viernes, 7 de junio de 2019

CARTA APOSTÓLICA SALVIFICI DOLORIS SOBRE EL SENTIDO CRISTIANO DEL SUFRIMIENTO HUMANO


V

PARTÍCIPES EN LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO

24. Sin embargo, la experiencia del Apóstol, partícipe de los sufrimientos de Cristo, va más allá. En la carta a los Colosenses leemos las palabras que constituyen casi la última etapa del itinerario espiritual respecto al sufrimiento. San Pablo escribe: « Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia ». Y él mismo, en otra Carta, pregunta a los destinatarios: « ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ».

En el misterio pascual Cristo ha dado comienzo a la unión con el hombre en la comunidad de la Iglesia. El misterio de la Iglesia se expresa en esto: que ya en el momento del Bautismo, que configura con Cristo, y después a través de su Sacrificio —sacramentalmente mediante la Eucaristía— la Iglesia se edifica espiritualmente de modo continuo como cuerpo de Cristo. En este cuerpo Cristo quiere estar unido con todos los hombres, y de modo particular está unido a los que sufren. Las palabras citadas de la carta a los Colosenses testimonian el carácter excepcional de esta unión. En efecto, el que sufre en unión con Cristo —como en unión con Cristo soporta sus « tribulaciones » el apóstol Pablo— no sólo saca de Cristo aquella fuerza, de la que se ha hablado precedentemente, sino que « completa » con su sufrimiento lo que falta a los padecimientos de Cristo. En este marco evangélico se pone de relieve, de modo particular, la verdad sobre el carácter creador del sufrimiento. El sufrimiento de Cristo ha creado el bien de la redención del mundo. Este bien es en sí mismo inagotable e infinito. Ningún hombre puede añadirle nada. Pero, a la vez, en el misterio de la Iglesia como cuerpo suyo, Cristo en cierto sentido ha abierto el propio sufrimiento redentor a todo sufrimiento del hombre. En cuanto el hombre se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo —en cualquier lugar del mundo y en cualquier tiempo de la historia—, en tanto a su manera completa aquel sufrimiento, mediante el cual Cristo ha obrado la redención del mundo.

¿Esto quiere decir que la redención realizada por Cristo no es completa? No. Esto significa únicamente que la redención, obrada en virtud del amor satisfactorio, permanece constantemente abierta a todo amor que se expresa en el sufrimiento humano. En esta dimensión —en la dimensión del amor— la redención ya realizada plenamente, se realiza, en cierto sentido, constantemente. Cristo ha obrado la redención completamente y hasta el final; pero, al mismo tiempo, no la ha cerrado. En este sufrimiento redentor, a través del cual se ha obrado la redención del mundo, Cristo se ha abierto desde el comienzo, y constantemente se abre, a cada sufrimiento humano. Sí, parece que forma parte de la esencia misma del sufrimiento redentor de Cristo el hecho de que haya de ser completado sin cesar.

De este modo, con tal apertura a cada sufrimiento humano, Cristo ha obrado con su sufrimiento la redención del mundo. Al mismo tiempo, esta redención, aunque realizada plenamente con el sufrimiento de Cristo, vive y se desarrolla a su manera en la historia del hombre. Vive y se desarrolla como cuerpo de Cristo, o sea la Iglesia, y en esta dimensión cada sufrimiento humano, en virtud de la unión en el amor con Cristo, completa el sufrimiento de Cristo. Lo completa como la Iglesia completa la obra redentora de Cristo. El misterio de la Iglesia —de aquel cuerpo que completa en sí también el cuerpo crucificado y resucitado de Cristo— indica contemporáneamente aquel espacio, en el que los sufrimientos humanos completan los de Cristo. Sólo en este marco y en esta dimensión de la Iglesia cuerpo de Cristo, que se desarrolla continuamente en el espacio y en el tiempo, se puede pensar y hablar de « lo que falta a los padecimientos de Cristo ». El Apóstol, por lo demás, lo pone claramente de relieve, cuando habla de completar lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia.

Precisamente la Iglesia, que aprovecha sin cesar los infinitos recursos de la redención, introduciéndola en la vida de la humanidad, es la dimensión en la que el sufrimiento redentor de Cristo puede ser completado constantemente por el sufrimiento del hombre. Con esto se pone de relieve la naturaleza divino-humana de la Iglesia. El sufrimiento parece participar en cierto modo de las características de esta naturaleza. Por eso, tiene igualmente un valor especial ante la Iglesia. Es un bien ante el cual la Iglesia se inclina con veneración, con toda la profundidad de su fe en la redención. Se inclina, juntamente con toda la profundidad de aquella fe, con la que abraza en sí misma el inefable misterio del Cuerpo de Cristo.

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