesia de Francia. En 1856, Napoleón III lo nombró Senador, y a su muerte, era decano de los Obispos de Francia.

Legado de un santo

    El 21 de mayo de 1861 vio a Eugenio de Mazenod volviendo hacia Dios, a la edad de 79 años, después de una vida coronada de frutos, muchos de los cuales nacieron del sufrimiento. Para su familia religiosa y para su diócesis ha sido fundador y fuente de vida: para Dios y para la Iglesia ha sido un hijo fiel y generoso. Al morir dejó a sus Oblatos este testamento final: "Entre vosotros, la caridad, la caridad, la caridad; y fuera el celo por la salvación de las almas".

Al declararlo santo la Iglesia, el 3 de diciembre de 1995, corona estos dos ejes de su vida: amor y celo. Y este es el mayor regalo que Eugenio de Mazenod, Oblato de María Inmaculada, nos ofrece hoy.

Oremos

   Dios y Padre nuestro, 
te damos gracias por haber llamado a San Eugenio de Mazenod para seguir a Cristo el Salvador y Evangelizador. Apasionado por tu hijo Jesús y compartiendo su compasión por la humanidad Eugenio se puso incondicionalmente al servicio de tu Iglesia para la evangelización de los más necesitados. Por su intercesión, ayúdanos a alcanzar, con el toque sanador de Cristo que nos llama, una vida misionera y santa. Que podamos construir comunidades signo de tu presencia y compartan la Buena Nueva de salvación con todos los pueblos. Por esto nos ofrecemos, por Cristo Nuestro Señor. Amén

EL CANON DE LA ESCRITURAS

ANTIGUO TESTAMENTO


    No sabemos quién es este profeta que se llama «Siervo del Señor» y que figura entre los Doce Profetas Menores con solo veinte versículos. Por la extensión habría que llamarle «profeta mínimo»; otros profetas anónimos del Antiguo Testamento han escrito más que él. Pero la extensión poco cuenta cuando el ser humano tiene algo que decir en Nombre de Dios.

Para comprender su breve profecía conviene recordar algunos datos: 
1. La relación entre el reino de Judá y el reino de Edom, que se remonta, según la tradición bíblica, a las relaciones entre los dos hermanos gemelos: Jacob y Esaú, antecesores de Judá y Edom. Según la bendición de Isaac (Gn 27), el segundo dominará al primero –la primogenitura comprada–. La situación geográfica muestra esta situación, pues mientras Judá o Jacob posee la zona montañosa, relativamente fértil, Edom o Esaú habita en la zona esteparia del sur. 
2. Históricamente, Edom vivió en relaciones de sumisión o rebeldía con Judá. A este reino le interesaba, por una parte, la ruta del sur con salida al golfo de Aqaba; por otra, codiciaba las ricas minas de aquel territorio. Saúl luchó contra los edomitas; David los sometió; Salomón reprimió una revuelta y consolidó el dominio meridional, que era un acceso a las minas y al puerto de Esión Gueber.
Al dividirse el reino, a la muerte de Salomón, los edomitas pudieron rebelarse y llevar una política independiente. Cuando Nabucodonosor invadió y arrasó Jerusalén, los edomitas apoyaron al invasor, sacaron partido de la derrota y se alegraron de ella.

Mensaje religioso 

    Contra este último pecado se dirige la profecía presente; es decir, en una ocasión histórica muy concreta. Pero en el versículo 15 la profecía despega y se levanta a un panorama trascendente de «día del Señor», con mirada universal, «todas las naciones, todos los pueblos» (15s), y con un final de restauración. El profeta denuncia la espiral de violencia, la incapacidad de olvidar errores antiguos. Al pueblo derrotado y desterrado le ofrece un mensaje de esperanza.

Fuente: La BIBLIA de NUESTRO PUEBLO
Texto: LUIS ALONSO SCHÖKE

martes, 19 de mayo de 2020

MAYO, MES DE MARÍA

El Mes de María se reza en Mayo, en el llamado “mes de las flores”, que se llama así, porque con la llegada del buen tiempo y tras las lluvias invernales, el campo y los jardines comienzan a cubrirse de un verde intenso y de los colores y aromas de las flores.


EVANGELIO - 20 de Mayo - San Juan 16,12-15


    Libro de los Hechos de los Apóstoles 17,15.22-34.18,1.

