lunes, 14 de marzo de 2016

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (19, 1-2. 5-7)
Las bodas del Cordero



Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
(R. Aleluya.)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).


Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
(R. Aleluya.)
los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).


Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
(R. Aleluya.)
alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R.
Aleluya, (aleluya).


Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
(R.
Aleluya.)
su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Las bodas del Cordero

1. Siguiendo la serie de los salmos y los cánticos que constituyen la oración eclesial de las Vísperas, nos encontramos ante un himno, tomado del capítulo 19 del Apocalipsis y compuesto por una secuencia de aleluyas y de aclamaciones.

Detrás de estas gozosas invocaciones se halla la lamentación dramática entonada en el capítulo anterior por los reyes, los mercaderes y los navegantes ante la caída de la Babilonia imperial, la ciudad de la malicia y la opresión, símbolo de la persecución desencadenada contra la Iglesia.

2. En antítesis con ese grito que se eleva desde la tierra, resuena en el cielo un coro alegre de ámbito litúrgico que, además del aleluya, repite también el amén. En realidad, las diferentes aclamaciones, semejantes a antífonas, que ahora la Liturgia de las Vísperas une en un solo cántico, en el texto del Apocalipsis se ponen en labios de personajes diversos. Ante todo, encontramos una "multitud inmensa", constituida por la asamblea de los ángeles y los santos (cf. vv. 1-3). Luego, se distingue la voz de los "veinticuatro ancianos" y de los "cuatro vivientes", figuras simbólicas que parecen los sacerdotes de esta liturgia celestial de alabanza y acción de gracias (cf. v. 4). Por último, se eleva la voz de un solista (cf. v. 5), el cual, a su vez, implica en el canto a la "multitud inmensa" de la que se había partido (cf. vv. 6-7).

3. En las futuras etapas de nuestro itinerario orante, tendremos ocasión de ilustrar cada una de las antífonas de este grandioso y festivo himno de alabanza entonado por muchas voces. Ahora nos contentamos con dos anotaciones. La primera se refiere a la aclamación de apertura, que reza así: "La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos" (vv. 1-2).

En el centro de esta invocación gozosa se encuentra el recuerdo de la intervención decisiva de Dios en la historia: el Señor no es indiferente, como un emperador impasible y aislado, ante las vicisitudes humanas. Como dice el salmista, "el Señor tiene su trono en el cielo: sus ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres" (Sal 10, 4).

4. Más aún, su mirada es fuente de acción, porque él interviene y destruye los imperios prepotentes y opresores, abate a los orgullosos que lo desafían, juzga a los que perpetran el mal. El salmista describe también con imágenes pintorescas (cf. Sal10, 7) esta irrupción de Dios en la historia, como el autor del Apocalipsis había evocado en el capítulo anterior (cf. Ap 18, 1-24) la terrible intervención divina con respecto a Babilonia, arrancada de su sede y arrojada al mar. Nuestro himno alude a esa intervención en un pasaje que no se recoge en la celebración de las Vísperas (cf. Ap 19, 2-3).

Nuestra oración, entonces, sobre todo debe invocar y ensalzar la acción divina, la justicia eficaz del Señor, su gloria, obtenida con el triunfo sobre el mal. Dios se hace presente en la historia, poniéndose de parte de los justos y de las víctimas, precisamente como declara la breve y esencial aclamación del Apocalipsis, y como a menudo se repite en el canto de los salmos (cf. Sal 145, 6-9).

5. Queremos poner de relieve otro tema de nuestro cántico. Se desarrolla en la aclamación final y es uno de los motivos dominantes del mismo Apocalipsis: "Llegó la boda del Cordero; su Esposa se ha embellecido" (Ap 19, 7). Cristo y la Iglesia, el Cordero y la Esposa, están en profunda comunión de amor.

Trataremos de hacer que brille esta mística unión esponsal a través del testimonio poético de un gran Padre de la Iglesia siria, san Efrén, que vivió en el siglo IV. Usando simbólicamente el signo de las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-11), introduce a esa localidad, personificada, para alabar a Cristo por el gran don recibido: "Juntamente con mis huéspedes, daré gracias porque él me ha considerado digna de invitarlo: él, que es el Esposo celestial, y que descendió e invitó a todos; y también yo he sido invitada a entrar a su fiesta pura de bodas. Ante los pueblos lo reconoceré como el Esposo. No hay otro como él. Su cámara nupcial está preparada desde los siglos, abunda en riquezas, y no le falta nada. No como la fiesta de Caná, cuyas carencias él ha colmado" (Himnos sobre la virginidad, 33, 3: L'arpa dello Spirito, Roma 1999, pp. 73-74).

