Sé que mi redentor está vivo, decía Job. Cuántas veces debió San José repetir esta frase, y con cuánto consuelo la diría hasta el último momento, cuando entre los brazos de su Jesús entregaba a su Creador su alma tan pura y afectuosa. El último instante sonó, un débil suspiró se escapa de sus labios benditos; el cuerpo santo, virginal, laborioso, retumba sobre el lecho fúnebre; María besa las manos de su santo amigo; Jesús le cierra los ojos. José ya no está. La más deliciosa muerte ha coronado la vida más santa. Para todos nosotros, y sobre todo para aquellos que se llama, equivocadamente los, felices del siglo, la muerte es el gran pavor de la vida; al verla al fin del camino, bien se querría volver la vista. Terrible en su certidumbre y en su incertidumbre, porque estamos seguros de morir m, pero no del modo ni del momento. ¿Cómo llegar a desearla? Es el secreto de la virtud. Los santos no temen la muerte, la desean; las almas puras, las almas caritativas, los amigos de los pobres, aquellos que han buscado con amor el servicio de Jesucristo, aquellos que amaron a Dios, aquellos que honraron a María y José, no temen la muerte; es una fiesta para los corazones inocentes; es un tranquilo pasaje para los verdaderos cristianos. Roguemos a San José que nos agarre la mano en ese temible momento, y preparémonos a esta gracia mediante una vida pura piadosa.
Oración
Oh bienaventurado José, padre nutricio de Jesús, esposo de María, me consagro a tu culto y me entrego a todo a ti, Sé mi padre, mi protector y mi guía en los caminos de salvación; obtén para mí una gran e de corazón y de alma, la gracia de hacer mis actos en unión con Jesús y María, obtenme finalmente el favor supremo, el de una santa muerte.
San José, que moriste entre los brazos de Jesús y de María, ruega por nosotros.
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