    Los que acompañaban a Pablo lo condujeron hasta Atenas, y luego volvieron con la orden de que Silas y Timoteo se reunieran con él lo más pronto posible.
    Pablo, de pie, en medio del Aréopago, dijo: Atenienses, veo que ustedes son, desde todo punto de vista, los más religiosos de todos los hombres.
    En efecto, mientras me paseaba mirando los monumentos sagrados que ustedes tienen, encontré entre otras cosas un altar con esta inscripción: 'Al dios desconocido'. Ahora, yo vengo a anunciarles eso que ustedes adoran sin conocer.
    El Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él no habita en templos hechos por manos de hombre, porque es el Señor del cielo y de la tierra.
    Tampoco puede ser servido por manos humanas como si tuviera necesidad de algo, ya que él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas.
    El hizo salir de un solo principio a todo el género humano para que habite sobre toda la tierra, y señaló de antemano a cada pueblo sus épocas y sus fronteras, para que ellos busquen a Dios, aunque sea a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en realidad, él no está lejos de cada uno de nosotros.
    En efecto, en él vivimos, nos movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas de ustedes: 'Nosotros somos también de su raza'.
    Y si nosotros somos de la raza de Dios, no debemos creer que la divinidad es semejante al oro, la plata o la piedra, trabajados por el arte y el genio del hombre.
    Pero ha llegado el momento en que Dios, pasando por alto el tiempo de la ignorancia, manda a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan.
    Porque él ha establecido un día para juzgar al universo con justicia, por medio de un Hombre que él ha destinado y acreditado delante de todos, haciéndolo resucitar de entre los muertos".
    Al oír las palabras "resurrección de los muertos", unos se burlaban y otros decían: "Otro día te oiremos hablar sobre esto".
    Así fue cómo Pablo se alejó de ellos.
    Sin embargo, algunos lo siguieron y abrazaron la fe. Entre ellos, estaban Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros.
   Después de esto, Pablo dejó Atenas y fue a Corinto.


Salmo 148(147),1-2.11-12ab.12c-14a.14bcd.

Alaben al Señor desde el cielo,
alábenlo en las alturas;
alábenlo, todos sus ángeles,
alábenlo, todos sus ejércitos.

Los reyes de la tierra y todas las naciones,
los príncipes y los gobernantes de la tierra;
los ancianos,
los jóvenes
y los niños.

Alaben el nombre del Señor.
Porque sólo su Nombre es sublime;
su majestad está sobre el cielo y la tierra,
y él exalta la fuerza de su pueblo.

¡A él, la alabanza de todos sus fieles,
y de Israel, el pueblo de sus amigos!
¡Aleluya!


    Evangelio según San Juan 16,12-15.


    En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.
    Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
    El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
    Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes'."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 20 de Mayo - «El Espíritu de la Verdad os guiará hasta la verdad plena»


       Guillermo de San Teodorico (c. 1085-1148) monje benedictino y después cisterciense El Espejo de la fe

«El Espíritu de la Verdad os guiará hasta la verdad plena»

    «¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios» (1 C 2,11). Apresúrate, pues, a participar del Espíritu Santo: cuando se le invoca, ya está presente; es más, si no hubiera estado presente no se le habría podido invocar. Cuando se le llama, viene, y llega con la abundancia de las bendiciones divinas. Él es aquella impetuosa corriente que alegra la ciudad de Dios (sl 45, 5). Si al venir te encuentra humilde, sin inquietud, lleno de temor ante la palabra divina, se posará sobre ti y te revelará lo que Dios esconde a los sabios y entendidos de este mundo (Mt 11,25). Y, poco a poco, se irán esclareciendo ante tus ojos todos aquellos misterios que la Sabiduría reveló a sus discípulos cuando convivía con ellos en el mundo, pero que ellos no pudieron comprender antes de la venida del Espíritu de verdad, que debía llevarlos hasta la verdad plena... Así como aquellos que quieren adorarle deben hacerlo en espíritu y verdad, del mismo modo los que desean conocerlo deben buscar en el Espíritu Santo la inteligencia de la fe... En medio de las tinieblas de las ignorancias de esta vida, el Espíritu Santo es, para los pobres de Espíritu (Mt 5,3), luz que ilumina, caridad que atrae, dulzura que seduce, amor que ama, camino que conduce a Dios, devoción que se entrega, piedad intensa. El Espíritu Santo, al hacernos crecer en la fe, revela a los creyentes la justicia de Dios, da gracia tras gracia (Jn 1,16) y, por la fe que nace del mensaje, hace que los hombres alcancen la plena iluminación.