6. En otro himno, que también canta las bodas de Caná, san Efrén subraya que Cristo, invitado a las bodas de otros (precisamente los esposos de Caná), quiso celebrar la fiesta de sus bodas: las bodas con su esposa, que es toda alma fiel. "Jesús, fuiste invitado a una fiesta de bodas de otros, de los esposos de Caná. Aquí, en cambio, se trata de tu fiesta, pura y hermosa: alegra nuestros días, porque también tus huéspedes, Señor, necesitan tus cantos; deja que tu arpa lo llene todo. El alma es tu esposa; el cuerpo es su cámara nupcial; tus invitados son los sentidos y los pensamientos. Y si un solo cuerpo es para ti una fiesta de bodas, la Iglesia entera es tu banquete nupcial" (Himnos sobre la fe, 14, 4-5: o.c., p. 27).


AUDIENCIA GENERAL DE JUAN PABLO II
Miércoles 10 de diciembre de 2003






Las bodas del Cordero


1. El libro del Apocalipsis contiene numerosos cánticos a Dios, Señor del universo y de la historia. Acabamos de escuchar uno, que se encuentra constantemente en cada una de las cuatro semanas en que se articula la liturgia de las Vísperas. Este himno lleva intercalado el "aleluya", palabra de origen hebreo que significa "alabad al Señor" y que curiosamente dentro del Nuevo Testamento sólo aparece en este pasaje del Apocalipsis, donde se repite cinco veces. Del texto del capítulo 19 la liturgia selecciona solamente algunos versículos. En el marco narrativo del relato, son entonados en el cielo por una "inmensa muchedumbre": es como el canto de un gran coro que entonan todos los elegidos, celebrando al Señor con alegría y júbilo (cf. Ap 19, 1).


2. Por eso, la Iglesia, en la tierra, armoniza su canto de alabanza con el de los justos que ya contemplan la gloria de Dios. Así se establece un canal de comunicación entre la historia y la eternidad: este canal tiene su punto de partida en la liturgia terrena de la comunidad eclesial y su meta en la celestial, a donde ya han llegado nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en el camino de la fe. En esta comunión de alabanza se celebran fundamentalmente tres temas. Ante todo, las grandes propiedades de Dios, "la salvación, la gloria y el poder" (v. 1; cf. v. 7), es decir, la trascendencia y la omnipotencia salvífica. La oración es contemplación de la gloria divina, del misterio inefable, del océano de luz y amor que es Dios. En segundo lugar, el cántico exalta el "reino" del Señor, es decir, el proyecto divino de redención en favor del género humano. Recogiendo un tema muy frecuente en los así llamados salmos del reino de Dios (cf. Sal 46; 95-98), aquí se proclama que "reina el Señor, nuestro Dios, Dueño de todo" (Ap 19, 6), interviniendo con suma autoridad en la historia. Ciertamente, la historia está encomendada a la libertad humana, que genera el bien y el mal, pero tiene su sello último en las decisiones de la divina Providencia. El libro del Apocalipsis celebra precisamente la meta hacia la cual se dirige la historia a través de la obra eficaz de Dios, aun entre las tempestades, las laceraciones y las devastaciones llevadas a cabo por el mal, por el hombre y por Satanás. En otra página del Apocalipsis se canta: "Gracias te damos, Señor Dios omnipotente, el que eres y el que eras, porque has asumido el gran poder y comenzaste a reinar" (Ap 11, 17).


3. Por último, el tercer tema del himno es típico del libro del Apocalipsis y de su simbología: "Llegó la boda del Cordero; su esposa se ha embellecido" (Ap 19, 7). Como veremos en otras meditaciones sobre este cántico, la meta definitiva a la que nos conduce el último libro de la Biblia es la del encuentro nupcial entre el Cordero, que es Cristo, y la esposa purificada y transfigurada, que es la humanidad redimida. La expresión "llegó la boda del Cordero" se refiere al momento supremo -como dice nuestro texto "nupcial"- de la intimidad entre la criatura y el Creador, en la alegría y en la paz de la salvación.


4. Concluyamos con las palabras de uno de los discursos de san Agustín, que ilustra y exalta así el canto del Aleluya en su significado espiritual: "Cantamos al unísono esta palabra y unidos en torno a ella, en comunión de sentimientos, nos estimulamos unos a otros a alabar a Dios. Sin embargo, a Dios sólo puede alabarlo con tranquilidad de conciencia quien no ha cometido ninguna acción que le desagrade. Además, por lo que atañe al tiempo presente en que somos peregrinos en la tierra, cantamos el Aleluya como consolación para ser fortificados a lo largo del camino; el Aleluya que entonamos ahora es como el canto del peregrino; con todo, recorriendo este arduo itinerario, tendemos a la patria, donde habrá descanso; donde, pasados todos los afanes que nos agobian ahora, no quedará más que el Aleluya" (n. 255, 1: Discorsi, IV, 2, Roma 1984, p. 597).

AUDIENCIA GENERAL DE JUAN PABLO II
Miércoles 10 de diciembre de 2003

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