SANTORAL - BEATA MARÍA CRESCENCIA PÉREZ

20 de Mayo


    La Hermana María Crescencia Pérez fue conocida como “Sor Dulzura” por la entrega con que dedicó su vida a los enfermos. Hermana de las Hijas de María Santísima del Huerto, sus restos descansan, incorruptos, en la capilla del Colegio de la Ciudad de Pergamino. Fue proclamada Beata el 17 de noviembre de 2012.

    En Buenos Aires, el 17 de agosto de 1897 nació María Angélica Pérez, quinta hija de inmigrantes españoles. Al igual que sus once hermanos, fue criada en un ámbito de fe, rezos diarios del Rosario y visitas a misa cada domingo, sin importar lo lejos que estuvieran de la Iglesia. Tuvo un ejemplo de sacrificio y de servicio a los demás.

    La enfermedad de su madre, hizo que la familia se trasladara en 1905 a Pergamino, en busca de un mejor clima que posibilite su recuperación.

    En 1907, junto a una de sus hermanas, María Angélica ingresó como interna al “Hogar de Jesús”, una institución educativa de Pergamino que estaba a cargo de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora del Huerto.

    En este lugar María cursó la primaria y tomó clases de costura y bordado. Aquí encontró su vocación e ingreso al noviciado. Siempre demostró una personalidad especial que aportaba alegría, buena disposición, generosidad, también piedad religiosa y hábitos de orden, obediencia y sacrificios. De buen carácter y tono muy dulce, siempre estaba dispuesta a ayudar a todos. Ayudaba en la atención y en el cuidado de las internas, en la enseñanza y en el catecismo de estas chicas.

    En septiembre de 1916, María Angélica Pérez cambió su nombre, según costumbre de la época, por el de María Crescencia, en honor del santo mártir Crescencio, cuyas reliquias fueron colocadas en el altar mayor.

    En septiembre de 1918 la Hermana Crescencia hizo su Profesión Religiosa, que renovó por seis años hasta que, el 12 de enero de 1924 emitió su Profesión Perpetua.

    Los enfermos fueron su causa: en diciembre de 1924, es trasladada al Hospital Marítimo de Mar del Plata. A partir de esta tarea su compromiso, su sentido del deber y del amor al prójimo la colocarían en otro lugar. Estaba en el pabellón Santa Rosa de Lima que albergaba a las niñas que padecían tuberculosis ósea. Las ayudaba en el aseo y su higiene personal, era la responsable de su alimentación y de su educación. Además, les enseñaba a orar, les daba clases de catequesis y las preparaba para recibir su primera comunión. Las niñas internadas amaban a la Hermana Crescencia .

    En febrero de 1928 su salud comenzó a deteriorarse por lo que sus superiores decidieron, para cuidarla, trasladarla a otro lugar donde el clima la ayudara en su recuperación, Pergamino.

    El 8 de marzo de 1928, Crescencia llega a la comunidad de Vallenar, Chile, localidad que había sufrido una fuerte epidemia y un terremoto, para entregar su amor y a dar todo en pos de una comunidad tan necesitada. Pero ella ya estaba enferma y no se le permitía estar en contacto con los pacientes, por lo que era la responsable de la farmacia, de la cocina y de la dieta de cada paciente internado. Además, se ocupaba de la capilla del hospital, de la dirección del coro y de dar clases de catequesis.

    El clima en la región pareció hacerle bien, por lo menos los primeros dos años. Pero en 1930 contrajo bronconeumonía y agravo así su estado de salud. Meses después fue diagnosticada con tuberculosis pulmonar.

    En 1931, viajó a la localidad de Quillota, a la Congregación de las Hermanas del Huerto, una casa para realizar ejercicios espirituales. Pero finalmente es internada en el Hospital de Freirina bajo estrictas condiciones de aislamiento permaneciendo en absoluta soledad.

    Tras meses de dolor y sufrimiento, la Hermana María Crescencia falleció un 20 de mayo de 1932, a los 34 años de edad. Su legado de amor, compromiso y cuidado al otro se reflejó en los rostros tristes y conmovidos de cientos de personas que salieron a las calles a darle su último adiós a quien llamaban “La Santita” o “Sor Dulzura”.

    Escritos de la época dicen que la Hermana Crescencia, en momentos antes de su muerte, tuvo en visión la visita de San Antonio María Gianelli. Además, momentos antes de su partida, y desde el cuadro de la Virgen del Huerto, vio cómo María la bendecía y le entregaba al Niño Jesús. Las Hermanas que estaban en ese momento acompañándola, veían cómo ella alzaba los brazos queriendo abrazar y recibir al Niño Jesús.

    En su agonía pidió a las Hermanas que rezaran al Sagrado Corazón de Jesús, cuya imagen estaba colocada frente a la cama. Fue el mismo Señor quien le hizo sentir su presencia divina y misericordiosa y la impulsó a repetir las palabras que Él mismo le enseñó: “Corazón de Jesús, por los sufrimientos de tu Divino Corazón, ten misericordia de nosotros”.

    En sus últimas palabras, la Hermana Crescencia pidió bendición para ella y sus Hermanas. Y al final oró al Corazón de Jesús por Chile, pidiendo por la paz y la tranquilidad de esa nación.

    Ese mismo día, en Quillota, la Comunidad de las Hermanas del Huerto olía distinto... Un intenso aroma a violetas perfumaba todos los ambientes. Era mayo, no era temporada de violetas. Las Hermanas, sorprendidas por tan intenso aroma, comprendieron que María Crescencia, esa Hermana tan especial, había muerto.

    El cuerpo de la Hermana María Crescencia permaneció en Chile hasta 1986, cuando sus familiares decidieron repatriarlo a Pergamino. Actualmente sus restos descansan incorruptos en la capilla del Colegio Nuestra Señora del Huerto de la Ciudad de Pergamino, Provincia de Buenos Aires.

¿Qué nos enseña nuestra Beata María Crescencia Pérez?

    Ante todo, nos invita a reforzar nuestra fe en Dios, a vivirla, a testimoniarla, a compartirla y a no avergonzarnos del Evangelio. La fe es luz, vida, sabiduría, sal de la tierra. Es un bien precioso que hay que conservar y dar.

    Nos exhorta a la imitación de su vida santa, sobre todo de su espíritu de oración y de servicio a los pobres, a los pequeños, a los enfermos. La fe es operativa y ofrece a la sociedad las energías necesarias para aliviar los sufrimientos del prójimo, consolando a los afligidos, pacificando los ánimos. Los santos son auténticos benefactores de la humanidad, con su vida evangélica buena.

    Con la beatificación de hoy, Sor María Crescencia Pérez es presentada por la Iglesia como intercesora nuestra ante Dios Trinidad. El Beato Juan Pablo II decía: «Los Beatos y los Santos de América acompañan con solicitud fraterna a sus compatriotas, hombres y mujeres, entre gozos y sufrimientos, hasta el encuentro definitivo con el Señor»

    En fin, la Beata Sor Dulzura nos exhorta a la amabilidad, a la serenidad, a la alegría . La sonrisa en familia, en comunidad, en la sociedad es un rayo de sol que alivia el corazón, disipa el mal humor y anima al bien y al optimismo.

   Oremos

    Padre de Jesús y nuestro que por tu Divino Espíritu haces florecer la santidad en la Iglesia, te damos gracias por tu sierva María Crescencia que te amo con sencillez, y te rogamos que la glorifiques, para que su ejemplo e intersección sirvan a la extensión de tu Reino y a la multiplicación de las vocaciones a la vida consagrada. Concédenos, por su intermedio, la gracia que, con humildad, te imploramos. 
Por Jesucristo Nuestro Señor, Amen.

TEOLOGÍA DEL CUERPO

Visión del Papa Juan Pablo II sobre el amor humano

EL MATRIMONIO SACRAMENTO, RESTAURACIÓN DEL SACRAMENTO PRIMORDIAL
Audiencia General 13 de octubre de 1982

1. En nuestra precedente reflexión tratamos de profundizar -a la luz de la Carta a los Efesios- sobre el «principio» sacramental del hombre y del matrimonio en el estado de la justicia (o inocencia) originaria.

Sin embargo, es sabido que la heredad de la gracia fue rechazada por el corazón humano en el momento de la ruptura de la primera alianza con el Creador. La perspectiva de la procreación, en lugar de estar iluminada por la heredad de la gracia originaria donada por Dios nada más infundir el alma racional, fue ofuscada por la heredad del pecado original. Se puede decir que el matrimonio, como sacramento primordial, fue privado de esa eficacia sobrenatural que, en el momento de su institución, sacaba del sacramento de la creación en su globalidad. Con todo, incluso en este estado, esto es, en el estado pecaminoso hereditario del hombre, el matrimonio jamás dejo de ser la figura de aquel sacramento, del que habla la Carta a los Efesios (Ef 5, 22-33) y al que el autor de la misma Carta no vacila en definir «gran misterio». ¿Acaso no podemos deducir que el matrimonio quedó como plataforma de la realización de los eternos designios de Dios según los cuales el sacramento de la creación había acercado a los hombres y los había preparado al sacramento de la redención, introduciéndoles en la dimensión de la obra de la salvación? El análisis de la Carta a los Efesios, y en particular del texto «clásico» del capítulo 5, versículos 22-33, parece inclinarse a esta conclusión.

2. Cuando el autor, en el versículo 31, hace referencia a las palabras de la institución del matrimonio, contenidas en el Génesis (2, 24: «Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne»), e inmediatamente después declara: «Gran misterio es éste, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5, 32), parece indicar no sólo la identidad del misterio escondido desde los siglos en Dios, sino también la continuidad de su realización, que existe entre el sacramento primordial vinculado con la gratificación sobrenatural del hombre en la creación misma y la nueva gratificación, que tuvo lugar cuando «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla...» (Ef 5, 25-26), gratificación que puede ser definida en su conjunto como sacramento de la redención. En este don redentor de sí mismo «por» la Iglesia, se encierra también -según el pensamiento paulino- el don de sí por parte de Cristo la Iglesia, a imagen de la relación nupcial que une al marido y a la mujer en el matrimonio. De este modo el sacramento de la redención reviste, en cierto sentido, la figura y la forma del sacramento primordial. Al matrimonio del primer marido y de la primera mujer, como signo de la gratificación sobrenatural del hombre en el sacramento de la creación, corresponde el desposorio, o mejor, la analogía del desposorio de Cristo con la Iglesia, como fundamental signo «grande» de la gratificación sobrenatural del hombre en el sacramento de la redención, de la gratificación en la que se renueva, de modo definitivo, la alianza de la gracia de elección, quebrantada en el «principio» con el pecado.

3.
La imagen contenida en el pasaje citado de la Carta a los Efesios parece hablar sobre todo del sacramento de la redención como de la realización definitiva del misterio escondido desde los siglos en Dios. En este mysterium magnum se realiza definitivamente todo aquello de lo que había tratado la misma Carta a los Efesios en el capítulo primero. Efectivamente, como recordamos, dice no sólo: «En El (esto es, en Cristo) -Dios- nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El...» (Ef 1, 4), sino también: «En El -Cristo- tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de Su gracia, que superabundantemente derramó sobre nosotros... (Ef 1, 7-8). La nueva gratificación sobrenatural del hombre en el «sacramento de la redención» es también una nueva realización del misterio escondido desde los siglos en Dios, nueva en relación al sacramento de la creación. En este momento la gratificación es, en cierto sentido, una «nueva creación». Pero se diferencia del sacramento de la creación en cuanto que la gratificación originaria, unida a la creación del hombre, constituía a ese hombre «desde el principio», mediante la gracia, en el estado de la originaria inocencia y justicia. En cambio, la nueva gratificación del hombre en el sacramento de la redención le da, sobre todo, la «remisión de los pecados». Sin embargo, también aquí puede «sobreabundar la gracia», como dice en otra parte San Pablo: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rom 5, 20).

4. El sacramento de la redención -fruto del amor redentor de Cristo- se convierte basándose en su amor nupcial a la Iglesia, en una dimensión permanente de la vida de la Iglesia misma, dimensión fundamental y vivificante. Es el mysterium magnum de Cristo y de la Iglesia: misterio eterno realizado por Cristo, que «se entregó por ella» (Ef 5, 35); misterio que se realiza continuamente en la Iglesia, porque Cristo «amó a la Iglesia» (Ef 5, 35), uniéndose a ella con amor indisoluble, tal como se unen los esposos, marido y mujer, en el matrimonio. De este modo la Iglesia vive del sacramento de la redención, y, a su vez, completa este sacramento como la mujer, en virtud del amor nupcial, completa al propio marido, lo que ya se puso de relieve, en cierto modo, «al principio», cuando el hombre halló en la primera mujer «una ayuda semejante a él» (Gén 2, 20). Aunque la analogía de la Carta a los Efesios no lo precise, sin embargo, podemos añadir que también la Iglesia unida a Cristo, como la mujer con el propio marido, saca del sacramento de la redención toda su fecundidad y maternidad espiritual. Lo testimonian, de algún modo, las palabras de la Carta de San Pedro, cuando escribe que hemos sido «engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios» (1 Pe 1, 23). Así el misterio escondido desde los siglos en Dios -misterio que al «principio», en el sacramento de la creación, se convirtió en una realidad visible a través de la unión del primer hombre y de la primera mujer en la perspectiva del matrimonio-, en el sacramento de la redención se convierte en una realidad visible en la unión indisoluble de Cristo con la Iglesia, que el autor de la Carta a los Efesios presenta como la unión nupcial de los esposos marido y mujer.

5. El sacramentun magnum (el texto griego dice: tò mysterion toúto méga estín) de la Carta a los Efesios, habla de la nueva realización del misterio escondido desde los siglos en Dios; realización definitiva desde el punto de vista de la historia terrena de la salvación. Habla además de «hacer -al misterio- visible» de la visibilidad del Invisible. Esta visibilidad no hace ciertamente que el misterio deje de ser misterio. Esto se refería al matrimonio constituido al «principio», en el estado de la inocencia originaria, dentro del contexto del sacramento de la creación. Esto se refiere también a la unión de Cristo con la Iglesia, como «misterio grande» del sacramento de la redención. La visibilidad del Invisible no significaba -si así se puede decir- una claridad total del misterio. Como objeto de la fe, permanece velado incluso a través de aquello en que precisamente se expresa y se realiza. La visibilidad del Invisible pertenece, pues, al orden de los signos, y el «signo» indica solamente la realidad del misterio, pero no la «desvela». Así como el «primer Adán» -el hombre, varón y mujer- creado en el estado de la inocencia originaria y llamado en este estado a la unión conyugal «en este sentido hablamos del sacramento de la creación», fue signo del misterio eterno, así también el «segundo Adán», Cristo, unido con la Iglesia a través del sacramento de la redención con un vínculo indisoluble, análogo a la alianza indisoluble de los esposos, es signo definitivo del mismo misterio eterno. Al hablar pues de la realización del misterio eterno hablamos también del hecho de que se convierte en visible con la visibilidad del signo. Y por eso hablamos incluso de la sacramentalidad de toda la heredad del sacramento de la redención, con referencia a toda la obra de la creación y de la redención, y mucho más con referencia al matrimonio instituido en el contexto del sacramento de la creación, como también con referencia a la Iglesia, cual Esposa de Cristo, dotada de una alianza de tipo conyugal con El.

lunes, 18 de mayo de 2020

MAYO, MES DE MARÍA

El Mes de María se reza en Mayo, en el llamado “mes de las flores”, que se llama así, porque con la llegada del buen tiempo y tras las lluvias invernales, el campo y los jardines comienzan a cubrirse de un verde intenso y de los colores y aromas de las flores.


EVANGELIO - 19 de Mayo - San Juan 16,5-11


     Libro de los Hechos de los Apóstoles 16,22-34.


    La multitud se amotinó en contra de ellos, y los magistrados les hicieron arrancar la ropa y ordenaron que los azotaran.
    Después de haberlos golpeado despiadadamente, los encerraron en la prisión, ordenando al carcelero que los vigilara con mucho cuidado.
    Habiendo recibido esta orden, el carcelero los encerró en una celda interior y les sujetó los pies en el cepo.
    Cerca de la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban las alabanzas de Dios, mientras los otros prisioneros los escuchaban.
    De pronto, la tierra comenzó a temblar tan violentamente que se conmovieron los cimientos de la cárcel, y en un instante, todas las puertas se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron.
    El carcelero se despertó sobresaltado y, al ver abiertas las puertas de la prisión, desenvainó su espada con la intención de matarse, creyendo que los prisioneros se habían escapado.
    Pero Pablo le gritó: "No te hagas ningún mal, estamos todos aquí".
    El carcelero pidió unas antorchas, entró precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies de Pablo y de Silas.
    Luego los hizo salir y les preguntó: "Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la salvación?".
    Ellos le respondieron: "Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia".
    En seguida le anunciaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa.
    A esa misma hora de la noche, el carcelero los atendió y curó sus llagas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con toda su familia.
    Luego los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios.


Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.7c-8.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
te cantaré en presencia de los ángeles.
Me postraré ante tu santo Templo.

y daré gracias a tu Nombre
por tu amor y tu fidelidad.
Me respondiste cada vez que te invoqué
y aumentaste la fuerza de mi alma.

y tu derecha me salva.
El Señor lo hará todo por mí.
Tu amor es eterno, Señor,
¡no abandones la obra de tus manos!


    Evangelio según San Juan 16,5-11.

    En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: '¿A dónde vas?'.
    Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido.
    Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
    Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
    El pecado está en no haber creído en mí.
    La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán.
    Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 19 de Mayo - “...os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito”


Santa Teresa Benedicta de la Cruz Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa Poesía, Pentecostés 1937

“...os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito.”

    ¿Quién eres, dulce luz que me inundas alumbrando las tinieblas de mi corazón?... ¿Eres Tú el Arquitecto que construye la catedral eterna, que se levanta de la tierra hasta el cielo? Animadas por Ti, se yerguen las columnas a las alturas cimentadas, firmes, inamovibles (Ap 3,12). Marcadas con el nombre del Dios eterno buscan la luz, sostienen la cúpula que corona y perfecciona el edificio, tu obra que abarca al mundo entero: ¡Espíritu Santo – mano creadora de Dios!... ¿Eres Tú el dulce cántico de amor, del temor santo que resuena en el trono de la Trinidad (Ap 4,8), en unión esponsal con todo lo que es? la melodía jubilosa, al unísono que conduce cada miembro hacia la Cabeza (Ef. 4,15), donde cada ser recobra el sentido misterioso de si mismo y jubiloso se derrama en corriente libre, desligada: ¡Espíritu Santo – júbilo eterno!

SANTORAL - SAN CRISPÍN VITERBO

19 de Mayo


    Nací con el nombre de Pietro (Pedro) Fiorentti, en Viterbo, Italia, el 13 de noviembre de 1668. A pesar de que me consideran un santo alegre, la impresión que me queda de mi infancia es la muerte de mi padre, Ubaldo. Menos mal que mi tío Francisco -su hermano- me quería mucho y me envió, primero, a la escuela de los Jesuitas para que aprendiera gramática y, después, me acogió como aprendiz en su taller de zapatero, donde estuve hasta los 25 años en que me fui a los frailes.

    Recuerdo que, de pequeño, me daba por ayudar misas y ayunar; y como era de natural delgaducho y enfermizo, mi tío solía decirle a mi madre: «Tú vales para criar pollos, pero no hijos. ¿No ves que el niño no crece porque no come?» Y en adelante él se encargaba de hacerme comer; pero al ver que seguía igual de pequeño y escuchimizado se dio por vencido y le dijo a mi madre: «Déjalo que haga lo que quiera, porque mejor será tener en casa un santo delgado que un pecador gordo».

    La gota que colmó el vaso para que me decidiera a hacerme Capuchino fue el ver a un grupo de novicios que había bajado a la iglesia con motivo de unas rogativas para pedir la lluvia; pero en realidad ya lo había pensado mucho y había leído y releído la Regla de San Francisco, por lo que mi opción era madura. Además no quería ser sacerdote, sino como San Félix de Cantalicio, hermano laico.

    Inmediatamente me fui a hablar con el Provincial, quien me admitió en la Orden, pensando que ya estaba todo superado, pero no fue así. Los primeros que se opusieron fueron mis familiares, empezando por mi madre. La pobre ya era mayor y con una hija soltera a su cargo; además, no comprendía que, habiendo hecho los estudios con los Jesuitas, no quisiera ser sacerdote sino laico. Sin embargo, la decisión estaba tomada. Procuré que las atendieran unas personas del pueblo y me marché al noviciado.

    Cual no sería mi sorpresa al comprobar que, a pesar de haberme admitido ya el Provincial, el maestro de novicios se negaba a recibirme. Ante mi insistencia me contestó: «Bueno, si al Provincial le compete el recibir a los novicios, a mí me toca probarlos».

    Y bien que me probó. Lo primero que hizo fue darme una azada y enviarme al huerto a cavar mañana y tarde. En vista de que resistía, me mandó como ayudante del limosnero para que cargara con la alforja, a ver si aguantaba las caminatas bajo el sol y la lluvia. Y las aguanté. Por último, no se le ocurrió otra cosa que nombrarme enfermero para que atendiera a un fraile tuberculoso. Parece que no lo hice del todo mal, pues tanto el enfermo como el maestro de novicios se ufanaban, cuando ya eran viejos, de haberme tenido como enfermero y como novicio.

    Una vez profesé me enviaron por distintos conventos, hasta que recalé en Orvieto. Allí estuve durante cuarenta años de limosnero; es decir, toda mi vida, pues sólo me llevaron a Roma para morir.

    Durante los cincuenta años que estuve con los frailes hice de todo menos de zapatero, que era mi profesión. Fui cocinero, enfermero, hortelano y limosnero; y es que yo no era una bestia para estar en la sombra, sino al fuego y al sol; es decir, que debía estar o en la cocina o en la huerta. Sin embargo la mayoría de mi vida se quemó buscando comida para los frailes y atendiendo las necesidades de la gente.

    Lo primero que hacía antes de salir del convento era cantar el Ave, maris stella; después, rosario en mano, me dirigía a la limosna, que, de ordinario, solía hacer pronto. Para ahorrar tiempo le pedía antes al cocinero qué necesitaba, y así me limitaba a pedir solamente lo necesario.

    Como había muchos pobres, procuraba dirigir las limosnas que sobraban a una casa del pueblo para que desde allí se redistribuyeran; así satisfacía la solidaridad de los pudientes y la necesidad de los pobres.

    Tan convencido estaba de que gran parte de la miseria proviene de la injusticia, que no me podía contener ante los abusos de los patronos para con los trabajadores. Cuando alguno tenía que venir al convento procuraba que lo trataran bien, porque al trabajo hay que ir de buena gana.

    Una vez que un defraudador me pidió que rogara por su salud, le contesté que cuando pagase lo que debía a sus acreedores y a su servidumbre entonces pediría a la Virgen que lo curara. Y es que me gustaba visitar a los enfermos y encarcelados; no sólo para darles buenos consejos sino para remediarles, en la medida de mis posibilidades, sus necesidades.

    No sé por qué, la gente acudía a mí en busca de remedios y se iba con la sensación de que hacía milagros. Incluso me cortaban trozos del manto para hacerse reliquias; hasta que no pude más y les grité: «Pero ¿qué hacéis? Cuánto mejor sería que le cortaseis la cola a un perro.. . ¿Estáis locos? ¡Tanto alboroto por un asno que pasa!»

    Sin embargo no todo era pedir limosna y atender a la gente. Esto era la consecuencia. Mi opción había sido seguir a Jesús y eso conlleva mucho tiempo de estar con él y aprender sus actitudes. Mi devoción a la Virgen me ayudó mucho. Me gustaba exteriorizar mis sentimientos para con ella adornando sus altares. Cuando estuve trabajando de hortelano coloqué una imagen de María en una pequeña cabaña. Delante de ella esparcía restos de semillas y migajas de pan para que se acercasen los pájaros, se alimentasen y cantasen, ya que hubiera querido que todas las criaturas del universo se juntasen para alabar en todo momento a la madre de Dios.

    El reuma y la gota acabaron conmigo. Ya no podía casi andar y tuve que retirarme a la enfermería de Roma. Pero allí también la gente venía a buscarme. ¿Por qué la gente acudía a mí si no era ni santo ni profeta? En el mes de mayo la enfermedad fue a más. Para no estropear la fiesta de San Félix le aseguré al enfermero que no me moriría ni el 17 ni el 18. Y, efectivamente, el Señor me escuchó y me llevó en su compañía el 19 de mayo de 1750. Tengo el singular honor de ser el primer santo canonizado por el Papa Juan Pablo II, acto que se realizó el 20 de junio de 1982.

Oremos

    Sonriente San Crispín, ayúdanos a despojarnos del miedo a la alegría, destierra en nosotros el opaco y grisáceo comportamiento y haz que entre los cristianos estén bien vistas las carcajadas. Toda tristeza es indigna de la Pascua eterna. Amén.

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA


CAPÍTULO QUINTO
LA FAMILIA CÉLULA VITAL DE LA SOCIEDAD

III. LA SUBJETIVIDAD SOCIAL DE LA FAMILIA



a) El amor y la formación de la comunidad de personas

223 El ser humano ha sido creado para amar y no puede vivir sin amor. El amor, cuando se manifiesta en el don total de dos personas en su complementariedad, no puede limitarse a emociones o sentimientos, y mucho menos a la mera expresión sexual. Una sociedad que tiende a relativizar y a banalizar cada vez más la experiencia del amor y de la sexualidad, exalta los aspectos efímeros de la vida y oscurece los valores fundamentales. Se hace más urgente que nunca anunciar y testimoniar que la verdad del amor y de la sexualidad conyugal se encuentra allí donde se realiza la entrega plena y total de las personas con las características de la unidad y de la fidelidad. Esta verdad, fuente de alegría, esperanza y vida, resulta impenetrable e inalcanzable mientras se permanezca encerrados en el relativismo y en el escepticismo.

224 En relación a las teorías que consideran la identidad de género como un mero producto cultural y social derivado de la interacción entre la comunidad y el individuo, con independencia de la identidad sexual personal y del verdadero significado de la sexualidad, la Iglesia no se cansará de ofrecer la propia enseñanza: « Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos ». Esta perspectiva lleva a considerar necesaria la adecuación del derecho positivo a la ley natural, según la cual la identidad sexual es indiscutible, porque es la condición objetiva para formar una pareja en el matrimonio.